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Ravshan Irmatov o la extrañeza de una nación con cabras

Pocos entendidos dudan que Irmatov sea uno de los mejores árbitros del mundo, a pesar de haber nacido en un país, Uzbekistán, borrado por completo de los mapas futbolísticos. En Sudáfrica 2010 pitó cinco partidos, incluido el inaugural; y en Brasil 2014, cuatro más. En Rusia 2018 la FIFA lo hace debutar con un trascendente Argentina-Croacia. Pero, ¿qué mezcla de polvos estelares hace crecer a un buen juez de un deporte de llanuras en un país de montañas? Este perfil de Irmatov del periodista Diego Fonseca trata de responderlo.


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Diego Fonseca

Uzbekistán. Miembro del Kaganato Túrquico de Bumin Khan, parte de la Dinastía de los Timúridas, sección del Imperio ruso del siglo XIX y de la Unión Soviética del XX. Territorio de uzbekos, turkmenos, afganos y kazajos. En el noveno piso del ránking de la FIFA, una lonja de cordero seco entre las selecciones de Estonia y Georgia. El fútbol uzbeko es una celebración del voluntarismo, apenas mejor que el de la India o Vietnam, peor que el de Israel e Islas Feroe. En Uzbekistán hay más chivos que pelotas.

Y sin embargo, Ravshan Sayfiddinovich Irmatov: tal vez, el mejor árbitro del mundo. O uno de los dos. O de los tres. Pero igual: Irmatov es una extrañeza.

En 2010, en el sur de África, la FIFA concedió la apertura de la Copa del Mundo al árbitro correcto del lugar equivocado. El Extraño Irmatov mantuvo la cabeza fría sin echar mano a las tarjetas desde temprano, aun cuando entraba en ebullición la tensión entre los futbolistas de México y Sudáfrica.

Ravshan Irmatov, árbitro de Uzbekistán. Foto Theo Karanikos (AFP).
Ravshan Irmatov, árbitro de Uzbekistán. Foto Theo Karanikos (AFP).

La prensa inglesa lo apodó Easy Rider por su habilidad para conducir a jugadores volátiles. (Esto es, diría cualquiera, sabe dirigir un rebaño de cabras locas.) El Extraño Irmatov dirigió cinco partidos en Sudáfrica, incluida la áspera eyección de Argentina por Alemania y la tirante semifinal entre Uruguay y Holanda. Fue un récord absoluto y quedó en manos de un debutante de treinta y dos agostos. Dos años después, la FIFA le daría la administración de justicia en el tercer puesto de los Juegos Olímpicos de Londres y, otro año más tarde, en 2013, vería a Brasil arrollar a Italia 4-2 en la Copa Confederaciones. Rusia 2018 debe ser su consagración: Irmatov ya puede pedir placet de zar.

Antes de que su foto entrase a la vitrina de Google, el Extraño Irmatov era instructor de fútbol en una escuela de Tashkent, pero para 2012, cuando ya había dirigido suficiente, comenzó a ser señalado como el Pierluigi Collina del futuro. Los expertos han dicho que, al menos hasta 2026, no habrá evento grande en el que el árbitro no tenga papel de nota. Nacido en 1977, el año de la sanción de la última constitución soviética, llegaría al medio siglo consagrado como el hombre más memorable de un país sin futbolistas pero con pastores.

Algunos ya lo saben: en 2015, durante el Globe Soccer Awards, en el muy futbolístico desierto de Dubai, el Extraño Irmatov fue elegido mejor referí del año. Unos días después, Islam Karimov, el presidente de su país, le colgó la Buyuk Hizmatlari Uchun, la orden uzbeka por servicios excepcionales. No era nuevo, pues en 2010 Karimov ya había citado en sus oficinas al Extraño Irmatov para concederle el título honorario de O‘zbekiston Iftixori, el Orgullo de Uzbekistán. Algo debió moverse en el árbitro: él, que gobernó por diez años las encuestas como mejor referí de Uzbekistán, era reconocido como un héroe –el mejor de una patria– por el hombre que dominó por más de dos décadas el minado campo de juego político de una antigua nación soviética.

¿Qué hizo del uzbeko esta excepcionalidad? Tal vez porque en casa la pelota escaseaba y no había que perderla de vista, El Extraño Irmatov sigue los partidos como perro de campo. Transita con la delicadeza y elegancia de quien aprendió a esquivar todo en terrenos pedregosos. El Extraño Irmatov no deja golpear y, como si su origen lo condicionase, suele cortar el juego antes de que se arme una revuelta. Dice que le da igual dirigir un partido de ligas multimillonarias que a los niños de su escuela. El hombre cree en la justicia universal del buen pie: “Mi tarea es proteger a los buenos jugadores y controlar a los problemáticos desde el principio”.

En los faldeos de Uzbekistán domina el silbido del viento y el desierto encomienda contemplación. Una entrevista con el Extraño Irmatov es un camino de regreso a esos silencios. El árbitro tiene una mirada de cabra: ve cuando todo parece indicar que está extraviado. Es un pastor en un campo: dice poco y habla generalidades. ¿Su mejor momento en el Mundial 2010? Ganar experiencia. ¿Su actitud en cada partido? Ganar experiencia. ¿Su paso por la Copa Confederaciones? Trabajó muy duro –para ganar experiencia–. El Extraño Irmatov es un tipo corriente como el pasto. Ve películas, escucha músicas, pasa tiempo con su familia y sus amigos.

Jordania, una selección abúlica, dejó fuera a Uzbekistán de Brasil 2014. Para Rusia 2018 dos goles la dejaron al borde de los partidos finales por las plazas de Asia. El máximo goleador uzbeko es Maksim Shatskikh, exjugador del FC Arsenal Kiev, un club en bancarrota que fue expulsado del fútbol de Ucrania en 2013. Y ya: no hay más fútbol que lo que entregaron las piernas de Shatskikh, que acabó de entrenador de niños en la academia del Dynamo. El Extraño Irmatov, un juez correcto, ha quedado como la gran figura internacional de un país revuelto. Poco más que el gas, el poeta muerto Abay Quananbayuli y las cabras negras que producen el mejor moahir del mundo superan en fama al hijo de un árbitro soviético.

Oscar Wilde escribió: “El hombre puede creer en lo imposible, pero jamás creerá en lo improbable”. El Extraño Irmatov es la imposibilidad probable.

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