Columnas / Transparencia

El Salvador (des)honesto


Jueves, 7 de julio de 2016
Leonor Selva

Digicel lanzó un nuevo spot publicitario y, mientras su primer comercial fue ampliamente criticado por los conservadores, este nuevo anuncio, titulado “Asesores”, ha sido un hit entre la población. Esta vez, la empresa optó por abordar un tema que –al menos en redes sociales– logra unir a los salvadoreños: el desprecio por los políticos corruptos. A pesar de la abrumadora respuesta a favor del comercial, nuevamente, Digicel corre el riesgo de ser objeto de censura por, supuestamente, difamar a nuestros funcionarios. El mensaje “Bienvenida honestidad” con que acaba el spot y la sobredimensionada reacción de muchos en la Asamblea Legislativa son una oportunidad perfecta para reflexionar sobre cómo contribuir a un El Salvador más honesto, tanto en la política como en la sociedad.

El spot envía un sarcástico agradecimiento a los “asesores de los asesores de los asesores de los políticos” y alude a los gastos superfluos en viajes, alimentación y licor. Además, y probablemente sea esto lo que mayor ofensa causó entre nuestros legisladores, representa al político como un funcionario irresponsable, bobo y necesitado de elogios vacíos y adulación constante. Salvo por la breve aparición de un rótulo led diciendo “¡Gracias!”, el anuncio podría ser de y para cualquier parte del mundo. Más aún, en ningún momento hace alusión a un funcionario o gobierno en particular. Por tanto, muy a pesar del rasgamiento de vestiduras de nuestros representantes, el comercial no constituye –ni ligeramente– un acto difamatorio. Así, lo único de lo que han sido víctimas los miembros de la Asamblea es de lo “pachito” que estaba el río. Pero, ¿por qué? ¿Qué es lo que dolió tanto?

Para responder estas preguntas y entender mejor el fenómeno de la corrupción podemos asistirnos de la economía conductual (behavioural economics) y de los distintos estudios realizados sobre la deshonestidad. La economía conductual es la rama que estudia los factores sociales, cognitivos, psicológicos y emocionales que afectan la toma de decisiones de las personas. Contrario a la economía tradicional, que asume que los seres humanos siempre tomamos decisiones perfectamente racionales, la economía conductual reconoce que, a veces, las personas somos irracionales y busca entender los patrones y factores que nos llevan a esas decisiones. En los últimos años, muchos científicos se han dedicado a entender por qué mentimos y hacemos trampa con el afán de encontrar patrones que nos permitan reducir la deshonestidad en el mundo.

Una de las primeras y más importantes conclusiones sobre la deshonestidad es que no existen personas que sean, naturalmente, más deshonestas que otras. Todos tenemos la misma propensión a mentir y engañar. Esto es un baldazo de agua fría para nosotros (los ciudadanos) que nos gusta pensar que existen dos tipos de personas en el mundo: los delincuentes y corruptos por un lado, y nosotros, los “honestos”. Lo cierto es que, en realidad, la deshonestidad tiene más que ver con las condiciones que nos rodean a la hora de tomar decisiones que con nuestra naturaleza. Lo anterior no es en absoluto un llamado a la empatía hacia el pobre funcionario despilfarrador, sino una oportunidad de construir una sociedad más honesta adecuando las condiciones que influyen en nuestro grado de honestidad.

Ahora bien, ¿por dónde empezar? La primera opción es bastante obvia: reduciendo las oportunidades de ser deshonesto. Las personas son más honestas cuando no hay espacios para hacer trampa. De ahí que es sumamente importante fortalecer el Estado de Derecho, los mecanismos de control intra e interinstitucionales, la transparencia y la rendición de cuentas. Exigir que la FGR, Corte de Cuentas, Sección de Probidad y el Tribunal de Ética funcionen, es imperativo.

Promover la descentralización es también una forma de reducir la corrupción acercando gobernantes y gobernados pues facilita la fiscalización ciudadana. Asimismo, estudios sugieren que somos más propensos a delinquir cuando no vemos las consecuencias; es decir, es más fácil robar desde una oficina en la que nunca se tiene contacto con los afectados que cuando somos los responsables de explicarle a un enfermo que no podemos operarlo por falta de insumos.

La segunda parte es más complicada porque requiere un cambio cultural (de todos). Y es que, otros de los factores que vuelven a las personas más propensas a la deshonestidad son: la percepción de que todos lo hacen; la asociación la deshonestidad con la astucia y la creatividad; y la idea de que podemos ser deshonestos y aun así pensar que somos buenas personas. Como individuos y como sociedad, el mensaje debe ser claro –tanto en nuestro comportamiento como en nuestras palabras–: la deshonestidad no es normal, no es excusable y no es aceptada.

Probablemente, el pecado de Digicel fue que por 30 segundos mostró a los funcionarios corruptos lo que son en realidad y los obligó a descubrir que esa imagen es muy distinta a la que ellos ven en el espejo.

*Leonor Selva es licenciada en Ciencias Jurídicas con especialización en políticas públicas. Ha trabajado en política, relaciones internacionales y actualmente es colaboradora jurídica para la Sala de lo Constitucional. 

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