Opinión /

América Latina no existe


Domingo, 4 de noviembre de 2012
Héctor Silva Ávalos

A última hora, en un claro intento por afianzar el voto cubano-americano de la Florida, la campaña de Mitt Romney puso en la televisión un anuncio en el que acusa a Barack Obama de ser amigo de Fidel Castro y Hugo Chávez. Aparte de eso, un comercial de 30 segundos, el candidato republicano solo había hecho un par de referencias vagas al continente durante toda la campaña. Primero fue ante un grupo de militares en Virginia, el 8 de octubre, poco después del primer debate ante Barack Obama, y luego en el último encuentro televisado, el 23 de octubre; fueron referencias breves y vagas que no tomaron al republicano ni 20 segundos de su tiempo en ambas ocasiones combinadas. Obama no ha hablado sobre nuestra parte del mundo desde hace mucho, al menos no en el marco de su campaña por la reelección.  

Es así: en esta carrera presidencial en Estados Unidos, América Latina no existe. No existe en los discursos de los contendientes, pero tampoco existe en los medios de comunicación masiva. De hecho, solo existe en los tanques de pensamiento que se dedican a la región, e incluso ahí los análisis son aún vagos, sobre todo porque hay poca literatura, material, propuestas que analizar. 

Es significativo, por ejemplo, que cuando el Washington Post publicó, la semana posterior al primer debate, una serie de entregas sobre las diferencias entre Obama y Romney en torno a 6 temas de política pública, no hizo ninguna referencia a América Latina en el apartado de política exterior. Ninguna. O que  cuando los blogs especializados de Washington se refieren a los asesores de ambos candidatos en política exterior la mención a los especialistas en América Latina, si es que existe, viene al final, después de las que incumben a otras partes del mundo. 

La primera razón de esta ausencia es más obvia: América Latina no es un tema de campaña. Ni Hugo Chávez ni Fidel Castro –el anuncio de Romney es solo un guiño a una clientela política específica en el sur de la Florida– ni la guerra contra el narco ni programa alguno de cooperación bilateral o regional tienen, hoy, la capacidad de atraer o alejar votos. La segunda razón es menos simple porque atañe no ya al proselitismo si no a la visión que desde el Washington político existe sobre América Latina en una época en que el poder real de influencia de Estados Unidos disminuye sensiblemente. Y sobre este último punto son los matices los que merecen atención, los pequeños detalles y las pequeñas batallas que aún se libran en el estamento político estadounidense, sobre todo desde el Capitolio y el Departamento de Estado, y que lamentablemente siguen marcadas en buena medida por la retórica heredada de la guerra fría, por un maniqueísmo facilón que, vale decir, ha tenido secuestrada en alguna medida la política internacional hacia América. 

Primero, los temas. 

1. La guerra contra las drogas. Obama no quiere entrar ahí luego del fracaso estadounidense en la Cumbre de Cartagena, donde la vana discusión sobre la legalización de la marihuana impidió una plática seria sobre el fracaso del enfoque militarista y de interdicción de la estrategia continental antinarcotráfico. Y no es que Washington pretendiera tener esa plática en realidad, pero fue embarazoso para la Casa Blanca y el Departamento de Estado reconocerse como interlocutores de segundo nivel en una reunión dominada, en el tema, por la propuesta de legalización del guatemalteco Otto Pérez Molina, cuyo abordaje apoyaron tanto el colombiano Juan Manuel Santos como el mexicano Felipe Calderón. Desde el campo Romney no ha salido una palabra sobre esto, aunque la posición del partido republicano en el Capitolio ha ido del apoyo a la opción militar a una posición más estricta en la asignación de fondos a los gobiernos de la región. “Hemos dado dinero para muchos programas; hemos apoyado un programa como CARSI (Iniciativa regional de seguridad para Centroamérica) sin saber exactamente que ponen nuestras contrapartes”, me dijo hace poco un asistente legislativo republicano  en la Cámara de Representantes. En general, para ambos partidos, la discusión se hace cada vez más incómoda hoy que América Latina habla con voz más clara sobre la ineficiencia de Estados Unidos en su control del mercado interno y el tráfico de armas hacia el sur; pero también se hace difícil hoy que vuelve a ser evidente la poca capacidad de estados nacionales del continente -sobre todo en Centroamérica- que han sido aliados tradicionales de Estados Unidos y siguen mostrándose incapaces de controlar sus problemas internos de corrupción e infiltración criminal. 
 
2. El comercio. Es una de las referencia vagas que ha hecho Romney en público, y que consta en su programa de gobierno. Dice el republicano en su sitio web: “En los primeros 100 días lanzaré un ambicioso plan diplomático y de promoción del comercio en la región, la Campaña para las Oportunidades en América Latina, para ensalzar las virtudes de la democracia y los tratados de libre comercio y de los beneficios que implican los tratados que ya tenemos vigentes”. Fuentes cercanas a Romney me han dicho que, de ganar, el ex gobernador haría una gira por capitales clave de América Latina el primer semestre de 2013; las propuestas: Guatemala , Santiago de Chile y Bogotá. Obama puede decir que fue durante su administración que se firmó el tratado con Colombia; pero, otra vez, este no ha sido nunca un tema de su campaña. En general, es justo decir que la referencia de Romney puede leerse en clave electoral: su gobierno apostaría por un regreso a una agenda neoliberal en el asunto, una que potencie el muy-estadounidense-valor del empredurismo y la defensa regional del capitalismo más abierto, con la pujante Latinoamérica como alternativa a China. 
 
3. La geopolítica. Desde el campamento Romney el discurso tiene referencias explícitas al leit motif del enfoque latinoamericano de Washington  hacia la región en la última década: Hugo Chávez y sus esferas de influencia. Como decía arriba, el maniqueísmo heredado de la Guerra Fría, que ha predominado en la narrativa de política exterior de Washington en las últimas siete décadas, sigue vivo en una visión que poco cambió incluso con la llegada de Obama a Washington.  Si hemos de ser justos, habrá que reconocer al Departamento de Estado de Hillary Clinton su intento por enfoques atrevidos en torno a Cuba y Honduras tras el golpe de Estado: a pesar de la ruidosa oposición republicana en Capitol Hill, sobre todo de los cubano-americanos de la Florida, la administración demócrata saliente logró apoyar la apertura migratoria de La Habana y evitó que el golpe hondureño se ahogara en el unilateral grito según el cual todo era producto de un complot chavista y no de las añejas contradicciones internas de las elites de ese país. Al final fueron esos dos temas, Cuba y Honduras, los que hipotecaron muy pronto cualquier posible cambio de rumbo con el resto de Centro América: lo que tenemos ahora es punto muerto con el plan CARSI en Honduras y un programa estrella, el Partnership for Growth, que no termina de despegar en El Salvador.  
 
4. La migración. Es un tema de política doméstica, pero, para nuestros países, la lectura debe ser internacional, sobre todo para El Salvador y sus enormes e influyentes comunidades en Estados Unidos. Este, un tema doméstico, ha sido el asunto “latino” más importante, y el que a la larga puede repercutir más en la relación entre los países con poblaciones migrantes de peso y el estamento político en Washington y en los gobiernos locales o estatales. Si la política de Estados Unidos habla español es por las comunidades migrantes. En este rubro son Obama y el partido demócrata, sin duda, los que llevan ventaja, sobre todo tras la decisión política tomada por la administración el verano pasado de permitir una vía a la regularización migratoria de jóvenes sin papeles que estudian en el sistema estadounidense y que cumplen ciertos requisitos de permanencia. Las unidades familiares de estos jóvenes siguen estrechamente relacionadas con sus países de origen y su influencia política en los Estados Unidos es cada vez más evidente. 
 
Luego, las apuestas y los abordajes predecibles. 

Desde el Partido Republicano. Robert Zoellick, ex presidente del Banco Mundial que tiene al salvadoreño Juan José Daboub como su vicepresidente y ex peso pesado de la administración de Bush hijo, suena como Secretario del Tesoro si Romney gana. En el aparato de política exterior hay analistas que especulan con que Thomas Shannon, el “zar” latinoamericano en el segundo periodo del bushismo y actual embajador en Brasil, podría volver a Washington, y con él todos los burócratas que afianzaron la doctrina de la última administración republicana.  La apuesta de Romney por más tlcs y de apoyo a una visión de constreñimiento fiscal hacia el exterior –acuerpada desde el aparato de política exterior y desde los multilaterales- tendría un capitán muy incisivo en Zoellick; esto significaría más presión a los gobiernos nacionales de América Latina por medidas de austeridad fiscal y recortes en gastos estatales, como las que ya empiezan a oírse en los pasillos del FMI. Con equipos como el de Shannon, pero sobre todo de otros halcones del bushismo, la retórica de bloques –Washington vs Caracas-La Habana- volvería al estadio pre-Obama, lo cual, podría calcularse, favorecería a las derechas políticas de la región. 

Desde el Partido Demócrata. El nombre de John Kerry, el ex Senador de Massachusetts y ex candidato presidencial, suena mucho para nuevo Secretario de Estado en el potencial periodo Obama II. Kerry es un progresista moderado que conoce bien Centro América –él encabezó en los 80 el comité que revisó el caso Irán-Contras–, y durante Obama I su staff ha sido de los que más de cerca han seguido Centro América. Los más optimistas creen que un Departamento de Estado de Kerry podría terminar de abrir una ventana diferente hacia América Latina, una desde la que los diálogos con Brasil y México rompan las barreras tradicionales de desconfianza y paternalismo e incluso una desde la que la política hacia Centro América deje de estar marcada por la visión del istmo como un patio de batalla de la bipolaridad y aborde de forma menos simplista los inmensos retos del narcotráfico y la corrupción del poder. Los más pesimistas creen que en Obama II dominará la inercia y que, como hasta ahora, Latinoamérica seguirá sin existir en realidad. 
 Por ahora, y durante toda la campaña electoral, América Latina no ha existido. 
 
• El autor es Investigador Asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos de la American University, Washington DC.

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