Columnas / Migración

¿Estamos preparados para recibir a 200 mil migrantes?


Lunes, 8 de enero de 2018
Diego Murcia

Estados Unidos ha hablado: ya no dará cobijo a los cerca de 200 mil salvadoreños que vivían bajo su techo gracias al TPS. Esto significa, en primera instancia, que hay 200 mil nuevos migrantes que, de la noche a la mañana, se han convertido en “ilegales”, como le gusta llamarles a los republicanos a las personas con estatus migratorio irregular. Esto significa, en primera instancia, que El Salvador debe resolver cómo darle acogida a sus migrantes, reinsertarlos en una sociedad de la que huyeron por la falta de oportunidades.

Ya no se puede llorar por la leche derramada. Ahora, ¿qué propone el gobierno salvadoreño ante esta situación? Me refiero a una respuesta a largo plazo, porque hasta el momento, lo único que ha logrado el gobierno es aplazar por 18 meses la salida de estos migrantes. El canciller Hugo Martínez ha dicho que el gobierno consiguió una prórroga del TPS, cuando en realidad lo que se ha logrado, que no es poco, es que los cerca de 200 mil salvadoreños tengan hasta septiembre de 2019 para arreglar lo que tengan que arreglar en EUA antes de dejar este país.

¿Pero y a largo plazo? ¿A qué país regresarán todos esos salvadoreños? Mientras no mejoren las condiciones que obligaron a miles de compatriotas a salir de El Salvador, estaremos a las puertas de una nueva crisis humanitaria. La historia tiende a repetirse, sobre todo cuando los elementos que han generado cambios de importancia sociocultural para una generación siguen estando vigentes para la que le precede.

Cuando Estados Unidos comenzó la gran deportación de centroamericanos que difícilmente tenían algún tipo de lazo con el país de sus padres, o que apenas recordaban el olor de su tierra natal, Centroamérica comenzó a enfrentarse a una bomba de tiempo que hoy lleva el rostro de decenas de pandilleros. En esos años la pobreza y la desigualdad social nos habían sumido en una guerra civil, que se cobró la vida de centenares de hombres, mujeres y niños. Ya no estamos en guerra, pero sigue habiendo muertos y diferencias sociales quizá aún más marcadas que en los ochenta.

Tanto la izquierda como la derecha han demostrado incapacidad para poder dar una solución permanente a las problemáticas sociales. Están más interesados en la tenencia del poder político. Las instituciones, poco a poco, están cediendo ante la porosidad de la corrupción.

No quiero ni pensar en el tipo de sociedad que podríamos generar si El Salvador llega a recibir a miles de compatriotas acostumbrados a otro tipo de vida, uno donde los beneficios de un trabajo constante y duro sí merecen la pena; porque son el caldo de cultivo de generaciones que superarán a la que se arriesgó a cruzar el río, con profesionales que tendrán mayores oportunidades que sus padres, con un cambio social que no sólo es una promesa de campaña.

La imagen romántica que se ha construido sobre los hermanos lejanos es buena mientras son gente que vive en el Norte, pero no nos engañemos, nadie que se autoexilia es capaz de reincorporarse a la vida que antes dejó, muchos menos si ese mundo al que regresa ahora es más injusto y más violento.

Por otro lado, está el peso de lo que representan y en lo que se han convertido esos migrantes. Ellos, en realidad, han sido el Estado que da asistencia social a sus núcleos familiares para que estos puedan sobrevivir (en cuestiones de salud, educación, desarrollo) en esta jungla de país. Muerta esa asistencia social, ¿el Estado cómo logrará suplir esa inversión? Y en lo económico, ¿esa entrada de divisas cómo será sustituida? Y ellos, aquí, ¿qué oportunidades tienen? ¿Qué les ofrece ese Estado, que no les permitió desarrollo, para que ellos pongan en práctica aquello que aprendieron en Estados Unidos?

Quizá muchos no lo reconozcan, pero en El Salvador las condiciones de vida a las que una inmensa mayoría está acostumbrada son desesperantes. Desespera la violencia, la pobreza, la delincuencia.

Al país le falta infraestructura sanitaria y educación. En estos casi 40 años, ¿qué han hecho los gobiernos civiles para cambiar las condiciones de la población salvadoreña tanto de aquella que se quedó como de la que se fue? Todavía seguimos viviendo bajo los estándares del militarismo. La intolerancia es el pan diario de muchos jóvenes. El militar y el policía se creen todopoderosos. A los jóvenes se criminaliza por ser rebeldes. No saben la que se aproxima.

Entre las familias que serán deportadas hay muchos jóvenes que son profesionales, bilingües, algunos tatuados, acostumbrados al primer mundo, y no sé si la sociedad salvadoreña está lista para sufrir este nuevo cambio sociocultural. Por el otro lado, queda la inquietud de hasta dónde nuestro gobierno será capaz de dejar de estar arrodillado para defender los derechos de los y las salvadoreñas que dejaron cuerpo y alma durante estos años en los Estados Unidos. Habrá familias separadas, inversiones hechas, propiedades adquiridas, créditos construidos, que pasarán a manos de otros y que de poco o nada servirán si sus propietarios están incapacitados para reclamarlos.

Me pregunto si el gobierno ha pensado en cómo reaccionará ante una eventualidad como esta. ¿Cómo planea reintegrarlos a la vida social salvadoreña? ¿En qué grado de modernidad se encuentra el país, sus instituciones, y su gente para soportar el cambio de mentalidad que traerán los recién llegados? ¿Podrán los repatriados establecerse o buscarán regresar al país que los está queriendo escupir y se expondrán a los peligros que ya conocieron camino a la frontera?

Yo no sé cuánto tiempo necesitaba el gobierno para tener un plan de contingencia, para reaccionar, pero sus respuestas hoy ya están llegando demasiado tarde.

*Diego Murcia es escritor y periodista salvadoreño. Escribió para El Faro y La Prensa Gráfica. Posee una Maestría de Bellas Artes en Escritura Creativa por The University of Texas at El Paso y una licenciatura en Comunicación Social por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Vive en la frontera de El Paso (Texas) y Ciudad Juárez (Chihuahua).
*Diego Murcia es escritor y periodista salvadoreño. Escribió para El Faro y La Prensa Gráfica. Posee una Maestría de Bellas Artes en Escritura Creativa por The University of Texas at El Paso y una licenciatura en Comunicación Social por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Vive en la frontera de El Paso (Texas) y Ciudad Juárez (Chihuahua).

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