El Ágora /

'Un ser humano que sufre día a día tiene el derecho al suicidio'

La escritora colombiana Piedad Bonnett comparte una mirada literaria pero realista sobre temas dolorosos e íntimos como la enfermedad mental de su hijo, el estigma social y el suicidio. También habla del mercado editorial, de género y literatura, de políticas públicas ante las enfermedades mentales y de los prejuicios sociales al respecto en Latinoamérica.


Jueves, 14 de agosto de 2014
Rebeca Monge / Fotos: Emely Navarro

Piedad Bonnet, premio nacional de poesía Colombia (1994) Foto: Emely Navarro
Piedad Bonnet, premio nacional de poesía Colombia (1994) Foto: Emely Navarro

En su quinta novela, entre 11 libros de poesía, Piedad Bonnett (Colombia, 1951) escribe sobre el suicidio. No escribe sobre un suicidio ficticio. Escribe sobre el suicidio de su hijo Daniel a los 27 años. Lo que no tiene nombre (Alfaguara 2013) es una novela testimonial. Supo que lo que tenía que utilizar para interesar al lector era 'cómo murió Daniel y por qué murió Daniel'. Bonnett, de 63 años, habla con afecto maternal incluso cuando toca temas álgidos, íntimos y dolorosos. Escribe desde la plenitud de la maternidad hasta la convivencia con su hijo suicida -un licenciado en artes de la Universidad de los Andes-, se atreve a escribir sobre su propia tragedia, para afrontar algo que muchos callan en el mundo latinoamericano. Ahonda en el tema más allá de la literatura, esboza la denuncia contra la indiferencia estatal y ciudadana ante las enfermedades mentales y sus consecuencias, también reivindica el derecho de cada persona que sufre a la eutanasia o al suicidio y fustiga la estigmatización: 'Creo que le han hecho mucho daño a la humanidad la proyección religiosa sobre el suicidio y la estigmatización del suicidio por parte de la religión.'   

Habla plácida y argumenta sus ideas con claridad y seguridad en lo que está diciendo. Explica por qué la fama de los premios se ha convertido en la única vía en el mercado para que los escritores puedan encontrar a sus lectores y advierte las consecuencias que esto puede traer. También tiene su propia opinión respecto a lo que significa ser mujer y escritora: 'Creo que se ha mitificado la maternidad. Es que la maternidad tiene que ver con la capacidad de dar, y no todos tienen esa capacidad. Y si alguien acepta que no tiene eso, ya está, no tiene que ser mamá', sostiene.

Bonnett es Premio Nacional de Poesía de Colombia 1994, exdocente de filosofía y letras en la Universidad de los Andes, y madre de tres hijos. Pese a su propio dolor, la crítica y la controversia que generó su última novela, la escritora propone, en calidad de testigo por experiencia propia, formas para reconocer la existencia de los trastornos mentales como problemas colectivos de los que la sociedad sólo llegará a evolucionar cuando se combata la ignorancia. Hablamos con esta colombiana durante su visita a la Feria Centroamericana del Libro que se celebró este año en El Salvador entre los meses de marzo y abril.

¿Qué función cree que puede cumplir la literatura en nuestro tiempo?
La verdadera función del escritor, que tiene evidentemente una función social, es esa comunicación de individuo a individuo que permite que el otro se remueva. La literatura dinamiza el espíritu del otro, pero dinamiza también a la comunidad. Yo creo que, por ejemplo, con mi último libro yo dinamicé la comunidad, se pusieron otra vez en primer plano temas que están ocultos por tabú. También, indirectamente, se le permite al otro que hable, sobre todo ahora en los tiempos de las redes sociales, que se puede manifestar todo el mundo, se puede armar un debate. Entonces, yo creo que nosotros los escritores seguimos teniendo un poder transformador de la sociedad a mediano o a largo plazo. A veces tenemos la fortuna de que inmediatamente podemos ver las consecuencias de lo que hacemos. Los escritores y los intelectuales tenemos esa posibilidad. Es un privilegio.

¿Qué papel juega en esto ganar premios y obtener reconocimientos? Últimamente parece que eso es lo que mueve mediáticamnete a la industria editorial. 
Te podría decir que de alguna manera la literatura, desde hace 50 años para acá, se ve obligada a pasar por las redes del mercado y eso crea un montón de malentendidos y tergiversación. Eso crea a un personaje que es el escritor que escala y se crea también un arribismo intelectual que persigue bastante el reconocimiento y desvirtúa la tarea del escritor. No quiero decir con esto que yo censure que esas sean las vías, porque en una sociedad de mercado no tenemos otra manera de llegar al público sino a través de los intermediarios. Pero eso está cambiando con el internet. Cada vez tenemos una posibilidad mayor de publicar por nuestros propios medios y llegar a públicos sin la necesidad de la tiranía del editor. Pero eso también nos puede llevar a una situación de enorme confusión porque el lector no tiene un aval para acceder a las cosas, se salta un filtro, que es importante. Una red congestionada de oferta va a ser muy problemática, habría que encontrar un equilibrio entre lo que ofrece la editorial y lo que ofrecen los medios, internet, las redes.

Hablemos de la condición de ser mujer y escritora en los países latinoamericanos. ¿Qué consejos puede darle a las escritoras jóvenes respecto de esto?
Les diría que, como el Quijote, el enemigo está siempre dentro de uno, según lo que imponen las propias dificultades. Y entre esas dificultades está una tradición que nos exige unos papeles predeterminados. Les diría que no es fácil conciliar trabajo profesional, dedicación a los hijos, hacer todas esas cosas que se nos demanda. No es fácil, pero no es para nada imposible. Y les diría que no se pongan la trampa de las obligaciones por encima de la escritura, porque es muy fácil ponerse esa trampa. Y también les diría que no hablen programáticamente desde la condición de mujer, porque esa tarea está en otro nivel de la sociedad. Luchar por la igualdad en el trabajo y la educación, la protección de la sexualidad de la mujer, la victimización, todo eso esta bien, pero, en el terreno de la literatura, yo creo que lo tenemos que hacer de una manera revolucionaria, no por el discurso, porque ya hubo un montón de pioneros que dieron discursos y mitificaron un montón de cosas. Pero lo que las mujeres escritoras tenemos que hacer es producir literatura y competir hombro a hombro. Y así es como estamos construyendo un lugar.

¿Y qué le diría usted a quienes reclaman a las escritoras un enfoque de género?
Mira, el enfoque de género se da por naturaleza. No podemos eludir nuestra condición de mujer. Entonces toda la carga de género que traemos se va a manifestar implícitamente. Ahora, tú puedes escoger hacerlo explícitamente, ¿por qué no?, siempre que los lenguajes sean suficientemente renovadores y estés haciendo un aporte con lo que haces. Pero esa no es la condición, porque yo creo que meternos en el gueto no nos ayuda. Pienso que es mejor estar atendiendo los requerimientos más hondos como individuos y no ser presas de imperativos que nos vienen de afuera. No es que porque somos mujeres tenemos que hablar de la condición femenina. Eso no lo han hecho los hombres, ponerse a alegar cosas desde la masculinidad.

En la novela que usted acaba de presentar acá en El Salvador menciona muchos referentes literarios a los que recurrió en su proceso de duelo por la muerte de su hijo, uno de estos referentes es 'Pedro Páramo'. ¿De qué manera influyó Juan Rulfo en la escritura de una novela sobre el suicidiio de su hijo?
En la estructura misma del libro hay cosas muy atávicas mías: comenzar por el final y la manera de aproximarme a los hechos. Por ejemplo, Rulfo en 'Pedro Páramo' comienza por la muerte. Yo aquí supe que lo que tenía que ocultarle al lector no era la muerte, sino cómo murió Daniel y por qué murió Daniel. Es el porqué lo que va buscando, no el qué. Entonces, en mi inconsciente van saliendo cosas de todas las lecturas que he tenido. Otro ejemplo: 'Crónica de una muerte anunciada' comienza con la muerte de Santiago Nassar. Muchas veces me paraba, iba a la biblioteca, buscaba un libro, buscaba una frase que recordaba. Trabajé, como te diste cuenta, en un diálogo con mis lecturas del presente y con mis lecturas del pasado. O sea, en ese momento no estaba conectada con la experiencia más honda, de la muerte y de la pérdida, sino con una experiencia literaria, y eso hacía que yo me saliera de las profundidades terribles de la pérdida.

Otros dos referentes que menciona en su novela son los poetas Sylvia Plath y Robert Lowell con el tema de la enfermedad mental desde la primera persona. ¿Cree que puede servirle la literatura a quienes luchan con ese padecimiento y a quienes acompañan a estas personas?
Esto no se ha trabajado suficiente. Yo pienso que el arte tiene una capacidad sanadora y liberadora. Lo que yo vi fue a un Daniel a quien le ayudó a recuperarse el asumir su padecimeinto, vivió infinitamente mejor, le dio sentido a la vida. Y creo que queda clarísimo en los casos de enfermos mentales recluidos en los hospitales que con la palabra lograron, por lo menos, paliar su soledad en esos sitios espantosos y hacer un ejercicio de introspección, o de confesión del dolor y de su sufrimiento. La enfermedad mental está muy cerca de la creatividad, el cerebro que se enferma muchas veces es el cerebro de gente muy creativa. Pero muchas otras veces no hay nadie que haya despertado en esas personas la idea de que pueden sanarse por medio del arte y la escritura. Yo creo que el solo ejercicio de tratar de poner la realidad en palabras puede, digamos, proveer una pequeña compañía. Creo que el enfermo mental está muy asustado de lo que le está sucediendo. Conocí a una chica que en este momento está internada en el hospital, tiene una crisis de bipolaridad, y ha comenzado a escribir porque tiene un talento enorme, yo la estoy motivando a que haga eso. Yo noto que eso le da sentido a su vida, porque no tiene demasiada concentración para leer, no quiere ver la televisión. Creo que si ella se ejercita en la poesía, que es un tipo de lenguaje y pensamiento que no es lógico sino simbólico, que es un arte como de las entrañas, eso va a canalizar esas fuerzas destructivas y terribles. Yo pienso que esos escritores que se concentraron ahí, y que hablaron desde lo más hondo de su dolor completan el panorama de lo que es el ser humano, nos permiten ver por el ojo de la cerradura una realidad que a veces no vemos y a veces negamos.

Plath, de hecho, manifestó en una entrevista pocos meses antes de su muerte, su interés en abordar las propias experiencias emocionales en la literatura, e hizo referencia al trabajo de Lowell en el que habla de sus experiencias propias en un hospital siquiátrico. Plath enfatizó su interés en ese tema diciendo que se trataba de un tabú, algo privado en la sociedad de su tiempo, por lo que consideraba que abordarlo desde la literatura era algo novedoso en esa época, o sea en 1963. ¿Cómo cree usted que la literatura puede abordar el problema del estigma social hacia la enfermedad mental?
Mira, es muy difícil que ese estigma social desaparezca, porque uno de los ingredientes de los que nace el estigma es el miedo, e inconscientemente se asume con violencia, se puede ser atacado por eso, y se considera que la persona afectada ha perdido su condición humana transitoriamente. Y casos tenemos. Entonces, esto de que no hay información suficiente porque no se ha obligado a que esté accesible y a que se difunda es un problema. Yo pienso que en algún momento los muchachos de la secundaria deberían recibir una clase de las consecuencias de la enfermedad mental, para que la reconozcan en ellos mismos, la reconozcan en sus compañeros con respeto y, hasta donde se pueda, con cariño, para aliviar esa situación. Por ejemplo, el 1 % de los enfermos mentales ataca a los demás, entonces el gran riesgo es que se ataquen a ellos mismos, y que no lo resistan. Cosas como esa la gente no las sabe. Yo creo que la sociedad tendría que evolucionar hasta llegar a que existan las posibilidades de que se haga un pacto de la familia con el enfermo, en el que se sepa claramente que tiene eso como puede tener diabetes o cualquier otra enfermedad, y que la gente esté ahí para ayudarlo. Pero no sé qué tan utópico sea eso. Lo veo a muchos años luz. Es que son las mismas empresas que nos quieren contratar: estas personas, que sufren de ansiedad o depresión, que es donde comienza en algunos casos la enfermedad mental, o el trastorno obsesivo-compulsivo, no sólo tienen que enfrentar el dolor del día a día de su trastorno mental, que ya es un infierno, sino que tienen, además, que callar eso para conseguir amor, amistad o un empleo. Padecer una enfermedad mental, que es una cosa que muy probablemente tenga que ver con la serotonina, además viene con la culpa, la gente común y corriente echa culpa: 'esto fue por la mamá', 'esto fue por el papá', 'esto fue porque él hizo tal cosa'. Es un panorama demasiado complejo y se necesita mucha evolución social para que desaparezca el estigma.

¿Cree que incluir en la agenda curricular de educación básica y media la educación sobre la enfermedad mental es igual de importante que incluir la educación sexual?
Totalmente. Yo creo que le falta mucho a la educación secundaria, en la adolescencia, la educación sobre el cuidado del cuerpo, que no solamente se enseñe cómo son los órganos, sino que se ilustre sobre los cuidados: alimentación, sexualidad sana y prevención de la enfermedad mental, obviamente. Pero ilustrarlo bien, porque los maestros a veces son los primeros que no saben nada, son los primeros que no saben distinguir un tipo de mirada, o hábitos que los chicos manifiestan en el colegio. Entonces creo que tendríamos que dar una capacitación intensa. En la universidad donde yo trabajaba desde hace 30 años, cuando se murió Daniel y salió el libro, hubo ya una especie de pequeño debate. En esa universidad, como en muchas otras, se mata mínimo un muchacho al año. Y ahí empezó a crecer concienciación, después de que un chico se tiró de la terraza de uno de los edificios de la universidad, ya de pronto como que la gente abrió los ojos a esa realidad y hubo capacitación de grupos de profesores para el reconocimiento y acompañamiento de la enfermedad mental. Entonces esos son como grados de avance en la civilización, y ojalá eso se hiciera desde muy temprana edad entre los estudiantes. Pero si primero tenemos que pensar que hay niños que se van a la escuela sin desayunar, entonces resulta difícil, ¿no es cierto? La educación es la gran esperanza de estos países, porque es el camino a la civilización, entonces por ahí llegamos a ese progreso.

Usted escribió Lo que no tiene nombre cuando atravesaba su proceso de duelo por la muerte de su hijo. ¿Cómo le puede servir la literatura a alguien que enfrenta un proceso de duelo?
Yo diría que cada persona tiene sus armas: uno va y nada, otro va y corre, otra señora teje suéteres, otro va a la iglesia, otro va a uno de esos grupos de acompañamiento, y otros optamos por la escritura. No habría que pretender que todos escriban porque la humanidad no es así, no todos usan los mismos mecanismos. Pero claro, la escritura puede ser de dos naturalezas: una escritura de desahogo, en un diario, todos los días. Yo creo que eso también ayuda, la literatura es terapéutica de esa manera, sin que haya una conciencia literaria de ninguna clase, sino un desbordamiento interno puesto en palabras. En vez de pagar un siquiatra se escribe un diario, puede ser un proceso de introspección y de reflexión. Ahora, cuando ya se asume como obra literaria, me parece que es más sanadora, porque la forma es una cosa que ocupa tu pensamiento. La gente se puede escandalizar de que yo a los dos meses y medio de haber muerto Daniel estuviera pensando por dónde comenzaba la narrativa. Eso parece como una abominación, como 'qué mamá tan fría'. Y yo creo que yo me estaba salvando con lo que fue mi oficio de toda la vida, yo iba a transformar en formas literarias el dolor terrible que tenía.

¿Cambió su idea de la literatura después de este proceso?
Sí cambió mi idea de la literatura. No cambió con la escritura del libro, sino que se reafirmó. Donde sí cambio fue en la recepción del libro, porque en una semana y media de haber publicado el libro se vendió todo lo que vendo en un año. La primera edición de 2 mil 500 ejemplares se agotó a los 15 días. Y hubo que hacer una, y otra, y otra edición. Entonces yo comprendí que la literatura acompaña mucho. Primero, cuando es testimonial, a la gente le fascina; y segundo, volví a recordar ese poder del que hablaban los griegos sobre la literatura, que es de la catarsis: tú lees para reconocerte o para reconocer al otro. El solo hecho de sufrir por Daniel mientras se lee el libro, o de sufrir por mí, es lo más humano que existe. Entonces es una belleza que la literatura propicie eso, cosa que se nos olvida. Para la literatura comercial el propósito es el divertimento, y para otra gente, pues, la literatura es intelectualidad y egos. Pero ese poder de comunicar al lector en solitario y al escritor que escribió ese libro, eso me parece que es recuperable, el fin mismo de la literatura.

En un fragmento usted menciona que el acto de suicidio de su hijo fue una elección, algo que no coincide con el punto de vista que estigmatiza ese acto. ¿Cambió su visión sobre el suicidio con su proceso de duelo, luego de haber acompañado a su hijo en su sufrimiento?
Mira, yo desde que crecí tuve un pensamiento liberal, no sé cómo porque yo venía de una familia súper conservadora. Pero yo creo que los seres humanos tenemos la posibilidad de cambiar la perspectiva, y desde entonces creo en el poder absoluto de la autodeterminación, tanto en la sexualidad, o si tú eres de un sexo determinado, que puede no solamente ser hombre o mujer. Tienes que manifestarlo, la sociedad te tiene que aceptar como eres. Sobre el matrimonio, si te quieres unir o si te quieres casar. Cada uno debe hacer de su vida lo que le dé la gana, siempre y cuando no invada el territorio del otro. O sea, respeto, responsabilidad y libertad: en eso creo yo. Y dentro de eso, ojo, entra el suicidio. ¿Sabías que somos los únicos animales que nos suicidamos? Y dejamos cartas, y decimos por qué y dejamos todo ordenado. Entonces eso es una manifestación de lo humano también. Creo que le ha hecho mucho daño a la humanidad la proyección religiosa sobre el suicidio, y la estigmatización del suicidio por parte de la religión. Porque yo creo que un ser humano que sufre día a día tiene el derecho a la eutanasia o al suicidio. En ese sentido, yo creo que se explica que yo no me derrumbara con mi dolor de mamá. Entonces, el amor fue lo que me llevó a comprender. 'Sí, verdad, tiene razón'. Hay que aceptarlo así, así me duela a mí mucho. Pero yo nunca pienso que yo puedo hacerle un reproche a esa decisión. ¿Cómo voy yo a decirle 'ay, me dejaste', 'ay, no me dejaste nada'? Era él, su decisión. Pero bueno, es lo que tuvo que hacer, o vio que en ese momento era lo que tenía que hacer. Iba para una clínica mental.

Sin duda otra de las cosas que marcan la narración en su novela es la maternidad. ¿Cree que la maternidad es un rol para el que todas las mujeres, sin excepción, deben ser aptas?
Fíjate: yo fui mamá a los 19 y lo lamento. Yo debí haber sido mamá a los 24, 25 años, estaba más capaz para eso. Seguramente eso implicó que yo no hiciera todo como debía hacerlo. Pero también hay que decir una cosa: ser mamá, aprender a ser mamá, es como aprender a vivir, siempre te estás equivocando, siempre tienes que estar cambiando. Lo que sí creo es que es una determinación personal, y que la gente tiene que decidir por su propia vida. Ahora hay quienes no quieren ser mamás, 'no voy a ser mamá, no quiero ser mamá, quiero ser profesional'. Pero, como yo tengo tres hijos, los tuve, entonces yo creo que la maternidad es una cosa que da mucha satisfacción, pero te pone en un terreno de lucha para el resto de tu vida. Hay quien puede no querer eso, hay quien va a querer vivir para sí mismo. Ahora, ¿si podrían ser madres todas las mujeres? No. Eso no se puede. Lo único que se podría es crear una conciencia enorme de que hay que alcanzar metas personales primero y madurar un poco para la maternidad. Yo pude ser la mamá de Daniel que fui porque me había equivocado bastante con mis dos maternidades anteriores, y porque había madurado yo como ser humano, a través de la literatura, y también ser mamá de otros estudiantes. Tener a todos esos chicos era aprender sobre la condición de los jóvenes. Me gustó mucho de las críticas que dijeron que lo que más les gustó fue la manera en que logré crear la imagen de la madre como narradora. Porque siempre es el hijo que habla de la madre, y aquí era la madre que hablaba del cuidado del hijo. Y yo de alguna manera acentué eso.

Algo que también se asume con frecuencia en nuestra sociedad: todas las mujeres estamos destinadas a ser madres en algún momento de nuestras vidas.
Creo que se ha mitificado la maternidad. Es que la maternidad tiene que ver con la capacidad de dar, y no todos tienen esa capacidad. Y si alguien acepta que no tiene eso, ya está, no tiene que ser mamá: es consecuente con su propia vida. Lo que pasa es que a veces llegan a los cincuentas a decir: 'ah, es que hubiera tenido un hijo'. 'Ah, yo debí haber ido a París. No fui. Tengo 82 años y nunca fui a París'. Y a veces las posibilidades que no se exploran producen eso. Es lo mismo: son opciones que la vida te da, pero tendrías que elegirlas racionalmente.

En su novela también hay referencias al tema de la confianza en la ciencia, la fe en los medicamentos de primera generación que se recetan para tratar enfermedades mentales. ¿Qué piensa de que ahora podamos contar con esta alternativa para tratar enfermedades mentales?
La medicina se ha mitificado. Y los primeros en mitificarla son los propios médicos. Y entraron en esa carrera del descubrimiento del descubrimiento del descubrimiento, que no se dan tiempo para comprobar nada porque el caso es que detrás de todo está el horrible mercado de las multinacionales, que han pagado cifras extraordinarias para hacer ese descubrimiento. ¿Y si se muere uno? ¿Y si se mueren dos? 10 se salvaron pero hay uno al que le sentó pésimo el medicamento, se volvió loco, 'pues, qué pena, señora. Se salvaron otros'. Entonces, no es tampoco tan fácil de resolver y decir 'demórense siglos probándolo todo'. Son encrucijadas éticas complicadísimas. Pero yo creo que lo que habría que suprimir es el vértigo del descubrimiento, y el vértigo del logro. 'Lo logramos', 'lo logramos'. Ese fetiche del éxito. Estamos en todos los terrenos de la vida perseguidos por el fetiche del logro, 'lo lograste, te damos un premio'. Y por el camino sacrificamos demasiadas cosas. Ahora, en cuanto a la enfermedad mental, y después de la experiencia de Daniel, estoy totalmente de acuerdo con que se medique. Creo que habrá que pagar un precio altísimo. Ahora, la medicación no es nada sin el manejo de los médicos, porque el manejo responsable del médico hace la diferencia. Pero como los médicos son comodísimos, y como las medicinas de nuestros países son una porquería y a veces las de otros también, entonces le dicen al paciente: 'Ve cada tres semanas y te tomas esta pastilla', y no está el ser humano ahí involucrado. La siquiatría tiene que revisar muchas cosas, como por ejemplo, el involucramiento afectivo con el paciente. Creo que es importante. Todo tiene que ver con la palabra 'humanidad'.

Otro de los problemas es que el tratamiento de las enfermedades mentales implica el de la negligencia médica y el del acceso a la medicación que el sistema de salud ofrece a quienes padecen estas enfermedades. Según narra en su novela, el caso de su hijo no estuvo exento de estas trabas, también tuvo que enfrentarse a esto.
Somos países que han conquistado cosas, aunque sigamos hablando de negligencia e incapacidad. Pero dentro del conjunto de problemas que se abordan, la enfermedad mental no cuenta, la enfermedad mental es la Cenicienta de todo esto. Podemos tener muchos casos de pobres muchachos, de extracción popular, que en su casa no pueden comprar la medicina, y fuera de eso tienen que pasar llamando para que les den una cita médica de 20 minutos, en la que no vayan al fondo de sus cosas, y luego les dejan una pastilla y les dicen que vuelva dentro de un mes. Ahí la medicina tiene que recapacitar, y yo creo que mi libro hizo un poquito de eso allá. Pero eso no se cambia de la noche a la mañana. Yo creo que hay que repensar la asistencia a la enfermedad mental. Repensar. Eso va a ser muy lento. Todo lo de la hospitalización tiene que volver a pensarse. El manejo de las familias es fundamental. Son conflictos que va resolviendo la humanidad con equivocaciones.


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