Columnas / Política

Políticos y académicos: juntos pero no revueltos


Lunes, 16 de julio de 2018
Óscar Picardo Joao

“Hay dos formas de hacer de la política una profesión: O se vive para la política o se vive de la política. La diferencia entre el vivir para y el vivir de se sitúa entonces en un nivel mucho más grosero, en el nivel económico”.

(Max Weber, El Político y el científico, 1918)

 

La política y la academia están situados en la antípoda y conectados en casi nada. Los tiempos del político son electorales, mientras que los del académico son lógicos o metodológicos. El político trabaja para su imagen y para el voto, mientras que el académico para comprobar hipótesis o teorías. Academia y política son dos mundos distintos y distantes, su ósmosis es peligrosa. El político es calculador y pragmático, mientras que el académico recurre a herramientas reflexivas para resolver sus problemas; el político es sinónimo de “actuar” mientras que el académico es de “pensar”; el político está interesado por los fines, y el académico por los medios. Políticos y académicos poseen “tensiones” distintas; el político es un constructor de acuerdos; mientras que el académico cultiva el desacuerdo. Y sin embargo, siempre hay excepciones…

Valga la aclaración que en la cultura contemporánea, además de académicos encontramos intelectuales tecnocráticos (Brunner) o analistas simbólicos; afirma Roben Reich en Nexos: “Los analistas simbólicos resuelven, identifican y reformulan problemas mediante la manipulación de símbolos. Simplifican la realidad en imágenes abstractas que pueden ser reorganizadas”. De aquí deducimos una clase híbrida de políticos-académicos o de académicos-políticos.

Partiendo de prejuicios preclaros sobre la clase política, uno se puede preguntar: ¿Qué pueden hacer o aportar los académicos a la política?:

1.- Introducir la razón y la cientificidad en los argumentos para diseñar políticas públicas.

2.- Incluir el análisis de “tasa de retorno” y “costo-beneficio” en el diseño de decisiones políticas.

3.- Intentar –efectivamente, intentar- incluir ética y noesis en un escenario bastante perverso de corrupción, mentira, clientelismo y compadrazgo.

4.- Proponer diseño de soluciones reales, basadas en datos, información y conocimiento para solucionar los problemas.

5.- Diseñar “Prospectiva” para que los problemas no estallen de la noche a la mañana.

6.- Uso de modelamiento matemático y epidemiológico para el tratamiento de la ingeniería social y solución de problemas diversos.

7.- Introducir “verdad” en informes, memorias de labores, estudios y estadísticas.

8.- Uso efectivo de modelos interdisciplinarios o multidisciplinarios para resolver problemas de las ciudades y sociedades.

9.- Permitir que los especialistas resuelvan los problemas de su campo.

10.- Incluir el debate serio y honesto con argumentos, teorías y hechos fácticos.

Las decisiones en el mundo de la política no están pautadas por coordenadas de la razón. A veces es más importante una obra pública visible que un proyecto o programa intangible para la ciudadanía por el simple hecho de la “visibilidad” electoral. Hay proyectos que se deben acelerar por los calendarios electorales, se terminen con buena o mala calidad, pero se terminan. Lo negativo, el error, el equívoco se maquilla y se presenta del mejor modo posible; es muy raro que un político diga “me equivoqué, cometí un error o lo que hice fue incorrecto”. La imagen o lo simbólico es más importante que la realidad; la política vive de espejismos. En la mayoría de casos “el fin siempre justifica los medios”, esta perversidad maquiavélica es el guion de la clase política corrupta.

¿Puede convivir, manejar o limpiar un académico ese escenario? No dejamos de lado el romanticismo o idealismo de los académicos. En las aulas y en los libros el mundo es bastante irreal. Muchos académicos nacionales que recientemente pasaron por el gobierno se dieron cuenta de la brecha que hay entre lo que ellos imaginaron y lo que vivieron. La burocracia es indolente y las leyes en no pocos casos ayudan tanto como estorban. Existe una gran distancia entre el mundo real y las teorías universitarias.

Mis dos experiencias cerca de la clase política o gobierno son nefastas y para olvidar; afortunadamente fueron cortas y logré salir de ese atolladero de farsas en pocos meses para salvaguardar la reputación. Obviamente es necesario intervenir en la clase política para transformarla desde adentro, pero el perverso espectro de corrupción es demasiado denso y se necesitarán varias generaciones de relevo para este imprescindible cambio, que radica esencialmente en el ethos.

Poder y Ciencia difícilmente van de la mano, ya que los criterios de cada escenario poseen lógicas diversas; en el mundo del poder se desarrollan las condiciones de control, generalmente pautadas por dinero, y esto es radicalmente patológico; detrás vendrá la corrupción en todas sus manifestaciones; mientras que la Ciencia navega con otros mapas menos obsesivos de datos, información y conocimiento. Hay también cuotas de perversidades por los factores de impacto, autores citados y grants, pero al final el daño colateral es menor, sólo asunto de egos.

Anota Pablo Da Silveira: “Un académico es alguien que dedica su vida a investigar, publicar y enseñar (…) un académico compite con otros académicos, ya sea por prestigio o por posiciones institucionales (…) Un político es alguien que compite con otros políticos para obtener apoyos de la ciudadanía. Luego se sirve de esos apoyos para impulsar decisiones y estrategias que impacten sobre el funcionamiento de la sociedad (…) Se trata de dos profesiones muy diferentes, pero entre ellas siempre ha existido una frontera porosa…”.

*Óscar Picardo Joao ( opicardo@asu.edu ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña
*Óscar Picardo Joao ( [email protected] ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña

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