Diriamba, NICARAGUA. San Sebastián, santo del que los indígenas de Diriamba cuentan que llegó igual que otras imágenes religiosas a Nicaragua, a bordo de barcos españoles que naufragaron cerca de las costas del Pacífico, es venerado debido a sus milagros por miles de diriambinos con danzas, comidas típicas y una peregrinación.
“Estoy agradeciendo al santo por curarme” de una parálisis en las piernas, dice Rosa Villanueva, una adolescente de 17 años que asiste disfrazada de Toro Huaco, que satiriza la relación de los indígenas con los españoles.
Cubierta con una capa de color rojo, un enorme sombrero elaborado con cerca de 40 plumas de pavo real y una máscara con el rostro de un español de ojos azules, la joven se une con jolgorio a la festividad religiosa, una de las más concurridas de Nicaragua.
La fiesta arranca con una misa en la basílica de San Sebastián de Diriamba, 40 kilómetros al sur de Managua, en el departamento de Carazo, donde la imagen del santo, un soldado pretoriano que prefirió morir antes de renunciar al cristianismo, permanece guardada todo el año.
“San Sebastián, ruega por nosotros”, implora el padre Orlando Mendoza durante la homilía en la que llama a los devotos a ayudar a los que viven en precariedad y sufrimiento, en el marco del espíritu del año de la Misericordia proclamado por el papa Francisco.
Tras entonar alegres alabanzas religiosas, varios grupos de danzas folklóricas que interpretan el Toro Huaco, a personajes del Güegüense –símbolo de la rebeldía y la cultura del indígena nicaragüense– y las inditas, entre otras, entran danzando a la basílica para saludar al santo.
Luego, al son de los chicheros, las campanas de la iglesia, el bullicio de la multitud y de cohetes artesanales, el santo es llevado por los feligreses sobre una peaña de madera en procesión hasta la ciudad amiga de Dolores para participar en el llamado “tope de santos”.
Según la leyenda, en el atrio de la iglesia de la ciudad de Dolores, a dos kilómetros de Diriamba, San Sebastián se encuentra con las imágenes de San Santiago, San Marcos y San Antonio que flotaron junto con él hasta las costas del sur de Nicaragua tras un naufragio, relata el devoto José Baltodano, un administrador de empresas de 45 años.
Al frente de la procesión, que avanza en medio de una fuerte polvareda y vientos, un grupo de mujeres vestidas de Inditas bailan sin cesar para cumplir sus promesas.
“Yo tengo una operación pendiente en la columna cervical y estoy pidiendo que todo salga bien”, expresa Magali Hernández, una abogada de 44 años y madre de dos hijas.
A su lado, Yahaira López, un ama de casa ataviada en un traje folklórico color verde, se mueve sin parar al ritmo de los chicheros para agradecer al santo por salvarle la vida durante una operación.
“Yo vengo por tradición y devoción”, manifiesta por su lado Iliana Ruiz, de 17 años, poco ante de llegar a Dolores, donde la multitud celebra con júbilo el encuentro de los santos, una tradición heredada de los españoles.
“Viva el santo, viva el Papa”, proclama a gritos la multitud.
Diriamba es la cuna del cacique Diriangén de Nicaragua, quien se enfrentó con palos y flechas a los españoles cuando trataron de someterlos en el siglo XVI. También es el origen del Güegüense, una obra indígena que conjuga bailes y comedia, que fue declarada patrimonio vivo, oral e intangible de la humanidad por la UNESCO en el año 2005.
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