Columnas / Política

El cambio no llegó, lo haremos nosotros


Viernes, 2 de junio de 2017
Héctor Silva Hernández

“Mi país unido avanza”. Esas son las palabras que el gobierno de Salvador Sánchez  Cerén ha elegido para denotar los logros de la administración en el marco de sus tres años de gestión. Dependiendo de cómo se interpreten, de esas cuatro palabras pueden surgir varios puntos de análisis. Por ejemplo, si lo tomamos de la manera más simple y el gobierno pretende dar a entender que el país está unido, con metas claras y compartidas y que está avanzando hacia el desarrollo sostenible, entonces el contenido del slogan es sumamente cuestionable. Por el otro lado, si se refiere a que el país avanza hacia más crisis fiscales, índices más altos de deserción escolar y más salvadoreños huyendo por miedo y falta de oportunidades, entonces sí, El Salvador está avanzando. Si el gobierno se refiere a que los salvadoreños estamos unidos en condenar los blindajes con fuero de Sigfrido Reyes y José Luis Merino, así como también los nexos comerciales entre Oscar Ortiz y “Chepe Diablo”, entonces sí, estamos unidos. Dudo que esta última sea la intención, entonces me enfocaré en el primer escenario.

Los salvadoreños están unidos en muchos aspectos: la mayoría no aprueba a su presidente, y siguen preocupados por la violencia y el costo de la vida en el país. La mayoría está, de alguna manera u otra, asqueada de la clase política que el gobierno del FMLN y el partido Arena representan, pero eso no significa que El Salvador esté unido. La unificación a la que el gobierno se refiere en su propaganda, lanzada mientras el Hospital Rosales suspendía casi 30 cirugías por falta de analgésicos, se refiere a una cohesión integral entre todos los sectores de la sociedad; entre los ciudadanos y la clase política, entre el gobierno y la empresa privada y entre el partido de oposición y el principio de la transparencia. Esas cohesiones no existen. Es importante aclarar que la falta de unidad no es solo culpa del gobierno, aunque resulte cínico hacer una campaña basada en ella en un país tan divido como el nuestro.

El camino hacia la división en El Salvador ha sido pavimentado por varios actores: el gobierno, con sus promesas vacías, su ineficiencia y su blindaje a la corrupción; el partido de oposición, con su hipocresía, su cinismo y su silencio oportuno en cuanto a los $322 millones utilizados irregularmente durante sus últimas tres administraciones; nosotros, los ciudadanos, con nuestra ingenuidad y nuestro odio, con nuestra falta de coraje e iniciativa para exigir mejores resultados y proponer nuevas soluciones; las pandillas, que han utilizado el discurso, aunque cierto, de desigualdad social en nuestro país como excusa para asesinar y extorsionar ferozmente a la gente que sí trabaja todos los días, honestamente, para cubrir sus necesidades más básicas. Es ahí donde encontramos la base de nuestras divisiones.

A tres años de la administración Sánchez Cerén los problemas del país están claros: tenemos la economía con menor crecimiento en la región, no hay empleos y, aunque recientemente han habido voces que se han alzado con el objetivo de fortalecer la institucionalidad, la corrupción, el cinismo y el compadrazgo dentro del sistema siguen opacando esos esfuerzos. Lo que no está claro son las soluciones a estos y todos los otros retos que representa el camino hacia el desarrollo sostenible. Cada escándalo de corrupción y cada desacierto monumental de la elite política debería servirnos para confirmar que estamos buscando estas soluciones en el lugar equivocado.

En una entrevista concedida a The Economist durante su campaña presidencial, el Presidente de Francia, Emmanuel Macron dijo: “Los retos más grandes que este país enfrenta –el terrorismo, la economía digital y el medio ambiente- no son problemas estructurados de izquierda y derecha”. Los grandes retos de nuestro país tampoco son de izquierda y derecha, entonces, ¿por qué seguimos buscando ahí las soluciones? Especialmente cuando los supuestos representantes de esas ideologías nos han demostrado por años que no son capaces de proveerlas.

Es momento de ver hacia adelante y buscar nuevas soluciones que no estén atadas a intereses particulares ni a políticas partidarias, que no se basen en frases de auto-ayuda ni en falsos mesías que ven cualquier crítica como la materialización de agendas ocultas y tendenciosas que, en realidad, no existen. Este es el momento perfecto para hacer ciudadanía y abrir nuevos espacios al apoyar en las próximas elecciones a los candidatos más preparados y transparentes, aunque no se cobijen bajo una bandera partidaria. Lo que no podemos hacer es seguir poniendo nuestra fe en las mismas personas que una y otra vez nos han demostrado su ineficiencia, corrupción y cinismo. Hacerlo sería perpetuar el error. Avancemos unidos, entonces, contra la impunidad y las mentiras de siempre y hacia un mejor futuro, forjado por un deseo contundente por un país más próspero.

*Héctor Silva Hernández es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de Massachusetts.

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