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Las trabajadoras invisibles

Lorena Valle Cuéllar

ElFaro.net / Publicado el 8 de Marzo de 2019

En pleno 2019, las mujeres trabajadoras en El Salvador tienen muchos rostros, realizan diversas tareas y se desempeñas en distintos ámbitos. Si tratamos de caracterizarlas de manera muy general desde los lentes de las estadísticas nacionales, en 2017, las mujeres trabajadoras representaron el 40.7% de la fuerza de trabajo. En otras palabras, de cada 10 personas trabajadoras en El Salvador, aproximadamente 4 son mujeres[1]. Pero cuidado, los lentes estadísticos sin un filtro político y crítico, pueden nublar la vista, hasta de los más expertos en economía.

¿Qué pasaría si un día, nuestros gobernantes y los dueños de las empresas que “sacan adelante al país” se levantan para ir a trabajar y no hay quién les tenga el desayuno y el almuerzo listos, o sus trajes bien lavados, olorosos y planchados? O si nosotros nos enfermamos, ¿qué haríamos si no hay quien nos apoye para ir a comprar medicinas, tomarnos la temperatura o hacernos una sopita? Les apuesto que se desataría un caos, porque sin esos “pequeños detalles” tan cotidianos, las empresas, las instituciones del gobierno, la banca y la economía en general colapsarían.

Volviendo a la perspectiva de las estadísticas oficiales, según datos de la Encuesta de Uso del Tiempo realizada en 2010, las mujeres dedican alrededor de 7.5 horas al trabajo remunerado, mientras que los hombres 8.2 horas; pero las mujeres dedicaron 5.2 horas de trabajo no remunerado – que incluye trabajo en el hogar y trabajo de cuidado– mientras que los hombres 1.5 horas.

Todas esas actividades desde lavar, planchar, cocinar, atender a las personas enfermas o que requieren atención especial; hasta escuchar, brindar apoyo y mostrar cariño, se realizan principalmente en el seno de los hogares, y son asignadas socialmente a las mujeres, como si fuese una obligación inherente a su feminidad y, además, un acto de amor y abnegación. Pero no se reconocen como lo que realmente son: trabajo no remunerado. Trabajo porque engloba actividades que implican un esfuerzo físico, mental e incluso emocional para quienes lo realizan. Porque el trabajo puede ser productivo y crear valor para la sociedad aunque no sea remunerado.

En 2010, el valor del trabajo no remunerado de labores domésticas, cuidados y trabajo voluntario generó US$3,925 millones, que representan el 21.3% del Producto Interno Bruto (PIB) del país. Las mujeres generaron el 79 % de este valor monetario. Aun cuando estas actividades no se comercializan en los mercados, su valor monetario supera al valor generado por algunas actividades económicas, como la industria manufacturera (16.1 %); las actividades inmobiliarias (7.7 %); y la agricultura, ganadería, silvicultura y pesca (7 %).

Cuando se habla del funcionamiento de la economía, algunas corrientes ideológicas suelen hacer alusión (de manera tergiversada y errónea) al concepto de la mano invisible de Adam Smith, como un ente que regula la economía y que la ordena. Si ese fuera el caso, más bien parecería, según los datos anteriores, que no es una mano invisible, sino varias. Las manos de las mujeres que realizan labores de cuidado no remunerado y no reconocido como trabajo. Esas son las manos que sostienen la vida y facilitan su reproducción; y, en consecuencia, permiten el funcionamiento de la economía y la reproducción del ordenamiento económico actual. 

No obstante, al analizar las cargas de este tipo de trabajo de acuerdo al perfil de ingresos de los hogares, se evidencia que las cargas recaen principalmente en los hombros de las mujeres que pertenecen a hogares más pobres. De acuerdo con las estimaciones realizadas por Fundaungo, en el marco del proyecto internacional de Cuentas Nacionales de Transferencia, en El Salvador las mujeres en los estratos de ingresos más bajos dedican en promedio 1.2 horas a las actividades de cuidado, mientras que las mujeres en los estratos más altos dedican menos de 0.4 horas diarias. Así, es posible inferir que las mujeres con los ingresos más altos tienen la posibilidad de salir al mercado a ofrecer su fuerza de trabajo por una remuneración y contratar a otras mujeres para que suplan las necesidades de cuidado dentro de sus hogares. Mientras que las mujeres de ingresos medios deben realizar una doble jornada (fuera del hogar, en sus empleos remunerados, y dentro de los hogares); y las mujeres pobres, al no contar con esta posibilidad, están obligadas a asumir el trabajo de cuidado. En consecuencia, la carga que impone el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado en las mujeres, y su invisibilización, es una problemática de género que se agudiza al tomar en cuenta la clase.

Tantas décadas de lucha feminista han permitido que en pleno 2019, las mujeres –ciertas mujeres– podamos tomar decisiones sobre nuestros planes de vida en el ámbito laboral y educativo; y tengamos la capacidad para gozar, al menos, de cierta autonomía económica. Pero en el marco de este 8 de marzo, es importante recordar las raíces históricas de las conmemoraciones que marcan esta fecha, y que están vinculadas con la lucha de las mujeres trabajadoras. Esta fecha cobra sentido gracias a la contribución histórica de las mujeres trabajadoras en todo el mundo que, con profunda conciencia y claras convicciones políticas, inspiraron y siguen inspirando las luchas que se conmemoran año con año en este día.

En ese sentido, se vuelven clave las palabras de Silvia Federici[2]: “hoy en día, y más que nunca, creo que si el movimiento de mujeres quiere recuperar su impulso y no verse reducido a ser otro pilar más del sistema patriarcal, debe confrontar las condiciones materiales de vida de las mujeres”. Por tanto, las luchas y reivindicaciones del feminismo actual deben ser colectivas, no individuales; y deben trasladar la mirada también a las mujeres cuyo trabajo ha sido sistemáticamente invisibilizado y desvalorizado.

Esto pasa, en primer lugar y como acción estratégica más inmediata, por incidir en la institucionalidad y exigir al Estado continuar con acciones que permitan cuantificar el trabajo no remunerado y su impacto en la economía, como es el caso de la Encuesta de Uso del Tiempo realizada en 2010; y por demandar la pronta aprobación de la Política de Cuidados y Corresponsabilidad en El Salvador, que actualmente está en revisión. Esta política es importante porque visibiliza y reconoce los cuidados como un derecho, promueve la corresponsabilidad social de los cuidados entre hombres, mujeres, Estado y sociedad; y contribuye a reivindicar el valor del trabajo doméstico de cuidado en condiciones de trabajo decente.

Pero las reivindicaciones y luchas feministas con respecto a esta y otras problemáticas no deben limitarse a prácticas cotidianas que asuman la inmutabilidad del sistema institucional. Que las labores de cuidados recaigan en las mujeres de manera sistemática es consecuencia del legado del binomio capitalismo-patriarcado. No podemos permitirnos equivocarnos con respecto a quién es enemigo y cuál es el objetivo. La lucha es por la emancipación de todas nuestras opresiones y explotaciones.

Lorena Valle Cuéllar es licenciada en Economía por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Se ha desempeñado como ayudante en cátedras como Género y Economía e Introducción a la Economía Política. Actualmente se desempeña como investigadora en temas vinculados con Políticas Públicas.
Lorena Valle Cuéllar es licenciada en Economía por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. Se ha desempeñado como ayudante en cátedras como Género y Economía e Introducción a la Economía Política. Actualmente se desempeña como investigadora en temas vinculados con Políticas Públicas.



[1] La variable utilizada fue la Población Económicamente Activa (PEA), definida como la parte de la Población en Edad de Trabajar (PET) que realiza alguna actividad económica u ofrece su fuerza de trabajo al mercado laboral. En esta variable se incluyen tanto las personas que están empleadas en el sector formal, como las que laboran en el sector informal. Los datos fueron obtenidos de la Encuesta de Hogares para Propósitos Múltiples, realizada en 2017 por la Dirección General de Estadísticas y Censos.

[2] Economista feminista y marxista estadounidense.