Columnas / Política

Si algo tenía que hacer Bukele, ya lo hizo

De entrada, un efecto positivo que habría derivado del triunfo de Bukele (para algunos, un outsider) es forzar la revisión e incluso −con suerte− la recomposición o renovación de los partidos políticos tradicionales.

Domingo, 17 de febrero de 2019
Luis Enrique Amaya

La victoria electoral en primera vuelta de Nayib Bukele (no necesariamente del partido Gana) ha representado un punto de inflexión en ciertos sentidos. En cuanto a las campañas políticas, por ejemplo, en adelante habrá que preguntarse qué tan decisiva es la actividad en redes sociales con respecto a la presencia territorial, qué tanto participan los votantes jóvenes en comparación con los mayores y en cuáles circunstancias, qué tan útil es asistir a debates públicos con otros contendientes, qué tan redituable es diseñar y exponer propuestas realistas o lanzar ideas soñadoras (o ninguna de las dos), qué tan aceptable es simplemente copiar y pegar secciones de documentos para armar “planes de gobierno”, qué tan importante es apelar a la racionalidad o a la emocionalidad de los electores, qué tan fiable es basar las proyecciones en encuestas de opinión o en resultados de elecciones previas, y un largo etcétera.

De entrada, un efecto positivo que habría derivado del triunfo de Bukele (para algunos, un outsider) es forzar la revisión e incluso −con suerte− la recomposición o renovación de los partidos políticos tradicionales. Y es que todo indica que nunca lo iban a hacer por sí mismos, motu proprio o por su propia iniciativa. De lo contrario, lo hubiesen hecho hace rato. Es probable que esas acciones lúcidas y audaces que permiten reinventarse sean consecuencia de una realidad que las impone, de un golpe externo y dinamizador que las obliga, no un producto directo de la inteligencia individual o la voluntad intrínseca de los colectivos. Parece que el impacto de una dura derrota era indispensable para despertar mentalidades apoltronadas que se creían atentas y agudas. Bien reza el dicho que “hasta al mono más listo se le cae el zapote”.

Podría haberse roto el “bipartidismo”, aunque hay expertos que señalan que en rigor eso jamás ha existido en el caso salvadoreño; y pudiese ser el fin de la posguerra, tal como lo sostiene el mismo presidente electo. Está por verse. Por lo pronto, lo cierto es que esta es quizás la mayor contribución que ya habrían provocado quienes votaron por Gana: la apertura de una nueva etapa de “transición política”. Como todo momento de cambio sociopolítico, es estratégico respetar la institucionalidad que tanto ha costado construir (en parte puesta a prueba en las pasadas elecciones), activar un traspaso ordenado y sereno y, en especial, agregar una fuerte dosis de predictibilidad en el ambiente. Esto último exige contar con una visión prometedora del país, que recoja las aspiraciones ciudadanas y movilice las capacidades de la gente.

Es esa visión la que aún no está suficientemente dibujada, con horizonte y método. Ahí surge el riesgo de tener más claridad de “lo que no” se quiere que sobre “lo que sí” se desea y hará. Es el problema de saber de dónde se viene y no hay que volver, pero a la vez no tener noción de hacia dónde se va y cómo llegar. Ahora es preciso que aparezca un estadista prudente, no un candidato apasionado.

Hasta hoy, el Plan Cuscatlán es un collage de ideas de viabilidad desigual con un dudoso financiamiento (las demás propuestas tampoco eran mucho mejores). Podría decirse que se trata de una “hoja en blanco”, dado su bajo nivel de concreción en distintas áreas. Frente a ello, algunas personas percibirán una amenaza y reaccionarán con preocupación, mientras que otras encontrarán un sinfín de insospechadas oportunidades y se llenarán de ilusión. Sea como sea, la clase de Gobierno que va a conducir la administración Bukele es impredecible, por diferentes razones y factores. Eso sí, si algo tenía que hacer, ya lo hizo. Alteró el estado de cosas, el statu quo. Eso es lo único seguro. Lo que se avecina, a la fecha, es una moneda en el aire.

En este contexto, existen dos posibles lecciones equivocadas que pudiesen sacar los partidos políticos que “no ganaron” sobre los resultados electorales: 1) Basta con mejorar la estrategia comunicacional sin corregir las prácticas partidarias, y 2) Basta con promover el relevo generacional sin cambiar la visión de país. La primera lección llevaría a suponer que ganar elecciones es como pedir un Uber y a que todos se conviertan en asiduos tuiteros o youtuberos de la noche a la mañana, lo cual no produciría transformaciones sustantivas. La segunda implicaría un mero reemplazo de grupos etarios, lo que no abonaría automáticamente y per se al proceso de democratización. Como apuntó Salvador Allende en su discurso en la Universidad de Guadalajara en 1972: “Hay jóvenes viejos y viejos jóvenes”. Se necesitan más los segundos que los primeros.

Luis Enrique Amaya es consultor internacional e investigador en materia de seguridad ciudadana, asesor de organismos multilaterales y agencias de cooperación internacional, experto en análisis y gestión de políticas públicas de seguridad basadas en evidencia.
Luis Enrique Amaya es consultor internacional e investigador en materia de seguridad ciudadana, asesor de organismos multilaterales y agencias de cooperación internacional, experto en análisis y gestión de políticas públicas de seguridad basadas en evidencia.

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.