Columnas / Migración

Los con suerte


Miércoles, 22 de noviembre de 2017
Mauricio Silva

Daysi salió de El Salvador hace varias décadas. Decidió migrar al Norte después de que unos hombres se la llevaron en una parada de buses, la tuvieron con ellos por dos días y luego la dejaron tirada en la calle, desnuda y sangrando. Lo único que ella les pedía era que la mataran. Apenas tomaba nuevo aliento para enfrentar la vida tras aquello cuando descubrió que estaba embarazada. Ella no quería esa niña, producto de ese acto criminal, pero la niña luchó por su vida.

Daysi dejó a su hija y comenzó su ruta al Norte. Logró llegar. En aquellos tiempos el camino era mucho más fácil. Varios años más tarde envió por Miriam, su hija, que comenzó su vida en Estados Unidos con resentimiento hacia su madre por haberla abandonado y con rebeldía hacia la vida, hasta que un día su madre le contó la historia completa. Eso la hizo cambiar. Pidió, y obtuvo, el DACA. Estudió. Se graduó de técnica en enfermería, profesión con la que espera pagarse sus estudios de medicina. Aunque ahora, con su estatus migratorio incierto, todo vuelve a ser inestable.

Juan hizo su carrera en Estados Unidos como encargado de mantenimiento en uno de los mejores colegios de Washington, el colegio en el que estudiaron las hijas de Clinton y Obama. Tal era su admiración por ese centro de estudios que se puso como meta que su hijo también estudiara allí. Casi dos décadas después así ha sido: Miguel, el hijo de Juan, fue aceptado y becado. De más esta decir que Miguel es el orgullo de su padre, que sigue trabajando en mantenimiento, en otra escuela.

Rodolfo nació en un pequeño pueblito de Oriente, cerca de Intipucá. Sacó su bachillerato en San Miguel, para lo cual viajaba casi tres horas en bus cada día. Hasta que sus padres, que habían migrado años antes, lo mandaron a traer al Bronx, en Nueva York, donde toda la familia vivía en una sola habitación, con una sola ventana. Ahora es el director de secundaria en uno de los colegios más prestigiosos de Washington. Cuando da la bienvenida a los estudiantes al centro siempre cuenta su historia, para asegurarse, dice, de que sepan lo afortunados que son y las responsabilidades que esos privilegios traen consigo. Rodolfo viaja todos los años a El Salvador a visitar a su padre, que ha vuelto a aquel pequeño pueblo de Oriente y vive de las remesas que él envía.

Fernando y Roberto llegaron hace unos quince años. En aquella época ya era más difícil atraverar México y la frontera, y más difícil conseguir papeles una vez en Estados Unidos. Fernando estaba casado, pero tuvo que dejar a su familia. Roberto se casó al llegar. Ambos empezaron a trabajar en construcción, como peones. Ganaban dos dólares menos por hora que los peones que tenían papeles. Pasaron periodos duros en los que se quedaban sin trabajo. En uno de esos periodos Roberto no pudo pagar la cuota familiar para el mantenimiento de su hijo, su exmujer le puso una demanda, y la migra lo capturó y devolvió a El Salvador. Fernando sigue viviendo en Washington, aún sin papeles, ganado menos que otros peones y trabajando además, cuando puede, los fines de semana para seguir enviando dinero a su familia, con la cual platica todos los domingos vía Skype. Una familia que en realidad casi no lo conoce. Su hija menor tenía dos años cuando él salió.

Son historias reales, duras, de salvadoreños en Estados Unidos. Historias de los con suerte, los que lograron cruzar, los que rehicieron sus vidas, los que no olvidan su patria y su familia, los que logran enviar remesas. Los que ahora, ante las nuevas políticas migratorias de la administración Trump, vuelven a enfrentar o enfrentan más que antes, la ansiedad y la inestabilidad.

 

*Mauricio Silva ha trabajado por más de 40 años en administración pública a nivel nacional e internacional. Tiene una maestría de Harvard y un PhD (ABD) de MIT en ese tema. Ha sido fundador e integrado la Junta Directiva en varias ONG. Actualmente es director por Centroamérica en el BID.

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