El Ágora / Desigualdad

Un sótano como sinónimo de libertad

Una población excluida ha encontrado en el sótano del centro comercial Juan Pablo II su refugio. Cada fin de semana, cientos se congregan sin otro afán más que divertirse y expresarse libremente, aunque esto, inconscientemente, implique seguirse escondiendo.


Domingo, 3 de septiembre de 2017
María Luz Nóchez

Unas escaleras de caracol son el último pasadizo que lleva a esta sala donde un puñado de santos de fin de semana reciben veneración de algunos hombres y mujeres que acuden a ellos simplemente a admirar sus cuerpos curpulentos, su musculatura bien definida, mientras visten un elegante corbatín y ropa interior muy ajustada. Todos saben que usan ropa interior muy ajustada porque, en este lugar, los calzoncillos y el corbatín son las únicas prendas que usan los bartenders. Aquí, en Scape, la ropa interior sale del clóset.

Año con año, la población LGBTI se visibiliza como comunidad durante la marcha del orgullo. Un día de los 365 días del año. Unas horas durante un día del año. Los 364 días restantes, si no es porque trasciende a los periódicos un caso de discriminación o porque asesinan a alguien de la comunidad, sus miembros parecen no existir o ser una muy grande excepción. Están ahí al lado, en el cine, en el teatro, en el bar, pero están ahí en silencio, camuflados, invisibles… En un país que hostiliza a las personas que aman a alguien de su mismo sexo, los espacios donde estas pueden expresarse con libertad, donde puedan divertirse y con seguridad se reducen a dos opciones: la casa o la discoteca. La casa o la disca. Y la disca está bajo tierra.

Por más de 20 años, Scape ha sido en San Salvador el área liberada donde gays, lesbianas y trans se han sentido libres. Está ahí, en un sótano, como resguardándose de la agresividad de una ciudad -de un país- en donde mientras más tiempo se esté en el clóset, mejor. Scape, sin embargo, bajó a un sótano -por estrategia contra el ruido- y es una ironía que terminó instalándose en la prolongación de la calle y en el local con el nombre más papista de todos: Juan Pablo II.

Cruzar la puerta y bajar las escaleras de caracol que llevan hasta el bar y la pista de baile es lo más parecido al rito de iniciación para algunos hombres gay en El Salvador. Descender hasta este búnker es una declaración de principios, una presentación en sociedad. 'La primera vez entrás con miedo, no sabés qué esperarte. Cuando nadie te ha visto nunca, todas las caras te vuelven a ver', recuerda Ramón. Eso sí, nunca, o casi nunca, se llega solo. Atravesar este portal es una actividad gregaria. El grupo con el que Ramón se enfrentó a su primera noche en Scape era similar al que lo acompañaba a cualquier otra discoteca: dos hombres y dos mujeres. Esa noche, sin embargo, ni él ni su pareja, ni la pareja de amigas lesbianas que los acompañaba, tendrían que camuflarse.

Scape es la única disco de ambiente LGBTI que ha sobrevivido a la posguerra. Entrar a este sótano representa, para muchos, un rito de iniciación. Foto de El Faro, por Fred Ramos.
Scape es la única disco de ambiente LGBTI que ha sobrevivido a la posguerra. Entrar a este sótano representa, para muchos, un rito de iniciación. Foto de El Faro, por Fred Ramos.

A los 29 años, Ramón perdió el miedo. Se aceptó como un hombre gay y empezó su primera relación con otro hombre. 'Nadie escoge complicarse la vida para ser discriminado por el resto de ella', dice, y aunque estaba muy seguro de sí mismo, no había puesto nunca un pie en un sitio exclusivo para población LGBTI. Ese mismo año, en aras de normalizar su transición, necesitaba dejar de pretender en todo nivel. 'Me cansé de bailar a control remoto', explica. Es decir, camuflarse como un hombre heterosexual que baila, como cualquier otro en una discoteca, con una mujer, una amiga, y no con su pareja. Quería abrazar, besar, bailar, como uno más, sin disimulo, sin miradas condenatorias. No podía más. Así llegó, en 2009, a Scape, al 'hoyo'.

Los casi 200 metros cuadrados de Scape son una zona de promesas. En un país en donde dos hombres jóvenes tienen que aguantar que un vigilante les llame anormales porque uno posa la cabeza sobre las piernas del otro en el área verde de Metrocentro y les pide que se retiren, esta discoteca representa un oasis. Todos aman la sensación de libertad que la disca, como le llaman de cariño, proporciona. Es un sitio donde en pareja o en solitario se baila, se canta, se coquetea, se desea, sin estigmas, sin miedo. Es un sitio donde es común que dos hombres se besen mientras bailan.

Todos aman a Scape. Al cascarón, sin embargo, no lo aman para nada.

'Me gusta porque viene gente de la misma orientación sexual que yo y podés ser libre en todo sentido', dice Rafael, un asiduo visitante de Scape. Es tan frecuente que siempre es el mismo bartender el que le sirve sus cervezas. Tan frecuente que a Roberto, su pareja desde hace 17 años, lo conoció ahí. Regresar a la disca es una cosa de tradición, porque es lo que hay, así les parezca que el lugar es feo.

No son los únicos que piensan así.

Hay dos ideas que prevalecen entre los clientes más asiduos de la disca. La primera es que, de entre todas las discotecas, de ambiente LGBTI o heterosexuales, esta es donde mejor música programa el DJ para bailar. Es ecléctica. Suenan desde canciones íconos del pop en español, como Fiesta, de Sentidos opuestos, o Con los ojos cerrados, de Gloria Trevi; los clásicos en inglés de divas como Madonna, Britney Spears y Christina Aguilera; hasta el reggaetón de antaño de los Cuentos de la cripta o el éxito del momento, un Despacito que puede sonar hasta tres veces en la noche.

El segundo punto en el que sus visitantes coinciden es que 'el hoyo' es feo. No es particularmente feo, es más bien sencillo, simple, mejorable. Las luces que palpitan al ritmo de la música son lo que le da color al lugar. Los elementos decorativos son mínimos, pero significativos.

En la entrada, una escultura de El David a escala hace guardia junto al encargado de cobrar el cover de admisión. Es como una invitación, para los nuevos, a deshacerse de los tabúes que afuera no los dejan expresarse libremente. Hay quienes son tan frecuentes que ya rompieron con el más cliché de todos: coquetear con el de la puerta de la disca para obtener un descuento, o al menos bromear con conseguirlo. Una vez en el sótano, se puede escoger entre tres ambientes: al fondo, a la derecha, un karaoke bar, donde todos los jueves hay batallas micrófono en mano, y cuyo trofeo es una botella de licor. En Scape se puede escoger desde la más clásica de las cervezas nacionales por dos dólares, hasta una botella de Grey Goose por 35. Casi todos toman cerveza.

Pegado a las escaleras, un bar con mesas y sillas de jardín que sirve como antesala, punto de encuentro o para platicar; y al fondo, a la izquierda, un tercer bar, la pista de baile y un escenario que no tiene derecho de admisión. Da lo mismo si se trata de Yara Sofía o Jessica Wild, de RuPaul o de Juan Pérez, que llegó el fin de semana a celebrar el orgullo LBGTI. Sobre ese escenario se presentan shows de travestis, drag queens, estríperes; es el lugar donde se gana y traspasan los títulos de Mister y Miss Scape. Dar un show no es un requisito para subir a él: cuando la pista está a reventar, sirve de anexo para bailar sin empujar a nadie.

A nivel de decoración, unos trozos de azulejos brillantes colocados como mosaicos en la pared simulan el efecto de una bola de disco, y en dos rincones se pueden encontrar pequeños retratos de las divas de la cultura pop, como Marilyn Monroe o Madonna en los años de Vogue. Una gran pantalla de proyección sirve de fondo al área de karaoke, en donde tienen cabida desde los clásicos de Lady Gaga, lo más reciente de Gloria Trevi, el Shaky-Shaky de Daddy Yankee y hasta el desfile anual de Victoria’s Secret. Del lado de la pista hay dos televisores pantalla plana en donde pasan desde cápsulas de un reality de drag queens hasta episodios de soft porn entre hombres gay. Una pared de espejos junto a la pista da mayor profundidad al espacio, pero también sirve como instrumento de seducción, así sea entre quien baila y su reflejo.

'No hay nada que guste más al hombre gay que ver su reflejo mientras baila', dice Julio Valle, uno de los dueños fundadores, al que se le ocurrió ponerlos ahí. Para muchos de los que llegan principalmente a bailar, la práctica de hacerlo frente a un espejo es de 'gatos', mientras que para otros, como Gerardo, de 24 años, es una manera de evaluar sus movimientos, enterarse de si lo está haciendo bien. De reojo lo observo mientras observa. Está entre una de las bocinas y la pared, viendo a los demás bailar. Se cansa de ver y decide unirse a la fiesta frente al espejo. Viste de camisa manga larga y pantalón de vestir negro y pegado al cuerpo, y mueve sus brazos en zigzag. Después de un rato se coloca de perfil mientras hace serpentear su cuerpo. El ángulo le permite ver cómo sus piernas, trasero y espalda se mueven en secuencia. Su mirada está fija en su reflejo, serio, pero como quien disfruta lo que la música le hace sentir. Poco a poco se va soltando e incluso da una vuelta completa para darse la espalda de vez en cuando.

Scape está lejos de cualquier cliché, en especial cualquiera que trate de imaginárselo como una casa de prácticas sadomasoquistas. No cuelgan cadenas del techo ni jaulas en donde bailen hombres desnudos. Lo más extravagante y permanente son los bartenders que atienden viernes y sábado en calzoncillo y corbatín. Se trata de jóvenes musculosos, robustos, que se pasean por la disca y sirven tragos en ajustados boxers. Si Scape es un santuario, ellos son una especie de santos de adoración que llegan a admirar hombres y mujeres, algunos incluso con la intención de obtener un número de teléfono o algo más. Coquetear es parte de su trabajo, dicen. Saben que están ahí para ser objeto de deseo y todo bien mientras quien les proponga algo no sea otro hombre. 'Mientras no se quieran pasar conmigo, no tengo ningún problema. Yo soy de mente abierta', aclara Ricardo, de 26 años, quien, después del interrogatorio y de asegurarse de que no soy lesbiana y de que el hombre que está a mi derecha no es mi pareja, me ofrece su número.

Cuando en 1994 Julio Valle y su pareja, Urs Tschopp, decidieron emprender en el negocio de la fiesta, sobre todo para hombres gay, no fueron pioneros, ni siquiera los primeros en meter la diversión a un sótano. Pero en el marco de la posguerra y de la administración deficiente que llevó al cierre a los demás lugares de su especie, Scape ha permanecido como un oasis, un portal por el que transita buena parte de la comunidad LGBTI salvadoreña.

Scape, la disca o 'el hoyo', está sobre la alameda Juan Pablo II, rodeada de ventas de piso de cerámica, de motocicletas, un comedor de comida casera, un servicio de lavado de autos y una residencial. De día pasa inadvertida. Nadie, excepto el personal, pone un pie ahí antes de las 11:00 de la noche, de jueves a sábado. De noche, en realidad, tampoco es particularmente vistosa. Del pórtico cuelga un rótulo hecho de luces led muy pequeño en donde se lee Scape, similar al que reza Abierto/Cerrado en las tiendas de centro comercial. Depende de la fecha, pero si acaso una fila de personas que espera su turno para entrar es lo que puede indicar dónde hay que parar. En ese sentido, sus vecinos del Noa Noa, un bar de hombres desnudistas ubicado un par de locales abajo, tiene mejor pensada su estrategia: un grupo de hombres sin camisa se encarga de dar la bienvenida en la calle, prestos a abrir la puerta del vehículo en que los clientes llegan y a informar de las ofertas para la noche. 

Entrar al hoyo es pasar de la mezcla de luz fluorescente del vestíbulo donde se paga la entrada a la iluminación de rebote de las escaleras y las palpitantes luces de colores. Un ambiente de iluminación íntima con suficiente resplandor para ver los rostros de los demás y el suelo donde se camina. Una vez adentro, es fácil perder la noción del tiempo. No hay ventanas ni conexión con lo que pasa afuera. Si llueve o el sol está por salir, uno se entera hasta que sale a la calle. Si se llega temprano o en un día con muy poco movimiento, es posible sentir frío a costa del aire acondicionado; en los días de mayor demanda, en cambio, la alegoría de hoyo calza fácilmente: la ventilación se pone pesada, densa, se suda con facilidad; se convierte en un sauna. Hace un calor húmedo, el aire circula cada vez menos y hay humo por todos lados. A nadie parece molestarle.

El humo del cigarrillo es tan inherente a la disca que incluso sirve para neutralizar el olor a podrido, a cloaca, que despide en época seca la quebrada Las Lajas y que ocasionalmente encuentra maneras de colarse. Fumar en lugares públicos, sobre todo los que están cerrados, está prohibido por ley desde 2011. Infringir esta norma, sin embargo, es un pacto tácito entre fumadores, no fumadores y los dueños. En caso que el alquitrán y demás componentes del tabaco sean un problema, también cuenta con su propio neutralizador: cada cinco minutos, una máquina lanza humo desde una de las esquinas de la pista. Y es que Scape también es territorio liberado para prácticas que cada vez suceden en menos espacios: los fumadores fuman sin ninguna restricción y la fiesta casi siempre acaba con la salida del sol. 

Las escenas de una noche en Scape son similares a las de una discoteca heterosexual: parejas bailando pegado, besándose con mucha intensidad, un coro de gente que entona apasionadamente a las Jeans, a Rihanna, a Los Héroes del Silencio. Pasa que es uno de los pocos sitios en San Salvador donde hombres y mujeres pueden tener un gesto tan sencillo como agarrarle la mano a alguien de su mismo sexo sin que nadie lo cuestione. Donde lo que para muchos es anormal e inmoral, es tan cotidiano como ver llover.

Para entender un lugar como Scape hay que dar un repaso por la historia. Nació en 1995, muy cerca de una iglesia, a la vista de todos. No fue la primera disco gay de El Salvador ni ha sido un experimento aislado, ni siquiera fue el nombre de la primera discoteca que abrieron sus fundadores; sí ha sido, en cambio, la única en El Salvador que ha sobrevivido tanto tiempo, que sobrevivió a su competencia, ahogada por la mala administración. 

La historia de los bares y discotecas de ambiente LGBTI tienen en Oráculos un referente importante, obligado. Oráculos fue inaugurada en 1976, en el condominio Los Héroes, y fue concebida por Julio Saade como el lugar de encuentro, de sociabilidad para una comunidad que hasta entonces había permanecido escondida. El temor de reconocerse 'diferente', sin embargo, lo obligó a bautizar el lugar como un espacio para heterosexuales.

'En El Salvador no había una ley que prohibiese la homosexualidad, pero sí, el temor a las familias era grande, ¡y quién salía del closet en esa época! La disco quedó funcionando como hetero pero a la medianoche podían bailar parejas del mismo sexo, las parejas hombre-mujer no se retiraban y muchas de ellas iniciaron los comentarios en todo nivel', relató Saade en una entrevista en 2008 al portal El Salvador Gay.

Fue, pues, el sitio en donde la diversidad declaró su existencia y pronto se convirtió en el escenario de certámenes de transformismo, de convivencias diversas, de socialización. Ahí se formó la primera comunidad que además de por fin tener un sitio para congregarse contaba con un boletín informativo sobre temas de interés para la población: salud, prevención de enfermedades, calendario de actividades. A diferencia de sus sucesoras, esta disco sí sufrió acoso de las autoridades.

Scape es la única disco de ambiente LGBTI que ha sobrevivido a la posguerra. Entrar a este sótano representa, para muchos, un rito de iniciación. Foto de El Faro, por Fred Ramos.
Scape es la única disco de ambiente LGBTI que ha sobrevivido a la posguerra. Entrar a este sótano representa, para muchos, un rito de iniciación. Foto de El Faro, por Fred Ramos.

Ser la primera sede de encuentro de mujeres trans y transformistas no lo convertía, a ojos de los conservadores, precisamente en un santuario, y validaba una práctica que a la luz de la Constitución de 1950 podía considerarse inmoral. En el inciso tercero, el artículo 166 establecía que 'podrán ser sometidos a medidas de seguridad reeducativas o de readaptación, los sujetos que por su actividad antisocial, inmoral o dañosa, revelen un estado peligroso y ofrezcan riesgos inminentes para la sociedad o para los individuos'. Pese a los constantes cateos, y a haber sobrevivido dos incendios, Oráculos mantuvo sus puertas abiertas hasta 1999. El índice de asesinatos de mujeres trans y el naciente problema de las pandillas los obligó a cerrar y el miedo volvió a encerrar en sus casas a muchos de sus clientes. Scape aún no ha llegado a los 24 años de vida que alcanzó la pionera.

Entrada la posguerra, la zona en donde estaba ubicada perdió glamur y, sobre todo, la sensación de estar en un lugar seguro. 'La zona donde estábamos ubicados -agrega Saade- convierte sus alrededores en lugar de concentración de maras y esto nos afectó con la clientela. Los costos de operación se incrementan debido al aumento de seguridad que hubo que contratar y ya no fue posible seguir operando”.

La vida nocturna gay tuvo, a partir de Oráculos, un breve ascenso. En el 94 se abrió Olimpo, en el centro comercial Juan Pablo II, en el mismo local donde ahora está Scape. Y en 1995, Julio Valle, uno de los fundadores de la disca, abrió las puertas de Scape sobre la Primera calle poniente, muy cerca de la parroquia San José de la Montaña, en San Salvador.

Probablemente parte del éxito de Scape sea que cuando Julio decidió meterse a este negocio, ya tenía experiencia administrando discotecas de ambiente gay. En 1979, 16 años atrás, Valle había huido hacia Guatemala antes del inicio de la guerra civil en El Salvador. Al cabo de tres meses haciendo trabajos diversos, empezó a trabajar en Pandora (ahora Genetic), la discoteca más importante de ambiente gay en ese país. Trabajó tres años ahí como bartender, portero, estríper y administrador, hasta que en 1981 decidió junto a Urs, su pareja, migrar hacia Suiza, el país natal de este. La idea era hacer su vida allá, tenían 30 y 35 años, respectivamente; pero Julio no se sintió cómodo. 'Muy indio, ja, ja, ja, le hicieron falta los frijoles', bromea Urs. 'Me hacía falta mi gente', aclara Julio. Vivieron seis meses allá y luego intentaron instalarse en Ecuador. El ambiente no les pareció propicio para invertir y en diciembre de 1982 regresaron a El Salvador.

Scape, como su clientela, daba pasos tímidos en la escena de entretenimiento nocturna. A sus visitantes ni siquiera les gustaba estacionar su carro frente al local, y competía con Oráculos y Olimpo para atraer a una población que no se sentía del todo cómoda estando expuesta. En 1996, un año después de que Scape abriera sus puertas, Olimpo cerraba las suyas y Julio aprovechó para tomar el local y abrir ahí mismo Jag Square. Se trataba de un local pequeño de apenas 5 X 13 metros, pero se las ingenió para meter ahí la pista de baile, la barra y los baños. Durante cuatro años, los bares hermanos jugaron a hacerse competencia y funcionaron simultáneamente. Para el año 2000, Julio se enfermó y Urs, su pareja, trabajaba como administrador en la Escuela Alemana. 'Un poco a la fuerza, pero decidí hacerme cargo de la disca y poner todo en orden. Era bastante importante para nosotros llevar todo legal, porque el segmento es bien expuesto a que alguien quiera poner un dedo. Con Hacienda, con la alcaldía, solo por joder', recuerda Urs.

Fue entonces cuando decidieron fusionar Scape y Jag Square, y mudar todo 'al hoyo'. Hubo algunas quejas de parte de los vecinos, pero nunca prosperaron. Meterse en un sótano en realidad fue estratégico para el tipo de negocio que estaban administrando: los espacios altos y el aislamiento del sonido eran características importantes para ellos. Hacia fuera, sin embargo, a los clientes la idea de sótano les fue mucho más atractiva para una discoteca de este tipo. 'En la primera calle teníamos una clientela que nos conocíamos todos. Y con el cambio al hoyo, como que el negocio vivió una apertura, y había una fluctuación de gente mucho mayor a la que habíamos conocido', recuerda Urs. La única explicación que la pareja le da a este cambio es que, entonces (1994-2000), la sexualidad se vivía de manera muy reservada, con miedos. '¿Quién acepta a una persona abiertamente gay? Hay que esconderse”, explica.

Urs Tschopp y Julio Valle, fundadores de Scape, conocida como
Urs Tschopp y Julio Valle, fundadores de Scape, conocida como 'La disca', un espacio de diversión y entrtenimiento de la comunidad LGBTI, ubicado en San Salvador. Ambos durante una entrevista para El Faro, en su vivienda, en el Valle de Zapotitán, en La Libertad. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

Desde su instalación definitiva en el sótano, Scape gozó del monopolio de entretenimiento LBGTI nocturno por algunos años. Fue hasta 2007 cuando empezó a llegar nuevamente la competencia. La principal y la que se llevó parte de la clientela fue Mantra. Para entender su éxito hay que explicar dos cosas: la primera es que desde su fundación se vendió como un bar-discoteca exclusivo para la clase media y alta. Su ubicación nunca estuvo fuera de la zona de confort de San Salvador, siempre se instaló en el corazón de la zona de entretenimiento ostentosa. La accesibilidad a estos lugares determinaba, de entrada, quiénes eran bienvenidos a esa fiesta, una fiesta que además ya no estaba escondida.

El segundo elemento con el que Christian Zometa, su fundador, marcó distancia del hoyo fue su derecho de admisión: dejaba fuera a las mujeres trans. Para muchos hombres gay, más que la promesa de exclusividad por clase social, esta segregación era el verdadero atractivo del lugar. 'Esa era una de las cosas que más me gustaba de Mantra, me sentía más cómodo sin travestis y trans en el mismo lugar', explica Héctor, uno de esos clientes que puede contar con los dedos de una mano las veces que ha ido a Scape.

Scape, la disca, tiene la particularidad de que todos los colores del arcoíris son bienvenidos. Aunque su génesis y desarrollo ha estado enfocado en los hombres gay. Dentro del espectro multicolor, las lesbianas son las que menos presencia tienen en este lugar. Han creado sus propios espacios, aunque no han tenido el mismo éxito. Uno de ellos fue Amazonas, un bar exclusivamente para mujeres lesbianas que duró alrededor de cinco años. El fracaso de este tipo de iniciativas lo explica Virginia. Virginia es una mujer lesbiana, activista de distintas causas, entre ellas la de los derechos de la población LGBTI. La brecha económica es, según ella, una de las grandes causales de este fracaso: 'Las mujeres bisexuales y lesbianas tienen ciertos ingresos, pero no la misma libertad que los hombres gay para salir. Generalmente se quedan en casa y asumen el rol de cuidadoras'. Respecto de los hombres que se han aceptado gays, el número de mujeres que se identifica como lesbianas es menor. Es por ello que, al tratarse de un grupo más pequeño los círculos tienden a ser más cerrados, agrega, y por tanto los puntos de encuentro suceden, principalmente, en las casas. Existen, no obstante, sitios públicos donde se reúnen, pero no son exclusivamente para ellas, como el Café La T, en la colonia clasemediera San Luis.

Una de las características fundamentales de Scape, además de una ubicación accesible, es su política de no discriminación: desde la orientación sexual, la identidad de género hasta el código de vestuario. A diferencia de otras discotecas, para entrar a Scape no existe un código. El look de quienes se dan cita de jueves a sábado es tan variado como ver el catálogo de un almacén por departamentos: shorts, jeans, vestidos, camisetas, blazers, trajes, vestidos de fiesta, gorras. No se trata de que no les interese vestirse bien, pero la forma en la que lucen no es un requisito para entrar. La única regla es pagar cinco dólares de entrada con derecho a una cerveza.

A diferencia de otras discotecas, Scape ha creado comunidad. Eso también explica la casi obligatoriedad de visitar la disca una vez que aceptaste tu orientación sexual. Amaral Gómez, investigador del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) e integrante de la Fundación Igualitos, lo explica de la siguiente manera: 'Scape como territorio es constantemente resignificado por sus clientes, cada generación marca una tendencia diferente, si bien en un inicio de la discoteca, haciendo una traducción simple del nombre, representó un 'escape' de las normas heteronormativas asfixiantes de la sociedad salvadoreña, transformando a la discoteca en un 'gueto erótico''. La disca es tanto una zona de confort para la población LGBTI, en específico para los hombres gay, que invitan a sus amigos a ir como lo harían a su casa, como un plan after party.

Videos de soft porn  se transmiten simultáneamente mientras la música se encarga de poner a los asistentes a bailar. Son un complemento que pasa más bien desapercibido. Foto de El Faro, por Fred Ramos.
Videos de soft porn  se transmiten simultáneamente mientras la música se encarga de poner a los asistentes a bailar. Son un complemento que pasa más bien desapercibido. Foto de El Faro, por Fred Ramos.

Gueto erótico. Un sitio donde, además de ligar con alguien, para una noche o para algo serio, se admira y celebra la belleza masculina o el ideal de belleza de los transformistas y mujeres trans. Tienen rey y reina de belleza que se encargan de representar a El Salvador en certámenes de belleza similares en Centroamérica. Tener una comunidad es importante tanto para que se inscriban candidatos como para armar los grupos que los vitorearán cuando estén dando lo mejor de sí en el escenario en busca de la corona.

Agustín fue el primer Mister Scape. En 2010, cuando salió la convocatoria, se animó de inmediato. La idea era pasársela bien. Lucirse un poco. Nunca se imaginó que en 2014, Urs y Julio le ofrecerían a él y Thomas, su esposo, que se encargaran de mantener viva la disca.

Después de 17 años de administrar el hoyo, Urs y Julio habían desarrollado una aversión a los jueves. 'Me pasaba lo que a mucha gente con los lunes: no quería que llegara el jueves. Ya estábamos cansados', dice Julio. 17 años de fiesta, de jueves a sábado, de entrar a las 7:30 de la noche y salir entre 2 y 5 de la madrugada del siguiente día. Así es la fiesta en Scape. Tan intermitente que hasta se puede quedar alguien dormido en la bodega.

La historia de Agustín y Thomas con la disca iba más allá de la coronación del primero como Mister Scape. Este sótano también fue el lugar donde se conocieron. Thomas es panameño y llegó a El Salvador hace 10 años como parte del staff administrativo de un hotel. Agustín también administraba una empresa. Su familia es dueña de una empresa de transporte terrestre internacional. Se conocieron en Scape, conversaron, se coquetearon, intercambiaron números y cuentan ya 10 años juntos.

Antes de convertirse en dueños del hoyo, ya habían decidido emprender juntos, aunque en un rubro muy distinto: el entretenimiento de fiestas infantiles. El Club de Totín ofrece desde fuentes de dulces hasta reencarnar por medio de disfraces o botargas a las princesas y los súperhéroes favoritos.

'No somos amigos, pero pensamos en ellos, sobre todo en Agustín por su experiencia manejando empresas. Necesitábamos entregársela a alguien que no la iba a dejar morir', recuerda Urs.

Urs y Julio tienen 65 y 60 años y se han entregado al retiro de la fiesta en su casa en Zapotitán. Para mantenerse entretenido, Urs se dedica a elaborar quesos (gruyere, raclette y parmesano) de manera artesanal. Julio prepara mermeladas. Pero no quieren nada serio, no quieren crecer. 'Ya no quiero tener nada que ver con permisos de nada. Odio el papeleo', gruñe Urs.



Dos maniquíes que alguna vez fueron parte de la decoración del hoyo, y una vasta colección de discos compactos y vinilos que marcaron por años el ritmo e hicieron bailar a generaciones en Scape, sobreviven en su casa. La disca también se instaló ahí. Aunque su concepto de entretener cambió drásticamente de la fiesta y el desvelo a la degustación de quesos, pan y mermelada.

-¿Por qué decidieron venderla?

-Ya estábamos cansados. Y la verdad, era más fácil venderla que tener que desarmarla. ¿Usted se imagina a nuestra edad subir los frigoríficos por esas gradas? -resume Urs.

Urs Tschopp y Julio Valle, fundadores de Scape, conocida como
Urs Tschopp y Julio Valle, fundadores de Scape, conocida como 'La disca', un espacio de diversión y entrtenimiento de la comunidad LGBTI, ubicado en San Salvador. Ambos durante una entrevista para El Faro, en su vivienda, en el Valle de Zapotitán, en La Libertad. Foto: Víctor Peña


El 4 de junio de 2014, Agustín y Thomas ofrecieron la fiesta de inauguración de lo que llaman Nueva Generación. Introdujeron bartenders que sirven en calzoncillo y corbatín, producen cada mes un evento. Sacaron la disca del hoyo. El 24 de junio 2017, Scape existió junto a la población LGBTI en la marcha del orgullo. Por primera vez, en la plaza al Salvador del Mundo, punto de encuentro de la marcha, se instalaron tres bares temporales. Scape le sacaba raja a los demás. Tres canopys, seis bocinas y una barra sinfín monopolizaron la venta.

A las 9, como si se tratara del encanto de La Cenicienta, la disca volvió al hoyo, con todo y fiesta, por supuesto. Fue una de esas excepciones en las que a las 10 de la noche, estaba empezando a colmar su capacidad. Hasta las 5 de la mañana del domingo 25 de junio, gays, lesbianas, bisexuales y mujeres trans celebraron sin distinción, por el orgullo mismo de ser ellos, así al día o semana siguiente más de alguno tuviera que reprimir una idea, un gesto, un deseo, para no ser discriminado o señalado por ser quien es.

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