Columnas / Transparencia

¿Quiénes y cómo votan?


Miércoles, 5 de septiembre de 2018
Óscar Picardo Joao

Siempre que se avecina un proceso electoral, los asesores, los arribistas y los jefes de campaña se preocupan por conquistar la mayor cantidad de votantes. Quienes diseñan alguno de los principales procesos de campañas políticas se basan en tres ejes: 1) traducir razón a emoción, 2) convertir discursos a ideas y 3) transformar ideas en imágenes. Entonces, no ganan ni la inteligencia, ni el discurso ni la idea, sino lo más superficial y simbólico. Hasta la idiotez y el absurdo prevalecen. A final de cuentas, la campaña es mercadeo político: vender lo irreal o lo innecesario.

En la taxonomía de votantes, al parecer, quienes ejercen el sufragio lo hacen: 1. con el cerebro y la razón (5 %); 2. con el corazón y la pasión (30 %); 3. con el hígado y el castigo (25 %); 4. con el estómago y el hambre (10 %) y al 30 % restante le vale la democracia.

También aparecen los votantes teológicos o que actúan por la fe —según el criterio del pastor—; los que venden el voto al mejor postor (gorras, camisas, aventones o por una caja de pollo); los que votan por tradición —porque así lo hicieron sus abuelos, padres, etcétera— y no puede faltar un “Crack Rodríguez”, que se podría comer una papeleta.

En la vida electoral real, la fotografía hasta agosto 2018, según la última encuesta del Centro de Estudios Ciudadanos de la Universidad Francisco Gavidia (CEC-UFG) nos señala que las personas entre los 18 y 39 años votarán por GANA. Por otro lado, aquellos con edades de 40 a 65 años son los más indecisos, o sino, votarán por ARENA; en tanto, los mayores de 65 años lo harán por el FMLN. Los hombres se inclinan por GANA y VAMOS, mientras que las mujeres están más cerca de ARENA y de los indecisos.

La gente ideológicamente fuerte de izquierda viven en Chalatenango y Cuscatlán; los de derecha en San Vicente y Usulután; centro-izquierda en La Libertad y Cabañas; centro-derecha en Morazán; los sin ideología, en La Unión y La Paz. El mejor lugar de Josué Alvarado es La Libertad, y el peor, Chalatenango; el mejor lugar de Nayib Bukele es Cabañas, y el peor, Ahuachapán; los mejores lugares de Carlos Calleja son Cuscatlán y La Libertad, y los peores, Cabañas y Santa Ana; el mejor lugar de Hugo Martínez es Ahuachapán, y el peor, La Unión.

Lo mejor de todo esto —aunque usted no lo crea— es lo que le pagará el Estado a los partidos políticos por voto obtenido: El valor del voto para estas elecciones de 2018 fue de $2.82 para diputados y $2.11 para el de concejos municipales, de acuerdo a una nota que publicó La Prensa Gráfica. El desembolso, hecho con fondos públicos, se calcula a partir de los votos válidos que recibieron en la elección. El valor del voto depende del valor que tuvo en la elección anterior y después se aplica la inflación acumulada. La Ley de Partidos Políticos dice que cada partido o coalición contendiente tendrá derecho a un anticipo equivalente al 70 % del total de votos obtenidos en la elección anterior, el cual podrá pedir después de la convocatoria a elecciones. El resto se les entrega después de declarados firmes los resultados electorales.

Veamos números de dinero recibido en la elección pasada: FMLN: $2,930,749.19; ARENA: $3,143,284.19; GANA: $775,561.58; PCN: $634,747.48; PDC: $201,858.48; Cambio Democrático: $109,706.63; PSD: $46,909.12; DS: $65,794.19; FPS $5,402.87; y PSP $9,677.30. En síntesis, se les pagó a los partidos políticos: $7,984,278.34 (los datos son del anticipo, según la nota publicada por el referido medio).

Ahora me imagino que más cólera tendrá y menos ganas de ir a votar.

Votar, y sobre todo de manera inteligente, permite alternar, premiar, castigar y darle vitalidad a la democracia como fenómeno imperfecto. En no votar o abstenerse se justifica cuando la realidad no da más de sí, cuando los candidatos están agotados o son corruptos, cuando se carece de legitimidad y de institucionalidad. Pese a las limitantes, la democracia es, hoy por hoy, el mejor de los sistemas posibles —o el menos malo—. Tenemos dos o tres caminos: votar, dejar que otros decidan por usted o invocar a un dictador. ¡Usted tiene la palabra!

Óscar Picardo Joao ([email protected]es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar; en la actualidad dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia

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