Columnas / Política

Conjeturas en la oscuridad

Hay que tener agallas para ser candidato a presidente en un país con una compleja problemática social, económica, política y cultural. Pero más agallas se necesitan cuando el partido carga con una historia de corrupción...

Domingo, 15 de abril de 2018
Óscar Picardo Joao

“No, luchar no es sólo arremeter contra alguien o algo. Mi concepto de lucha es mucho más sutil que todo eso, mucho más profundo aunque menos vistoso. Mi lucha es a veces -un esfuerzo por guardar el equilibrio, o un esfuerzo deportivo de previsión, de sugerencia, el esquemático despliegue de las fuerzas de la resolución y del carácter (…) Odio la violencia, creo en la espada de luz, no en la de acero que corta, ni siquiera en la de fuego que quema en la de luz que aclara…”. 
Salarrué.

Hay que tener agallas para ser candidato a presidente en un país con una compleja problemática social, económica, política y cultural. Pero más agallas se necesitan para ser candidato de un partido que carga con una historia de violencia y de muerte, y sobre todo de corrupción.

¿De cuál partido hablamos? El que tiene funcionarios y un expresidente indeseable. ¿Pero cuál de todos? Los que robaron muchos millones, los que prometieron y no cumplieron…

Efectivamente, los candidatos actuales encarnan en sus iniciativas y campañas la historia política de sus institutos partidarios. Al momento no hay reformas simbólicas ni ideológicas, son lo que fueron, lo que son y lo que serán en el futuro inmediato. No han renunciado a su lastre.

Tener sangre en sus antecedentes, ideas fanáticas jidadistas, y un acervo de casos de corrupción es una circunstancia indelegable a aquellos candidatos que deciden postularse en nombre del partido político de referencia. Y aquí llegamos a un asunto límite relacionado a la ética.

Es imposible que representen un “borrón y cuenta nueva”; tampoco su relevo generacional anula el devenir ideológico ni la disrupción cognitiva de sus discursos contemporáneos rompen con la tradición partidaria; son una simple y recurrente continuidad, que seguramente terminará en prácticas gubernamentales ineficaces, en discursos vacíos y en más de lo mismo.

¿Nos podemos tomar algo en serio y creerles alguna cuota de su discurso, de los cambios, de las propuestas? Lo dudo, pero ahí está el descrédito ciudadano y la baja valorización de la clase política señalando desde hace lustros que la cosa va de mal en peor. Y muestra de ello es el estado perverso de la educación, la ciencia y la cultura, el pneuma de la nación. Mientras el debate se centra en tópicos macroeconómicos, fiscales y alguna que otra estupidez en torno a la seguridad.

Valga la aclaración –para el mal pensado- que esta no es una apología a “Nuevas Ideas”, aunque sí un discurso que puede sustentar cualquier tipo de plataforma que rompa –casi anárquicamente- con el orden establecido por la tradición partidaria dominante. Es más bien un desahogo intelectual ante las ilusiones y espejismos que vemos reflejados en los medios, y que sabemos que serán discursos efímeros sin asidero en los problemas de la mayoría de ciudadanos.

Mientras gran parte de la globalidad avanza sobre constructos científicos (patentes, innovaciones, tecnologías, inteligencia artificial, cuidado del medioambiente, big data, robótica, automatización, Internet of Things, desarrollo artístico y cultural, entre otras vertientes), aquí, unos y otros, dialogan en secreto con las pandillas para garantizar su cuota electorera.

Aferrados a sus parcelas de poder –a costa de cualquier cantidad de pobres, migrantes y homicidios- nos acostumbramos a elegir a los menos peores, y toleramos en nuestros rostros el robo, la corrupción y la desfachatez de la ineficacia. Por si fuera poco, tropezamos dos, tres, cuatro y cinco veces con la misma piedra.

Poco a poco, la indiferencia se ha apoderado de nosotros; a pesar de ello, los seres humanos buscamos el bienestar, es decir las condiciones básicas de seguridad alimentaria, hogar, educación y salud. Esta búsqueda, en la configuración del tejido social, se atomiza con intensidades distintas. Al parecer, la disciplina, la visión, la determinación, los condicionamientos heredados del contexto y el conocimiento generan brechas y diferencias marcadas entre los que logran un alto bienestar y otros que viven en la miseria.

En una línea ubicamos los dos extremos riqueza-abundancia versus miseria-pobreza, y unas tonalidades intermedias de la clase media. Esta configuración se crea y desarrolla en función de sistemas sociales, políticos, económicos, culturales y religiosos. Los sistemas políticos corruptos, empresarios avariciosos, el fanatismo religioso, la segregación racial generan sociedades pobres. Por el contrario, institucionalidad y ética política, empresas con responsabilidad social coherente, fe con sentido humano y valorización social de la persona, desembocan en sociedades equilibradas. ¿Queda claro en dónde vivimos?

Latinoamérica es un collage de naciones inconclusas. Venimos de rebeliones, revoluciones y reformas inacabadas. Perdimos el rumbo, navegamos al garete, sin brújula, con una economía débil, un tejido social descompuesto, sin ideas, sin visión, sin desarrollo tecnológico, artístico, educativo ni cultural. ¿Hacia dónde vamos?

Ni siquiera sabemos cómo participamos en la “Ciudad global” (Saskia Sassen) o en la “era de la información” (Manuel Castells); si tenemos que lidiar o no con el capitalismo o con el socialismo (entre Luc Boltanski o Pierre Bourdieu); si somos parte o no de esta “postmodernidad líquida” (Zygmunt Bauman). Vivimos la profunda crisis, una especie de distorsión perversa entre conductas, creencias y valores atomizados.

Parafraseando a José Mojica, sabemos que nuestra condición humana vive un permanente duelo en la historia producto del egoísmo propio de la persona (más aún en un escenario creciente de consumo); y este vivir en sociedad nos trae problemas y un inmenso repertorio de soluciones (soluciones que no encontramos). A pesar de ello, creemos que nunca estaremos derrotados, porque nunca triunfaremos definitivamente. Somos imperfectos, pero tenemos una lucha dentro de nosotros. No vamos a crear un mundo mejor sino luchamos dentro de nosotros.

Estos retazos de historias contemporáneas malogradas, esta clase política ineficaz y corrupta, estos jóvenes que buscan y no encuentran oportunidades, estos pobres olvidados, esta intelectualidad frustrada y estos empobrecedores y mercaderes de siempre, están ahí… configurando nuestro país.

Hay salidas, como por ejemplo, lograr el consenso para una visión de largo plazo con políticas de Estado; apoyar la educación con sinceridad y honestidad. Pero todos tienen que ceder y nadie lo hace. Hay salidas, como dejar de robar al llegar al poder. Hay salidas, como diseñar una apuesta de país con sentido científico, artístico, tecnológico, cultural y productivo, pero es pedir demasiado…

Pero el intento vale la pena, será mejor que quedarse con los brazos cruzados o esperando el milagro o al mesías salvífico… Sólo la racionalidad de una inteligencia sentiente y el rigor de un pensamiento estructurado, lógico, serio, creativo podrán salvarnos o ayudarnos a ser mejores; a lograr ese equilibrio utópico del bienestar que todos merecemos. Y eso no es mucho pedir.

*Óscar Picardo Joao ( opicardo@asu.edu ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña
*Óscar Picardo Joao ( [email protected] ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña

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