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Revolucionarios cotidianos: género, violencia y desencanto en El Salvador

La posguerra, ¿una experiencia llena de desencantos? La antropóloga Irina Carlota (Lotti) Silber, partiendo de su estudio de las historias de vida de mujeres y hombres que vivieron la guerra en El Salvador, 'revolucionarios cotidianos,' como ella les llama, ofrece nuevas perspectivas sobre la experiencia de la posguerra y la migración.


Miércoles, 8 de octubre de 2014
Por Irina Carlota (Lotti) Silber *

El estudio de las experiencias y las historias de participantes y sobrevivientes de la guerra, la violencia, y los procesos de paz en El Salvador no solamente puede aportar mucho para avanzar el conocimiento académico y teórico acerca de la experiencia de la posguerra, fenómeno que va mas allá que Centroamérica, sino que también puede tener implicaciones para políticas aplicadas.

Tuve el privilegio de compartir las historias de vida de residentes de Chalatenango durante la década de los noventa, y de inmigrantes Chalatecas y Chalatecos en Estados Unidos hoy en día. Las perspectivas de mujeres y hombres, niños y niñas que vivieron en zonas conflictivas durante la guerra y que participaron (o no) en varias formas y períodos, que no eran líderes, sino que eran lo que yo llamo “revolucionarios cotidianos,” y que rara vez tenían la última palabra en los procesos políticos, económicos, o socioculturales, dan mucho material para reflexionar. Por ejemplo, a menudo pienso en salvadoreñas como Chayo (pseudónimo) a quien conocí en Chalatenango. Ella era militante de las FPL durante la década de los ochenta. Estuvo refugiada en Honduras durante parte de la guerra, y vivió en una comunidad repoblada. Después de los acuerdos de paz fue madre, dueña de tienda, maestra alfabetizadora, líder comunitaria y, desde los mediados de los 2000, emigrada en EEUU. ¿Qué nos puede enseñar la historia de Chayo? Mis datos cualitativos demuestran que al prestar atención a perspectivas particulares, como las de Chayo, se amplía el discurso de la posguerra y se puede avanzar un análisis que intenta romper los esquemas hegemónicos, las críticas y el romance de la militancia, y dar cabida a contradicciones que pueden quedar en silencio.

Como antropóloga socio-cultural mis estudios son principalmente etnográficos, un método que se basa en participar y observar en diferentes momentos y contextos las prácticas y procesos que surgen en la vida cotidiana de la gente. Para mí esta metodología también requiere un deber ético, comprometido, de largo plazo y abierto. Mi interés en los procesos de paz en El Salvador empezó a partir del inicio de la década de los noventa cuando era una joven estudiante en EEUU de padres argentinos. Mientras cuestionaba el discurso norteamericano marcado por el legado de la guerra fría, también cuestionaba la política de inmigración hacia la población salvadoreña. Con esta perspectiva, y después de la firma de los acuerdos de paz, impulsé una investigación etnográfica en varias comunidades repobladas en Chalatenango con varias organizaciones no gubernamentales (ONGs) que estaban apoyando la transición de la guerra y la clandestinidad hacia una vida digna con derechos en el marco nacional.

Este trabajo, la primera fase de mi estudio, es el resultado de 17 meses de investigación etnográfica que empezaron en junio de 1993 y terminaron a finales de diciembre de 1997. Participé en la vida de un municipio, en la vida cotidiana de las familias. Participé y observé los diversos proyectos de desarrollo local. Asistí a reuniones a nivel comunitario de ONGs prominentes y a movilizaciones de partidos políticos. Este método amplio y profundo de lo particular y de lo que surge diariamente me ayudó a analizar las pautas de la posguerra. Una segunda fase de mi estudio comenzó a comienzos de los 2000 con una nueva e inesperada emigración de chalatecos y chalatecas a varias regiones de los Estados Unidos. Históricamente, los residentes de repoblaciones, comunidades repatriadas durante tiempo de guerra, no habían huido a EEUU ni durante la época de guerra ni durante la transición a procesos democráticos o en el período de reconstrucción nacional. Por ende, quería entender esta nueva migración, el porqué y el impacto de la emigración sobre la vida de los repobladores— los que emigraron y los que se quedaron. En esta segunda fase pude ampliar mis hallazgos sobre las contradicciones de la posguerra en términos de las complicaciones de los procesos de desplazamiento, desde las guindas donde chalatecos y chalatecas escapaban de los operativos militares hasta el trayecto “obligado,” como me comentaron muchos, de cruzar la frontera de EEUU con toda la violencia, el riesgo, el peligro y la incertidumbre que esto implica. Un argumento clave de mi trabajo es que es a través de la migración que los antiguos revolucionarios desterritorializan la transición hacia la democracia salvadoreña y trabajan contra la desmoralización y las injusticias de la posguerra.

Lo particular, lo cotidiano, demuestra otro hallazgo importante de mis estudios—que las mujeres y los hombres viven de manera diferente la posguerra y esto tiene consecuencias a nivel local, regional, nacional y transnacional. Por ejemplo, a finales de 1997, en Chalatenango, durante una entrevista, Chayo habló sobre el desencanto en las comunidades, sobre el “engaño” del pasado que muchas mujeres articulaban con recuentos de las pérdidas vividas. Muchas mujeres estaban desanimadas y la participación colectiva y los proyectos de desarrollo local estaban en crisis en comunidades históricamente organizadas. Las ONGs intentaban superar este desencanto pero a veces ésto tenía como resultado más desanimo colectivo. Con su experiencia de vida, Chayo me habló de las desigualdades estructurales, de la pobreza opresora, sobre las contradicciones del desarrollo, de la justicia social aún no realizada y la democracia evasiva, aunque la mayoría de residentes apoyaban el nuevo partido político del FMLN.

En 2008 nos encontramos otra vez, esta vez no en El Salvador sino en una ciudad en las afueras del estado de Nueva York. Ahí Chayo me habló de la angustia de dejar a sus hijos en Chalatenango, de los sacrificios del pasado y de su vida como inmigrante—a veces sofocante pero a veces con rayos de esperanza—con dinero para renovar ampliamente su casa en Chalatenango y matricular a su hijo primero en el bachillerato y después en la universidad. En fin, poder sacar adelante algo más que una vida de sobrevivencia, algo imposible para muchos chalatecos sin los beneficios de remesas todavía inconsistentes. Este arco longitudinal, trazando los procesos cotidianos, de revolucionaria o militante a inmigrante, es el tema clave que esclarezco en mi libro, Revolucionarios Cotidianos: Género, Violencia y Desencanto en El Salvador.

Al utilizar un enfoque de género en las investigaciones sobre la vida cotidiana, salen a la luz varias prácticas narrativas. Estas prácticas señalan las contradicciones y retos de la posguerra y la democracia neoliberal. Para clarificar, estas historias o narrativas surgen en conversaciones entre vecinos y familia, entre gente que compartió tiempos de guerra. Ocurren en las tiendas, mientras se cultiva la tierra, durante talleres y capacitaciones, durante reuniones comunitarias de ONGs, o en los labores y comunidades formados en EEUU. Por ende, otro hallazgo significativo se trata de un discurso hegemónico de sacrificio, de unidad, de participación heroica, al nivel comunitario, impulsada por líderes y ONGs locales. En contraste, muchas mujeres, como Chayo, cuestionaban su participación, durante la guerra y en tiempos de paz. Dejaban de participar en proyectos de desarrollo local. A pesar de que votaban por candidatos del FMLN, en la vida cotidiana criticaban las desigualdades profundas, y la “mentira” de la igualdad social que nunca llegaba. A pesar de las ganancias de la paz, con las aperturas tan importantes de la posguerra, mis datos etnográficos demuestran que muchas mujeres militantes y colaboradoras, intentaban negociar su pasado con su presente. Esta es una negociación entre la memoria y el olvido, entre las memorias de la brutalidad de la guerra y el poder popular y acción colectiva. Como me comentó un líder comunitario en 1996: fue una “reconciliación fantasma.” Es importante dar seguimiento a perspectivas como estas, para desenmarañar lo que significa la paz y la reconciliación en el largo plazo. Los desafíos de la posguerra surgen en la injusticia socio-económica de la democracia neoliberal, surgen a pesar de las ganancias y a pesar de los cambios en el gobierno nacional.

Espero que este estudio etnográfico contribuya a la discusión tan importante sobre los legados de la guerra en la vida de la gente, como aprendí de tantos que vivieron la guerra en carne propia. La política global indica que habitualmente estas perspectivas han sido abandonadas o ignoradas. Mi estudio longitudinal, en El Salvador y con la diáspora salvadoreña, indica que es importante apreciar la conexión entre construir una democracia profunda y una política de inmigración justa. También llama la atención a una realidad compleja y cada vez mas transnacionalizada. Aunque en la vida cotidiana surge un desencanto palpable y una incertidumbre a través de las fronteras, irónicamente se abren las puertas a una esperanza moderada.

 

 

*Irina Carlota (Lotti) Silber es Profesora Asociada de antropología en The City College of New York (CUNY). Este artículo se basa en su libro Revolucionarios Cotidianos: Género, Violencia y Desencanto en El Salvador; que recibió el Premio Internacional a Libros Latinos de 2013.

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