Columnas / Cultura

Romero mártir, Romero light y otras formas de ver el mito

Su significado básico, primario, fue “Monseñor Romero igual a Arzobispo de San Salvador”. Luego, su connotación trascendió como bola de nieve. Tras su lucha contra la opresión de los gobiernos militares y tras su asesinato...

Miércoles, 10 de octubre de 2018
Willian Carballo

Monseñor Romero hay varios. Todo depende de los lentes que use quien decida filtrarlo. La imagen del ícono salvadoreño más universal es un mito cultural que ha transitado por variedad de significados. Estos van desde “mártir que luchó contra la opresión” –según la visión romántica de izquierda– hasta “cura comunista” –en la mente de los derechistas más recalcitrantes–, pasando por una cara estampada a colores en una camisa de cinco dólares para el que vende souvenirs cerca de catedral; un sacerdote muy buena gente de cuyo magnicidio conviene no hablar para los areneros de la nueva ola; y más recientemente, lo que el Vaticano ratificará: un santo para los católicos.

Es normal que eso suceda con las personas que se convierten en mitos culturales, en íconos. Le pasa al Che Guevara (ídolo revolucionario para unos, guerrillero asesino para otros); le pasa Emiliano Zapata, a Gandhi y a Frida. Vaya, le pasa hasta al mito futbolístico salvadoreño Mágico González: dios en calzoneta rodando un balón sobre la grama mojada, a veces; y demonio desnudo durmiendo hasta tarde sobre la cama caliente, otras tantas.

Una aclaración necesaria: no confundir este concepto de mito con el matiz que históricamente se le ha dado a esa palabra, como esa leyenda mágica al estilo de los dioses griegos o el cadejo. No. Me refiero a “mito” en el sentido del pensador francés Roland Barthes. Él lo define como el producto de una cadena de asociaciones sobre una persona o un suceso, cuyo fin es naturalizar una visión sobre un hecho, objeto o personaje. En palabras sencillas: un icono cultural es un mito en la medida que se le asignan muchos significados y los grupos de poder tratan de hacer valer alguno de ellos sobre los demás. Así justo como el Che.

Es eso lo que ha pasado con el ahora santo salvadoreño. Su significado básico, primario, fue “Monseñor Romero igual a Arzobispo de San Salvador”. Luego, su connotación trascendió como bola de nieve. Tras su lucha contra la opresión de los gobiernos de corte militar y tras su asesinato a manos de grupos extremistas de derecha, su imagen se empezó a relacionar con la izquierda y, particularmente, con el FMLN. Luego, sin embargo, algunos miembros de este partido desnaturalizaron su figura. A medida que el Frente entró en el juego propagandístico electoral, la imagen de monseñor también empezó a aparecer como parafernalia provotos. Hoy es común ver su rostro entre estrellas blancas y banderas rojas.

Del otro lado, la extrema derecha creó originalmente una imagen del religioso asociada al comunismo, su máximo enemigo en el terreno discursivo. De hecho, el periódico El País, de España, contó en 2015 cómo el exarzobispo sufrió una “brutal campaña de desprestigio por parte de la derecha política, los embajadores salvadoreños ante la Santa Sede y de algunos cardenales”, lo que habría retardado su beatificación y posterior santificación.

Luego hubo un giro de significado. Como lo recogió Rachel Hatcher en una columna en El Faro , la narrativa de la derecha adoptó finalmente la imagen de Romero, pero se cuidó de negar el papel de Roberto d'Aubuisson, fundador de ARENA, en el asesinato, hecho que la Comisión de la Verdad e investigaciones periodísticas han establecido. Además, procuró despolitizar el mensaje del ahora santo, centrándose solo en su quehacer religioso. Así, con el tiempo, Romero dejó de causar sarpullido comunista en la piel de la derecha. No es, desde esta perspectiva, un mártir asesinado por la ultraderecha, no: es un religioso que luchó por los pobres, un santo light, y ya.

A ello hay que sumarle una nueva significación: su imagen como mercancía. Se trata de una iconografía más pop. Figura en llaveros, camisetas, póster para decorar apartamentos y tatuajes. Como diría Evelyn Galindo-Doucette, citando a Sontag, en un artículo sobre la ética en las representaciones de Romero ), se trata de imágenes “que pueden convertirse en los objetos de consumo de un público distraído que no pone la necesaria atención al significado de las representaciones que consumen”.

De tal manera que, como lo señaló Hatcher, persiste un doble discurso sobre monseñor. Por un lado, la izquierda y las organizaciones de derechos humanos de El Salvador se niegan a olvidar el rol del líder arenero en su asesinato. Por el otro, la derecha ya no refuta su trascendencia cultural, pero sí encausa su importancia a su significado religioso-espiritual, minimizando su victimización a manos de los escuadrones de la muerte. Por eso no extraña que los candidatos de Arena dejen flores en la ciudad donde nació Romero un día y se enorgullezcan ante la tumba del acusado de matarlo al otro; ni que una parte de la izquierda lo recuerde con respeto y como mártir hoy y lo impriman en una camisa para pedir el voto mañana.

Pero, como lo he señalado en estos párrafos, yo agregaría que existe un triple discurso, o un cuádruple, o un quíntuple: Romero mártir, Romero light, Romero pop, Romero santo, Romero revolucionario. Todos, según quien lo mire, existen. Todos, según quien lo filtre, conviven en el imaginario cultural salvadoreño. Es lo que suele pasar con las personas que se convierten en íconos. Es lo que suele pasar con los mitos.

* Con información extraída del artículo “El mago y el beato. Ensayo sobre dos íconos culturales de un país de pocos íconos”, texto del autor de esta columna sobre el Mágico y monseñor, ganador de los Juegos Florales 2017, organizados por el Ministerio de Cultura.


Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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