El Ágora /

“Siempre he sido algo insurrecta”

Estudió solo en colegios de monjas y de ahí, con las enseñanzas de su papá dando vueltas por su cabeza, terminó enrolándose en las FPL cuando tenía 17 años. De esa vida de clandestinidad durante la década de los años 80, poco se conoce. Y de esa vida habla Margarita Posada, una de las caras visibles de los movimientos sociales en temas de salud en los últimos 15 años.


Miércoles, 9 de marzo de 2011
Efrén Lemus y Rodrigo Baires Quezada. Fotos: Frederick Meza

Margarita Posada. Foto Frederick Meza
Margarita Posada. Foto Frederick Meza

A Luz Margarita Posada (Santa Tecla, 1962) le gusta bromear. Lo hace como si no quiere, dibujando una expresión de seriedad en el rostro, forzando los músculos alrededor de la boca y lanzando alguna frase irónica, alguna broma suelta o algún guiño que termina siempre con una risa. Así, como si no quisiera hacerlo, como si no quisiera romper nada en un estante lleno de copas de cristal. Pero eso lo hace en privado. En público, se le ha visto gritar, pegar, pelear y hasta pararse frente a una motobomba de agua de la UMO, durante una de las marchas blancas contra la privatización del sistema de salud pública.

“¿De dónde sale Margarita Posada?”, preguntamos. Y “la Tuti”, como le decían sus hermanos y compañeras de los cuatro colegios de monjas por donde pasó, nos hizo un recorrido por esa parte de su vida que públicamente no se conoce tanto. De las enseñanzas de su padre –“un revolucionario”, lo describe-, de su incorporación al “Bloque”, a principios de los años 80, y de la última etapa de su vida, ya dentro de los movimientos sociales vinculados al tema de la salud pública. “No apareciste por generación espontánea, pues”, le decimos en son de broma. Ella suelta una risa: “Yo vengo de una familia con un papá súper revolucionario. Mi papá, Luis Alonso Posada, influyó en mi manera de pensar…”

… Él era abogado y fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia (CSJ).
Sí, fue magistrado. Era un revolucionario. Aunque él decía que era social demócrata, fue fundador del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), junto al doctor Guillermo Ungo. Pienso que fue más consecuente y más revolucionario que un montón de personas que se ponen ahora la camiseta del Ché. Tuvo muchos cargos públicos: Gobernador de La Libertad, alcalde de Santa Tecla por dos períodos y magistrado.

¿Por qué partido?
Por la Unión Nacional Opositora (UNO), que era el MNR, el Partido Demócrata Cristiano (PDC) y la Unión UDN, que era el brazo político electoral del Partido Comunista. A principios de los años 70, él fue alcalde de Santa Tecla. Era un luchador por los derechos humanos y estaba muy vinculado con el trabajo de comunidades… Cuando estaba chiquita, mi papá me llevaba a las comunidades, a los tugurios, cuando iba a reuniones y me dejaba jugando con los niños de ahí, los hijos y las hijas de los señores con que se reunía. Eso me fue sensibilizando.

¿Cómo?
Es que decía cosas como: “Me cayó mal el desayuno”. Y ellos me preguntaban qué comía y les daba el menú. “¿Y ustedes?”, les preguntaba y le decían que no comían, por ejemplo. Ese tipo de cosas influyó en mi manera de pensar desde que estaba en el colegio.

¿En qué colegio?
Yo estudiaba en el Instituto Betania.

¡Un colegio de monjas!
¡Y conservador!

De esas de hábito completo…
… Todavía, de las que se tapan completamente el cabello y todo. Estudiaba ahí y, por ejemplo, cuando estudiaba ciencias sociales, mi papá me tomaba la lección. Recuerdo especialmente una vez que me preguntó sobre qué iba a hablar al día siguiente y le dije que sobre el general Maximiliano Hernández Martínez. “Dame la lección”, me dijo. Tenía 10 ú 11 años y empecé: “El general Maximiliano Hernández Martínez era un hombre muy respetado que luchó por la democracia…”. Él era chele, bueno le decían “el Chele” Posada, y se puso rojo. “¡De dónde has sacado eso!”, me dijo. “Aquí dice en el libro”, le dije. “Vení, te voy a decir la verdad y la verdad es lo que vas a ir a decir mañana al colegio.”

¡Al Betania!
Bueno. “Maximiliano Hernández Martínez fue el peor asesino que ha tenido este país. Fue un militar desgraciado que mató 30 mil obreros y campesinos”, me dijo.

¿Y eso lo dijo en el Betania?
Sí. Al siguiente día, cuando me iban a tomar la lección, yo estaba levantando la mano desde el principio porque, para mí, yo sabía más que todas mis compañeras.  Y digo lo que me dijo mi padre y, por supuesto, que mandaron a llamar a mi papá.

¿Y qué les dijo él a las monjas?
Que a sus hijos e hijas les iba a enseñar a decir la verdad, tuviera los costos que tuviera. A mí me daba temor las represalias en el colegio, porque esas las pagaba yo.

Ja, ja, ja.
Pero como él me decía: “No podés decir lo que no es. Eso es mentira”. Fueron ese tipo de cosas y la vinculación que desde pequeña tuve con la represión.


Sí, ponelé que para el golpe de Estado de 1972, mi casa fue cateada por la Guardia Nacional y ametrallada… Mi casa estaba más que quemada. Llegaban Fabio Castillo y Ungo…  Cada evento electoral y cada cosa que sucedía en Santa Tecla le tocaba a la casa del doctor Posada. Tenía 10 años… ¡ups, ya dije mi edad!

Ja, ja, ja.
Tenía 10 años y mi papá andaba en San Miguel cuando llegó la Guardia Nacional a la casa. Había una reunión de la UNO para analizar el golpe y ametrallaron los carros que estaban afuera.  A esa edad, aunque uno no está tan consciente de las cosas, pero ya captaba algunas cosas. Cuando empezaron a ametrallar la casa, me sacaron a mí y a mis otros tres hermanos por el techo y los patios de las casas de los diferentes vecinos. Cada quien salió por su lado y nos fuimos a casa de amigos. Sabíamos dónde vivía una tía o un amigo. Ya en la tarde nos comunicamos, nos juntamos y empezamos a hablar que había sucedido. La angustia de nosotros era que mi papá regresara de San Miguel a la casa y la guardia lo hubiera estado esperando. A esa edad, ya te imaginas la angustia que pasamos. De esa situación, mi hermana menor, que entonces tenía cinco años, resultó con diabetes… De la impresión y de la angustia, acabó diabética… Eso fue en las elecciones de 1972…

¿Fue la primera vez que tuvieron un incidente de esta naturaleza?
Que yo tenga conciencia que lo viví así, tan intensamente, sí. Sí en algunos momentos vivimos el hecho que mi papá tuviera que irse del país.

¿Por qué?
Porque era abogado y, en 1972, fue uno de los abogados que defendió  a “El grupo”.

¿“El grupo”?
Sí, la primera célula guerrillera del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), donde estaba Jorge Sol, Luisa Castillo… Y mi papá fue uno de los abogados que los defendió.  Por este tipo de situaciones, mi papá fue amenazado de muerte, tenía que salir del país y uno se quedaba… Eso te afecta cuando niño…

¿Nunca, pensando en función de ser hijo, recriminaste eso a tu padre?
No, en mi caso particular, no. Mirá, era una familia de clase media, digamos, más o menos en una situación cómoda. Pero teníamos una familia bastante conservadora. Alguna de las cosas que duelen de pequeño es, por ejemplo, llegar a tomar distancia con algunos primos y primas, con familia, que tenían otra manera de pensar o que simplemente no querían tener un vínculo directo  con nosotros. Esas son cosas que, sobre todo pequeño o adolescente, uno sufre.

¿No te parecía una incoherencia esa forma de pensamiento de tu padre con el colegio donde estudiabas?
Sí, porque era totalmente diferente. Mi hermano estudiaba con los maristas, en el Champagnat, y nosotras en el Bethania. Mi papá escuchaba Radio Habana Cuba y nos decía que Fidel Castro era un tipazo. Crecí escuchando sobre Fidel Castro y Salvador Allende. De ellos tengo anécdotas que ahora son divertidas…

… Por ejemplo…
… Por ejemplo, mi papá y mi mamá se casaron un 11 de septiembre. A Salvador Allende lo mataron un 11 de septiembre, también. Mi mamá era una mujer de hogar, ex alumna del Betania, dama de María Auxiliadora, del Club de León. Era de otro mundo y no tenía… Digamos, a veces, ni la misma visión de mi papá… Ja, ja, ja. De plano, era la unidad de contrarios. La cosa política no era su rollo. Para ella, sus aniversarios de boda eran algo sagrado y mi papá, que era el ser más despistado para esas cosas, tenía que recordarlo a ley. Pero sí, él siempre estaba pendiente de las fechas de las cuestiones políticas y de todo. La mesa era algo sagrado para mi familia, era comer todos juntos los tres tiempos, estar serios y era todo ceremonioso a la hora de la comida. El desayuno era como el informativo familiar y mi papá contaba las noticias. Para el segundo aniversario de la muerte de Allende, mi papá llega y dice: “Como pasa el tiempo”. Según mi mamá iba a hablar del aniversario de bodas. “Como pasa el tiempo de rápido, ¿verdad?”, dijo. Y mi mamá: “Sí, viejo”. “Hace dos años mataron a Allende”, dijo mi papá. Mi mamá se levantó de la mesa encachimbada, le reclamó que no se acordaba del aniversario de bodas e hizo un gran relajo.

¿Y quién salió a tu mamá?
Ninguno de los cinco… Ninguno es de ese rollo de ir a clubes sociales o de la vida social…

… ¿Cinco? ¿Cinco o cuatro hermanos?
Después del golpe de Estado de 1972, mi papá se escondió. No sé si fue sicológico o qué, después de eso yo no pude caminar como por un mes. Mi mamá me llevó a donde el pediatra, el doctor Rolando Domínguez Parada, que acaba de morir. Ahí estaba escondido mi papá. Mi mamá dice que no sabía que ahí estaba él (Hace una mueca con la cara, como fingiendo incredulidad). Total, de ese encuentro fugaz nace mi quinto hermano: Guillermo Napoleón. Sus padrinos: Guillermo Ungo y Napoleón Duarte.  Fue un hermano “postgolpe”.

¿Y seguiste en el Betania?
No, a mi me expulsan…

¿Por seguir con lo del asesino de Maximiliano Hernández Martínez o por andar con un novio?
Este… Ja, ja, ja… No… Quiero ver, después sí tuve novio.

Ja, ja, ja.
Estaba en séptimo grado, tenía 13 años… A mis hijos siempre les he negado que me expulsaron de los colegios

Je, je, je.
… Para no perder autoridad moral y ahora lo van a leer.

¡Pero ellos ya no están en el colegio!
Ya no, pero hay que ser coherentes.

Ja, ja, ja.
Me fui para el Fátima.

¡No cambiaste mucho!
No, el cambio de colegio me permitió conocer a Jorge Palencia.

¿“El viejo” Palencia?
Sí. Y yo con mis ideas izquierdistas y me los encuentro ahí… Como que se juntó el hambre con las ganas de comer. El viejo Palencia me invitaba a los conciertos y en ellos fui como encontrando la forma de hacer algo, de organizarme, de meterme…

… ¿Te metiste a la Juventud Estudiantil Católica (JEC)?
No, orgánicamente comencé hasta 1980. Ahí te estoy hablando de 1976… Del Betahnia me expulsaron en 1975.

Margarita Posada. Foto Frederick Meza
Margarita Posada. Foto Frederick Meza

Pero, no me queda claro porque la expulsaron.
Bueno… Era inquieta, pero lo normal. O sea, nada fuera de lo normal. Tenía 13 años y lógicamente uno a esa edad hace sus cosas en el colegio, cosas que son prohibidas para las monjas. A esa edad, lo prohibido era la tentación. En mi cartapacio tenía una foto de Fidel Castro. Era una gran fan de la Ángela Davids y de todos los movimientos revolucionarios. Lógicamente, tener a Fidel en mi cartapacio del Bethania… Recuerdo que decía “Cuba Cuba hermana nuestra”. Yo me sentía feliz, orgullosa de cómo lo había forrado.

Puedo entender que tu papá se sintiera orgulloso, pero tu mamá, no tanto.
Me decomisaron el folder y, el día que me expulsaron, se lo entregaron a mi mamá. Me dijo: “Aquí quien hubiera venido era tu papá. Por culpa de él tengo que venir a soplar el que te expulsen. ¡Tomá esto!”, me dijo y me tiró en la cara el cartapacio. ¡Plás! Y bueno…

En el Fátima duró un año solamente. Fue parte de un grupo que hicieron una campaña contra un profesor que acosaba sexualmente de alumnas. Ella, con 14 años, era la más pequeña de ese grupo y se encargó de hacer los carteles de denuncia y pegarlos. “Todo el colegio estaba llenos de carteles”, recuerda. Las monjas supieron que fue ella y la amenazaron con expulsarla. “Pero no pudieron… Es que detrás de mí había toda una organización de alumnas y profesoras”, recuerda y dibuja una gran sonrisa.

¿Te expulsaron?
Me dijeron que si no quería que el profesor me diera clases, que me cambiara de colegio. Les dije que no y la directora en funciones me dijo que me iban a expulsar.

¡Otra expulsión no conocida en la familia!
Sí, mi mamá lo sabía. Bueno, le dije, si me expulsa, va a haber huelga. Ese era el acuerdo: si tocaban a alguien por el movimiento, a una de nosotras, iba a ver huelga de octavo, noveno y bachillerato.

¿Cómo?
Sí, eso habíamos acordado. No me expulsaron, pero no me aceptaron para el siguiente año… Y me fui al Colegio Santa Inés, donde hice noveno grado. Era 1977, fue el otro proceso electoral y de nuevo los atentados a la casa de mi familia. La misma noche, ametrallamiento en mi casa. Nosotros nos íbamos de la casa donde mi abuelita y mi papá, salía del país. Para entonces ya tenía novio… Bueno, desde séptimo…

¿No que no tenías novio en el Betania?
Es que fue en las vacaciones, je, je, je. Vino el susodicho novio y decidió quedarse cuidando la casa. ¡Y no se lo levanta la guardia!

¡La gateada más cara del mundo!
¡Más dura y más triste!

¡Eso fue peor que si lo hubiera agarrado el suegro!
Estuvo un  mes preso. Eso fue porque en mayo de 1977 fue el secuestro de Mauricio Borgonovo Pohl y decían que de la casa había salido el plan para hacerlo. Mentiras, mi papá nunca anduvo con alguna organización política militar.

¿Nunca?
No, él era simpatizante del ERP. En momentos álgidos de la represión, gente del ERP se escondía en la casa.

¿Por ejemplo?
Janeth Samour, la comandante Filomena, que la mataron en 1986, y su compañero, Carlos García. Y mi papá les alquilaba casas. Sé que cuando él fue alcalde de Santa Tecla, en la imprenta se imprimían volantes…

…. ¿En la imprenta de la alcaldía?
… Bueno, mi papá ya murió, en 1983, así que no lo pueden topar en la Corte de Cuentas…

… Ja, ja, ja.
Sí… Además, era por algo bueno. Entonces, crecimos aprendiendo de esas experiencias. Incluso, nos cambiábamos el nombre.

¿De pequeños?
Sí, porque nos íbamos, con mi mamá, a escondernos a otras casas. Una vez nos fuimos a vivir con una familia, allá por un ingenio en Apopa. Entonces, no podía decir que me llamaba Margarita Posada… Me llamaba Sandra Blanco.

Del Santa Inés saltó a la Sagrada Familia –“Cuatro colegios… Ahí terminé mi bachillerato”, recuera- donde se encontró con Mauricio Funes –“Era mi profesor de letras y nos daba material sobre la realidad nacional para leer”, recuerda-, Walter Suleta y siempre “el viejo” Palencia. Fueron necesarios más de tres años y un exilio a Costa Rica para que Margarita se incorporara activamente en lo que después sería el FMLN. Llegó a las filas del Bloque Popular Revolucionario (BPR, conocido a secas como “el Bloque”), se hacía llamar “Luisa” y, en sus palabras, entendió que la lucha armada era la única solución al conflicto social del país. Nunca agarró las armas, su trabajo fue más “financiero”, pero todavía ahora defiende el camino armado como una opción válida cuando todos los caminos institucionales se cierran.

Tu gran referente es Luis Posada, tu papá. Un abogado que nunca vio la lucha armada como solución…
Nunca la vio como alternativa. Ese fue mi pleito con él. Me afilié al Bloque en 1980… (Mira a Frederick Meza, fotoperiodista, y le reclama que no la vaya a sacar mal en las fotos. “Avisame”, le dice, esconde el estómago y suelta una risa)… La persona que me reclutó fue Jorge Palencia, “el Viejo” Palencia. Me pusieron un contacto, que tenía que ir al Teatro Nacional y preguntar por Godofredo Bonilla… ¡Y yo siempre andaba en carro! A mí me llevaban y me traían, me pagaban microbús para ir al colegio y no sabía andar en bus. A mi mamá le pregunté cómo ir al teatro en bus. “¿Y qué vas a ir a hacer?”, me dijo. “A traer unos cuadros porque vamos a hacer una galería de artes y a mí me toca hacer eso”, le dije. El tal Godofredo me llevó a San Jacinto y quedamos en una nueva reunión. Estaba súper emocionada porque me había organizado.

Pero a las FPL y no al ERP, con quien habías tenido contacto desde chiquita.
A esa edad veías las organizaciones con la que más simpatizabas. No veías tanto la línea política y esas cosas. Yo era del Bloque, era FPL, era una gran admiradora de Cayetano Carpio, alguien a quien mi papá también conocía.

Carpio defendía la lucha armada…
… Sí, y yo también pensaba que la alternativa era la lucha armada. Empecé a tener contradicciones con mi padre por eso. Para el golpe de Estado de octubre de 1979, ya tenía la influencia del Bloque y ya se sabía que mi papá iba a ser magistrado de la Corte Suprema de Justicia (CSJ). Que incluso le proponían ser parte del gabinete de gobierno después del golpe. Los compañeros me decían: “Decile a tu papá que no sea vendido”. Mi tarea era convencerlo de que no se metiera. Le decía: “Papá, aquí no ha cambiado nada. ¿Cómo es que va a estar en un gabinete manchado con sangre? Aquí solo la lucha armada, solo la lucha armada”. En marzo de 1980, cuando era parte de una comisión que veía los casos de desaparecidos y presos políticos, renuncia a la Corte. Hoy veo que fue muy coherente con su pensamiento: renunciar a un cargo que, en aquella época, eran tres mil colones, siempre anteponiendo sus principios.

Y uno de sus principios era un no a la lucha armada… Y tú, al contrario, sí creías en la lucha armada…
Creo, creo, creo que la lucha armada es la expresión más álgida de la lucha política. Sí creo en la lucha armada: cuando los pueblos no tienen otra alternativa de ser escuchados ni de cambiar las estructuras, siempre es viable la lucha armada.

Margarita Posada. Foto Frederick Meza
Margarita Posada. Foto Frederick Meza

¿Agarraste las armas?
No, porque nos fuimos en octubre de 1980 para Costa Rica… La disposición de que en algún momento determinado te dijeran que te ibas a una estructura militar, siempre la tuvimos todos. Pero, no sé si lamentablemente o favorablemente, nunca decidieron mandarme al frente. Bueno, 1 de mayo  de 1980, ametrallaron la casa…

… ¡Otra vez!
Sí, pero además los escuadrones de la muerte nos pusieron la mano blanca… La UGB (Unión Guerrera Blanca). El 12 de mayo, pusieron una bomba que destruyó la tercera parte de la casa y pasaron ametrallando después. Todo estaba destruido, llegó la prensa y la Guardia… A investigar qué había pasado (suelta la frase, hace señales de comillas con sus manos y guiña un ojo).

Ja, ja, ja.
Mi papá estaba dando declaraciones a la prensa con la Guardia enfrente. Recuerdo que dijo: “Ellos creen que me van a amedrentar en mi lucha. Lo único que esto me indica es que voy por el camino correcto”. En octubre... Nos fuimos en calidad de asilados políticos a Costa Rica. Como ya estaba conectada, “el Viejo” Palencia me dio una cartita para el padre Benito Tovar, que era el coordinador de las FPL en Costa Rica y de la Coordinadora Nacional de la Iglesia Popular (Conip). “Allá coordinate con Benito y le entran al trabajo exterior”, me dijo. Como mi papá era del colectivo de conducción del FMLN-FDR, le pedí que me contactara con Benito Tovar, porque no me habían dado teléfono ni nada. “¿Para qué querés hablar con él?”, me preguntó. “Mire, es que yo soy de las FPL”, le dije. (Hace otra mueca con el rostro, dibuja una cara de asco y continúa) Mi papá no soportaba a las FPL, era lo peor que lo podía pasar. “¡Son unos sectarios! ¡Se creen los non plus ultra, los marcialistas!”, decía. ¡Era lo peor que le podía pasar!

Ja, ja, ja. ¿Y no era así?
Tuvimos muchas contradicciones por eso. Yo era de lucha armada, de la lucha revolucionaria; él, de lucha político electoral.

Al final de cuentas, era un jurista, creía en las leyes.
Pero ya en Costa Rica me terminé de organizar en lo que llamábamos el Bloque Popular de Solidaridad. Hicimos un trabajo importante. Yo siempre en el área de finanzas, viendo cómo conseguíamos recursos con la cooperación internacional.

“Cooperación internacional”, así entre comillas.
Sí, era una cooperación totalmente política, pues. Y trabajé con los refugiados salvadoreños, para que desde su trabajo apoyaran el proceso en el país.  Hacíamos trabajo de solidaridad, atendíamos colectivos de estudiantes y partidos políticos. Para 1986, me mandaron para México, donde estuve en la oficina de gestión internacional de los poderes populares locales de la FPL. Y a finales de 1988, estaba en El Salvador, de nuevo, siempre en la estructura de finanzas de las FPL y hacer solo trabajo clandestino.

¿Y el trabajo que te servía de fachada?
No, no tenía. Me tocaba entregar los presupuestos del Volcán y del Frente Occidental. Hacíamos embutidos y todo, y entregábamos los presupuestos.

¿Presupuesto es igual a pisto?
Ya fuera en embutidos de maicena, de leche, de corn flakes… De un montón de cosas. Todo iba camuflageado de compras. Y teníamos nuestros buzones, nuestros contactos… Pero yo estaba solo en la estructura clandestina… Y después, bueno… Siempre he sido algo insurrecta. Tuve muchas contradicciones y me castigaron: me mandaron al mundo de las ONG’s, a donde estoy todavía.

¿Eso cuándo fue?
En 1989, a mediados de 1989. Me mandaron a la Fundación Promotora de Cooperativas (Funprocoop).

¿Por qué eso era un castigo?
Porque dije que no quería trabajar más con mi responsable. Era una compañera con la que tuvimos contradicciones… Se llamaba… Su seudónimo era Carmen.

Una estructura verticalista.
Sí, claro, claro

Un informe que no iba a caminar, pues.
No, fijate que sí, porque entonces le dije: “Con vos no puedo trabajar.”

Igual te castigaron, pues.
Sí. Le dije: “Con vos no puedo trabajar y he hecho un informe, en el que he puesto por qué”.
“Dámelo”, me decía, “lo voy a canalizar”. “No, no te lo voy a dar. Quiero una reunión con otra gente de la estructura”.  Y me dieron la reunión, entregué el informe y todo, pero entonces me dijeron que no tenía el nivel para estar en lo clandestino. Claro, estaba  cuestionando una estructura vertical que, a mí me parecía, abusaba de cosas. Me mandaron a Funprocoop, donde comencé a tomar el trabajo con repatriaciones.

Margarita Posada. Foto Frederick Meza
Margarita Posada. Foto Frederick Meza

¿Siempre con las FPL?
Por supuesto, con el FPL en Chalate. Y empecé a trabajar viendo proyectos para las repatriaciones para Guarjila, San Antonio Los Ranchos, San José Las Flores, Arcatao… Toda la zona de Chalatenango apoyando repatriaciones y repoblaciones internas. Digamos que ya en esa nueva situación, igual me cambiaron de colectivo… Tuve otro responsable interno.

¿Y ya no pensaste en regresar a la estructura clandestina?
No.

Es una equivocación mía, quizás, pero siempre he pensado que el intelectual y el artista, por ejemplo, mientras no agarrara un fusil no valía dentro del FMLN…
… Pienso, por ejemplo, que dentro de la estructura de finanzas donde habían estructuras políticas importantes…

¡Ajá, por ejemplo!
Casi nunca hablo de las cosas que hice en esa época… Creo que siempre hay que tener un as debajo de la manga porque nunca se sabe.

¿Todavía, a 19 años de los acuerdos de paz?
Sí, hay cosas que no hay que quemar… Pienso que hay cosas que no hay que quemar, porque era de una estructura importante.

¿Qué puesto ocupabas dentro de ella? ¿Estaba a cargo de ella?
No, no, no… Mi responsable, un tiempo, fue un compañero que hoy es diputado, el padre David Rodríguez. Después, otras compañeras.

¿Cómo se viviste la muerte de Marcial?
Fue un momento muy duro para las FPL.

El asesinato de la comandante Ana María y la muerte de Marcial marcan un ante y un después en las FPL, del FMLN.
Las FPL tenían la virtud de que nos daban formación política…

… ¡El Partido Comunista (PC) también daba formación política!
Sí, pero en las FPL se tenía una estructura de cuadros con formación político militar. A mí me mandaron a muchas escuelas de las FPL…

¿En Guanacaste, Costa Rica?
No, nunca estuve ahí…

¿En dónde?

¿Otro as bajo la manga?
No, no… En Nicaragua… La formación política militar y que estuvieran prohibidas las tendencias, siempre hablando de una solidez político ideológica, también ayudó. Siento que esa cohesión fue la que permitió, después de esos sucesos, no se desintegrara.

¿Y Marcial?
Pienso que la historia debe de buscar la verdad sobre lo que sucedió. Objetivamente, no hay nada probado… No hay nada probado para poder decir que Marcial mató a Ana María o que no la mató.

Hay gente juzgada por eso, aunque el tribunal nicaragüense absolvió a Marcial de ello.
Sí hay gente juzgada, actores materiales. Muchos de ellos están acá. Pero para juzgar a Marcial, no hay elementos. Un valor que hay que tener es el de la justicia. Nadie puede negar que Marcial fue quien dio un salto cualitativo a la lucha del país cuando se planteó la lucha armada como vía. Su ruptura con el PC y la estrategia de guerra popular prolongada, de alguna manera, es lo que permitió todo el trabajo de acumulación y organización que hizo las FPL.

Justicia. Estuve leyendo “Grandeza y miseria en una guerrilla”, de Giovani Galeas y Berné Ayala, donde se habla de otro suceso: los asesinatos en el frente paracentral.
Esa es otra de las historias negras y que hay que asumirlas con responsabilidad… O sea, Mayo Sibrián fue… fue un… un paso negro en la historia de las FPL.

Siempre se dijo que las FPL era la organización más fuerte del FMLN. Tras los 19 años de los acuerdos, ahora hay gente de las FPL que se queja de que se perdió esa fuerza.
Creo que fue error estratégico renunciar a los partidos políticos en el FMLN… El disolverlo…

… Aunque la gente siempre dice que pertenece a una de las cinco fracciones…
... Sí, pero eso ya no existe. Existe la identidad, porque así nos conocemos.

¿Por qué fue un error estratégico?
Porque creo que la fortaleza del Frente era la individualidad de cada partido.

¿No es fuerte el FMLN?
Es un partido fuerte, pero pienso que sería mucho más fuerte si se hubiera respetado la identidad de cada una de las organizaciones que lo conformaban. Era una alianza estratégica, política e ideológica.

Tras eso, alguna gente se sale del FMLN.
¿Se sale o los salen? De todas las organizaciones se salió gente… Tal vez menos del PC, ¿vea? (Tuerce la cara y mira hacia el cielo falso)

¡Ja, ja, ja!
Bueno, poquita gente de la cúpula del ERP está en el Frente… Hablo a nivel de cúpula, la gente, ahí sigue. Lo digo porque como ahorita soy la coordinadora del Foro nacional de salud ando, a nivel nacional, en el municipio y con la gente. Me da especial identidad ir a Morazán, donde están las bases del ERP.

Digo, se sale gente porque no les gustó ese cambio en el FMLN y otros, porque tenían otros intereses… La cúpula del ERP, por ejemplo.
En el caso del ERP, con todo lo que se pasó durante la guerra, es duro tener un Joaquín Villalobos para la gente que perdió cuatro hijos… Tener a personas que se han volteado tan radicalmente, como los hermanos Galeas, por ejemplo. Muchos nos metimos tan conscientes y convencidos de que en un momento determinado nos pudieran matar… Eso, estuvieras en la estructura que estuvieras. Yo  tuve compañeros de finanzas que los mataron.

Margarita Posada. Foto Frederick Meza
Margarita Posada. Foto Frederick Meza

Me decía alguien que estuvo involucrado en el conflicto: “Éramos jóvenes jugando mica con la muerte.”
Sí. En lo personal, y hablo de mi generación, nos metimos a la guerra porque teníamos un proyecto de cambiar la situación del país y luchar contra la represión, que era tremenda. Ahora, vos podés hacer una marcha, podés tomarte Catedral Metropolitana y sabés que no te van a matar. Antes, tomarse Catedral era saber que había grandes probabilidades de que de ahí salieras con los pies para adelante. Ahora, ya no. Nosotros nos metimos tan conscientes, tan conscientes que nos podían matar. Es más, muchas veces moverte en la capital era más arriesgado, porque tenías al enemigo en la espalda mientras movías recursos o hacías cosas.

¿Qué se le puede decir a esta gente que vio morir a familiares, amigos, compañeros…?
… Yo, personalmente, pienso que no se debe de pensar en los traidores ni en los oportunistas para seguir actuando. Hay que pensar en el pueblo pobre que necesita de lo que nosotros hacemos, sólo así le das rumbo a la lucha. Por supuesto que es repugnante lo que hizo Villalobos. Si me pongo a pensar en Villalobos en lugar de la gente del ERP que murió, en las madres que perdieron a sus hijos e hijas en la lucha y en cuánta gente murió torturada y desaparecida con la convicción de un mejor futuro para el país, uno se desanimaría, perdería el rumbo.

¿Nadie más de tu familia se organizó, se metió al conflicto?
No, solo yo. Ninguno más. Traté de incorporar a mis hermanos. Mi hermana mayor era más afín al MNR, por ejemplo. Mi papá murió en 1983, de un síncope cardíaco, y mi hermana, la que tenía diabetes, muere en 1989, en Costa Rica. Son de las cosas que, como familia, sufrimos todos.

¿Estudiaste en Costa Rica?
Sí, sicología.

¿Finanzas y sicología?
Es que estudié, digamos, por orientación partidaria. Todo era orientación partidaria… Bueno, incluso, cuando me casé en Costa Rica, tuve que pedir permiso.

¿Permiso?
Sí,

¿Quién te dio permiso?
“El Chele” Bonilla… Óscar Bonilla y “El Negro” Galván, Guillermo Galván. Y me casaron por las FPL, porque a uno lo casaban por el partido.

¿Y sigue casada?
No, ya lo deshice afectiva y legalmente.

¿Cuándo?
Ya hace mucho tiempo pasé a mejor vida. Ja, ja, ja.

Ja, ja, ja.
Desde 1993, después de los Acuerdos de paz.

¡Se rompió la unidad granítica de esa estructura!
Ja, ja, ja. Sí.

De ese matrimonio nacieron tus dos hijos.
Uno nació en Costa Rica y el otro en México.

Los acuerdos de paz te encontraron en San Salvador, divorciada y con dos hijos. ¿Qué hace Margarita Posada en ese momento?
Ja, ja, ja. El divorcio fue un factor de crecimiento en mi vida. Quiérase o no, el machismo…

… Que era una de las características de las estructuras del FMLN: verticalista, machista…
Cabal. El cuadro era el hombre. Yo era “la mujer de”. Si bien me organicé independientemente de él, pero como estaba en una estructura, el hombre era el cuadro y yo era, digamos, buena para hacer algunas cosas, pero no tuve la posibilidad de crecimiento que he tenido después de los acuerdos de paz y sin el hombre a la par. Ja, ja, ja.

Ja, ja, ja.
Entonces, me empecé a involucrar en el tema de salud después de los acuerdos de paz.

¡Pero estudió sicología!
No, no terminé porque me fui para México. Uno no pensaba en eso en aquella época. Después de desmovilizarnos de las estructuras políticas del FMLN, opté por una beca. Entonces te daban una beca, o tierra o dinero para hacer un negocio. Esos eran los programas de reinserción. Yo opté por la beca. Dije: “Tierra, no”… Solo la que ando en el cuerpo…

… Ja, ja, ja…
Ni dinero para poner un negocio, porque ese tampoco era mi rollo.

¡Pero estabas en finanzas!
Sí, pero en finanzas para otras cosas, no para invertir. Ja, ja, ja. Opté por estudiar economía, en la Universidad Luterana, y me gradué. Se abrió un programa, entramos 90…

…. ¿Y salieron?
¿De Economía?... Como 20, quizás… Es que era difícil. Yo recuerdo las clases. Marcos Rodríguez, el subsecretario de Transparencia, fue mi compañero. Recuerdo que mi primer examen de álgebra, después de no sé cuántos años de no estudiar, fue un tres. ¡Tres! Y de, y de, y de d… Descuidada, dejo el examen en la mesa del comedor de la casa. Llega mi hijo mayor, que estudiaba en el Externado de San José… Ponele que en esa época, él estaba en tercer grado. Me dijo, bien feliz: “¡Chócale mamá, nos sacamos tres en matemática!”. ¿Cómo lo regañaba, entonces? Le dije: “No jodás, pero vos solo eso haces”. Desde entonces decidí que los aplazados los dejaba en la oficina.

¿Y entonces empezás a trabajar con el tema de salud, en la Asociación de Promotores Comunales Salvadoreños (Aprocsal)?
No, recién los acuerdos de paz, yo estaba en el Arzobispado… En la FUNPRO, igual tuve contradicciones con la estructura interna… También por cosas que a mí me parecía que no debían manejarse así. Renuncié a la FUNPRO y me fui para el arzobispado.

¿A trabajar con Tutela Legal?
No, con el Secretariado social del Arzobispado, donde estaba como director el padre Rafael Urrutia. Para cuando fue la ofensiva  de noviembre de 89, ahí estuvimos en el Arzobispado. Yo conocí a mucha gente de ahí y eso me facilitó conseguir el trabajo. Cuando andaban buscando gente para que trabajara en el área de proyectos, apliqué y quedé. Entré a otra estructura, siempre de las FPL, apoyando igual repatriaciones y repoblaciones vinculadas totalmente al proyecto político del Frente.  Estuve dos años. De ahí, es cuando empiezo a trabajar en Aprocsal.

Ya ahí es cuando entras a la Red Acción para la Salud en El Salvador (Apsal).
Sí, claro, porque Aprocsal era una organización que trabajaba en salud. Aprocsal había pasado por una crisis interna algo fuerte y empezamos a trabajar con la medicina natural, pero le puse el componente de producción, de comercialización y, por supuesto, iniciamos el trabajo de incidencia en políticas públicas.

¿Desde cuándo?
Desde el 93, cuando formamos, junto a la Fundación Maquilishuat (Fuma), de la que Héctor Silva era el director; Ileana Rogel, que estaba en el Centro para la Defensa del Consumidor (CDC); Santiago Díaz, de Asociación para la salud y el servicio intercomunal de El Salvador (Apsies); Armando Mejía, de Apdeca; y yo, de Aprocsal… Además, estaba Provida, donde estaba Violeta (Menjívar) de directora. Entonces comenzamos a trabajar y conformamos la red Apsal, empezamos desde el 93 con el tema de medicamentos, después nos hemos metido a la Reforma de Salud…

… Públicamente se te ve…
… En 1993… y en 97, cuando fui la presidenta del CDC, durante dos periodos.

Y de ahí, hasta las marchas blancas.
… En 99… me secuestraron (Guarda silencio durante 10 segundos)…

… ¿Cómo?
… Bueno… (Vuelve a guardar silencio. Se le escapa una lágrima y se la seca rápidamente con la mano izquierda)… Me cuesta hablar de esas cosas… Hicimos una lucha muy fuerte porque iban a privatizar el laboratorio de control de calidad de medicamentos de salud pública. Y presentamos una pieza de correspondencia, con un trabajo fuerte en la Asamblea Legislativa… Y siempre contra la industria farmacéutica, contra el Consejo Nacional de Salud Pública… La cuestión es que no lo privatizaron.

Pero lo dejaron morir.
Sí, lo desarticularon. Después de que la Asamblea, a finales de febrero de 1999, resuelve que no se privatice, me secuestran el 2 de marzo… Fue sin ningún… O sea, fue solo: “Tené cuidado con lo que andás diciendo en la televisión”, “sabemos dónde vivís”, “sabemos de tus hijos”… En un secuestro te esperas que haya una demanda económica, pero en éste, no. Fueron dos días… Iba por mis hijos a su clase de karate. Yo me di cuenta que venía un carro negro y con vidrios polarizados que venía detrás de mí… Nunca jamás me imaginé… Cuando parqueé el vehículo, se bajaron armados… Yo les daba las llaves, pensé que querían el carro, pues. “No”, me dijeron. “A vos te queremos”. Me taparon la cara, me llevaron… Me quisieron violar pero no me dejé… Pienso que no tenían la orientación ni de matarme ni de hacerme daño físico. Y fue un evento difícil…

Dos días, secuestrada.
El carro lo dejaron en San Jacinto, con una foto mía. La policía fue a Aprocsal y a mi casa, y yo no estaba en ningún lugar. Se fue a poner una demanda a la Fiscalía General de la República, y les dijeron que no la aceptaba porque tenía que pasar no sé cuántas horas para que fuera un secuestro. Después, ellos me dijeron: “Ya están preguntando tus compañeros por vos”. Esa tarde me soltaron. Me dejaron en la Mompegón, por Mejicanos. Eso fue una cosa dura porque pensaba que me iban a matar.

¿Solo te dijeron eso: “Dejá de hablar”?
Sí. Era una amenaza…

… ¿No hubo una investigación?
Como no, de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) hizo una. Celia Medrano le dio seguimiento. La Fiscalía, no.

¿A qué lo atribuiste?
… Bueno, ya empezaba todo el proceso de privatización en el Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS).

La famosa reforma de Francisco Flores.
Sí, la reforma del BID y el Banco Mundial, donde se planteaba la transferencia de la atención hospitalaria especializada a entes privados. Eso lo vimos. Todo el proceso de privatización que sucedió en el país, desde Alfredo Cristiani y Armando Calderón Sol, ya planteaba la privatización de la salud. De hecho, hasta hoy, la seguridad, la alimentación, la limpieza y la lavandería son privadas. Lo que seguía, en 2002, era la privatización de los servicios especializados médicos. Eso es algo nefasto para la gente porque lo que rige ahí es un contrato y no un derecho.

Margarita Posada. Foto Frederick Meza
Margarita Posada. Foto Frederick Meza

¿Cómo así?
Por ejemplo, en esa época hubo un caso claro. Los terremotos de 2001 dañaron mucha infraestructura hospitalaria y justificó la compra de servicios médicos a entes privados. Entonces el ISSS compró un paquete de tres mil partos normales a un hospital privado. La mujer de un policía fue a parir a ese hospital. Después de parir, a la mujer le dio una atonía uterina.

… ¿? (Ponemos cara de duda)
El útero no se contrajo y siguió sangrando.

¿Y eso no lo cubría el ISSS?
Cuando el médico pide la sala para hacer una pequeña cirugía, le dicen que eso no estaba en el contrato. La mujer murió. ¡Imaginate ese caso! Si privatizaban, como ese caso hubiera habido muchos. En ese sentido, fue la lucha.

Las marchas blancas fueron, en mi opinión, la última gran reinvindicación social que logró unificar a muchos sectores  alrededor de un tema de nación.
Se estaba peleando el 1024, el decreto de garantía de la salud pública y la seguridad social. Cinco artículos eran. Se trataba de que se aprobara en la Asamblea y cesara todo intento de privatización. El artículo cinco decía que todo contrato privado iba a finalizar en diciembre de 2002. Se aprobó en noviembre de 2002 y, un mes después, en la última sesión plenaria del año, se derogó.

¿Madrugón?
Sí, Arena, PCN y PDC.

En algún momento se criticó que detrás de las marchas blancas también estaba el aumento de salarios de los médicos…
… En las marchas, no…

… Pero sí en las mesas de negociación…
… Digamos que el gremio médico tenía su agenda propia. Lo que el movimiento social acompañó no fue esa, era la no privatización de los servicios de salud.

Tengo una duda. Una de las cosas que recuerdo de las marchas blancas fue verte frente a una motobomba de la Unidad de Mantenimiento del Orden (UMO) de la Policía Nacional Civil (PNC), ¿no se te ocurrió pensar que esas cosas, si te pasan encima, pueden hacerte daño?
¡Tantas cosas que pasamos! Los cierres de calles, por ejemplo. Recuerdo que una vez andaba con mi hijo mayor y mi me tocaba cerrar allá por El tránsito, en San Miguel. Nos fuimos a las 3:00 de la mañana y los retenes los poníamos a las 5:00 de la mañana. Entonces tomamos café en la misma gasolinera junto a los policías que iban a reprimir la actividad. Todos estábamos a ahí tomando café… Y salimos nosotros, y salieron ellos. Ramírez Landaverde…

¿El actual subdirector de la PNC?
Sí, él era el jefe de la región oriental de la PNC. Él estaba ahí. Me llamó y me dijo: “Mire,  ¿qué van a hacer?”. “Vamos a cerrar la calle”, le dije. “Mire, cierren solo medio carril… con medio carril hacen una gran trabazón”. “No”, le dije, “vamos a cerrar toda la calle. Es mi responsabilidad y aquí pasan rastras. ¿Qué tal si al que está de último me lo pasa levantando una rastra, por cólera o por lo que sea?”. Me dijo que no podía cerrar la calle, que sólo medio carril. Y yo, que no, que toda la calle. “Es que no se lo vamos a permitir”, me dijo. “Es que no le estamos pidiendo permiso”, le dije. “Simplemente le estoy diciendo que vamos a cerrar. Mejor ya no hablemos, porque usted no me va a convencer a mí, ni yo, a usted”. Así, nos fuimos y cerramos todo. 

Él estaba tan molesto que le dijo a otro policía: “Saquen a esa señora”. Me llegaron a sacar, me agarraron de los brazos y me les solté. Imaginate, estábamos con 100 gentes ahí. No me estaban arrestando, solo me querían sacar y me vuelven agarrar los policías. Me vuelvo a soltar y un policía me dio un codazo, entonces lo agarré y me lo empiezo fajar en la cara… (Dramatiza como si agarra a alguien por el cuello de la camisa y lanza un par de manotadas al aire) ¡Estaba tan enojada! Le di como diez golpes en la cara y le dije: “¡A las mujeres no se les pega!”. ¡Pa!, ¡pa!, ¡pa!…

Ja, ja, ja.
Estaba tan enojada con ese hombre. Y mi hijo, el mayor, el que mide como dos metros, agarró a otro policía. Le decía: “¡Calmate! Esta es una actividad pacífica”. Y claro, como soy mujer, cuando veo a los demás, todos los otros policías se estaban riendo… Se estaban riendo de que le había pegado al policía.

¿Y con la motobomba?
Ahí si nos agarraron feo. Nos agarraron por los cuatro puntos, ahí por el Hospital Rosales. Entonces, muchos compañeros se fueron,  empezaron a correr para ver por dónde se escapaban y se iban. Yo pedía que no nos desconcentráramos porque si lo hacíamos sí nos van a acabar. Como vi que venían los de la UMO frente a nosotros, detrás de la motobomba, entonces fui a hablar con ellos… Si nos tiraban la bomba de agua, la gente hará un gran desparpajo. Eso pensé: La gente va a correr para uno lado y para el otro. Así si podían capturar a alguien. En cambio, en bloque, no.

¡Ahí está la instrucción político militar!
Ja, ja, ja. Yo decía que no corrieran, pero ahí estaban los de la UMO y la motobomba. Entonces me le puse enfrente. Me dije: “No va a pasar”. Y no pasó, bueno… En mis adentros pensaba: “¿Y si no para?”. Pero ya estaba ahí, y es como el orgullo que te dice que no te movás… La verdad es que se les arruinó la bomba… Ya no caminó y uno de la UMO llegaron y me echaron gas pimienta en la cara. Entonces sí creí que me iba a morir porque te afecta la respiración. Desperté en el hospital Médico Quirúrgico, con oxígeno y todo. Pero, mira, en serio, fue una lucha muy valiosa y valió la pena. Nueve meses de lucha.

¿Compartirías conmigo que las marchas blancas fueron la última gran lucha social del país?
Digamos que hay otras grandes luchas sociales pero que son más locales.

Sí, la mesa contra la minería metálica en Cabañas, por ejemplo, o la gente contra la presa El Chaparral.
Sí, pero también es ejemplar el Movimiento sin plomo, que cerró la fábrica de Baterías Record; el movimiento de Cutumay Camones contra el basurero del alcalde Mena, que hasta le valió perder las elecciones. Hay expresiones de lucha social, pero a nivel de movilización social, las marchas blancas, para mí, sí fue la más importante desde los acuerdos de paz.

¿Por qué se dio el apoyo nacional a esta lucha?
Es que tuvimos un montón de sucesos que subjetivamente movieron a la gente en 2001: La dolarización, los terremotos, la sequía de ese año y lo de las Torres Gemelas, en septiembre, que afectaba las remesas. Subjetivamente había una situación de frustración, digamos, en muchos sectores. Y otro elemento subjetivo: Francisco Flores, un presidente imponente, antipático y anticoncertador, que ni con Fusades tenía una buena relación. Entonces, todo eso permitió que pudiéramos involucrar a diferentes sectores que estaban en contra del gobierno. Capitalizamos todo el descontento. Hasta De Sola, por el sector café, andaba con nosotros. ATP, que nos  daban buses a nivel nacional para poder mover gente en las marchas. La Asociación de Empleados Públicos y Municipales (AGEPYM); Vicente Ramírez y los vendedores ambulantes; las iglesias-… Logramos involucrar en la lucha a diferentes sectores.

¿Qué ha cambiado ahora? ¿Por qué no vemos ese movimiento social manifestándose cuando las cosas no están mejor que antes?
Es difícil… Primero, ahora tenés un gobierno del FMLN. Eso te pone en una situación, a mucha gente, a decir: “bueno, ahora, donde estamos, ¿criticamos? ¿Decimos o no decimos?”… No es fácil. No existe una posición unificada de cara al gobierno, por ejemplo.

¡Un gobierno que no está diciendo lo que está haciendo!
Sí, pero, por ejemplo, hay espacios donde están abiertas las puertas para la participación, como en Salud. Nosotros estamos en el Foro Nacional de Salud, y la ministra…

¡Habla de la ministra Isabel Rodríguez!
Pues sí, pero es un movimiento importante.

Pero es ella…
… Sí, la persona que pedimos como ministra. Un punto estratégico para la reforma de salud fue crear el Foro Nacional de Salud. Nos dijo: “Díganme qué estamos haciendo mal. Díganme cómo lo tenemos que hacer”. ¿No eso es lo que hemos pedido durante tanto tiempo?

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