Los colores brillantes y los símbolos de la muerte son parte del atuendo común de los emos. Cuando se reúnen, tratan de buscar lugares donde puedan divertirse sin la mirada acusadora de quienes no los toleran. Una de las características más estigmáticas de los emos son las cortaduras autoinfligidas. En ellas, tratan de focalizar, casi ornamentalmente, sus sentimientos, arremetiendo contra su cuerpo con estrellas, iniciales o dibujos varios. Gabriela Michelle, de 15 años, es una floguer y fue discriminada en su entorno escolar creyéndola emo. El floguer es similar al emo, pero “contento”. Comparte con el emo colores y estilo de vestimenta. La intolerancia e incomprensión hacia los emos se extiende entre maestros, otras tribus urbanas y hasta los mismos padres de familia. Casi siempre las expresiones antiemo, como este grafito en la Universidad de El Salvador, son peyorativas. Existe una rivalidad con los punks ya que estos consideran una ofensa que los emos  llamen su estilo de vida también punk. En ocasiones, la rivalidad llega a los golpes. Este encuentro en el parque San Carlos, de San Salvador, solo fue un hostil intercambio de palabras. Una joven emo cubre su cara para evitar ser reconocida, porque la discriminación a menudo les lleva al borde de tener que tener una doble vida. Un emo riendo es un emo que rompe con el estereotipo triste con que el imaginario público retrata a los emos. Los emos se muestran cautelosos frente a los medios de comunicación después de que algunos noticiarios ralacionaron en 2008 dos suicidios de adolescentes con la pertenencia a este grupo. Camisas a rayas, mechones, chongas, colores brillantes, corazones y calaveras aparecen con frecuencia en la vestimenta emo y sus accesorios. A quienes los consideran despreciables, los emos responden que no hacen daño a nadie, que no son mareros, que no hostigan a las personas ni son partidarios de la violencia.