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Plática con Andrés Guttfreund, cineasta salvadoreño

“El Óscar lo guardé por muchos años en un clóset”

Diego Murcia / Fotos de Luis Velásquez

Andrés Guttfreund puede jactarse de ser el único salvadoreño en tener un Óscar sobre su escritorio o junto a la chimenea, al que le cuelga escapularios para que no luzca tan ostentoso ante los ojos de los visitantes que llegan a su casa. Hijo de judíos que hicieron fortuna como comerciantes en El Salvador, en aquellos años en que en Alemania empezaba a crecer el fuego del nazismo, Guttfreund representa al salvadoreño que desea ver a su nostálgica patria como cuna de arte. Una cuna que no se deja arrullar por su propia resistencia a lo nuevo y a lo desconocido. Pese a estos desánimos, él quiere hacer crecer a la industria nacional del cine produciendo largometrajes y hasta sueña con traer al actor nominado al Óscar por mejor actor Viggo Mortensen. En su vida relacionada con las artes escénicas ha tenido el privilegio de trabajar con leyendas como Lawrence Olivier y Roberto Rossellini. Y es esa experiencia la que quizás le da más autoridad y seguridad para expresar su sueño: que este país pueda llegar a producir entre siete y nueve películas buenas al año. Solo entonces, dice, se podrá hablar de una época de oro del cine salvadoreño.
ElFaro.net / Publicado el 2 de Octubre de 2009

¿Usted nació en El Salvador?
Sí.

¿Y por qué ese apellido?
Mi padre era alemán, él se vino de Alemania a los 19 años, porque uno de los tíos abuelos de él había empezado un negocio en 1888 en San Salvador y cuando querían crecer el negocio, le dijeron a él que si quería venirse por contrato de dos años y que viera si le gustaba y le encantó y se quedó. También vino Hitler. Eso ayudó a que él tomara sus decisiones...

Cuando dice “vino Hitler” se refiere a que Hitler llegó al poder...
Sí. Él se fue de Alemania antes que Hitler supusiera una amenaza seria. Él se vino y una vez que estaba aquí, se hizo seria la cosa allá, entonces él no solamente se quedó, sino que tuvo que sacar a sus padres cuando ya estaban, no en campos de concentración, sino de detención, y les habían quitado el negocio, todo lo que tenían en la banca. Entonces el único país que en ese entonces estaba vendiendo visas era Brasil y mi padre los sacó, fue, se regresó a Alemania yellos estaban vendiendo gente, uno podía comprar gente y sacarla. Lo único que les interesaba entonces era la propiedad y el dinero. Entonces él pagó a los alemanes para sacarlos y después pagó por la visa para llevarlos a Brasil. Cuando mi padre fue a visitar a sus padres en Alemania, conoció a mi madre y se la trajo a El Salvador. Ella era de Rumanía, pero estaba viviendo en Brasil en ese entonces.

¿Qué negocio tenían acá?
Aquí estaban en la casa Goldtree.

¿Goldtree Liebes?
Así es. Entonces, él se hizo eventualmente socio de casa Goldtree, y se quedaron acá hasta que hubo el secuestro de Ernesto Liebes y entonces ahí se les dijo que mejor se iban del país y se fueron. Y por un rato no era conveniente que regresaran. Yo estudié... primero fui a bachillerato en Arizona, en una escuela muy progresista, donde teníamos que vivir con los Navajo, los Suni y estudiar antropología y ayudar a construir los edificios y donde sólo se empleaba a dos personas y el resto del trabajo lo hacían todos los estudiantes, dos horas al día, pero también los estudiantes tenían que aprender español. Y teníamos que vivir con familias en México en lugares diferentes, así que todos los estudiantes con los que yo estudié aprendieron español. Y de ahí me fui a sacar... me fui a la universidad de Boston y luego me fui por un año de universidad a Israel. No sabía qué quería estudiar, así que me fui a una granja colectiva y ahí me enamoré del teatro y cuando regresé a mi universidad resulta que tenían un departamento de teatro excelente, me metí al teatro y me empapé. Después que saqué mi licenciatura, se me invitó a ir a Inglaterra a sacar mi maestría en teatro en Londres, en un programa  integrado a los museos a donde tienen todo el vestuario y todo el mobiliario de todas las épocas. También con los actores en el National Theater Company y en el Royal Shakespeare Company... y Lawrence Olivier, que fue un gran actor, fue profesor nuestro y fue un año fabuloso. Y después de ese año me habló Walter Béneke, que estaba como ministro de educación.

¿Para qué le habló?
Me dijo que el país había sido muy bueno con mi familia y que ya era tiempo que yo hiciera algo por El Salvador.

¿Qué le pedía?
Me dijo que si quería ir a trabajar en el museo o si quería trabajar en Televisión Educativa y entonces yo no sabía nada de televisión o de educación en ese sentido, pero la televisión por lo menos tenía vínculo al teatro, entonces le dije que con gusto, me encantó la idea. Y me dijo: “No importa qué sepás y qué no sepás, por lo menos yo sé que no te vas a robar el dinero”. Él era muy seguro de sí mismo y también muy autócrata, era brillante y visionario en el sentido de lo que quería hacer y él consiguió millones de dólares de Lyndon Johnson y de la Alianza para el Progreso, para que El Salvador fuera el primer país en el mundo que tuviera una red de televisión educativa totalmente nacional. Porque se hizo un estudio, y Walter lo hizo, enseñando que El Salvador tenía la mejor infraestructura y que una televisión educativa podía llegar a todos los pueblos, a todas las escuelitas y así darle oportunidad a gente que no era urbana y al profesor de poder dar ayuda para que el nivel de educación subiera y sirviera a todos.

Algo como un Natgeo de ahora...
Cabal, yo estuve a cargo de las licitaciones para comprar el equipo y también para gastar para asesores, para traerme a gente que no sólo le enseñaría al personal cómo utilizar las cámaras, sino también cómo repararlas, porque eran cámaras caras, de aquellas enormes, y entonces, en vez de mandarlas a Los Ángeles a que se repararan, queríamos que ellos aprendieran cómo repararlas aquí y cómo hacer cine y TV de abajo para arriba, que se supiera todo. Y también un departamento de cine. Y comprar cámaras de cine. Teníamos un equipito de cinco personas. Y la mayoría de ellos se volvieron del grupo “cinero” de la guerrilla, eventualmente.

Por ejemplo, ¿quiénes?
Mi memoria para nombres es mala. 

¿Qué pasó con ese proyecto? Si uno ve en retrospectiva, cómo está la televisión educativa ahora, no sé si la ha visto...
No.

Hay gente que se queja de que ha quedado estancada en aquellos años, que no avanzó.
Le voy a contar una cosa que pasó: cuando yo estaba buscando asesores, fui al American Film Institute, que en Los Ángeles es el conservatorio de Estados Unidos para cine, donde se saca únicamente la maestría y especialmente en esos días y fui a donde el jefe del instituto y le pedí que por favor me recomendara asesores que pudieran español y que pudieran venir dos semanas, dos meses, tres meses, para poder adiestrar al personal. Él inmediatemente dijo: Mira, uno de mis mejores amigos, por casualidad, es Roberto Rossellini, uno de los grandes directores de cine italiano, uno de los padres del neorrealismo y Rossellini le había hablado por teléfono a Antonio Bellani, que era el jefe del lugar, diciéndole que él había leído que en El Salvador se estaba haciendo televisión educativa a nivel nacional y que a él le interesaba muchísimo venir a visitar esto y, entonces, yo le hablé inmediatamente a Rossellini... hablé con Irma Lanzas primero, le dije que lo trajéramos y él pasó una semana con nosotros.

¿En qué año ocurrió todo esto?
Esto fue en el 71 o 72. Uno de los dos.

¿Y dónde se alojó Rossellini?
Bueno, Roberto Rossellini se quedó en un motel. Pero lo que pasó fue que vino y él tenía una teoría de cine que era, como él lo era, bastante italiana y marxista. Según él, la razón por la que había tanta violencia en el mundo en desarrollo era que a la mayoría de gente no se le daba la oportunidad de hablar ni comunicar, sino que todos los sectores urbanos eran los que hablaban por ellos, por la mayoría. Por ejemplo, si nosotros queríamos hacer un reportaje sobre algo que estaba pasando en la zona rural, nosotros mandábamos un equipo urbano a hacer un reportaje con su interpretación de lo que estaba pasando ahí. No se conocía a nadie que viviera ahí. No se sabía, pues, quién nos iba a decir la verdad o no. O quién tenía buen sentido del humor o carisma para estar en cámara y quién no. La idea de Rossellini era que uno debería ir ahí y que no importaba si lo que salía se veía bonito, si se veía profesional. Lo importante era darle su oportunidad, ya que la historia era de ellos, a contarnos a nosotros cuál era el dilema de ellos, y que ellos conociendo a los personajes, que lo que iba a salir de ahí, no solo era genuino sino que ellos iban a sentir que nos estaban hablando a nosotros y no solo recibiendo lo que nosotros les dábamos. Y, entonces, según él, entre más gente piensa o siente que se les escucha, menos necesidad hay de gritar y de pegar.

¿Y cuál fue la impresión de Rossellini cuando entró en contacto con El Salvador? 
Bueno, hicimos giras, dio charlas. Estuvimos muy impresionados. El problema era que una vez que llevábamos esta idea, Carlos de Sola, “Mamuco”, que estaba en Concultura entonces... era un verdadero valor nacional, a él le debemos muchas de las grabaciones... a los 14 o 15 años, él se iba a grabar a los cuentistas que quedaban que podían contar en náhuat, y tenemos cintas y cintas... Yo creo que Roberto Huezo tiene muchas, pero también están en San Andrés, en el museo,  a donde él, también, grababa el pito y el tambor. La poca música náhuat que quedaba, él la grabó cuando niño. Y es una lástima que se nos murió a los 27 años, de cáncer. Pero las ideas, la visión suya... yo sabía que si algo como esta idea de Rossellini venía al país, yo se la podía llevar a Mamuco y él se iba a entusiasmar y quizá podíamos hacer algo.

Sus amigos de ese entonces parecen ser lo que algunos llaman los ricos de siempre... ¿Usted pertenece a esas familias ricas?
Yo no. Nosotros... a mí se me llamó cuando estuve recaudando fondos para Rubén Zamora, en Los Ángeles... a mí se me mandó una carta donde se me llamó abiertamente “traidor a la clase mercantil”, que eso ya es una género nuevo. No, los judíos aquí nunca fueron terratenientes. No, nosotros teníamos tiendas de telas, de abarrotes, eramos distribuidores, no sembrábamos café, lo comprábamos... Así que eso de la clase mercantil era cierto, je, je, je, pero eso de ser traidor a la clase mercantil es otra cosa.

¿Y quién lo llamó así?
De eso... ¡ustedes lo entrevistaron!