El Ágora /

'Uno debe de ser un trastornado para ver que las cosas van bien en el mundo'

Steve Cagan rechaza el mote de fotoperiodista. Se define como documentalista, pero no uno cualquiera, sino uno comprometido con causas sobre las cuales vuelca su trabajo. Con esta actitud vivió en El Salvador en los años 80, en Morazán, y sus fotografías, y su libro “El Salvador, la tierra prometida”, dan testimonio de su visión de aquel conflicto. Se fue del país casi inmediatamente después de que se firmara la paz, y ha regresado 16 años después. Y 16 años después se dice un pesimista esperanzado porque no puede ocultarse que el mundo va muy mal.


Martes, 13 de septiembre de 2011
Élmer Menjívar, Frederick Meza y Bernat Camps / Fotos: Bernat Camps

Steve Cagan está consciente de que su actitud en el trabajo de documentación para muchos es cuestionable porque pierde la objetividad. Él zanja la discusión asegurando que siempre se declara partidario de una causa y deja clara su posición, y que quien ve sus fotos está advertido. Iniciamos esta plática bajo su paciente mirada. Nos veía lidiar con los artefactos de última tecnología con que pretendíamos grabar y, como suele suceder, ninguno funcionaba como se supone. Steve, que se ha manifestado devoto entusiasta de los avances tecnológicos en materia de fotografía, apunta: “Me encanta todo esto, yo todavía no he llegado a este nivel de tecnología… jajaja”

A veces, por andar de tan tecnológicos, uno se confía en la tecnología y luego no se graba nada… jajaja. Bueno, para comenzar, contanos, ¿desde cuándo conocés esta región del mundo?
Yo empecé a venir acá a trabajar como fotógrafo y como activista de solidaridad, que para mí siempre ha sido una sola cosa, o sea, el activismo solidario y la fotografía solidaria. Creo que el 85 u 86 vine por primera vez con una delegación de gente religiosa, desde Chicago. Yo no soy religioso, ni nada que ver en ningún sentido, pero acompañé a esa gente y fuimos al norte de Morazán.

¿Qué venían a hacer?
A conocer. Era como una delegación que venía a investigar la situación de la gente en el norte de Morazán, San Fernando, Torola, Perquín, por allá. Pero teníamos que colarnos por la zona, obviamente, y caminar mucho. Me impresionó mucho la fortaleza de la gente. Eso fue después que fue a Colomocagua, ahí la cosa fue muy simple…

¿Pero eso fue lo primero que conoció de El Salvador?
No, yo vine acá, a la ciudad primero, Colomoncagua fue la segunda visita. La cosa ahí era que la gente de Mesa Grande, del occidente de Honduras, había vuelto a El Salvador, y Mesa Grande era un campamento mucho más grande, aunque Colomoncagua tenía sus 9 mil y pico personas. Y la gente había decidido que no iban a volver hasta que no hubiera las condiciones para volver en comunidad. El gobierno hondureño los estaba presionando para que ellos volvieran en grupos familiares, algo así, y ellos se negaron a hacerlo. Entonces se montó como una campaña de solidaridad con ellos, para respaldar su decisión de no volver. Entonces me invitaron a ser parte de ese campamento. Al llegar a Colomoncagua, yo cumplía la función de traductor y fotógrafo para la compañera que iba a ser la directora de la campaña.

A mediados de los 80, que era la época más dura de la guerra, para venir de los Estados Unidos tenías que tener una motivación bien fuerte…
Ya, vamos al trasfondo de eso. Yo me crie en una familia de izquierda, mis papás yo creo que tenían una idea acertada en cuanto a criar a sus hijos, que era no insistir en puntos políticos muy puntuales, sino en valores. Los valores eran de solidaridad con la gente pobre, con las minorías, con la mujer, con la lucha obrera, con la lucha contra la guerra, con la paz y todo eso. Entonces yo desde muy pequeño siempre estuve más o menos metido en campañas, programas y proyectos políticos.

¿Venían de gritar “No a la guerra en Vietnam”?
La única pregunta para mi compañera y yo en la época de Vietnam, si me llamaban a enlistarme, era si íbamos a salir del país, o si iba a la cárcel yo. Incluso antes de empezar en América Latina fui a Indochina en noviembre del 84 con una pequeña delegación mediática del movimiento contra la guerra, pero lo que realmente me cambió la vida fue que en el 79 yo fui como miembro de una delegación de artistas y músicos a Cuba.

¿Qué edad tenías?
En el 79, 35 años, por ahí. Me había criado en Nueva York, en barrios bastante pobres, mis compañeros de la calle eran dominicanos, puertorriqueños, negros, blancos, una mezcla muy rica. Pero yo siempre tenía como envidia a los caribeños, eran realmente bilingües, trilingües, inglés, español, espanglish, pero no aprendí ni jota, nada. Entonces voy en el 79 a La Habana y me parece que es increíble, era como volver a mis barrios en Nueva York, es muy fuerte la ascendencia caribeña en Nueva York, me entró una pena porque no podía comunicarme con la gente, al volver me puse a estudiar el español. Eso fue como un hito en mi vida, empecé a enfocarme mucho más en América Latina. Piensa en un gringo consciente del papel de su país en América Latina, y estamos hablando de los años 80.

¡Reagan!
Exacto. Primero es Nicaragua, me metí en unos proyectos allá, tomando fotos, en un trabajo solidario. Después en El Salvador, por varios años, después a Cuba. Ahora estoy trabajando en Colombia, siempre de visita, no he podido vivir en esos países, porque tengo familia en Estados Unidos. Pero visitas de un mes, dos meses, tres meses cada año.

¿Cómo era ser de izquierda viviendo en Estados Unidos en esa época de plena guerra fría?
Empezó un período duro para nosotros en el año 80, con la elección de Reagan, de hecho, no hemos salido de eso, 28 años de conservadores, pero conservadores cada vez más derechistas en el gobierno hasta 2008. Aunque Clinton tuviera actitudes liberales, algunas hasta progresistas digamos, pero en economía, en relaciones exteriores, era un conservador.

¿Hasta 2008?
Es que viene Obama, y yo como muchos de mis compañeros, trabajamos duro en la campaña de Obama. Cuando salió elegido yo estaba de observador oficial del Partido Demócrata, al que no pertenezco, jajaja... Estaba en un centro de votación, llegué a las 5 de la mañana y salí a las 9 de la noche, iba en carro a casa de unos amigos que tenían como una fiesta para ver por televisión los resultados, y en el carro escuché por la radio que él había ganado en mi Estado... ese fue un momento muy fuerte, hasta lloré. Pero ha sido una decepción horrible, ni liberal es.

En los 80 y 90, por estos lados había un dicho: “Es más fácil ser comunista en París”…
Ya sé por dónde vas... En Estados Unidos no hemos experimentado represión, éramos más bien marginados. En el 83 u 84 salió una película argentina-francesa que se llamaba “Tangos, el exilio de Gardel”, es sobre un grupo de exiliados argentinos en las afueras de París, hay un momento en el que un protagonista está con su amigo francés, están borrachos, el francés dice algo que ofende mucho a su amigo argentino, entonces le dice el argentino, con el valor de un borracho: “¡Tú no sabés nada de qué es ser exiliado!' Y el francés contesta: “Hay gente exiliada en su propio país”. Eso tiene que ver conmigo, que no quepo en el país: soy de la izquierda, solidario, revoltoso, ¿me entiendes? Eso es lo que hemos experimentado mucho. Mis papás sí experimentaron una represión de verdad.

¿Cacería de brujas?
Sí, en los 50. Pero yo he perdido trabajos, por ejemplo, en la época que yo venía aquí mucho también era profesor de fotografía en una facultad de bellas artes, y cuando llegó el momento de solicitar la plaza, me echaron, por política. Claro, eso no es una represión fuerte, no he tenido que pasar peligro personal.

¿Estuviste afiliado al Partido Demócrata?
No jamás. No estaba ni he estado, en lo absoluto.

¿No te has afiliado a ningún partido político?
No. 

Entiendo que hay minorías de partidos de izquierda.
Pero para mí esos partidos son muy sectarios.

Parece que el Green Party llegó a ser medio grande, pero...
Pero también muy marginado, los partidos o grupos políticos esos son bastante marginados. 


Decís que fue de los que dijo no a la guerra en Vietnam, pero viniste a El Salvador y Nicaragua, como ayuda internacional, como fotógrafo, a solidarizarte con una lucha armada. ¿Nunca se te ocurrió tomar las armas?
No, no, y por dos razones fuertes. Una razón es que para mí lo personal es político también. Para nosotros es un lema de los años 60 y 70. ¿Qué quiere decir? Que mi compromiso con mi familia es un compromiso político, es un compromiso social y, además, afectivo, obviamente. Pero es un compromiso, entonces sería realmente una traición a mi familia salir así (tomar las armas). Y por otro lado, otro motivo importante es que me parecía que teníamos y que tenemos una obligación muy importante los norteamericanos con la que queremos ser consecuentes: queremos convencer a nuestros compatriotas de cambiar la política norteamericana. Y eso se hace no con armas acá, sino con argumentos allá. No es que yo sea pacifista, mientras pasan los años creo que hemos logrado muy poco por la paz, muy poco.

¿Quiénes han logrado poco? ¿Los pacifistas o los movimientos armados?
Los movimientos armados. Bueno, aquí en El Salvador obviamente hubo logros, logros importantes, pero mira a El Salvador en este momento. El Salvador es un país que está sufriendo bastante. No se logró lo que se pretendía, pero ni de cerca. Igual en Nicaragua. Y en Colombia mucho peor, porque en Colombia yo diría que hasta las guerrillas se han vuelto como pandillas. Han perdido su política, y bueno, tengo que decir, disculpen que yo como extranjero lo diga, pero mirando a los gobernantes del FMLN, los altos cargos, y del FSLN en Nicaragua. ¿A dónde hemos venido? Es una decepción muy grande.

Detengámonos en Nicaragua un momento. ¿Por qué creés que un Ortega luego de liderar una revolución ahora vino a ser…
... A ser como un politiquero cualquiera? Así es él, politiquero. Yo creo que es un tema muy grande, pero por lo menos hay unas cosas que se pueden señalar. Una es la presión de Estados Unidos. Realmente era imposible para los sandinistas en Nicaragua gobernar al principio por el bloqueo norteamericano, por la ayuda a los contras, por todo eso, ¿no? Eso es muy importante, no hay que descartarlo. Me acuerdo de un amigo académico que me decía que lo que ha logrado en Nicaragua es como una flor, y las flores son delicadas y se pueden pisar y Estados Unidos las pisó. Pero la otra cosa tiene que ver con la historia de todos nosotros como izquierda, de esa actitud del mando. Me acuerdo de un compañero salvadoreño del Frente, en un evento en Estados Unidos, hablando de la importancia de llegar a un acuerdo con el gobierno, y cuando le preguntaban por qué, el respondía: “No solamente por el daño de la guerra, sino que mientras más luchemos como militares, menos democráticos vamos a ser cuando lleguemos al poder”.

En los 70 y los 80 la gran lucha de la izquierda era contra militares con un gran arraigo en el poder. Ahora, en 2011, ya ha habido triunfos de la izquierda en América Latina, pero muchos de ellos los lideran militares con trajes verdes.
Eso sí. Es cierto y tiene que ver con esa cuestión que decía, de mandos, la idea de mandar. Bueno, para ser justo, es muy difícil entender cómo hacer una democracia en un país que está siempre como El Salvador, en un estado de sitio, ¿no? Quizá no militar, sino económico, social. ¿Cómo podemos pensar que un movimiento obrero, campesino, en un país tan chico como El Salvador o Nicaragua, va a poder resistir al poder de las empresas trasnacionales, de los gobiernos de las potencias?

Mencionabas que la presión estadounidense tenía parte de responsabilidad en lo que pasó en Nicaragua. Pero visto desde ahora, esa tesis es un poco débil porque Ortega vuelve al poder ya en otras circunstancias.
Sí, se han convertido en otra cosa. Y creo que esa fue la otra fase, que con la costumbre de estar en un mando militar, ya hacer el cambio de mando militar a liderazgo de gobierno parece que es muy difícil. Y una de las cosas que pasa es que la gente se ve un cambio en los líderes hasta locales, que no aguantan desacuerdo, no aguantan ideas que ellos tildan de ajenas. Ese problema se puede ver en un lema de Fidel Castro: 'Dentro de la revolución todo, y fuera de la revolución nada'. Muy bien, a muchos de nosotros nos cayó muy bien. ¿Pero quién decide qué está dentro de la revolución?

¿Creés que podríamos tener otro rumbo si la manera de acceder al poder fuera la vía militar? Al final los liderazgos eran militares, y son los que reclamaron los cargos políticos.
Sí, ¿pero cómo? En El Salvador y en Nicaragua, también, y en Guatemala y Cuba, mi análisis es que los movimientos armados eran resultado del hecho de que no hubo más remedio, que no hubo un camino democrático, que no hubo un camino de elecciones. Las elecciones del 72 aquí en El Salvador… ya todo el mundo, no solamente en El Salvador, sino en el mundo entero sabía que no había posibilidad de una elección democrática. Entonces esos movimientos para mí eran movimientos defensivos, movimientos que empuñaron armas porque no había más remedio. Mientras que muchos de los movimientos en América del Sur, que eran inspirados por el éxito en Cuba o en Nicaragua, no estaban realmente en la misma situación, no es que no tenían más remedio. Mucho menos la gente que quería empuñar armas en Estados Unidos, y había.

Es difícil imaginarse una guerrilla en Estados Unidos.
Es muy difícil. Incluso me acuerdo de una reunión a mediados de los 70, yo me encontré con una antigua compañera de lucha, estaba en uno de estos grupos supuestamente subterráneos, los Weathermen, y estaba en una vida subterránea, pero tenía un problema, que no había nadie que le persiguiera, o sea, no estaba huyendo de nadie, jajaja.


¿Vos todavía pensás que la utopía comunista, socialista, marxista-leninista, como la quiera llamar, de generar un mundo mejor se puede instalar en alguna región?
Bueno, marxista-leninista no. Yo me siento socialista. Comunista... no sé en este momento qué quiere decir esa palabra. Pero los partidos comunistas me parece que son muy fuera de la onda, no entiendo qué pueden realmente aportar ya como partidos. No entiendo. Pero sí los ideales socialistas, los motivos, la visión socialista, sí, sí los tengo.

¿Y con quién comulgás en este socialismo? ¿Con los nuevos guardianes socialistas?
Tampoco. No, mira, muchos de nosotros hemos adaptado un lema de una cita de Antonio Gramsci, que era fundador del Partido Comunista italiano. Gramsci pasó su vida adulta en las cárceles de Mussolini, y en algún momento alguien le sacaba una entrevista en la cárcel. Y era de ese grupo que creía que la clase obrera europea había perdido su chance en 1918 por no haber seguido a los de Rusia. Entonces, un periodista le pregunta qué cree que es la actitud indicada para el revolucionario de hoy, que hemos perdido el chance. Él dijo: “La actitud indicada es pesimismo de la mente, pero con el optimismo de la voluntad”. Ese es el lema para nosotros. De hecho, uno debe ser un trastornado total para ver que la cosa va bien. Las cosas van muy mal, en todo sentido. Estamos perdiendo la lucha por una democracia verdadera. Los movimiento de izquierda o son muy sectarios o muy débiles, o las dos. Es cierto, pesimista soy. Un amigo me dice: “Steve, sos como cínico, el cinismo no sirve'. 'No, le digo, no soy cínico, solo soy pesimista, porque aquí estoy, porque todavía no me rindo'. Ese es el optimismo de la voluntad

Como dice Saramago: un pesimista esperanzado.
Jajaja... eso.

¿Hoy cómo te hace sentir El Salvador?
No estoy precisamente en El Salvador ahorita, estoy en el Hotel Crowne Plaza...

Jajaja...
No es precisamente El Salvador. Y aquí he sentido una nostalgia increíble, llevo una semana, y es una nostalgia que no puedo expresar. Vine aquí después de 16 años y unos meses, ahora veo un plano y me pierdo, no me ubico, no me oriento. Miren este hotel, la primera noche, estaba solo, tenía que cenar obviamente, entonces me dicen: se puede ir aquí a la Plaza Futura a comer… Y yo digo: mi primera noche en San Salvador después de muchos años, solo hay una posibilidad, tengo que comer pupusas, y tengo que comer pupusas en la calle, no puede ser de otra manera. Uno de los botones me dice: “A media cuadra hay una señora que tiene su plancha y todo.”

Siempre hay una señora con su plancha y todo...
Ahí empezó a entrarme una nostalgia increíble. Además, están los ocho años de trabajar en Colombia, y volver a decir “pase adelante” en vez de “siga”, decir “cabal”, decir “paja”, no les puedo explicar, es un sentimiento muy fuerte.

¿Pero ya bajaste de la Escalón?
El sábado bajé al centro en la 52. De repente estoy en la Plaza Libertad, luego la Plaza Barrios, que ya está medio llena de ventas, y había escuchado mucho que habían quitado a los vendedores callejeros. Fui al mercado, y ya empecé a decir “ya sé dónde estoy”.

¿Le has seguido la pista a la Comunidad Segundo Montes?
Un poco. Yo por varios años fui parte de la junta directa de la organización de solidaridad, fue cuando vine con un compañero y publicamos un libro sobre la Segundo Montes.

”El Salvador, la tierra prometida”.
Jajajaja... veo que sabés... Pero la vida te empuja a otros lugares. Me gustaría volver, pero con una tarea, con algo que hacer. Durante la guerra, tanto en Nicaragua como acá, teníamos estructuras de solidaridad que eran bien definidas porque se trataba de dos lados, por un lado el gobierno, por otro lado las guerrillas. Como gringos que éramos, sabíamos que los motivos de nuestro gobierno no eran transparentes y eran malísimos. Entonces era necesario construir una solidaridad que pudiera combatir el ambiente político en Estados Unidos con otra política. Teníamos allá un objetivo claro, parar la ayuda militar al gobierno de El Salvador, ese fue el punto. Ahora la solidaridad es un concepto mucho más difuso, más vago, y trabajar en solidaridad es algo mucho más personal, individual, además, no se define tanto quiénes están con la gente y quiénes contra la gente… Los que estaban con la gente ahora ya son mandatarios… y no sabemos bien si están en contra o no.

Has hablado de nostalgia de la época que estuviste acá, pero en esa época también sucedieron cosas atroces. ¿Hay nostalgia de eso?
Por la violencia no. Es por dos elementos importantes: la cultura guanaca me entró, me agarró. Y la otra cosa es la nostalgia por los días en que pensábamos que iba a cambiar el mundo.

En tu libro, Colomoncagua es testimonio de un proceso, se muestra el gran avance económico y social que tuvo esa comunidad. 
Es que en la (comunidad) Segundo Montes se daban unas condiciones muy especiales, creo que mucho más que en Mesa Grande, una organización interna muy fuerte, liderada, y lo que no podíamos hablar en estos días, pero obviamente la guerrilla estaba ahí… Pero como resultado de eso hubo un nivel de organización increíble, impuesto por la situación, cercados por catrachos muy hostiles a ellos, que no tenían permiso ni de salir al pueblo, nada. La única tierra que tenían para sembrar era dentro del campamento, realmente empezaron a organizarse de manera increíblemente bella, a socializar el trabajo de mujeres, el cuido de los niños, de alfabetizar, muchas cosas.

¿Qué pasó al volver a la vida de sin guerra?
Es que todo era un trabajo colectivo, no hubo sueldo, no hubo pago. Pero tampoco había necesidad de hacer ganancias, todos los materiales eran donados entonces… En el campamento hubo un taller de carpintería, hacían mesas, sillas, muy rústicas, todo bien, sobrevivían bien. Pero no podían competir contra la carpintería de San Miguel u otros lugares, no tenían las capacidades para hacerlo. Es que no hacía falta en el campamento, ahí todo era impuesto por la situación, era cooperativo. Luego de la guerra vimos otras cosas, vimos mujeres que en el 91, al volver su compañero guerrillero, estos decían: “No quiero que mi mujer salga de casa para trabajar”, o sea, media vuelta, terrible, terrible. En el campamento no hubo alcohol durante la guerra, aunque había gente que se iba arriba a “vacunarse”.

Jajajaja...
Pero en general no. Con la paz entró cerveza, alcohol, volvió el alcoholismo, todas las sociedades lo tenemos.


Vos viniste como fotógrafo, como periodista y te involucraste mucho con tu fuente. ¿Debe el periodista formar parte, ayudar o inmiscuirse en esa realidad? El caso clásico de un periodista de guerra ayudando a rescatar heridos…
No, pero la cosa es precisamente eso, uno pierde su objetividad rescatando algo. Es un punto de vista muy personal, y lo único que yo veo como posible es ser muy honestos en términos de nuestros puntos de vista, de nuestras actitudes para que la gente pueda entender eso, pero abandonar eso, no. En Colomoncagua yo no era periodista, era documentalista, que es otra cosa, pero yo era así como activista de solidaridad y fotógrafo, de eso no tengo nada de vergüenza, no lo lamento, no me parece en nada equivocado, siempre y cuando uno lo exprese. En el ejemplo de Colomoncagua, la primera vez que vine con esa compañera, nos conocimos en el aeropuerto de Miami rumbo a Tegucigalpa, fuimos allá y quedamos muy impresionados. Vuelvo a casa y le explico a mi compañera y compañeros lo que hemos visto. Como un mes o dos meses después sale una nota en el New York Times con titular: “Campamento de refugiados en Honduras parece campamento de concentración nazi”, algo así. Y digo: ¡Ah, que bien, el tipo ha entendido!, pero no, para él era la organización interna que era la fascista, porque hacen que los muchachos vayan todos los días a la escuela obligados, así, ese tipo de cosas, realmente terrible. Yo digo que lo que pasa en Colomoncagua me parece bueno, pero les explico que voy allá como activista, como militante de la solidaridad con ellos, ese tipo del New York Times no dice en su nota que andaba acompañado siempre de la gente de la embajada gringa de Tegucigalpa ni que tenía cuatro horas, no más, en el campamento, y que todo lo que decía venía de los que estaban en contra, no dice eso. ¿Quién es más honrado en ese sentido? ¿Quién hace más accesible la verdad? Yo creo que él no, creo que está debajo de un camuflaje.

Hablando de fotoperiodismo, en la década 80 tuviste acercamiento con el fotoperiodismo en El Salvador. ¿Qué has visto ahora que vienes 16 años después…?
No veo mucho cambio por lo que he visto en los periódicos. Quiero ser muy claro en ese sentido, no culpo a los fotógrafos y las fotógrafas, culpo al sistema periodístico. El periodismo, por su naturaleza como comercio por un lado, por sus limitaciones de espacio y porque están vendiendo un producto, limitan mucho la posibilidad de un fotógrafo o escritor. Hoy estaba escribiendo algo que iba a subir a mi blog sobre la violencia, y es increíble, pero hay muchos artículos, muchas notas en la prensa escrita, radial, televisiva sobre violencia y sobre los carteles mexicanos y sobre las maras y pandillas y todo eso, ¿pero dónde está la nota sobre la causa original de todo eso? ¿Dónde está la nota sobre los carteles y la política antidrogas de los Estados Unidos durante 30 años? ¿Dónde está? Eso no vende, lo que vende es sangre, lo que vende es duelo. Incluso en el concurso el tema es la violencia, y en general se representa por sangre, por duelo, por funerales, por llanto, pero no por resistencia. ¿Dónde se ve la resistencia? Sí, hay un buen ensayo ahí sobre ese grupo de vigilantes en el barrio Guatemala, es muy bueno, y no sé si salió, no creo que haya salido en la prensa.

En el fotoperiodismo, ¿cómo deberíamos enfocar la violencia? Hay un fotógrafo de Magnum, Gilles Peress, que en un acto desesperado hizo las fotos más horribles que uno pueda hacer sobre la matanza de los tutsis, esperando que el público reaccionara…
Pero el público no va a reaccionar por fotos… no se puede esperar que reaccione a una imagen o a una serie de imágenes, aún menos cuando se trata de una corriente de fotos de eso que por fin la gente se cansa de ver eso y por eso no reacciona. Yo creo que hay que tener un contexto, hay que poder usar las fotos dentro de un contexto de texto, de palabras, y de acciones que haga posible que la gente reaccione. ¿Cómo va a reaccionar la gente al ver una foto si no hay una estructura social a qué acudir? No hay un movimiento, no hay campaña muy accesible a la gente. Por eso no estoy convencido de su trabajo, pero tampoco le echo la culpa a él.

¿Es algo comparable al periodismo de guerra?
Ese es un tema. ¿Cuál es el tema de un fotógrafo de guerra? La guerra. Y la guerra es una expresión política, una expresión social, una guerra tiene motivos, tiene causas, hay un fotógrafo norteamericano de guerra muy conocido, el líder de eso en Estados Unidos, que ha sacado fotos acá, en Nicaragua, en Medio Oriente, en África. Tuvo una muestra de sus fotos en el International Center of Photography de Nueva York, que es un museo de fotografía, que es un museo de arte, y yo escribí una crítica en una revista importante, que en aquel entonces era una revista más bien de la izquierda fotográfica, criticando un poco duro, no a las fotos, porque son muy bien realizadas, sino a la actitud, a lo que se presenta no precisamente como ideología sino concepto, de cómo funciona el mundo. La foto es aquí y la información aparte, como si no tuviera una relación muy estrecha para empezar, como un segundo idioma. En un momento se habla de que “explotó una guerra” en tal y tal lugar. ¿Explotó una guerra? Las guerras no explotan, las guerras son causadas por algo, son resultado de acciones humanas, no son fenómenos naturales. Para dar un ejemplo, las guerras de liberación en América en todos los siglos son distintas, las guerras imperiales, cada una es distinta, pero para muchos de esos fotógrafos de guerra, la guerra es la guerra y ya.

¿Nos muestran siempre la misma guerra?
Es guerra, sí es violencia, la violencia está ahí, pero no se puede decir “ya terminó esta guerra, voy a la otra guerra, porque mi tema es la guerra”. ¡No!, ahí hay un transtorno, los fotógrafos de guerra que he conocido son trastornados, tienen una locura que los agarra, que es terrible, que son como amantes de la violencia. Smith no pasaba toda su vida sacando fotos de guerra, no pasó toda su vida yendo de guerra a guerra, no lo ha hecho, la guerra en Nicaragua, la guerra en El Salvador eran fenómenos sociales políticos importantísimos y por eso vino. Es otra cosa, pero esos que van de guerra en guerra hay un problema muy grande como fotógrafo. Cuando estaba en Indochina con dos compañeros conocimos a un joven fotógrafo norteamericano en Camboya, un mortero había explotado frente a él, y habían entrado esquirlas a su corazón, y unos médicos del ejército norteamericano lo operaron aquí en la pista de aterrizaje, y la pregunta de nosotros: ¿Qué haces aquí ahora? ¿Por qué no te vas corriendo de acá después de eso? Es un loco, ese es un loco, perdón, pero es un loco. Yo creo que es un problema bastante grave. Yo sí hago partido de las comunidades a que saco fotos en El Salvador, Nicaragua y Colombia, hago partido, no soy neutral absolutamente, pero ellos, ¿están haciendo partido de la guerra?

La pulsera negra simboliza su afición a la observación de aves, la de cuero se la regalaron unos amigos de Bogotá, las de plástico hacen referencia a las culturas Embera Chami, Choco y Quibdó.
La pulsera negra simboliza su afición a la observación de aves, la de cuero se la regalaron unos amigos de Bogotá, las de plástico hacen referencia a las culturas Embera Chami, Choco y Quibdó.

Hoy que mencionas Colombia, ¿en qué momento le ganó Colombia el atractivo a esta región?
En mi vida he hecho muchas cosas por casualidad. Antes de Colombia estuve en Cuba. Tengo una hermana, que es una diseñadora muy famosa, ya está jubilada ahora, pero en aquel entonces trabajaba en una oficina de solidaridad con Cuba, y en 1993 me dieron la responsabilidad de ir y empujar el trabajo por 15 días. Conocí gente que luego me invitaron a exponer trabajo. En esa visita nos llevaron a la fábrica, donde hacían los famosos 'camellos' de La Habana, buses semirremolques, que eran como una cosa terrible, como esa advertencia que ponen en la televisión: malas palabras, violencia y sexo jajaja. Al llegar, el responsable de relaciones exteriores me pregunta: '¿Qué quieres hacer?', y le respondo: 'Quiero ir a la fábrica, sin guía, y no quiero estar solo dos o tres horas, sino tres días, y quiero entrar con los trabajadores y salir con los trabajadores'.

¿Y te dejaron?
¡Sí! Me pusieron a vivir en la casa de un como gerente, pero bueno.

¿Y pudiste tener libertad de movimiento, hablar con la gente?
Sí, total. Siempre y cuando se hubiera acordado, porque ir a un lugar sin haber avisado antes me ocasionaba problemas, jajaja. Ellos no querían que uno estuviera sin programa. Pero, de hecho, yo pude hacer todo lo que quería, el problema que tenía es que otra vez estoy hablando de la vida cotidiana de la gente humilde, de la gente de base.

¿Y en qué terminó entonces esa experiencia?
Pues eso se terminó ahí, por iniciativa de ellos, porque no escribí el libro de ensayos que tenía que escribir, como siempre me pasa, jajaja... Pero en 2003 un amigo mío, compañero de lucha, un cura, me llama y me dice: vamos a ir a un lugar que ni siquiera su nombre has escuchado, se llama Bocayá, y vamos porque ha ocurrido algo tremendo, pero te prometo que no te vas a deprimir, al contrario, tu alma va a volar. Y así fue que fuimos y me enamoré del lugar, y ahí sentí que era posible que yo aportara algo.

Pasando a otra cosa: ¿Cómo viviste el cambio de la fotografía análoga a la digital? ¿Lo digeriste fácilmente?
Realmente me resistí un poco, pero en 2002 fui con un grupo a Mérida, Venezuela, y un tipo tenía una cámara pequeña digital, y me gustó, y me compré luego una Nikon y me quedé fascinado, pero había algo que no me hacía sentir cómodo, y era que sacaban las fotos unos segundos después de obturar, y ese momento de azar no me gustó nada. Pero cuando empezó a mejorarse eso ya me fui quedando. En 2003 empecé mi trabajo con rollos, y cuando volví en noviembre ya era cámara digital, pero no muy buena. Y ahora estoy totalmente convencido, soy un entusiasta de la fotografía digital, por varias razones. La razón teórica es que para mí lo esencial de la fotografía es la representación y la centralidad de la imagen, no del objeto, la copia no es lo básico de la fotografía, sino la imagen. Y lo increíble de lo digital, la web, es que ahora somos pura imagen. Y la otra razón es que se es muy resolutivo, se pueden sacar muchas imágenes, muchas copias y distribuirlas sin límite. Cuando puse mi primera foto en una página de internet, no sabes lo que significó recibir un comentario de un tipo en Turquía. ¡Antes cómo iba yo a ponerle enfrente una foto mía a alguien en Turquía! Imposible. Entonces, a pasar de los muchos problemas que pueda tener la fotografía digital, me entusiasma mucho su poder de alcance. 

Sabemos que has sido curador y que has sido curador del ESFoto de periodismo. ¿Cuál es tu impresión sobre el fotoperiodismo centroamericano?
La fotografía que vi que entraba al concurso me dejó impresionado por la calidad fotográfica. La crítica que haría, que no es una crítica a los fotógrafos, porque tiene que ver con que el trabajo es periodístico, entonces el trabajo que tenían que entregar para cumplir con el requisito era ese. Lo que vi fue mucha violencia, pero creo que el problema no es de los fotógrafos, sino del sistema en que funcionan.

En otras palabras, ¿el problema es de los editores, no de los fotógrafos?
Yo creo que sí. No hablo de sus capacidades, sino de su actuación. Obviamente el jefe te manda a sacar una foto de un cadáver y no a seguir con la familia en los próximos días, y esto último sería mucho más interesante para mí.

¿Entonces el fotógrafo no tiene ninguna responsabilidad en tu crítica?
Cómo no, la responsabilidad de saltar los límites que te imponen. Pero me imagino que las cosas que hicieron en ese sentido, fueron rechazados para publicar. Por ejemplo, uno de mis temas en Estados Unidos ha sido el desempleo y la clausura de fábricas, con ese objetivo me acuerdo de una reunión en México donde hablé con un fotógrafo británico que había sacado un libro sobre el trabajo, las fábricas y la clase obrera en el centro de Inglaterra. Yo le dije que uno de los problemas que tengo yo es que no puedo entrar en las fábricas, es casi imposible para la gran mayoría, y él me dice que tiene el mismo problema, entonces le pregunté que por qué no habló de eso, y me respondió algo que me gusta recordar: “Porque era muy aburrido, yo quiero hablar de lo que puedo hacer, no de lo que no puedo hacer”. Y es igual, creo que estoy viendo lo que han podido lograr y no lo que no han podido lograr.

¿Qué estudiaste en la universidad?
Mi grado es en literatura e idioma inglés, y mi maestría en historia de Estados Unidos. Cuando estaba en la facultad tuve unos estudiantes muy buenos, un día dos de mis estudiantes favoritos se me acercaron como avergonzados: “Tenemos que hablar contigo. Vamos a cambiar de carrera, vamos a dejar la carrera de fotografía”. Uno iba a entrar en historia y el otro en antropología. Y les dije: “¡Bien! Me parece que les conviene”. Yo creo que los fotógrafos deberían formarse como científicos sociales, o literarios, o como sea. Pero hace mucha falta... Muchos de los fotógrafos, perdón, pero somos idiotas, en el sentido muy literal, que sabemos muy poco. Un sociólogo, Howard Becker, en Estados Unidos, que era también fotógrafo aficionado, empezó a dictar talleres en un centro de fotografía en Rochester, Nueva York, y luego publicó un artículo sobre por qué las revistas académicas sociológicas tenían muy pocas fotos, y por qué los sociólogos no utilizaban la posibilidad de la fotografía como prueba, como evidencia sociológica. Y él dijo que por fin hay dos problemas, un problema es que los sociólogos son demasiado rectos en el contexto de lo que puede ser prueba o evidencia. El mayor problema es que los fotógrafos somos idiotas y que no pensamos en la fotografía como prueba social.

Hay gente que dice que el fotoperiodismo murió en los 70, murió en la Guerra de Vietnam. ¿Qué pensás de esta afirmación?
No creo, lo que ha pasado es que los gobiernos desde el Vietnam han tenido una actitud de control mucho más fuerte. En la invasión de Granada, Estados Unidos no permitió fotógrafos. No hay fotografías independientes de la invasión de Granada. En Iraq había esa cosa de... es una palabra que no sé pronunciar en español: embeding, embeded el fotógrafo ('encamados'). El fotógrafo debía ser parte de la unidad militar que estaba fotografiando, no como miembro sino como acompañante pero asignado a esa unidad.

Cierto, y con uniforme y todo...
Bueno pero en la Segunda Guerra Mundial también había fotógrafos con uniforme.

¿Cómo te imaginás el fotoperiodismo dentro de 15 o 20 años?
Yo creo que internet es una parte muy importante. Como fotógrafo independiente puedes sostener la fotografía a través del internet, ¿entiendes? Yo tengo la satisfacción de que hay miles de gentes que ven mis fotos en línea, que antes no podían tener acceso ni yo a ellos. Es una satisfacción muy grande, pero de eso no se gana ni un comino, nada. Si podemos superar eso, si podemos encontrar maneras realmente de sostener la actividad fotográfica, yo veo la posibilidad de un internet que realmente sea productiva para la foto. Implica la publicación de muchas más fotos. La muerte del fotoperiodismo no es la Guerra de Vietnam, pero es de esa época, es la muerte de la revistas como Life, Look, y también las había en Europa e imagino que en América Latina también. Esos sí publicaron ensayos. Un fotoperiodismo mucho más fuerte, mucho más humano que lo que hay ahora.

¿Cuál es el principal problema, según vos?
Yo vi un problema que me impresionó en el concurso, que es la fotografía de deportes, a fin de cuentas, lo único que se puede juzgar es la calidad técnica de la foto, porque en realidad, todo pasa igual, un remate o es un gol o es un choque entre dos o como sea, muy difícil que un fotógrafo de deportes encuentre una manera de hacer algo nuevo, entonces lo que queda es la técnica, la anticipación y la técnica, y nada más.

Pero son fotos que informan, no pueden faltar en la cobertura deportiva...
Un caso muy interesante, hace como 12 años o más, hubo un incendio muy fuerte en Berkeley, California, en lo que se llama las Colinas de Berkeley. En las colinas son casas, mansiones, y se estaban quemando en ese incendio forestal, y hubo una foto muy increíble de un bombero al lado de una piscina particular de una casa, y tenía su casco y con el casco se estaba echando agua en la cabeza por el calor, era una foto lindísima, todo el mundo te dice eso, hasta creo que iba a ganar un premio o ganó un premio. Cuando salió la verdad, que el fotógrafo había posado esa foto, que le dijo al bombero “¿Por qué no te echas agua con el casco?”, y luego sacó la foto. Como consecuencia le sacaron de su empleo, porque la fotografía periodística debe ser hecha como es y no arreglada.

¿Qué debió hacerse en este caso?
A eso voy, yo lo vi en un articulo en una revista que es sobre la profesión, de los fotógrafos profesionales. Un tipo está defendiendo al fotógrafo porque todos los días salen fotos del presidente de los Estados Unidos en los periódicos, y al fotógrafo le dicen: aquí hay una raya, aquí es donde usted debe estar ahí, el presidente va a salir de ahí, y puedes sacar la foto allá. Totalmente arreglada la foto, totalmente artificial y hay un sinnúmero de fotógrafos que sacan 20 mil fotos y todas son iguales, todas posadas. Entonces, ¿por qué no nos quejamos de eso?

Después de 16 años que has vuelto, ¿te han quedado ganas de volver?
Tengo muchas ganas de volver. Pero debe ser con un proyecto, por ejemplo con una campaña en una comunidad, de una institución. Alguien que diga: queremos una documentación de tal y tal proceso o queremos que vengas a ser profesor de fotografía por un semestre o un año o algo así.

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