El Ágora / Cultura y sociedad

Las arañas en lo más íntimo de la femineidad

Una araña gigante de metal posa frente a la fachada del palacio de Bellas Artes de la ciudad de México D. F., está ahí para invitar al transeúnte a una visita que Lauri García Dueñas hizo para nosotros con la intención de mostrar y desenmarañar para nuestros lectores la propuesta de la artista francesa Louise Borgeois.


Martes, 18 de marzo de 2014
Lauri García Dueñas

 

MAMAN, 1999. Bronce, acero y mármol. 927.1 x 891.5 x 1023.6 cm, la gran araña instalada en la plaza del palacio de Bellas Artes en México D.F.  / Imagen tomada del sitio oficial de la exposición www.museopalaciodebellasartes.gob.mx/micrositios/lb
MAMAN, 1999. Bronce, acero y mármol. 927.1 x 891.5 x 1023.6 cm, la gran araña instalada en la plaza del palacio de Bellas Artes en México D.F.  / Imagen tomada del sitio oficial de la exposición www.museopalaciodebellasartes.gob.mx/micrositios/lb

Afuera del Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, reposó durante tres meses la famosa escultura de la araña gigante con unos huevecillos colgando de su vientre-celda.

La explicación de la génesis arácnida estaba escrita a un costado de la pieza, en palabras de la artista francesa Louise Borgeois (París 1911-Nueva York 2010), quien la creó: “Madre: prudente, astuta, paciente, tranquilizadora, razonable, delicada, sutil, indispensable, ordenada y útil como una araña”.

¿Puede ser la madre occidental, esa idealizada, también una araña?, me pregunto.

En plena boga de las selfies, los transeúntes que pudieron ver y tocar la araña gigante parecían más interesados en la foto para “el feis” que en la monumental y telúrica obra de Borgeois que no se presentaba en México desde 1996 –que consta de 75 piezas, no solo de la araña exterior– y que estuvo abierta al público desde el 28 de noviembre de 2013 hasta el pasado 2 de marzo de 2014.

 

 

La experiencia de entrar en la exposición Petite Maman producía una sensación inmediata de voyeur, transitar por sus Cells y Portraits detonaba el escalofrío de ver colgando en un museo la psique y el útero de una mujer impetuosa y atormentada, pero también de una artista que llevó la forma a sus últimas consecuencias de funcionalidad y perfección.

“El tema viene directamente del inconsciente. La perfección formal es la parte importante y muy consciente. La forma tiene que ser absolutamente estricta y pura”, mantenía la artista. Y su legado lo comprueba.

La sensación fue la de estar frente a algo terrible, de una intimidad ajena, de la desgarradura de otra vida, pero que al mismo tiempo interpela nuestra propia intimidad y dolor, la propia y larga negociación ello-yo-súper yo, mediante un discurso tan verdadero que uno recuerda el idealismo de la dualidad verdad-belleza en eso que algunos llaman arte.  “Infancia es destino”, pero también su reescritura como mito personal de transgresión.

Casi me desplomo, pues, cuando vi colgar parte de la ropa que Louise usó en el transcurso de su vida, de unos huesos todavía llenos de materia muscular y sanguínea.

En su Spider (1997) nos terminamos de convencer de que la casa puede ser un refugio-cubil o una cárcel: “Cuando sientes dolor, puedes retraerte y protegerte. Pero la seguridad de la guarida también puede ser una trampa”, afirmaba.

“Las enfermedades de la femineidad. Trato de ser experta en ropa para comprobar que sé todo sobre el sexo –la ropa significa sexo ajustado, a la medida-. El sexo no es una noción abstracta, sino precisa o más bien tangible”, explicaba la autora.

Su obra también (re)presenta su propia experiencia en el psicoanálisis y la (re)escritura de “la etiología de su neurosis”, como ella la llamó.

Desmitifica y des-idealiza los arquetipos familiares, como en Niño cuchillo (1947-1949)

Según el curador Philip Larratt-Smith, Borgeois buscó “paz y reparación” del trauma de la infancia, durante toda su vida. Con ciertas piezas, deseaba honrar a su madre que fue una reparadora de tapices y decirse a sí misma, que a pesar de todo, fue una buena esposa y madre.

 

 

Borgeois hace evidente la multiplicidad de los símbolos y arquetipos. Por ejemplo, un útero que es, al mismo tiempo, dos falos que se complementan y penden peligrosamente de un hilo en la oscuridad: Janus Fleuri (1968).

O un pecho rojo que se nutre de otros pechos de sangre: The Feeding (2007). “Se convierte en un pecho que se empuja a sí mismo para darse”, aseguraba, como si el replanteamiento del Yo viniese de una especie de auto-nutrición.

Al final de su vida, decidió ponerse a coser, cuerpos, familias, con material de toalla suave como en Couple (2001). Tal vez con la idea de resarcir lo imposible: el pesebre, la infancia.

Citando a Proust, Borgeois creía que: “Las impresiones sensoriales tenían el poder de darle vida al pasado”. Y eso es lo que pudimos sentir los voyeurs de su obra. Vimos la vida e infancia de Louise pasarnos en frente.

“I had a flashback of something that never existed”, decía.

La exposición póstuma de Petite Maman de Louise Borgeois demuestra que, como la gran Marina Abramovic, el arte telúrico, que consterna, también ha sido hecho por mujeres.


 

* Lauri García Dueñas (San Salvador, 1980). Escritora y periodista salvadoreña, residente en México desde 2006. Anfitriona del proyecto de comercio justo “Comamos Juntos”. Twitter: @lauriluciernaga

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