Escudriñando la correspondencia del fallecido Gregorio Selser, autor de la primera biografía de Augusto C. Sandino, aparece un intercambio de cartas con Esteban Pavletich, un peruano que se incorporó a la guerrilla de Sandino. Selser le escribe pidiéndole datos sobre Sandino y su guerrilla. Pavletich aporta entonces datos y en carta del 5 de agosto de 1963 interrumpe una narrativa para destacar lo que llamará “un olvido y una injusticia que reparar en toda la narrativa escrita sobre Sandino”. Se refiere a “… la injusticia y olvido que se cometen con Teresa Villatoro (Teresa Toro fue la esposa de Bolívar, lo que no deja de ser curiosa coincidencia), hembra bravía, salvadoreña ella, que permaneció al lado de Sandino como compañera suya en la etapa más encarnizada y más sacrificada de su lucha.”
“Ya Sandino”, dice Pavletich, “había esposado a Blanca Araoz [sic], pero ésta siguió recidiendo [sic] en San Rafael del Norte. En cambio Teresa fue la compañera del vicac, de la emboscada, vida a salto de mata, del riesgo diario, de la tensión de cada día, de todos los días. Teresa Villatoro era la infatigable animadora de las mujeres del campamentos; la que debía cuidar de la alimentación del mismo Sandino y de su escolta; la que a lomo de mula —si esto era posible— o a pie, siempre al lado de su hombre, tenía que ascender montañas, ríos, realizar fatigosas caminatas, soportar implacables bombardeos y cuidar de los enfermos, todo con un coraje, una lealtad y una energía admirables. Desde la iniciación de la gesta de Sandino [octubre de 1926], hasta su viaje a México y reclusión en Mérida, [Estado de Yucatán, México entre julio de 1929 hasta abril de 1930], Teresa Villatoro no abandonó a Sandino. Después de esta etapa, no he vuelto a saber más de ella. Sandino llevaba en el índice un anillo de oro con una extraña incrustación: un huesesillo [sic]. Provenía éste de la frente de Teresa, malamente herida por la esquirla de una bomba, en uno de los ataques aéreos de los invasores yanquis a un campamento sandinista. Junto o antes que Estrada, Colindres, Altamirano, Quesada, Salgado, Irías, etc., es deber recordar a esta mujer singular, dura, abnegada, perseverante del pueblo, combatiente anónima. El hijo de ella, Santiaguito, era mascota del campamento principal y una suerte de hijo adoptivo de Sandino…”
Se mantiene el deber de recordar a Teresa Villatoro. Tarde pero seguro, las mujeres nicaragüenses se han organizado para incorporar a Teresa a la memoria histórica del país y la región.
*Alejandro Bendaña es historiador nicaragüense. Esta entrega se deriva de la investigación que realizó para el libro Sandino, Patria y Libertad (Managua: Anamá Ediciones, 2016). Editor encargado de esta entrega: Erik Ching .