Carlos Dada: La victoria del FMLN en las elecciones de 2009 restó mucho sentido al discurso polarizado de las dos extremas. La izquierda, al convertirse en el partido de poder, le quitó a ARENA la rentabilidad del discurso del miedo. La imposibilidad de ARENA de recomponerse tras la derrota y la expulsión de su hombre más popular, el expresidente Saca, modificó el equilibro político. Durante sus años en la presidencia, Saca acumuló un capital político alrededor de su persona más que de su partido, además de una importante cantidad de recursos que le permitieron aprovechar los espacios dejados por la alternancia en el poder y meterse entre las dos extremas. La alianza de Saca con Funes y los esfuerzos del actual presidente por enterrar a Arena antes de abandonar Casa Presidencial han dado más fuerza a la candidatura de Saca.
Carlos Martínez: Por desgaste de las opciones tradicionales. En resumen: cuando los partidos políticos se parecen demasiado entre sí y cuando para la población es difícil identificar las particularidades de un ejercicio presidencial del siguiente, los partidos tradicionales suelen desgastarse y abren espacios para opciones emergentes.
El Salvador tiene un agravante: a través de un artificio muy bien articulado uno de esos partidos, el FMLN, consiguió posicionar en el electorado la idea de que habría —ahora sí— tremendos elementos diferenciadores, notables y beneficiosos. Generó algo que en política es muy difícil de generar: esperanza y la encarnó en un candidato. Pero la esperanza en política no es un bien renovable. Se agota pronto. Y en este caso fue despilfarrada a manos rotas: no hubo cambios notorios y la actuación de los nuevos políticos ganadores, se terminó pareciendo demasiado a la de los anteriores.
La pregunta verdadera es ¿cómo consiguió capitalizar ese desgaste justo el tipo que desgastó tanto a su partido —uno de los tradicionales— que hizo a la gente necesitar un cambio? No sé responder a eso, pero se me ocurre que con ello el electorado dice palabras parecidas a: desesperación, abulia, A-D-V-E-R-T-E-N-C-I-A.
José Luis Sanz: Es un espejismo que intenta hacerse realidad pero puede convertirse en la calabaza del cuento. La base real de Saca, su estructura territorial, su ejército de leales, es en realidad pequeño. Mayor que el de “terceras fuerzas” anteriores como el Partido Demócrata (PD) de Villalobos, los Renovadores de Facundo Guardado o el frágil FDR, pero insuficiente para redibujar al mapa político. Su estrategia ha sido generar expectativa y exhibir fuerza durante cinco años con la esperanza de que buena parte de los votantes de derecha -incluidos los empresarios que han financiado ARENA por décadas- terminaran por verlo como la carta más segura para evitar la victoria del Frente y se arrojaran a sus brazos cargados de dinero y votos.
No lo ha logrado. Atrajo inicialmente a derechistas cansados aún de Arena y a indecisos agotados de las banderas tradicionales, pero a cuatro meses de la elección no se ha consolidado como el candidato del voto útil. La inclusión de Francisco Laínez como candidato a la vicepresidencia trata de erosionar a Arena, pero las raíces del excanciller en el partido de derecha no son tan profundas como para arrastrar a sus bases. Además, la bandera de la Unidad es demasiado cínica para la masa crítica urbana que decidió otras elecciones: por un lado no se olvida la polarización del gobierno Saca (2004-2009) y su fracaso rotundo en seguridad y economía; por otro, ¿quién quiere formar unidad con el PCN, PDC y GANA, los partidos más desprestigiados —que ya es decir— del país?
Gabriel Labrador: Es imposible que Unidad y Antonio Saca logren desangrar las preferencias tradicionales del electorado salvadoreño. Nada indica —así como el devenir de las encuestas lo ha mostrado— que Saca vaya a obtener los votos suficientes como para dejar de ser lo que ahora es GANA: la tercera fuerza. No pasará de ahí. Alrededor del 50% de quienes votan han apoyado históricamente a Arena y al FMLN, y el electorado aún no sale de ese esquema. Saca, como personificación de la tercera vía, tiene trabajo para rato. A eso jugó desde su expulsión de Arena. Cuando estaba en Costa Rica, en 2009, y Arena comenzó el proceso para expulsarlo, lo primero que dijo en entrevistas telefónicas fue un recordatorio de su supuesto capital político: “Agradezco al millón 200 mil personas que confiaron en mí”, dijo una, dos, varias veces. En todo caso, ser tercera fuerza, “la llave de la gobernabilidad”, en un país polarizado es un buen negocio.
Por otro lado está su imagen. La inversión millonaria de recursos para posicionarla y mantenerla nunca tuvo como objetivo real opacar a las dos fuerzas seudonaturales en la política salvadoreña, igualmente ricas en recursos. Pretender algo así habría sido iluso. Por último, si Saca de verdad quisiera ser presidente no hubiera menospreciado tanto la figura del vicepresidente, al que ha tardado mucho en nombrar. Por segundón que sea sobre el papel un compañero de fórmula, cualquier partido político con un objetivo serio de cara a una presidencial muestra una fórmula completa con más antelación a la fecha de los comicios. Que haya elegido a Laínez para acompañarle demuestra que lo único que busca es desangrar a Arena para negociar con más argumentos cuando en marzo llegue la inevitable segunda vuelta... entre los otros dos candidatos.
Sergio Arauz: Saca es el señor burbuja. En el diccionario económico se le llama burbuja a la subida anormal y prolongada del precio de un producto. En el diccionario político salvadoreño, Saca representa a una marca que que ha subido sus números en las encuestas de forma anormal y que, en el mejor de los casos, puede conseguir un 15 por ciento de los votos. Esto es lo que puede interpretarse de los más recientes números de LPG Datos.
El nacimiento de la candidatura de Tony Saca y su movimiento Unidad creó las expectativas suficientes como para venderse como un competidor que tuvo —el tiempo verbal es a propósito— posibilidades reales de romper la hegemonía del FMLN y Arena en las elecciones presidenciales de 2014. Saca logró hacernos creer que podía alcanzar el 30% de los votos, una masa de votantes que las banderas con más militantes, la roja y la tricolor, ya tienen asegurada.
Aunque las encuestas de casi todos los colores, muy desprestigiadas algunas, lo siguen vendiendo bien, yo creo pertinente tomar como referencia la de LPG Datos, la única que siempre hace la misma pregunta y usa el mismo método en cada salida a las calles. Los números de esa encuestadora dicen que Saca nació bien, con casi 8 puntos en intención de voto. En mayo, estos números mostraron que Saca creció y logró los 13.7 puntos. La última medición registra 1.3 puntos menos.
Saca ha sido exitosos en generar expectativa, pero está lejos de meterse a la reñida competencia que sostienen Arena y FMLN.
Sergio Arauz: El que pierde se quiebra. El FMLN tiene dos almas que parecen reconciliadas en esta campaña presidencial. El alma conservadora, que tiempo atrás se hizo llamar Corriente Revolucionaria Socialista, la conforman los astutos dirigentes del Partido Comunista y una parte de la dirigencia de las Fuerzas Populares de Liberación. La otra parte, el alma reformista, parece casi inexistente. Sin embargo, tiene a su máximo representante en una posición privilegiada: Óscar Ortiz, quien lideró un grupo importante del partido que ahora parece disgregado, es candidato a la vicepresidencia. Puede pasar, a la hora de echar culpas, en caso de derrota, que los disgregados se unan y reclamen a su contraparte conservadora ese relevo generacional que, al no llegar, provocó la salida de muchos militantes en el pasado.
En el lado derecho del espectro, Arena había olvidado cómo ser opositor y tiene los números necesarios para para volver al poder. Arena tenía una militancia unida y obediente hasta que perdió el poder. Luego, la estructura empezó a sangrar. Le nació el alma saquista. En caso de perder, Arena sufrirá una crisis que le hará replantearse su existencia, un dilema que resumiría en la siguiente disyuntiva: ¿Arena sigue siendo el partido de los ricos enamorados del Mayor D’Aubuisson?
José Luis Sanz: Perder tiene, en esta elección, muchos significados. Por ejemplo, no pasar a segunda vuelta podría dejar a Arena herido de muerte. Parece poco probable a la luz de las encuestas, pero si Antonio Saca lo desplaza como fuerza de contención frente a la izquierda el partido de D'Aubuisson puede caer en el precipicio que ya devoró al PCN y al PDC. En la política salvadoreña no hay mucho espacio para la nostalgia: o eres útil en la batalla bipolar por el poder o te sientas a un lado y hablas cuando se te piden votos en la Asamblea. Es inimaginable, por otro lado, el efecto de que el FMLN no llegue a segunda vuelta. ¿El Salvador en manos de dos derechas a pesar de la guerra civil? Eso: inimaginable.
Asumido en todo caso que la pugna será entre Arena y el Frente, cualquiera que no gane necesitará reinventarse. Los dos partidos parecen estar secos. No ilusionan fuera de sus bases ni generan nuevos liderazgos. Si no rectifican, seguirán abriendo cancha a candidatos pseudoindependientes como Saca y Funes. No creo que lo deseen.
¿Y Saca? Saca no pierde. Incluso el peor resultado le consolida como poder fáctico. La pregunta es si seguirá haciendo política entre sombras o a la luz del sol.
Élmer Menjívar: El FMLN y Mauricio Funes hicieron del “cambio” su bandera en la campaña presidencial de 2009. Cinco años después, ese cambio pasó de ser una promesa a ser una realidad frustrante. Hoy, desde el marketing político, solo puede ofrecer cambio quien ofrezca continuidad, pero no lo llamará cambio. Sería tonto ofrecer otra frustración. El FMLN habla de “profundización”; sugiere un “ahora sí”.
La oposición, Arena, no puede ofrecer cambio porque representa lo que se quería cambiar en 2009, y esa necesidad sigue vigente. Arena ofrece “recuperar”, en tono nacionalista. Recuperar El Salvador es “quitárselo al otro”, sin aterrizar un para qué, ni para quién.
Saca ofrece Unidad. Marketing puro y duro. Unidad como deseo alternativo a la polarización. Ofrece la unidad del pasado y el presente, es decir, aprendizaje, experiencia. No ofrece cambio, pero ofrece unirse a lo bueno del cambio de Funes, sin usar esa palabra. Ofrece ejecutar el cambio, unir los cabos sueltos. Es la promesa más utópica pero la que cuenta con más artificios de comunicación, lo cual no garantiza su éxito pero ha logrado un hito: romper la bipolaridad partidaria.
¿Quién representa ahora el “cambio”? La exclusividad la mantiene Mauricio Funes, una entidad política que no está obligada a ser entidad electoral. Está claro que ha gobernado a una estratégica distancia del FMLN y no es su caballo declarado en la carrera del 2009. Funes se dedica cómodamente a defender su cambio, a explicarlo, a justificarlo, a hípercomunicarlo. Funes se empeña en reivindicar los votos que ya obtuvo para reducir a su mínima expresión la frustración. Quiere sentir que al final de su quinquenio la gente votaría por él.
El “cambio”, así visto, no tiene un representante en esta elección, aunque en alguna medida todos lo quieran ser.
Efren Lemus: Los tres principales candidatos a la presidencia tendrán la difícil tarea de convencer a los votantes de que simbolizan un cambio. De entrada, sin embargo, Norman Quijano, Salvador Sánchez Cerén y Antonio Saca han comenzado repitiendo un viejo vicio de la política salvadoreña: la campaña adelantada. ¿Quién creería a alguien que, desde el inicio, repite una conducta típica de las campañas electorales de las últimas dos décadas? ¿Dónde está el cambio?
En cuanto a las promesas de campaña, las lógicas se repiten. Saca tendría que convencernos de que con su actual programa de Gobierno se supera a sí mismo, pero no hay luces claras, por ejemplo, de que vaya a impulsar una reforma fiscal como la que su gobierno tuvo la oportunidad de efectuar y no se atrevió a hacer. Sánchez Cerén, por su parte, arrastra el desgaste de su partido, que está en el poder y desde el Ejecutivo ha repetido los vicios que tanto criticó: por poner dos ejemplos, el primer gobierno de izquierda refugió a los militares perseguidos por el caso jesuitas y no fue transparente en la contratación de asesores y viajes, tanto en el ejecutivo como en la Asamblea Legislativa. Norman Quijano también arrastra vicios del pasado: su campaña contra la tregua recuerda el discurso de Mano Dura impulsado por el expresidente Francisco Flores, ahora su asesor. La mano Dura que agravó el problema de seguridad pública del país. Por lo que se ha visto durante la campaña adelantada, todo parece indicar que la palabra cambio solo será una palabra más en el discurso de los candidatos.
Carlos Dada: Los tres. Sánchez Cerén representa la posibilidad de afincar el nuevo poder económico de la izquierda y llevar a cabo algunas transformaciones institucionales que están en la agenda de su partido y que el actual presidente, Mauricio Funes, no pudo hacer: el control sobre instituciones estratégicas del Estado como la Corte Suprema de Justicia y el Tribunal Supremo Electoral; el control absoluto del aparato estatal y la consolidación de sus alianzas con los partidos clientelistas. Norman Quijano representa la posibilidad de revertir el triunfo de la izquierda y devolver a Arena el gobierno y con ello la utilización patrimonial del Estado a favor de los empresarios tradicionales, frenando la expansión de los proyectos Alba y los recursos del FMLN. Por último, un triunfo de Saca significaría el fin del sistema político de las extremas; la posibilidad de reducir a Arena hasta la intrascendencia o de hacerse con ese partido convirtiéndolo en un aparato burocrático en detrimento de los grandes empresarios, un instrumento desideologizado y desinstitucionalizado.
Carlos Martínez: El Salvador es un país presidencialista, es decir, un país en el que el presidente de la República encarna en el imaginario popular —para bien y para mal— el contenido del abstracto concepto de “gobierno”. Sin embargo no está claro si esto, al final de cuentas, sirve para algo; o más bien, si esto sirve para algo que el propio presidente pueda manipular a su arbitrio. No hay pruebas de que alguien bien calificado en las encuestas pueda trasladarle a otro su buena nota.
Funes intenta convencer a la población beneficiaria de sus programas sociales de que él es el vaso de leche, de que él es los $50 para los ancianos, los uniformes y útiles para los estudiantes, de que él es Ciudad Mujer… y de que por lo tanto él es quien les dirá cuál de los candidatos a sucederle puede ser todo eso. Esto parte de la idea de que ciertos electores son facilmente intimidables, básicos, y quizá tenga razón. Eso sí puede pesar. Por lo pronto solo ha repetido que el candidato de Arena no será todo eso, pero no ha sido claro a la hora de explicar cuál de los otros dos candidatos que hacen campaña con sus programas sociales, según él, sí lo hará.
Élmer Menjívar: Mauricio Funes tienen una fuerte influencia en la base de la pirámide electoral. Si tomamos en serio las encuestas, vemos que su popularidad se mantienen saludable. Quizá ya no es la salud de un campeón, pero se sabe mantener en pie y correr varias millas por sus medios. Una de sus fortalezas es que no pide votos descaradamente, y eso contribuye a que mucha gente no lo vea como un “político” más, lo que conecta con una ilusión que todos tenemos de un gobernante.
Cuando Funes empeñe su voto, prevengo dos escenarios: le hará mal a quien perciba al candidato beneficiado como quien lo corrompió, quien lo hizo “político”, como los otros. Le hará bien a quien perciba la preferencia de Funes como empatía, es decir, a quien podría contagiar de la condición de “no-político”. A lo mejor Funes nunca se pronuncia, a lo mejor ningún candidato lo quiere en su foto. A excepción de Arena, los demás candidatos hacen malabares a su alrededor y juegan con el lenguaje, las perspectivas y los contextos. Funes importa como referencia. En todo caso, la importancia de Funes no será pública, ni será en campaña. Será estratégica, negociada, de supervivencia política. Funes importa como protector que busca protección, y cuenta con recursos para ofrecerla.
Gabriel Labrador: En cada contienda electoral los partidos se promocionan con base en su distancia con el presidente de turno. Y en nuestra coyuntura parece que hay solo dos opciones reales: la diferencia o el continuismo. Tanto el FMLN como Unidad se venden como un segundo capítulo de la presidencia de Funes, mientras que Arena promete un cambio aunque también ha señalado que va a mantener las medidas más populares de esta administración. Al presidente Funes le toca, pues, influir desde su rol de referente electoral del resto de propuestas, y por eso ya lo vemos entrando al cuadrilátero para evitar que haya una fórmula presidencial líder y por tanto para presionar a que haya una segunda vuelta.
Funes, por mencionar un ejemplo, ha optado por utilizar buena parte de los 61 programas sabatinos de radio que ya ha protagonizado para atacar a Arena, y a la vez ha evitado lanzar dardos al FMLN porque atacarlo sería atacar también la continuidad que ofrece Unidad y su nuevo aliado Antonio Saca. Arena, el partido al que ataca Funes, coincidentemente es el que ha escalado en las encuestas desde mayo y en la lógica de la segunda vuelta es claro que Funes necesita que alguien lo frene. Y el FMLN, el partido al que Funes no ataca, es el que necesita crecer en las urnas para que la segunda vuelta sea inevitable.
¿Tiene sentido pensar en un Funes asociado con Saca? Sí. Con el Decreto 743 comenzaron a ser más evidentes los acercamientos entre el presidente y Saca o su principal operador, Herbert Saca, como lo consignó El Faro. La otra señal: un proyecto de continuidad de la presidencia Funes —el Movimiento para la profundización de los cambios— que tenía como abanderado a Alex Segovia, actual Secretario Técnico de la Presidencia, fue un cohete soplado. Funes desechó a Segovia y, según explican fuentes allegadas a la Secretaría Técnica, el elegido para perpetuar su sello es Saca. No hay nada mejor para Funes que emplear todo su capital político para debilitar a las extremas y fortalecer la tercera vía.
Carlos Martínez: Esta será una campaña de voto duro: dos candidatos presidenciales que no tienen mucho de sexy —políticamente hablando, desde luego— ni siquiera para todos los seguidores de sus respectivos partidos: el último de los comandantes guerrilleros que representa todo lo que el FMLN intentó dejar de representar en la campaña presidencial anterior; y un candidato arenero gris, timorato, poco confiable para los inversionistas —por no ser inversión segura— tradicionales de ARENA. Los partidos intentarán —lo están haciendo— ondear sus banderas, cantar sus himnos, recordar viejos tiempos…
En ese fervor ganará el que consiga una maroma audaz, capaz de convencer a los indecisos que hay una chispa —distinta a la esperanza, que es mucho pedir—, un matiz, una entonación que permita pensar que tiene sentido esperar que ese candidato lo hará menos peor que el otro; es decir, el que consiga convencer a los indecisos que es una opción menos trágica que la opción que representa el otro.
Aunque parezca difícil para Saca llegar a la presidencia, él siempre gana. El asunto es cuánto gana y eso dependerá de lo desesperados que estén los otros dos candidatos para comprar una carísima alianza que pueda inclinar la balanza en segunda vuelta, aunque sea un poco.
Mauro Arias: Ganará Salvador Sánchez Cerén. El FMLN tiene el sartén por el mango de los programas masivos de asistencia social del gobierno. El reparto de la semilla mejorada y de abono para agricultores pobres, la entrega de útiles y uniformes escolares y leche son programas que tocan la vida cotidiana de decenas de miles de personas. Desde el ministerio de educación, Sánchez Cerén y el Frente han procurado ligar la imagen de su candidato al de los programas escolares. Los otros candidatos tratan de sacar provecho de esos programas sociales y prometen continuarlos o incluso mejorarlos.
Otro pilar de mi pronostico es el actual poder económico del FMLN. Si en las presidenciales de 2009 el Frente arrolló a Arena en presencia mediática con una campaña igual o más millonaria, ahora la campaña del FMLN será aún más costosa.
¿Y los otros dos candidatos? Para ganar la alcaldía capitalina Norman Quijano hizo un agotador trabajo de calle. Hoy Quijano no luce tan lleno de energía. Incluso ha estado enfermo. Su discurso, cuando es espontáneo, es un desastre y a menudo ha metido las patas ante preguntas de un periodista. En cuanto a Antonio Saca, no ganará porque su propuesta de acabar con la polarización no atrae a la mayoría de los salvadoreños, que prefieren el estilo confrontativo que él mismo utilizó cuando era parte de Arenay amenazaba con el petate del muerto del comunismo.
José Luis Sanz: Sorprende que a estas alturas no haya un favorito del todo claro. Desde que el FMLN presentó a Salvador Sánchez Cerén como candidato, Arena ha jugado con ventaja. El Frente compite en mejores condiciones que en 2004 porque su victoria en 2009 derribó algunos tabúes anticomunistas y porque la maquinaria de propaganda y clientelismo del Gobierno le sopla a favor —o al menos no en contra—, pero al postular a un excomandante reactivó el recelo de quienes ya se negaron antes a dar la presidencia a Facundo Guardado y Schafik Hándal.
En teoría, para ser presidente Norman Quijano solo necesitaba reengrasar el motor arenero, replicar el tono optimista de su campaña municipal de 2009 y capitalizar el descontento de los votantes de centro derecha y centro izquierda con el gobierno de Funes. Saca, con el lastre de su mal gobierno, no debería haber sido un problema para Arena.
Pero Quijano se ha mostrado débil dentro de su partido —un partido aún descompuesto— y dubitativo fuera de él, aunque su oposición pública a la tregua le haya generado algún rédito. Con mejores cartas que el resto para llegar a segunda vuelta y ganar, le ha faltado actitud y propuesta. Por eso Saca aún tiene ilusiones y el Frente conserva opciones de victoria. Quijano vencerá si no hay sorpresas, pero parece decidido a dejar abierta hasta el final la rendija de su posible derrota.
Sergio Arauz: El que diga cosas gana. Esta campaña presidencial es rara y la ganará aquel partido que rompa la inercia de mandar mensajes huecos. Esta competencia es gris en mensajes, aburrida en casi todo. Ninguno de los competidores quiere decir mucho de demasiadas cosas que en este país son importantes. La tregua, el narcotráfico, la dolarización —desdolarización— y una corrupción que cada día es más difícil de ocultar, son solo algunos de los temas que están evitando discutir con seriedad todos —todos— los candidatos.
Va a ganar aquel que se atreva a decir algo. Aquel que se ponga del lado de los que reclaman transparencia. Ganará el candidato que despierte la credibilidad en las capas medias, que ya han probado que pueden inclinar la balanza, como ocurrió en 2009 con Mauricio Funes y esos 60 mil votos que le dieron el triunfo. Es probable, que a fuerza del músculo de militantes —voto duro— los dos partidos mayoritarios se vean obligados a revelar sus verdaderos planes en el último tramo de la competencia, la segunda vuelta.