Internacionales / Cultura
Ahí viene un marine

El argentino Néstor Pitana dirigió el partido inaugural del Mundial de Rusia 2018 y también la final. Pitana, de 43 años y mundialista también en  Brasil 2014, fue el tercer réferi argentino que abrió el torneo en 88 años de historia. Pero... ¿quién es Néstor Pitana? ¿Qué es? Esta semblanza de Diego Fonseca brinda algunas respuestas.


Fecha inválida
Diego Fonseca

¿Quién es Néstor Pitana? ¿Qué es?

¿Es el hombre que entró a la Arena Pantanal de Cuiabá, en el Matto Grosso, para dirigir a rusos y coreanos sin hablar una palabra de otra cosa que no fuera español –e igual se hizo entender? ¿Es el gorila lechoso de 1,92 que impresiona como un faro? ¿El tipo de voz suave y acento delicado? ¿El que se ríe como un chico de doce o el tipejo que tuerce el gesto como un carcamán? ¿Es el vanidoso que peina unos escasos, muy escasos, cabellos rubios para cubrir malamente la bocha chivata del cráneo? ¿Es todavía el muchacho familiero de Misiones, al interior profundo del norte argentino, o el profesional que se hizo un lugar entre las pirañas del referato de Buenos Aires? ¿Quién es Néstor Pitana? ¿Qué es?

El argentino Néstor Pitana, árbitro del partido inaugural en Rusia 2018. Foto Franck Fife (AFP).
El argentino Néstor Pitana, árbitro del partido inaugural en Rusia 2018. Foto Franck Fife (AFP).

La Incógnita Pitana era, fue, esto: hijo de empleado y señora de su casa, nacido el diecisiete del seis del setenticinco en la humedad tropical del norte argentino; géminis: ON/OFF; gurí que para ganar cada mundial imaginario rompía las plantas de la doña en el patio; estudiante promedio del fondo del aula; el más lungo de la clase; el más largo de la familia, el corpachón más corpulento de –obvio– Corpus, su ciudad natal. El futbolista del Club 20 de Junio, el del Club Tigre de Santo Pipó, el del Guaraní Antonio Franco –tres equipos antes de los veinte: fracaso seguro–. El federado de la selección de básquet juvenil de su provincia –abandono temprano: fracaso seguro.

La Incógnita Pitana es, sigue siendo, esto: un árbitro con gatillo algo ligero para las tarjetas amarillas pero ningún ametrallador de rojas; un buen conversador del campo; un obseso porque el futbolista obedezca; un controlador – ay sí ay sí: no habrá tiro libre, hasta que la barrera no esté a 9.15 de la pelota, señores– . Es, además, referí internacional desde 2010; juez de partidos de Libertadores, Sudamericana, calificación al Mundial, Recopa, un Boca-River. Es histriónico caretón pinta de macho cabrío jetón. Es gigante, blondo, de cara colorada a reventar y porta unos ojos azulados: Pitana parece un soldado alemán a punto de disparar para hacer justicia más que un juez que la administra. Y finalmente, es argentino medular: cada partido dirigido termina –debe terminar– en un asado con amigos.

Pero, ¿quién es Néstor Pitana? ¿Qué es un hombre que ha sido mil cosas en una vida? Poco se sabe de él, y lo mucho de ese poco viene de los definidores más interesados: la oposición, el enemigo, la contra. Técnicos, periodistas poco periodísticos, hinchas obtusos, colegas. Visto por sus antagonistas, La Incógnita Pitana es lo que su cabeza supo aprovechar del cuerpo de portento. Un profesor de educación física que fue socorrista en una piscina de Buenos Aires y que, durante un tiempo, incluso custodió la puerta de una discoteca, metiendo la mano al pecho a quien no debía entrar –sacándole, muy tópico, la roja.

La Incógnita Pitana es, entonces, el destino seguro de una multitud de metáforas y comparaciones sobre el músculo ordinario. Su rostro es lombrosiano: da luchador, soldado alemán en peli de Jóligud, espada de Erik El Rojo. Tiene brazos de cargador de puerto, tamaño y contextura de ropero macizo. Corre con las piernas combadas, como si hubiera dejado el caballo al lado de la línea de cal. Es un botiquín móvil de anabólicos. El Mandíbulas de Bond sin brackets, Hulk Hogan sin pelo.

La prominencia de mastodonte de La Incógnita Pitana ensombrece lo demás, que, por misterioso, seguirá oculto. El tipo habla con voz relajada y tiene un acento suave pero en el campo de juego sólo asoman sus formas de comandante militar un poco obtuso. Los críticos usan eso: La Incógnita Pitana, sugieren, no tiene lo que precisa un referí argento al palo –picardía, viveza, malicia; astucia de bribón–. Es de carácter débil. Demora en tomar decisiones y parece propenso a cambiarlas a mitad de camino. El pajuerano no maneja bien al tramposo; o sea, no es más tramposo que él.

Néstor Pitana debe aborrecer cuanto dicen, pero él es también su propio gemelo malvado y ha puesto alimento en la mesa de los caníbales. Chico de pueblo en gran ciudad, ha debido desarrollar paladar por la exposición y sabe, como un delantero, que para meter goles hay que cubrir los espacios a espaldas de los medios. La Incógnita Pitana hace el juego a las periodistas que lo tratan de pintón, bonito, sex symbol, canchero bombón. Cuando era más joven, tuvo un (solo) papel secundario en una película –hoy es juez, entonces fue guardiacárcel– y en su biografía en Twitter se presenta como lo que nunca fue, exactor. La Incógnita Pitana exhibe sus carencias por presunción.

Cuando Brasil, el rubio dijo estar dispuesto a todo. A hacerlo bien, a llegar alto, a dejar huella, incluso a la renuncia: avisó que no tiene el más mínimo deseo de dirigir la final, pues eso significaría que la selección argentina habría quedado eliminada. Sea por amor o publicidad, el árbitro parece ser primero hincha. Antes la patria que uno, así la patria no se fije mucho en él: el día en que Pitana dirigió su primer partido mundialista, en un estadio repleto de rusos, coreanos y dueños de entradas de paquete turístico, era su cumpleaños treinta y nuevo.

Pero el estadio no se puso de pie a cantarle el japiberdituyú como cada 30 de octubre a Diego Maradona o el 24 de junio a Lío Messi. Más bien, un grupo de hinchas de Boca dedicó cantos poco amorosos a la madre de La Incógnita Pitana porque unos meses antes había dado a River un tiro de esquina del que nacería su victoria en un Superclásico. Los hinchas colgaron una bandera que portaba una inscripción exclusiva para el árbitro: “No fue córner”. En un día de doble celebración, único e irrepetible, el juez monumental tuvo un recuerdo de que no somos sólo quien creemos sino también quienes los demás construyen. Tal vez el qué y el quién de La Incógnita Pitana sea el sein de todo referí: un árbitro es, siempre, su mayor error.

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