Columnas / Desigualdad

Carta por la igualdad desde París


Viernes, 8 de marzo de 2019
Marcela Zamora

Escribo desde una bella ciudad, y desde un gran país que nos ha dado a mujeres que sin descanso lucharon por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, como Simone de Beauvoir, Simone Veli, Olympe de Gouges o Alice Guy. Mujeres responsables de que hoy seamos más libres y quede menos camino por recorrer hacia la igualdad de género. El gobierno francés me ha entregado, junto a otras representantes de Latinoamérica y el Caribe, otras cuatro mujeres y dos hombres, un reconocimiento por la repercusión que nuestro trabajos, mis documentales en mi caso, han tenido en esa lucha por la igualdad.

Desde que me anunciaron el reconocimiento me da vueltas en la cabeza la pregunta. ¿Por qué a mí, que no soy activista sino cineasta? He terminado llegando a la conclusión de que me lo entregan por ser una extensión de la lucha de las mujeres que me precedieron. La más importante es mi madre, pero no olvido a todas las mujeres que incansablemente luchamos ahora mismo por la igualdad, cada una desde su trinchera, desde el activismo, la investigación, el hogar, las artes, el deporte... donde cada una ha logrado subir un peldaño a pesar del mar en contra, y levantar la voz no solo por ella sino por todas. Juntas hemos logrado llegar a lugares que para mujeres como mi madre estaban vetados. Recibo este reconocimiento en nombre de todas nosotras.

Recuerdo el día en que terminé de tomar conciencia de que era necesario hablar y dejar atrás el miedo, pero sobre todo de educar en igualdad a las nuevas generaciones. Fue el 8 de marzo de 2015. Cada año suelo ir a la marcha que se convoca en San Salvador por el día internacional de los derechos de la mujer, pero mi hija de 3 años había estado toda la noche anterior prendida en fiebre y por la mañana decidí llevarla al hospital. La aliste y nos fuimos a una colonia llena de clínicas y hospitales, entre ellos un pediátrico. Estacioné el carro algo lejos y caminamos las dos, de la mano, unas cuatro cuadras para llegar a la cita médica. A medio camino, una camioneta que vendía verduras y frutas tronaba por una bocina: “Vaya el limón, el melón, la cebolla, barata, barata, barata”. El camión estaba estacionado. Dos hombres jóvenes, muy callados, estaban sentados en la parte abierta de atrás del vehículo. Adelante, un hombre golpeaba con fuerza el vidrio del copiloto, gritando a una mujer que estaba adentro:

—¡Puta, salí de ahí!. ¡No creás que por estar panzona (embarazada) no vas a trabajar! ¡Si no salís te doy vergiar apenas lleguemos a la casa!

La mujer temblaba. Tenía la cabeza abajo. Parecía no estar bien de salud. Desde mi posición lograba ver su vientre abultado, a punto de parir.

Yo agarre duro la mano de mi hijita y apuré el paso, igual que todos los peatones a mi alrededor.

Una cuadra después, mi hija me detuvo y me hizo una simple pregunta: Mamá, ¿por qué ese hombre trata así a esa mujer? Le respondí muy rápidamente que vivíamos en un país en el que todavía las mujeres teníamos que luchar por que eso no pasara, entre muchas otras cosas. Cuando intenté reanudar el paso, la niña me volvió a detener con un jalón de su manita y me volvió a preguntar: ¿Y por qué nosotras no hacemos nada? La puede lastimar.

Todo se me hizo silencio dentro. En ese instante sentí la culpa entera del mundo caer sobre mis hombros. Vivo en un país en el que una mayoría de hombres están armados y en el que te quitan la vida por nada, por nada.

Me agaché a su altura y le dije que tenia razón. Me amarré los miedos y los metí en mi bolsillo, tome a mi hija de 3 años, me la puse en la espalda, y caminé de regreso, en dirección al camión donde el agresor había logrado ya que la mujer bajara el vidrio y la sujetaba del pelo diciéndole improperios.

Me paré enfrente de ellos y le grité que dejara de hacer lo que estaba haciendo, él me volteo a ver y siguió, como si yo fuera un fantasma, una nadie, un viento que no lograba despeinar su cabellera engomada. Volví a gritarle, pero esta vez le dije que buscaría a la Policía si seguía agrediendo a esa mujer. Él me contesto con toda la arrogancia del planeta: Ella es mi mujer y yo con ella hago lo que quiera.

Me dijo que me marchara y que no metiera mis narices en lo que no me incumbía.

Con mi hija, fui a buscar a un policía. Lo encontramos y regresamos con él. El agente le dijo que soltara a la mujer, que ya era la tercera vez (¡la tercera!) que tenía que pedirle lo mismo, que la siguiente vez se lo levaría a bartolinas. El hombre soltó a la mujer y se fue a vender con los dos jóvenes. Me sorprendió lo que le dijeron ellos, los que habían estado callados en la parte de atrás del camión:

—Ya te dijimos que no trates así a mi tía, que un día de estos en Mariona vas a terminar.

Tomé a mi hija de la mano y caminamos en silencio un rato. Creo que fue su primera lección terrenal de feminismo y tal vez la mía también. Ya en el consultorio me dijo: Qué bueno, mamá, que hicimos que ese hombre malo no maltratara más a esa mujer.

Se que el tema es más complejo que poner una simple denuncia en caliente. No lo reduzco a eso. Pero también creo fervientemente que tenemos que continuar recogiendo nuestro miedo a hablar y a tener sororidad, no solo en los malos momentos sino en los buenos también.

Un agresor va tejiendo finamente los hilos con los que domina a su víctima, no solo dentro de casa sino también en el circulo social que les rodea. Una victima de maltrato no amanece de repente golpeada, violada o muerta, va acumulando pequeñas señales, aguantando esporádicos abusos, dejando pasar comportamientos que no le agradan, permitiendo cosas que la agreden hasta llegar a la gravedad.

De ahí la importancia de una educación sexual y afectiva en los colegios. En El Salvador, quien ignora del tema, piensa que la educación sexual alienta a los jóvenes adolescentes a tener relaciones sexuales con el Kamasutra como libro de texto. No entienden que, por encima de todo, empodera a las niñas y niños, les enseña lo positivo del cariño y el amor entre ellos, hacia ellos mismos y hacia su entorno; o les prepara para detectar lo que no es correcto en el trato que reciben de un adulto. Que da herramientas a los adolescentes para poder decidir no tener relaciones sexuales, o en qué forma segura tenerlas, porque se les da a conocer todo lo que conlleva una relación sexual a tan temprana edad, incluido el riesgo de embarazo adolescente. Les ayuda a tratarse mejor entre ellos, siendo de géneros distintos pero sabiendo que tienen los mismo derechos -y ojalá oportunidades- para desarrollarse en la vida. Es para todos, para todas, un ganar ganar.

Acabamos de elegir nuevo presidente. Señor Nayib Bukele, le exhorto a mantener en su gobierno una postura de cero tolerancia hacia la violencia de genero y el maltrato y abuso infantil. De los 25 países con tasas más altas de femicidios en el mundo, catorce son de América Latina. El Salvador ocupa el cuarto puesto, con un promedio de 7.2 mujeres asesinadas por semana según datos de la ONU. La Policía Nacional Civil recibió en 2018 un total de 4,304 denuncias por violencia sexual, alrededor de 12 casos diarios. De ellos, el 92.33 % son cometidos en contra de niñas y adolescentes. En 2016 se registraron 1,166 niñas de entre 10 y 14 años embarazadas. Se trata de una crisis humanitaria, señor presidente. En las pasadas elecciones, muchos de sus votos fueron de las nuevas generaciones, que le admiran y le siguen. Use esa posición de liderazgo para inculcar en las niñas y niños, en los adolescentes y jóvenes, la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres. Necesitamos que el sistema educativo cambie su enfoque en este tema. Sé que no es fácil, que eso no se logra de la noche a la mañana, pero usted tiene cinco años para dejar su huella.

La educación nos hace mas fuertes. Nos da la libertad de soñar y elegir nuestro futuro sin barreras de género.

Termino desde París con palabras de Simone Veli: “Puedo, por lo tanto soy”. Permitamos, ayudemos, incitemos, provoquemos que nuestras niñas y adolescentes puedan realizar sus sueños para que luego ellas empoderen, dejen en herencia más igualdad, a otras.

Marcela Zamora es cineasta y dirige la productora Kino Glaz.  Entre sus largometrajes más recientes están “Los ofendidos”, sobre las víctimas de tortura durante la guerra civil de El Salvador, y “El cuarto de los huesos”, sobre el trabajo de Medicina Legal para identificar los cuerpos de desaparecidos. Retrato por el fotógrafo Miguel Bueno.
Marcela Zamora es cineasta y dirige la productora Kino Glaz.  Entre sus largometrajes más recientes están “Los ofendidos”, sobre las víctimas de tortura durante la guerra civil de El Salvador, y “El cuarto de los huesos”, sobre el trabajo de Medicina Legal para identificar los cuerpos de desaparecidos. Retrato por el fotógrafo Miguel Bueno.

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