El Faro Académico / Cultura

Del silencio y del olvido (o Los espectros del patriarca)

'Si la historia fuera simple ficción, Rafael Lara Martínez pudo ahorrarse el trabajo de consultar todas sus fuentes y escribir este libro con base en su sola imaginación, que la tiene, y mucha', argumenta Carlos Gregorio López en su debate con el destacado autor y Premio Nacional de Cultura. El trabajo de López, y la respuesta de Lara Martínez, que se publicará en un futuro cercano, constituyen ejemplo de debate serio, fundamentado y saludable, un acontecimiento poco frecuente en la vida académica salvadoreña.


Lunes, 18 de noviembre de 2013
Carlos Gregorio López Bernal

Este libro de Rafael Lara Martínez es un peldaño en un proceso de divulgación de sus trabajos sobre la historia, la literatura y la cultura salvadoreña del periodo del “martinato”. Algunas tesis ya las había adelantado en publicaciones previas, pero aquí se perfilan con más claridad. En tal sentido, viene a ser una valiosa contribución al conocimiento y cuestionamiento de un periodo importante de la historia del país. Difícil acercarse a él, sin asociarlo a la matanza de 1932, y sin las visiones prejuiciadas a favor o en contra del General Maximiliano Hernández Martínez.

Portada del libro
Portada del libro 'Del silencio y del olvido, o los espectros del patriarca', de Rafael Lara Martínez, publicado por Acesarte. 

Como punto de partida me parece importante, ubicarnos en el tiempo, ser conscientes de que hablamos de otros tiempos; luego, no olvidar que si un gobernante logra quedarse en el poder por mucho tiempo es porque tiene apoyos, y no sólo de una fuerza armada, o de unas élites que tienen dinero, no sólo de los intelectuales, sino de más gente y seguramente de gente común y corriente. Este libro trata de una de esas fuentes de apoyo al general Martínez: los intelectuales y artistas que vivieron en el periodo del “martinato” (1931-1944). A fin de que la discusión vaya más allá de los elogios acostumbrados en estos casos, planteo esta crítica en tres momentos: acuerdos, desacuerdos y cuestionamientos.

Los acuerdos son aquellos aspectos en los cuales concuerdo plenamente con el autor, y que creo debieran tener en cuenta los lectores, a fin de hacer una lectura más provechosa. No obstante el acuerdo, considero necesario hacer algunos comentarios.

Inicio con los acuerdos: Lara Martínez viene insistiendo desde hace rato en la necesidad de “hacer historia” sobre la base de las fuentes primarias y no a partir de los prejuicios del presente. Lo primero es absolutamente necesario, aunque no siempre posible. En nuestro país, el acceso a alguna documentación sigue siendo problemático, aunque se ha avanzado mucho. Lo segundo es más complicado; no en balde Benedetto Croce advertía que toda historia es una historia del presente. Hay preguntas que solo pueden plantearse en ciertos momentos; me parece que algunas de las cuestiones que aborda Rafael, corresponden a este caso; son inquietudes muy del presente. Pero insisto, la demanda de Lara Martínez es absolutamente válida y su trabajo confirma sus inquietudes.

Rafael también llama a poner en discusión el legado y el significado histórico del martinato. Esto implica examinar por qué la actitud de las elites intelectuales y políticas del país con respecto a Hernández Martínez y la matanza de 1932 es tan contradictoria y problemática. Es claro que buena parte de lo que hoy se sabe y se opina del martinato fue elaborado post 1944 y que antes de la caída del General, muchos lo apoyaron o al menos guardaron precavido y conveniente silencio sobre los disensos que pudieron tener con él. En este inventario incluye, con suficiente evidencia, incluso a instituciones, como la Universidad de El Salvador.

Los cuestionamientos son pertinentes, pero dejan de lado varios puntos importantes: el apoyo abierto o velado de ciertos sectores intelectuales o artísticos hacia gobiernos autoritarios y represivos no es en absoluto novedoso… la historia europea o latinoamericana abunda en ejemplos; incluso en nuestro país es claro que hasta los gobiernos del PCN, generalmente tildados de poco amigables con el quehacer intelectual, contaron en su momento con el decidido apoyo reconocidos académicos e intelectuales, como habrá comprobado cualquiera que haya leído el sugerente libro de Héctor Lindo y Erik Ching sobre le reforma educativa de 1968.

Los planteamientos de Lara M. parecen sugerir que cualquier intelectual “consecuente” debía oponerse y denunciar el martinato. Niega la posibilidad de que alguien pueda apoyar un proyecto político, en un determinado momento, y luego desencantarse de él y pasar incluso a oponérsele.

La cuestión puede plantearse en otros términos: ¿Qué opinión se tenía de HM en 1932? La evidencia sugiere que, como bien lo plantea Lara, las actuaciones de Martínez tuvieron más apoyo de lo que hasta hoy se ha pensado. Otra cosa es el apoyo que el General pudiera tener años más tarde, sobre todo después de sus reelecciones. Mucho de lo que el autor llama “denuncias tardías” podrían corresponder justamente a un cambio de opinión hacia un gobierno que se prolonga en demasía. ¿Acaso, quiénes apoyaron a Martínez en 1932, obnubilados por lo que entonces se decía la “amenaza comunista”, sabían entonces que este pretendía permanecer en el poder por más de una década? Y cuando digo pretendía asumo prácticamente que Martínez tenía ese proyecto desde que toma el poder. Algo sobre lo cual no tenemos evidencia.

Los desacuerdos son puntos en los cuales difiero con el autor y que me parece merecen alguna discusión, a fin de deslindar campos de estudio, aclarar las perspectivas de abordaje y en consecuencia, entender mejor las tesis y conclusiones del libro.

Como apunté antes, Lara Martínez reivindica una ortodoxia en la práctica de la investigación histórica basada en el uso de fuentes primarias, pero la enmarca en una concepción postmoderna de la historia, que en su versión más extrema reduce esta a un simple discurso, diferenciándose muy poco de la literatura y la ficción. Esta opción tiene serias implicaciones tanto en los cuestionamientos como en las conclusiones de sus trabajos. Por ejemplo, Rafael plantea: “Cuando la historia la define un tipo de escritura, su lugar es el de la ficción. La historia es una literatura, una retórica letrada.” Si la historia fuera simple ficción, Rafael pudo ahorrarse el trabajo de consultar todas sus fuentes y escribir este libro con base en su sola imaginación, que la tiene, y mucha. Se hubiera ahorrado mucho tiempo y esfuerzo…

Más complicado; aunque se insiste en el recurso a las fuentes primarias, en ocasiones, Lara Martínez las usa de forma muy discutible, al menos desde la ortodoxia del método histórico. Apunto algunos ejemplos: abuso de los puntos suspensivos, corchetes y otros recortes al texto original, que vuelven un tanto sospechosas sus conclusiones. Asimismo, hace una mezcla interesada de diferentes textos y autores para construir uno solo funcional a la tesis que desea sostener. Esto implica “conocer” décadas después lo que pensaban los autores, al punto de que su pensamiento coincide plenamente con el de otros.

“El Salvador es una nacionalidad en formación [sujeta] al movimiento perfeccionante perdurable en el tiempo [como los autores martinistas que el siglo XXI canoniza sin nuestra opinión, ya que] la evolución de los pueblos es siempre obra forjada por los hombres intelectuales [sin las mujeres ni el pueblo] que aúnan su prédica y su esfuerzo a la acción de los Poderes Públicos.” (La voz de Cuscatlán YSP, La República, 14 de julio de 1938, Carlos Bustamante, 28 de febrero de 1939 y 7 de junio de 1937)

¿Qué parte del texto corresponde a cada fuente?, ¿Es posible el sentido del conjunto sin los agregados?, ¿Estarían de acuerdo los autores con que sus ideas se entremezclen de ese modo, se pongan en ese orden y además se les intercalen ideas de un escritor del siglo XXI?

Por otra parte, el grueso de la documentación en que se basa este libro proviene de la producción literaria y artística del periodo en estudio. Y Rafael procede como procedemos todos los investigadores: escogemos un corpus documental y lo ordenamos de la manera más favorable a las tesis que se quieren sostener. Esto implica hacer lectura, análisis e “interpretación”. Nada que cuestionar, excepto que Lara pasa por alto una característica central de la producción artística: La POLISEMIA. Es decir, que una fuente artística o literaria admite múltiples lecturas y significados. Pero Rafael intenta convencernos de que los autores de esos documentos querían transmitir el significado que él les da, ochenta años después, con otras cuestiones en mente y con un marco de referencia muy diferente al de la época en que aquellos escribieron. Sin embargo, en no pocas ocasiones se ve obligado a reconocer tácitamente que su interpretación es solo una más entre muchas posibles, y usa formas verbales como “podría… sería”, las cuales abundan en el libro.

En tercer lugar, planteo algunos cuestionamientos, en parte producto de los desacuerdos, pero también de las muchas inquietudes académicas que este texto provoca. Las tesis de Lara Martínez se construyen a partir del análisis de un corpus documental peculiar: Las revistas de la época en las que publicaban los autores que discute. Para tener un panorama completo del problema, hay que considerar no solo el discurso de estos intelectuales, sino el medio por el cual lo hacen circular, y que Rafael analiza muy bien. Pero hay un detalle importante que no considera: El problema mayor en este tipo de casos, es que no tenemos información fidedigna de lo que sucede, una vez que el material sale de la imprenta. Cuestiones básicas como el tiraje de la revista, los canales de circulación, el tipo de público al que va dirigida nos obligan a ser muy cautos en las conclusiones.

Ya no se diga si consideramos otros factores: el analfabetismo, por ejemplo. El censo de 1930 registra un 78.8% de analfabetismo, que se elevaba a 82.3% en las mujeres. De entrada, alrededor de un 75% de la población quedaba fuera del alcance de las sesudas y brillantes ideas de estos intelectuales. Luego habría que considerar las diferencias urbano-rurales; y lo lógico es pensar que había mejores niveles educativos en el área urbana, sin embargo, el grueso de la población residía en lo rural (61.7%).

Vale decir que la producción a la que Lara Martínez se refiere trataba temas de cierta complejidad, a menudo encriptados adrede o involuntariamente por los autores; decodificar esos mensajes requiere lectores con altas capacidades de análisis, lo cual implica reducir aún más el impacto posible de esos materiales.

Resulta entonces que debiéramos considerar la posibilidad de que le estemos dando mucha importancia a un problema que interpeló directamente a una parte muy reducida de la población salvadoreña. Posiblemente el éxito del martinato en ganarse el apoyo de la población se debió a otros mecanismos no tan sofisticados como los estudiados por Lara Martínez, pero no por ello menos efectivos, por ejemplo el inteligente uso de la radio, u otros, como los estudiados por Aldo Guevara en su tesis doctoral: propaganda, acciones focalizadas de “justicia social”, reformas puntuales, control social, etc. Vale decir que Aldo Guevara hizo un interesante trabajo, que por cierto no se cita en este libro.

La lectura me plantea la duda: ¿un libro de qué? La presentación de Claudia Cristiani sugiere dos opciones: es un texto que estudia “la manera de hacer historia en El Salvador”, o una serie de “ensayos sobre historia de El Salvador”. En el primer caso, sería más bien trabajo de análisis historiográfico; en el segundo un estudio de la historia salvadoreña. Si este fuera el caso: ¿es historia del martinato, historia intelectual o una “historia de la memoria y del olvido”?, ¿o es solo crítica literaria?

Independientemente de la respuesta a la inquietud anterior, debo decir que este es un libro poco convencional… Provocador, polémico, interesante, pero difícil de leer, tanto en su estructura capitular, como en la de los ensayos que lo componen. Incluso el diseño del libro, confirma esta observación. Una colega me decía que es un “libro mural”, en el sentido de que cualquiera de sus partes puede leerse como un texto independiente, o verse todo como un gran mosaico… Cualquier opción tiene sus pros y sus contras.

Y hablando de silencios… Lara Martínez cuestiona las maneras de hacer historia sobre el martinato, especialmente los “silencios” y la supresión de fuentes. Pero su trabajo, solo cita un libro de historia (1932: Rebelión en la Oscuridad, de Gould y Lauria) al que menciona de manera marginal y que no trata específicamente sobre el martinato.  Un libro que cuestiona las maneras de hacer historia, no menciona a los historiadores que interpela (a menos que los asuma, para concordar con el título, como espectros que rondan, pero no se manifiestan). ¿En qué términos llama Lara Martínez a la discusión, si silencia o ignora los estudios previos?, ¿Quiénes serían entonces los convocados a la discusión?, ¿Solo aquellos que se sientan aludidos?

Como el lector habrá notado, difiero con Rafael en varios aspectos, pero reconozco el valor de sus aportes. En todo caso, prefiero un trabajo provocador y polémico que uno convencional y poco interesante. Debo señalar que buena parte de mis dudas y cuestionamientos, los hago desde la especificidad de mi oficio de historiador; en tal sentido, mis investigaciones y la lectura que hago de los estudios de otros académicos, están constreñidas por mi formación. Lara Martínez tiene una ventaja, en tanto que su formación y el abordaje que hace en sus estudios, le permiten ciertas libertades, y transitar por caminos menos convencionales que los que yo acostumbro.

No está de más expresar la intención subyacente en esta crítica. El deseo de revitalizar el ambiente académico de El Salvador, especialmente en lo que a historia se refiere. Nos hace falta debatir, argumentar y no solo alabar o descalificar sin más. Los trabajos de Lara Martínez se prestan para ello. Proponen temas y tesis nuevas, interesantes; que no debieran valorarse a la luz de si ponen en cuestión a un escritor o artista muy querido, o en su defecto que tratan sobre un dictador, en apariencia aborrecido, pero también admirado. Más fructífero sería analizarlos en función de la perspectiva de abordaje, de las fuentes y de la validez de sus conclusiones.

 

* El Dr. Carlos Gregorio López Bernal, catedrático en la Universidad de El Salvador (UES) en la carrera de Historia, es miembro de la Academia Salvadoreña de Historia y autor de varios libros y numerosos artículos sobre la historia de El Salvador. El texto anterior fue parte del conversatorio que se llevó a cabo el 16 de octubre en el Museo de la Palabra y la Imagen durante la presentación del libro de Lara Martínez.

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