El Ágora / Cultura y sociedad

Sergio Ramírez: “En nuestras sociedades, el machismo condena la homosexualidad pero calla frente al incesto”

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez visita El Salvador para presentar Sara, su nueva novela publicada por el sello Alfaguara, y para promocionar el festival literario ‘Centroamérica cuenta’, que se llevará a cabo del 23 al 28 de mayo en Managua. Hablamos con él sobre su novela, sobre el machismo y el feminismo de esta región del mundo que él llama rural, por la gran influencia que la religión y el patriarcado tienen en la política y en la cultura. 


Martes, 5 de abril de 2016
Élmer L. Menjívar

Sergio Ramírez en un retrato de Daniel Mordzinski ©
Sergio Ramírez en un retrato de Daniel Mordzinski ©

Entrevistar a Sergio Ramírez en el transcurso de los años resulta en una conversación continua y coherente pero nunca reiterativa. Siempre ofrece la disposición para explorar su ideario, extenso, versátil y erudito que abarca su natal Nicaragua, Centroamérica y el mundo de la literatura. Hace 13 años, El Faro publicó una primera entrevista con Sergio Ramírez con la excusa de la presentación de su novela Sombras nada más (Alfaguara, 2003), que abordaba en clave policiaca el poder somocista desde la perspectiva de uno de sus protagonistas. Luego, en 2012, vino a presentar La Fugitiva (Alfaguara, 2003), que ya había sido anunciada en 2003, donde se acerca a la escritora costarricense Yolanda Oreamuno y a otras mujeres de su generación. Hoy volvemos a él para hablar de Sara (Alfaguara, 2016), la mirada profana sobre uno de los personajes bíblicos fundacionales. Como siempre, hablamos de su libro, de sus ideas noveladas, de los temas que va surgiendo de este leitmotiv: la religión, la cultura y la política, y sus permutaciones.

Sergio Ramírez, en las dos últimas décadas, ha colgado en su hoja de vida varios de los premios más importantes de la literatura en español: es, entre otros, Premio Alfaguara 1998, Premio Laure Bataillon 1998, Premio Casa de las Américas (Cuba, 2000), Medalla de Honor Presidencial Centenario de Pablo Neruda (Chile, 2004), Premio José Donoso (Chile, 2011) y Premio Internacional 'Carlos Fuentes' a la Creación Literaria en Idioma Español (México, 2014). Combina la creación literaria con otras actividades intelectuales como el debate político mediante sus ensayos y columnas de opinión, y la promoción cultural y literaria de Centroamérica. Esto último lo hace, desde hace media vida como editor, antologador, conferencista, y, desde hace cinco años dirigiendo ‘Centroamérica cuenta’, un evento internacional que reúne en Managua a las voces más representativas de la literatura en español durante el cual también se imparten talleres, se montan conversatorios públicos y se desarrollan mesas de trabajo enfocadas en la literatura y sus congéneres. Su visita al país este 5 y 6 de abril es motivada tanto para presentar su nueva novela como para presentar la edición 2016 de ‘Centroamérica cuenta’ el 6 de abril en el Teatro Luis Poma, y por este filón empieza esta plática.

¿Cómo llegaste a la conclusión de que en esta parte del mundo era necesario que existiera un evento como ‘Centroamérica cuenta’?
Es un viejo vicio mío creer en la integración cultural centroamericana, y las posibilidades que Centroamérica debe tener como un universo cultural, no solo hacia afuera, sino también hacia adentro. Me pareció también que Centroamérica no tenía por qué tener una marca provinciana, y que debíamos estar insertados en el mundo de la cultura como debe ser. Debemos vernos como somos en la cultura y enseñar cómo somos hacia afuera, y debemos escuchar la voces que están sobresaliendo ahí afuera.

También estás aquí para presentar tu nueva novela. ¿Cómo sientes que ha sido recibida Sara?, tomando en cuenta que por la materia prima de la que partes, la Biblia, puede ser tomada como una herejía.
La verdad es que yo escribí una novela bastante heterodoxa en lo que se refiere a mis temas narrativos, apartados de los que yo había tocado antes sobre la realidad de Nicaragua y Centroamérica. Pero me sentí atraído por un tema como este, que se sale de mis parámetros habituales. Y como me estaba metiendo a trastocar el Antiguo Testamento y a una figura emblemática, la mujer de Abraham, patriarca fundamental en la historia bíblica, yo temía que pudiera haber una controversia de carácter religioso. Yo digo dichosamente que no hubo ninguna, y digo dichosamente así, entre comillas, porque quizá si hubiera habido controversia, el libro habría tenido un empujón comercial. Pero no necesitó ese empujón comercial. La novela ha circulado muy bien, ha sido muy leída, muy comentada, y las críticas literarias han sido muy buenas, así que yo estoy contento con el resultado.

Tú has dicho que la Biblia es un nicho muy rico de argumento para hacer varias novelas. ¿Por qué escogiste la historia de Sara y no otra de esas tantas que dices que hay en la Biblia?
Me atrajo mucho, desde le principio, la marginalidad de Sara en la historia bíblica, siendo la mujer de un personaje tan importante como Abraham, que viene a ser padre de tres religiones –judía, mahometana y cristiana– y, dentro de esto, que Sara siempre es tomada en el canon cristiano como modelo de mansedumbre y de obediencia.

¿Por qué te atrajo eso?
Porque leyendo el texto con cuidado, entre líneas, Sara es una mujer que cuestiona el mundo en el que le toca vivir, y eso está también en las mismas líneas del texto. Es una mujer que encarna una dosis bastante importante de rebeldía, y todo lo que se va contando alrededor de ella es desde el punto de vista de un novelista bastante extraño como para atraer la atención de quien va a re-relatar esta historia.

Hay cosas que en la Biblia se presentan como muy naturales, pero si se piensa un poco, no lo son en lo absoluto.
Sí, claro. El hecho de que el marido la vende al faraón, de que encuentra otro rey y la vende también, y recibe bienes al entregarla al lecho de otro. También las iniciativas que ella toma, como cuando pide a su esclava Agar que entre en la cama del marido para que el marido pueda tener un hijo, y el conflicto posterior con la misma Agar, cuando Agar se siente envalentonada y es la dueña de la casa, después nace el hijo y el conflicto entre los dos herederos… Es que dime si no es una historia novelesca.

Casi telenovelesca…
Es que es la vida. La novela lo que hace es repetir la vida y en la vida se da este conflicto de celos, de competencia de poder dentro del hogar y fuera del hogar; es lo que la novela recoge, y eso está ahí en la Biblia, lo que pasa es que cuando nos enseñan a leer el Antiguo Testamento, quien te enseña va buscando solo las partes edificantes: la sumisión de Sara, su silencio, el hecho de que obedece al marido, pero no nos enseñan a leer el drama que está detrás, que es lo que a mí me interesó.

La Biblia siempre presenta personajes que son un modelo de actuación, una especie de arquetipo, para quienes profesan la fe que se desprende de ese libro. ¿Lo tuyo se puede considerar una exégesis laica apegada al texto, o es un juego literario que solo parte del personaje pero que se desarrolla más como ficción?
La Biblia es un libro que se puede leer de muy distintas maneras, siempre de acuerdo a lo que dice Ítalo Calvino, que un clásico es un libro que se puede leer siempre de una manera renovada, y uno siempre puede encontrar novedades. La Biblia es un libro trascendental que está lleno de historias muy atractivas, pero uno puede hacer de ellas su propia lectura. La lectura tradicional de la Biblia es la marginalidad de la mujer, su sumisión, su silencio; mi lectura de la Biblia es lo contrario: Sara es una mujer rebelde, no es un mujer sumisa. Sara calla porque no le permiten hablar, no porque esa sea su naturaleza. Sara obedece porque la obediencia de la mujer está dentro de las reglas de la sociedad patriarcal, pero en cuanto puede habla. Sara no se ríe porque está prohibido reírse, está prohibido enseñar el rostro delante de los extranjeros. Pero Sara va construyendo una conducta que rompe con esos esquemas, y eso me interesó mucho de ella.

¿Crees que las distintas religiones y sectas que han surgido de la misma Biblia son producto de distintas lecturas como la que tú has hecho en este caso?
Yo creo que la lectura de la Biblia tiene grados. Desde quien la lee convencido de que es la palabra de Dios, igual como los mahometanos leen el Corán y creen que el arcángel Gabriel le dictó a Mahoma el Corán, y por lo tanto todo lo que está ahí es palabra divina y nadie lo puede cambiar; así hay quienes creen que el Antiguo Testamento fue dictado por la divinidad, y por lo tanto es la palabra de Dios, inviolable. Hay otros, siempre dentro del cristianismo, que creen que la Biblia es una obra humana, de inspiración divina, pero una obra humana. Y hay otros que la leemos con sentido profano, es decir, como un libro con una gran riqueza literaria, con un gran caudal de enseñanzas que uno puede entrar a reinterpretar, porque lo que ahí cuenta está poblado de seres humanos con sus pasiones y debilidades, que provocan guerras, conflictos familiares, hay asuntos de sucesión de herencias, engaños para que un heredero sea declarado legítimo en perjuicio de otro, hay incestos, hay de todo…

Los cristianos más ortodoxos siempre recurren a la Biblia para sancionar lo que es moral y lo que es inmoral, y es emblemático el tema de la homosexualidad, porque se toman pasajes de manera muy literal, pero muchos otros se relativizan o se ignoran; por ejemplo, pasajes sobre el incesto, o sobre la venta de las hermanas para saldar deudas… ¿Por qué crees que la gente religiosa no es capaz de identificar estas manipulaciones?
Yo creo que eso depende del contexto social en que estos textos fueron escritos. La homosexualidad en la sociedad patriarcal es absolutamente reprobada, pero también desde la sociedad patriarcal el incesto es consentido con el silencio. En nuestras sociedades rurales centroamericanas el machismo condena la homosexualidad pero calla frente al incesto, hay una complicidad alrededor del incesto. En nuestra sociedad contemporánea centroamericana, cuando alguien comete un acto de incesto, desde la perspectiva del varón lo primero que se dice es que tuvo la culpa la mujer porque se le metió al hombre, las violaciones, los incestos, los abusos son justificadas así; la mujer resulta ser la culpable. Es la inviolabilidad del macho, es decir, es el poder masculino que está expresado en la Biblia, y eso no se ha diluido milenios después, sigue presente todavía en nuestra sociedad, y yo sostengo que es porque vivimos todavía en sociedades culturalmente rurales, y por tanto culturalmente patriarcales.

¿Te refieres a Centroamérica?
Sí, porque es lo que más conozco. Pero dudo que sea distinto en Bolivia, o en Paraguay, o en República Dominicana. Pero que es igual en El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua, de eso no me cabe ninguna duda.

Tu discurso suena muy feminista, y la novela podría leerse en esa clave. ¿Es intencional?
Las novelas no son para asumir discursos, ni para hacer proselitismo de determinada ideas, porque uno ya tendría que ir dispuesto al fracaso desde el principio. Yo creo que las consecuencias que el lector saque del libro son las que valen, haciendo su propia lectura. Uno tiene que retratar las situaciones como retrato fiel de lo que uno piensa que es la sociedad. Luego vienen las lecturas éticas, las lecturas de género, y lo que sea, pero no creo que funcione una novela escrita con el propósito de hacer proselitismo a favor de determinado género y determinada causa.

A lo mejor no sea una novela militante ni proselitista, pero yendo a tus aspiraciones como autor, ¿es tu intención contribuir a la reflexión sobre la ponderación de la mujer en nuestras sociedades?
Para mí, toda novela es un obra de ética. Un novelista no es un arcángel ni es un marciano. Un novelista es alguien que tiene en su cabeza ideas, contradicciones, pensamientos, maneras de ver el mundo, y eso se refleja en la novela. Yo tengo mi manera de ver el mundo y la sociedad, y eso se refleja en mis novelas, pero yo no puedo exigirle a nadie que acompañe mis convicciones y principios que se filtran en la novela, ni escribo yo un libro de ficción con propósitos didácticos.

Pero tú eres consiente de la influencia que tienen las ideas de un novelista sobre su público, porque una novela, en buena medida, es una idea desarrollada de manera que es más digerible para la gente.
Por eso decía que yo tengo un universo ético que se filtra hacia los trabajos de ficción. También un universo cultural, pero no pienso que el campo de debate de mis ideas sean mis novelas; el campo de debate de mis ideas son mis ensayos, los artículos de prensa. Y eso tiene que ver con los procedimientos que se usan en la novela que, te repito, no es un alegato. Por ejemplo, para ver un personaje como Sara y las situaciones en las que se ve comprometida en la novela, hay que presentar el mundo que la rodea, un mundo que para mí es bastante absurdo, por eso yo tengo que intermediar con el humor y escoger un narrador que no soy yo, sino alguien que está muy cerca de Sara y que lo que él hace es ver este mundo de una manera muy crítica, pero no con una manera crítica retórica, sino con una manera crítica humorística, y ese es el papel de este narrador, que va narrando, pero también va juzgando lo que va pasando en la novela, y como es un narrador omnisciente que puede ir hacia el futuro y hacia el pasado, puede ver todas las aristas que se están desenvolviendo alrededor de los hechos que Sara está viviendo, lo que ya ha pasado y lo que todavía no ha pasado.

Un narrador omnisciente se parece mucho a Dios, ¿no crees?
El primer gran narrador omnisciente es Dios mismo, pero es un narrador omnisciente de la creación, del universo, de las vidas humanas. Un novelista es Dios dentro de los límites de su propia obra literaria, dentro de las páginas de su novela, porque tiene el poder de la vida y la muerte sobre sus personajes, puede divorciarlos, mandarlos al exilio, enfermarlos, sanarlos, matarlos... En ese sentido, tiene un poder absoluto, y tiene el poder de estar en todas partes, de ver lo que está ocurriendo en un lado al mismo tiempo de lo que está ocurriendo en otro… Pero ya el novelista que saliéndose de las páginas de sus novelas sigue creyéndose que es Dios, ese ya está loco, eso ya es la locura.

El dios narrador de Sara, decidió referirse al Dios bíblico como el Mago, una figura muy prosaica, hasta hereje… ¿este guiño es una llana provocación o tiene un trasfondo más complejo culturalmente?
Lo que pasa es que hay que ponerse a pensar en cómo veía Sara a este personaje que de repente aparece metido dentro de sus vidas. Ellos son una pareja recién casada que vive tranquila y, de repente, llega su marido a decirle: “Mira, oí una voz y encontré a un niño que aparecía y desaparecía, que me dijo que tengo que ir a tal lado…”. Y él llega a contar ese cuento a su mujer, y después ella lo ve de vez en cuando de rodillas, porque escucha una voz que ella no escucha, después el marido le dice que le ha hablado en sueños y que tienen que mudarse. Ella, por supuesto, no participa de esos sueños, entonces la relación de Abraham con ese niño, esa voz, esa divinidad, es particular y secreta… ¿cómo lo va a llamar ella? El dios único no tiene nombre, ella conoce los nombres de los dioses que existen en Ur, que los hacen de barro y los venden en los mercados, como los que hoy vemos en las iglesias, pero el dios único no se ha dado nombre; Yaveh le llama el pueblo judío, pero siglos después, en ese momento, es un dios que no tiene nombre. Entonces, ella lo bautiza, le pone un nombre de referencia, y su referencia son los magos que tragan fuego, que hacen desaparecer cosas, que se sacan pichones de la boca, que son capaces de obrar maravillas... esa es la referencia que ella tiene.

¿Ella tiene conciencia de que se refiere a Dios?
En el fondo sí. Su creencia respecto a este mago omnipotente se resuelve al final del libro con un diálogo definitivo.

Tu Sara contrasta mucho con las mujeres que aparecen luego en el Nuevo Testamento; las tres Marías, por ejemplo, que creen sin necesidad de que las convenzan, y Sara es más cuestionadora, más progresista a pesar de estar siglos atrás.
Yo diría que son dos mundo distintos el del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento, la naturaleza de Dios ha cambiado totalmente, ya no es aquel dios prepotente, enojado, absoluto; ese dios ha desaparecido y da paso a un dios que nada más y nada menos ofrece a su hijo para que lo maten, para que cargue con todas las culpas de la humanidad. Eso ya es un cambio absolutamente radical. La mujeres que rodean a Jesús ya no son estas matriarcas que son fundadoras de grandes estirpes y familias, como la misma Sara, sino que son mujeres comunes y corrientes, hasta prostitutas. A la hora que Jesús muere en la cruz, está rodeado de dos ladrones y a sus pies una prostituta, ese ya es un cambio radical. Estamos viendo a seres humanos más reales con relaciones más reales; por ejemplo, vemos a las amigas de Jesús que entran en conflicto porque a Marta le gusta estar escuchando a Jesús mientras María tiene que ir a hacer la comida y lavar la ropa, y esta se queja… y Jesús les hace favores como resucitarles al hermano, y Jesús también se mete en cosas muy mundanas, como cuando llega a una boda donde se ha acabado el vino, y él les hace el favor de que haya vino para terminar la boda.

¿Tienes en la mira algún otro personaje o episodio bíblico para abordarlo en una próxima novela?
Mi idea original es hacer una secuela de tres mujeres, empezando por Sara, luego la nuera de Sara, y luego la siguiente generación. Yo concebí esto como una trilogía. Es un proyecto que ahí estará parqueado. Ahora estoy dedicado a otra cosa.

Escribiste antes La fugitiva, que se basa en la vida de Yolanda Oreamuno, una emblemática disidente costarricense ¿es coincidencia el perfil de estos personajes femeninos?
Sí, más o menos va por la misma línea de mujeres que ven el mundo con ojos muy distintos a como se piensa que las mujeres deben ver el mundo. Quizá Amanda Solano, mi personaje en La fugitiva, es un antecedente de lo que va a ser Sara después. Quizá Sara no se puede explicar sin Amanda Solano, porque una justifica a la otra. El caso de Yolanda Oreamuno yo lo conocí de primera mano porque cuando yo viví en Costa Rica todavía se hablaba de ella, una mujer que había querido ser escritora, libre, independiente y fue víctima de una sociedad muy conservadora. Es lo mismo, es este mismo drama repitiéndose miles de años después: el de la mujer víctima de la sociedad patriarcal.

¿Cuál es tu valoración ética de la relación que guarda hoy en día, en nuestros países, la política con la religión?
Yo creo que una de las grandes conquistas de la humanidad en América Latina es el laicismo. El laicismo es muy sano, el Estado aparte y las iglesias aparte. El Estado confesional fue una rémora a lo largo de muchos años, y yo creo que no es bueno ni para las iglesias, y estoy hablando tanto de la Iglesia católica como de las iglesias protestantes, y digo esto porque, por ejemplo, en Guatemala las iglesias protestantes tienen una enorme influencia, tanta que han puesto presidentes: pusieron a Ríos Montt y pusieron a Serrano Elías, y les fue mal en este experimento.

Acaban de poner a Jimmy Morales también.
También… Yo creo que el laicismo es fundamental. No veo por qué seguir repitiendo ese experimento ya fracasado de los Estados confesionales. Pero bueno, volvemos a lo mismo, la cultura patriarcal siempre nos está diciendo que el poder del patriarca está amparado por la divinidad.

Nicaragua ha tenido también una experiencia de gobiernos muy implicados con las iglesias, desde la Revolución de los ochenta cuando tuvo ministros sacerdotes, hasta el gobierno actual, que se declara cristiano en su propia publicidad.
El asunto empieza porque Nicaragua fue un laboratorio de la Teología de la Liberación en los ochenta. La Teología de la Liberación fue una tesis planteada en el seno de la iglesia después del Concilio Vaticano II y tuvo muchos adeptos, empujada primero por Juan XXIII y luego por Pablo VI, pero esto cambia cuando llega al poder Juan Pablo II, que da un viraje de 180 grados y lo hace en la Conferencia Episcopal de Puebla, en la que pretende dar marcha atrás. Pero, mientras tanto, ocurre la Revolución en Nicaragua, y fue el resultado de un esfuerzo común de marxistas, cristianos y gente de muchas otras creencias, pero fundamentalmente entre marxistas y cristianos, y los cristianos tienen un enorme papel: los laicos, los religiosos, las religiosas, los sacerdotes… Entonces, cuando la Revolución triunfa, Nicaragua se vuelve un gran laboratorio de la Teología de la Liberación. Yo recuerdo que la primera carta pastoral de la Iglesia católica luego del triunfo sandinista fue en apoyo a la Revolución, y habla claramente del socialismo, firmado por una conferencia episcopal liderada por el obispo Obando y Bravo, después convertido en cardenal. Pero lo que pasa es que el borrador de esta carta pastoral fue redactado por Gustavo Gutiérrez, uno de los grandes adalides de la Teología de la Liberación en América Latina. Nicaragua era visitada por todos los grandes representantes de esta línea de la iglesia.

¿Y esta tesis llegaba al pueblo, a la gente común?
A ver, esto no nos debe llevar a engaños, porque la Teología de la Liberación como tal era un asunto de intelectuales, y nunca permeó en la masa de los católicos. Es decir, cuando viene la contradicción fundamental que se da entre la Revolución y la jerarquía eclesiástica encabezada también por el cardenal Obando; la masa católica se queda con la jerarquía, no con la iglesia de la Liberación. Y las iglesias rebeldes son pocas; en Managua, dos o tres. En el Gobierno se ponen a la defensiva frente a la oposición de la iglesia oficial ya respaldada por Juan Pablo II, quien, cuando viene a Nicaragua, y regaña de rodillas a Ernesto Cardenal es porque viene a poner orden, porque le han dicho que aquí hay un estado de rebeldía de los curas, que Nicaragua es el peligro de que haya un cisma en la Iglesia… Y no era así, es decir, la gran inmensa mayoría de los fieles seguían siendo fieles a la jerarquía oficial.

¿Conociste el proceso salvadoreño en esos aspectos?
Es interesante, porque a mí me parece que el caso de El Salvador es diferente. El martirio de Monseñor Romero cambia el panorama, porque Monseñor Romero se convierte en una figura de adhesión que tiene que ver con la ansiedad de cambio que tiene la gente, y es una figura que la gente identifica con el cambio porque se trata de un martirio y de alguien que ha sido asesinado por el régimen.

No creas que la adhesión es mayoritaria. Aún hay discordia alrededor de su figura, incluso frente a la inminente canonización. Sin embargo, los mismos correligionarios de Roberto d’Aubuisson ahora le hacen plegarias en redes sociales.
Y cuando lo canonicen tendrá más adeptos entre esta gente, porque tendrán que rezarle a un verdadero santo, un santo oficial y no se puede hacer discriminación entre santos oficiales.

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