Columnas / Transparencia

Sobresueldos o el fin de la revolución


Viernes, 1 de febrero de 2019
Óscar Picardo Joao

El mayor valor de la izquierda revolucionaria “debió” ser la ética.

El dios del dinero, la voracidad, esas ansias de acumular y tener más, esa capacidad de comprar lo que sea, los monopolios y oligopolios, el compadrazgo entre empresarios y gobernantes, históricamente habían divido al país en dos, con una brecha muy profunda. Por un lado, una oligarquía que tenía mucho; por el otro, una gran mayoría de pobres que no tenía nada.

Solo un gobierno de corte social o de bienestar podría generar un equilibrio, distribuyendo mejor, subsidiando y creando políticas públicas más amigables para los más necesitados. La crítica constante a los modelos neoliberales hiper-economicistas y consumistas, a los paradigmas de privatización y teorías del rebalse, a la mano invisible y a los mercados autorregulados, partía de principios humanistas, pero sobre todo de compromisos con las masas populares y los más pobres. Era la apuesta entre la “sobriedad” o “austeridad” para dignificar y humanizar los modelos económicos.

El modelo del “Consenso de Washington”, acuñado en 1989 por el economista John Williamson, desmanteló los Estados e impulsó reformas neoliberales por toda Latinoamérica. Logró concentrar más los capitales y mantener los niveles de pobreza (capitalismo salvaje); y frente a la ineficiencia y el fracaso de las políticas públicas comenzaron a emerger los partidos de izquierda y el Foro de Sao Paulo (1990). Así llegaron al poder Lula, Kirchner, Chávez, Evo, Lugo, Ortega, Funes, Bachelet, Correa, entre otros. Eran la alternativa del cambio.

Pero muchos de estos “revolucionarios”, cuando llegaron al poder, cometieron dos errores graves: 1) Descubrir que el mundo capitalista y el dinero era un deseo reprimido; y 2) No querer soltar el poder. Al final –y gracias a Odebrecht y a PDVSA- la mayoría de políticos de izquierda se vieron envueltos en casos de corrupción y otros se hicieron empresarios, a tal punto que hasta la Internacional Socialista ya los está desconociendo.

En nuestro medio, más allá de los escándalos de corrupción en proceso, estamos conociendo superficialmente la debilidad de nuestra izquierda revolucionaria. El uso de recursos pagados con la partida secreta, según el trabajo periodístico de El Faro “Los recibos originales de los sobresueldos del primer gobierno del FMLN”, revelan una vulnerabilidad ética de los políticos de izquierda. Si bien podríamos decir que esta fue una práctica usual de gobiernos anteriores, y que se entiende la necesidad de equiparar el salario para un funcionario técnico a los valores del mercado, la falta de transparencia no tiene excusa. Por esta razón la gente votó por el FMLN, para cambiar, para que estas cosas no sucedieran.

El escándalo no está, solamente, en que un funcionario gane cerca de 20000 dólares al mes (5000 de salario más 15000 de sobresueldo) más otros beneficios (seguro, chófer, vehículo, gasolina, telefonía móvil, viajes, etc.) en un país pobre cuyo salario mínimo es de 300. El problema también está en que este dinero se reciba sin pagar impuestos. Porque al final, 20000 dólares mensuales por cinco años son 1,200,000. La renta de este pago son 120,000 dólares que pueden servir para ir resolviendo muchas carencias de las escuelas y hospitales. No es poca cosa. A este dato debemos sumarle los montos de aquellos que ejercieron cargos gubernamentales y recibieron sobresueldos.

El resultado de este “cambio revolucionario” que no fue –salvo para los beneficiarios- no sólo arruinó la reputación del partido político de izquierda, que efectivamente fue un instrumento para servirse y no para servir, sino que además evidencia la paupérrima axiología de algunos de sus líderes. Lejos de asumir su responsabilidad o demostrar que las cosas no son así, muchos salen con evasivas ante los medios. A muchos de ellos –no todos- la experiencia de cinco años de gobierno les cambió la vida.

La “partida secreta” o los “gastos reservados” es algo que no debe de existir, y muchos políticos prometieron eliminarla. Recuerdo en un foro celebrado a finales de 2008, en el Hotel Presidente, cuando Domingo Méndez increpó al candidato Mauricio Funes, quien no dudó en afirmar que la iba a eliminar. Ahora sabemos, según la acusación de la Fiscalía y las pruebas, que hizo todo lo contrario.

No hay argumento ni excusa válida para mantener estos fondos discrecionales que sirven para pagar cualquier cosa y llaman a la corrupción. No son buenos argumentos las necesidades de espionaje ni de inteligencia del Estado. ¿Espionaje e inteligencia para qué? ¿Para verificar chambres, chantajear políticos, escuchar conversaciones o saber cuándo hay marchas? ¿Para saber los secretos geopolíticos de Guatemala o Honduras? No jodan…

Las partidas secretas se han utilizado para pagar sobresueldos, favores y sobre todo para hacer propaganda e inflar los costos y así drenar al gobierno. Es una “caja chica” –bien grande- en dónde se saca sin control por el simple hecho de tener poder. Mientras tanto, la gente pobre sigue pobre, y sólo se debe conformar con un par de subsidios de mala muerte que nunca le sacarán de la pobreza.

“Hay gente que adora la plata y por eso se mete en la política, si adora tanto la plata que se meta en el comercio, en la industria, qué haga lo que quiera, no es pecado, pero la política es para servirle a la gente”, dice Pepe Mujica. Lo más revolucionario que necesitamos es “ética y educación, no más, no menos”, añade.

 

*Óscar Picardo Joao ( opicardo@asu.edu ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña
*Óscar Picardo Joao ( [email protected] ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña

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