Columnas / Cultura

La final (soñada) estigmatizada

El fútbol no es tan trivial ni un simple entretenimiento como pareciera, sino un espejo de nuestra cultura. Eso está probado de sobra con el tema de la violencia.

Jueves, 23 de mayo de 2019
Willian Carballo

Yo confieso, como aguilucho por herencia y antialiancista por hobby que soy, que he estado más de una vez al borde de tuitear algún mensaje que relacione maliciosamente al equipo albo con los penales (y no a los de doce pasos). Y por las mismas razones también debo aceptar que he querido responder con la delicadeza del dedo medio de una de mis manos cada vez que alguno –que me confunde con migueleño– trata de insultarme imaginándome con taparrabo y plumas e inventándole jotas a mis cuerdas vocales. Es así.

Sin embargo, salvo en mis primeros días en redes sociales cuando era menos recatado –seguro en mi historial hallará algún mensaje en ese tono– procuro no bromear con ello. De hecho, “antialiancista” lo uso en un plano meramente deportivo, nada más. No es que sea un santo, no. Pecaría de hipócrita si negara que el instinto cavernario me suele ganar de vez en cuando la partida y me hace bailar la sonrisa al son de los memes que los aficionados se dedican uno al otro. Algunos son bastante creativos, la verdad.

¿A qué viene esta confesión hoy que los Saca han puesto de moda esa palabra? A que este domingo 26 de mayo se decide el campeón del torneo Clausura 2019 de la Liga Mayor de Futbol de El Salvador entre Águila y Alianza –la final soñada, la bautizó la prensa– y que esos estereotipos están más vivos que Freddy Krueger en una pesadilla.

El partido trae cola. San Miguel contra San Salvador, el carnaval contra la bajada, Zapata contra Canales, Chaparrastique contra Boquerón, Waldemar contra Bladimir, Cuco contra Apulo, Salume contra Salume, Catrachito contra su pasado, Marito Rivera contra René Alonso... Y así toda una colección de antagonistas que ha hecho de esta semana previa una especie de cuaresma que nos guía hacia ese domingo en el que compartirán catedral, 32 años después en una final, las dos aficiones más grandes del país, según encuestas como la de LPG Datos. Es el partido de los 50 dólares por platea, el que no va a transmitir la KL, el que sacó a Santa Tecla por fin de la ecuación.

Y es acá donde siembro la tesis central de mi columna: el fútbol no es tan trivial ni un simple entretenimiento como pareciera, sino un espejo de nuestra cultura. Eso está probado de sobra con el tema de la violencia. Pero es que, en los últimos años, además, pasa lo mismo con la estigmatización de zonas geográficas y de los equipos que las representan, llevando a reflejar a través de memes una colección de visiones profundas y a menudo negativas sobre los otros, sobre ese extraño del cual se supone que nos diferenciamos.

Cuatro ejemplos: la mitología futbolística dicta que los del Alianza son mareros; los del Águila, indios; los del Santa Tecla, princesos; y los de Metapán, narcotraficantes. Estereotipos que, a su vez, están directamente vinculados con estigmatizaciones de regiones geográficas específicas: se difunde el cliché de que las zonas populosas del nororiente de San Salvador están llenas solo de gente violenta (de ahí son los albos); que el oriente concentra buena parte de la pobreza del país y, en consecuencia, su gente vive entre flechas (de ahí son los aguiluchos); que Santa Tecla es supuestamente una ciudad fresa y delicada; y que el norte de Santa Ana, Metapán incluida, es un epicentro de cárteles de droga.

Meme que circula en internet desde hace varios años. Imagen proporcionada por el autor.
Meme que circula en internet desde hace varios años. Imagen proporcionada por el autor.

La final Águila-Alianza solo ha venido a inyectar esteroides a los músculos de esa estigmatización. Circularon esta semana, a manera de memes, falsos comunicados de los administradores del estadio Cuscatlán, sede del evento, en el que se advertía a los aguiluchos a no intentar comprar las entradas con cacao o gallinas y se les acusaba de analfabetas que requieren dibujitos para buscar la salida. Una réplica, pero dirigida a los aliancistas, les prohibía a estos el ingreso de cuchillos y piedras y les solicitaba abstenerse de extorsionar dentro del recinto deportivo.

Pregunté en Twitter qué pensaban de los textos y hubo comentarios tan opuestos como pueden ser el anaranjado y el blanco. Unos –indignados, con razón–  los creían un insulto; otros –de actitud más relajada– los tomaban a broma. Sin duda, los mensajes parten del humor. Pero pensar que el fútbol son solo veintidós personas detrás de una pelota para divertirnos es como creer que Nayib Bukele ganó únicamente porque usa redes sociales y no por el hartazgo que sus contrincantes generaban. Mirar el fenómeno así es limitarse.

Mi hipótesis es que los aficionados al fútbol están escociendo a través de esos estereotipos la piel de una sociedad ya acostumbrada a dividir más que a unir, a estigmatizar más que a aceptar, a excluir más que a incluir. Comparto, como muchos, que esos mensajes para las aficiones rivales pueden ser tan cómicos como insultantes. Pero es esa precisamente una de las claves del éxito de los estereotipos: simplificar con simpatía. ¿Cuántas veces nos hemos reído de los chistes racistas contra Raj en The Big Bang Theory? O, para no ir tan lejos, ¿cuántas veces Hollywood ha mostrado como domésticas a nuestras mujeres salvadoreñas en Estados Unidos y hemos gozado la escena? Y aunque sí las hay en la realidad, pregunto: ¿todas las salvadoreñas son allá empleadas del hogar? ¿Afecta a las migrantes ese estigma?

En efecto, el estereotipo en la cultura popular se suele vestir de comicidad, pero recuerden que también en un chiste puede haber más seriedad que en diez columnas de periódico. Acusar a los residentes de las zonas populosas del área metropolitana de San Salvador de criminales dice mucho de la burbuja que “los otros”, “los ciudadanos bien”, nos fabricamos a nuestro alrededor para separarnos de una realidad que preferimos mirar de reojo. Acusar de indios a los del oriente salvadoreño es insistir en centralizar todos los recursos en la capital, ningunear a los habitantes del interior y, sobre todo, denigrar a nuestros pobladores originarios usando su nombre como insulto. Quizás por eso ya no lo hago más y me contengo cuando el cavernario quiere revivir.

¿Que esto es solo fútbol? ¿Que exagero? ¿Que mejor lo tome con humor y, como sugería Nayib en su célebre tuit, que relaje el producto estrella de los restaurantes de Salume? No lo sé, Rick. No lo sé. Es que se me hace que un día los estereotipos nos van a explotar en la cara.  Es que un domingo cualquiera –este que viene, por ejemplo– los estigmas pueden encarnar en la piel quemada de Freddy Krueger y convertir en una pesadilla sin fin una final soñada. Ojalá me equivoque.

Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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