Columnas / Política

El Salvador, ¿nueva etapa histórica?

Ni Arena, representante del statu quo tradicional, ni el FMLN, partido revolucionario que surgió de la encrucijada histórica que desembocó en la guerra, han podido escapar a la evidencia de que viene un tiempo en el que no tendrán un rol principal asegurado.

Viernes, 5 de abril de 2019
Roberto Codas

¿Se configura una nueva etapa histórica en El Salvador?[1] Si nos enfocamos en la trayectoria reciente de las fuerzas políticas principales, esta hipótesis adquiere plausibilidad. Como en todo “cambio de época”, cabe preguntarse cuáles actores históricos serán protagonistas y si algunos de la etapa anterior seguirán vigentes.

Tanto Arena como el FMLN han sido interpelados de manera frontal en la reciente elección presidencial, que culminó con un resultado contundente: la victoria del millenial Nayib Bukele dejó en shock a los dos grandes partidos, y no otorgó mucho margen para justificar los resultados, a no ser con un reconocimiento claro de que la oferta política que predominó durante un cuarto de siglo dejó de ser atractiva para una amplia mayoría.

Ni Arena, representante del statu quo tradicional, ni el FMLN, el partido revolucionario surgido ante la encrucijada histórica que desembocó en la guerra civil, han podido escapar a la evidencia de que ahora viene un tiempo en el que no tendrán un rol principal asegurado.

Especialmente desafiante es la coyuntura para el FMLN, el partido insurgente que tiene en su haber una guerra civil que estremeció los cimientos de la sociedad salvadoreña durante una década; una negociación política para concluir el conflicto que lo introdujo a la dinámica política principal del país; y una década gobernando el país, primero con un aliado y luego con la presidencia de uno de sus comandantes históricos. 

Lo que no pudo reclamar para sí el FMLN es un “dividendo” suficiente para seguir al mando del Estado, lo cual fue claramente registrado en sus últimos resultados electorales: una reducción de votos y de representantes en la Asamblea Legislativa (de 31 a 23) y ahora un tercer lugar, con apenas 14 % de los votos en la elección presidencial. Después de que el excomandante Sánchez Cerén ganara la anterior con un millón 495 mil votos.

Pero en esta reflexión, la pregunta que planteamos es otra: ¿hablamos apenas de un giro de situación, estamos en el umbral o ya iniciando una nueva etapa histórica? ¿Este desenlace político electoral implica que ha concluido finalmente la etapa histórica signada por la guerra civil (1980–1992) y la posguerra? Y, para mayor complejidad, ¿qué plantea el nuevo momento, teniendo en cuenta lo que se perfila en la actualidad?

Entre las señales o indicaciones pertinentes, se puede registrar que la elección de Bukele se puede leer de varias maneras, aquí nos interesa sobre todo el mensaje de hastío y desánimo, la mayoría de salvadoreños que ya no aceptó “más de lo mismo”: 1) la opción de “saltar al vacío” con una candidatura que se orientó a la figura personal, no a contenidos ni propuestas. Votos que dijeron “no quiero el mal conocido” no son frecuentes ni predominantes en condiciones de reproducción “normal” de un sistema político. Votar contra el sistema es siempre una apuesta riesgosa; 2) la trayectoria de Bukele es significativa para entender sus premisas de acción futura: hijo de un empresario heterodoxo, con una dinámica de inserción “anti militante” en el FMLN, gestión pública “no tradicional” al frente de un municipio pequeño y luego de la capital, acción cuestionadora, hasta irreverente; 3) con un estilo de gestión política altamente personalista, claramente “mediado” por la presencia en redes sociales. A la vez, altamente sintonizado con el ciudadano común, que ya no quiso explicaciones sino gestos y acciones.

Cuando se trató de articular políticamente, el fenómeno sociomediático Bukele recurrió a lo que estaba disponible, compró o alquiló una plataforma electoral para viabilizar su candidatura, sin ceder prácticamente nada en lo que importa para su impronta política.

Ahora llega el segundo momento de la verdad (el primero fue la elección): se trata de definir cómo gobernar este país, cuya etapa histórica agotada por sí genera incertidumbre, a lo que hay que agregar las condiciones del modelo económico predominante. Hoy el país tiene un PIB en el que las remesas de más de cinco mil 875 millones de dólares[2] constituyen un eje principal de acumulación que, como se debe notar, se da en el exterior, en otra economía (Estados Unidos) y, por ello, depende de factores externos que el Estado salvadoreño no puede gestionar directamente, sino en el marco de sus relaciones con el poder estadounidense.

Adicionalmente, planteamos aquí que si hay lugar (geográfico, histórico, cultural) que esté “determinado” por sus características y circunstancias, se trata de El Salvador, territorio de 21 mil km2 con más de 6 millones de habitantes en el lugar y 2 millones o más en otra geografía física, pero articulados económica, social y culturalmente entre ellos y con su territorio de origen. Hasta los grandes esquemas criminales (las maras) se ajustan a estas determinaciones y las administran para su propósito de dominio y actuación territorial, prolongando el “ambiente de guerra” en el territorio salvadoreño, un cuarto de siglo después de la conclusión del conflicto armado civil.

Todo esto se puede entender con los conceptos desarrollados por Fernand Braudel, las múltiples interfaces de los humanos con la naturaleza y la geografía, y cómo generan esos vectores históricos que mueven el proceso evolutivo de nuestras sociedades.

El FMLN, atrapado en su conversión a burocracia estatal
En su primer congreso, el secretario general del FMLN dijo a los participantes que “estamos condenados a vencer”. Más allá de documentos de divulgación, no se conoce hasta hoy el contenido de los debates del congreso, lo cual hubiera sido provechoso para determinar hasta qué punto en el partido de la revolución salvadoreña se planteó un cambio de enfoque. 

Lo que se pudo registrar en conversaciones privadas es que la participación fue limitada y que una mayoría de los asistentes al Congreso tenían vínculos laborales con distintas instancias del Estado salvadoreño. Se estima que las bases del FMLN no tuvieron suficiente protagonismo, y la hipótesis que nos planteamos no apunta a un desinterés, sino a una orientación de la dirigencia del FMLN para convertirse en un partido de cuadros vinculados al aparato estatal, con una característica adicional, hoy relevante para explicar el desenlace electoral reciente: la dinámica política del FMLN, con el acento de gestión burocrática estatal, no dejó de lado la lucha de facciones “originales”, los cinco partidos constitutivos del FMLN.

En diversos testimonios sobre situaciones de conflicto o indefinición, la explicación fue que la disputa por poder o predominio tenía que ver con la pertenencia a uno u otro de los partidos del FMLN, sobre todo las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) y el Partido Comunista de El Salvador. En el contexto de dicha tendencia “burocrática” se dio la primera derrota en las elecciones legislativas de 2018.

La expulsión de Bukele del FMLN, muy probablemente provocada por él mismo, constituye otra reducción de capital político, ya que el entonces alcalde de la capital lograba una imagen positiva por su gestión restauradora del paisaje urbano de San Salvador.

El proceso hasta la definición de la candidatura presidencial del FMLN también tuvo su impacto adverso, al imponerse “desde arriba”, favoreciendo al entonces canciller  Hugo Martínez. La construcción de la candidatura de Martínez se hizo, en gran medida, sobre bases endebles y expresiones de deseos, de hecho en un ambiente de desmovilización y rechazo de gran parte de la militancia y los simpatizantes de la izquierda salvadoreña.

En el recorrido final de su trayecto hacia la derrota, todavía el FMLN ensayó una ficción de recuperación, sin ninguna base más que el temor a la caída del poder. La “remontada” anunciada públicamente quedó en los márgenes de error de encuestas, y no impidió que el FMLN tuviera su peor desempeño electoral desde su primera participación en 1994.

Entonces, retornamos a la pregunta inicial: ¿ante la evidencia de una nueva etapa histórica, cuál será el juego de fuerzas políticas relevantes? No cabe aún una respuesta categórica, apenas se vislumbran los nuevos y reciclados factores de poder, algunos activamente marcando pautas (como es el caso del Departamento de Estado de Estados Unidos) y otros apenas despertando del shock electoral. En todo caso, se puede decir que las “nuevas ideas” para conducir el país generan gran expectativa, mucha volatilidad y, por el momento, un contexto interno todavía incierto, ya que Bukele no cuenta con un esquema político propio que le permita gobernar sin alianzas o concesiones.

Roberto Codas es economista paraguayo. Vivió en El Salvador durante las décadas de 1980 y 1990.
Roberto Codas es economista paraguayo. Vivió en El Salvador durante las décadas de 1980 y 1990.


[1] En este texto, se utiliza básicamente los conceptos desarrollados por Fernand Braudel para entender los procesos históricos: “La larga duración es un concepto de la ciencia social histórica y su utilización como herramienta práctica para diseñar y realizar investigación histórica permite especificar dicha larga duración dentro del concepto de Braudel de ‘tiempo plural’... ”. Tomich, Dale. The Order of Historical Time: The Longue Durée and Micro-History. Almanack. Guarulhos, n.02, p.52-65, 2º semestre de 2011. Aquí adoptamos el concepto como “una herramienta metodológica que se construye para el análisis de problemas específicos”, como lo afirma el autor citado.

[2] Datos del Banco Central de Reserva para 2018, representando cerca del 20 % del PIB total.

 

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