El Ágora / Cultura

¿Incorrecto o agramatical?

En esta entrega, Ana María le explica a Francisco que incorrecto y error no debe de utilizarse como sinónimo al referirse a ciertas palabras o expresiones gramaticales. Los diccionarios, agrega, incluyen las formas que ya están extendidas y aceptadas por el grupo social que las utiliza.


Viernes, 24 de marzo de 2017
Ana María Nafría y Francisco Domínguez

La lingüista Ana María Nafría y el lexicógrafo Francisco Domínguez en salón de la Real Academia de la Lengua Española en La Casa de Las Academias.
La lingüista Ana María Nafría y el lexicógrafo Francisco Domínguez en salón de la Real Academia de la Lengua Española en La Casa de Las Academias.

Cuarta entrega

Francisco: Hace un par de años, el filólogo y amigo nuestro Alberto Gómez Font pronunció una conferencia titulada “Errores correctos”. En ella sostenía que muchas palabras o construcciones gramaticales que ahora son consideradas correctas antes eran clasificadas como incorrectas, es decir, errores. Por ejemplo, el Diccionario panhispánico de dudas dice que la forma verbal habemos “con el sentido de ‘somos’ o ‘estamos’ es propia del habla popular” y, por tanto, es correcta en ese registro o modo de expresarse, pero sugiere no emplearla en el habla culta, pues ahí sería considerada incorrecta. Sin embargo, antes, habemos era considerada incorrecta en cualquier situación y para muchos sigue siendo así. ¿Está de acuerdo usted con eso?

Ana María: Estoy de acuerdo en general con lo que dice nuestro amigo Alberto, pero en lo que acabas de expresar hay que hacer unas cuantas aclaraciones. En primer lugar, yo no consideraría sinónimos los términos “incorrecto” y “error”. Prefiero que hablemos de la diferencia entre expresiones incorrectas y expresiones agramaticales.

F: ¿Por qué no es lo mismo incorrecto que error? Yo no veo la diferencia.

AM: Porque un término puede ser incorrecto, pero no un error. Por eso es necesario establecer la diferencia de la que te hablaba. El calificativo de “incorrecto” lo aplica el grupo social a vocablos atestiguados que no parecen adecuados en un determinado registro, contexto o situación, y esto varía de una región a otra o de un grupo social a otro, al grado de que la misma expresión en una región es considerada correcta y en otras no. Por ejemplo, el habemos que tú mencionas, en unas regiones de América, se considera correcto en determinados registros, pero en España sería considerado incorrecto en cualquiera. Además, habemos no es un vocablo agramatical, puesto que es una conjugación regular del verbo haber, similar a comemos respecto de comer o tememos respecto de temer. Es decir, el concepto “agramatical” se aplica a elementos (palabras, frases, oraciones) cuya construcción infringe la estructura (reglas, principios) de una lengua. Estas construcciones se marcan en los estudios de gramática con un asterisco (*). Por ejemplo: *No le di a tus padres las gracias por su ayuda.  (Falta de concordancia entre el sintagma complemento indirecto y el pronombre que lo reproduce; debe decir: No les di a tus padres las gracias por su ayuda).

F: ¡Ah!, entonces, cuando alguien dice Demen mis cosas, que ya me voy, estaría ese “Demen” infringiendo la estructura de la lengua. Porque lo correcto es Denme…, que es la unión de la forma verbal den más el pronombre me; no existe un pronombre “men”. El mismo caso ocurre en la oración Delen de comer al niño, pues tampoco existe el pronombre “len”, por lo que debe escribirse Denle…

AM: Efectivamente, esa expresión es agramatical. Presenta una característica —llamada metátesis sencilla— que se observa en el habla de personas con escasa o nula escolaridad. Hay muchos ejemplos de esto: “dentrífico” por dentífrico, “cocreta” por croqueta, etc. Pero no aparecen por escrito y, además, socialmente se  consideran incorrectas, aun en el habla popular.

F: Pero, Ana María, ¿por qué algunas de estas palabras que sufren la metátesis sencilla son aceptadas después de algunos años de uso y en cambio otras no? Por ejemplo, la palabra murciégalo ahora es aceptada junto a la tradicional murciélago, pero las formas “dentrífico” y “cocreta” no están aceptadas en el Diccionario de la lengua española. Repito: ¿por qué unas sí y otras no?

AM: Porque unas formas ya están extendidas y aceptadas por el grupo social que las utiliza, y los diccionarios recogen los términos que están en uso y que no atentan contra la estructura de la lengua, en este caso, de la formación silábica. Por esa razón, murciégalo aparece ya en los diccionarios, mientras que “cocreta” no. Hay muchos ejemplos de metátesis porque este es un fenómeno presente en la lengua desde sus orígenes.

F: Pero, entonces, ¿me está diciendo que los especialistas que hacen los diccionarios no “deciden”, no “dictan” qué palabras debemos usar, sino que solamente “recogen” lo que está en uso?

AM: Exacto. Los diccionarios no son normativos, pero sí nos dan información valiosa de cada término acerca del registro y región en el que se usa o lengua de la que procede, además de los significados que pueda tener dependiendo del contexto, entre otros datos. Todas estas informaciones nos ayudan a hacer un uso correcto del término.

F: Pero es que mucha gente cree que una palabra es incorrecta cuando no aparece en el diccionario; es más, en este caso suelen decir que “no existe”.

AM: El hecho de que una palabra en uso no aparezca en el diccionario no la califica como incorrecta. Significa nada más que no la han recogido todavía y esto se puede deber a múltiples factores, los más frecuentes son que su uso no está muy extendido todavía o que la región hispana en la que se utiliza no ha notificado su existencia al centro donde se está elaborando el diccionario.

Y la frase “no existe” referida a una expresión que se utiliza, pero que no está recogida en un diccionario, es una contradicción. Si se usa, existe.


Sobre los autores

Hace treinta años, los caminos de Ana María Nafría y Francisco Domínguez se cruzaron gracias a las palabras. En 1986, él ingresó a la carrera de Filosofía de la Universidad Centroamericana (UCA) y recibió clases de Lingüística con ella. Su desempeño en la cátedra fue excepcional y Ana María decidió reclutarlo como instructor los cinco años siguientes y luego contratarlo como profesor. Desde entonces, mantienen un diálogo constante sobre los errores que encuentran en los textos que corrigen. Esta experiencia les dio la idea de escribir estos artículos.

Cuando a Ana María se le pregunta qué le gusta, ella responde: “Me entusiasma facilitar a mis estudiantes la comprensión de la estructura de la lengua española”. Ella estudió Filología Moderna en la Universidad de Salamanca y Filosofía Iberoamericana en la UCA, donde ha trabajado durante más de cuarenta años. Es miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

A Francisco le gustan las novelas de Hesse y Kundera, el cine francés y la música barroca. Además de Filosofía, él estudió Lingüística en la Universidad Complutense y Lexicografía Hispánica en la Real Academia Española. Desde septiembre 2016 es becario de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Ambos trabajan como profesores del área de lenguaje en universidades privadas. Ella en la UCA y él, desde hace diez años, en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN). Por sus aulas han desfilado periodistas de El Faro y de otros medios del país.

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