Columnas / Cultura

La maldita y la bendita música nacional

En todo caso, si de verdad no les gusta lo tropical, el menú incluye más platillos. Si bien la sabrosa cumbia es la que manda en mi país, también hay otros géneros esperando dar órdenes y no necesariamente por Twitter.

Miércoles, 26 de junio de 2019
Willian Carballo

Ni puta, ni santa. A veces excelsa, como el rock cargado de adrenalina que una vez sonó en MTV; a veces machista, como la letra de Esposa o amante, del Grupo Coco. Capaz de enamorar novios y construir matrimonios, al ritmo de Hacer nuestro el universo; y al mismo tiempo destructora de tímpanos, cual Terremoto de The King Flyp. Sabrosa melodía que sabe a Navidad y a la vez amarga medicina que no cura los covers que la enferman. Bola, sola, maldita y, para algunos empresarios, mentirosa y barata. Vendedora de sueños, bendita, bellamente natural y escrita con nostalgia. Señores, señoras: nuestra música nacional.

Desde hace dos semanas –a propósito de la iniciativa de un colectivo de artistas que pide que cuatro de cada diez canciones que suenen en radio sean salvadoreñas– he leído extremos. Unos piensan que nuestros intérpretes son solo unos superficiales que le cantan a la yuquita y le componen corridos a las patas. Otros, que son unos mártires a los que hay que venerar junto a Santa Cecilia. Y no. Mucho daño nos ha hecho ya la polarización política como para seguir ese juego acá. En este, como en cualquier tema, hay más de dos caras.  

Algunos, salpicando sobre todo a los grupos de cumbia, describen a la música nacional como bayunca. ¿Bayunca? Quizás, pero quienes cantan solo narran una realidad a veces igual de cómica y otras, trágica. ¿Bayunca? Quizás, pero prefiero pensar en El peche, de Jhosse Lora, como una crónica de la pobreza posguerra; y en California, de Las Nenas de Caña, como un retrato profético de la migración 30 años antes de las caravanas.

Otros argumentan que la cumbia no es digna de que entre en sus casas ni que sus bailes basten para sanarlos. Metaleros algunos, seudointelectuales otros, se pasan once meses con su pose antitimbales, renegándola o, simplemente, ignorándola. Luego llega diciembre. Entonces, cerveza en mano, el año nuevo los atrapa infraganti dando un pasito pa’delante y otro para’tras, con Bongo. A eso le llamo La cumbia del clóset.

En todo caso, si de verdad no les gusta lo tropical, el menú incluye más platillos. Si bien la sabrosa cumbia –como cantaba Elena Rivera– es la que manda en mi país, también hay otros géneros esperando dar órdenes y no necesariamente por Twitter. Akumal, Cartas a Felice, Camelo, Diente Amargo, Nadine Masri, AR Ferdinand, Cuarteto Sharberg, Pescozada y Araña, por enlistar algunos, son también salvadoreños y no usan güiro. Son pop, metal, rap, rock, electrónica y académica. Son variedad.

El otro argumento de aquellos que cómo quisieran que los artistas nacionales no existieran es la calidad. “No sirven”, generalizan. Pero, así como no todos los futbolistas son amañadores, tampoco toda la música local es mala. El Salvador, como lo explican recuentos periodísticos de los mejores discos acá producidos, también puede tener altos estándares o bien ser igual de radiable que cualquier Pedro Capó o Becky G de temporada. La Maldita, de Adrenalina, fue número uno en nueve estaciones al mismo tiempo. Radio Femenina ha coronado varias nacionales solo esta década.

Del otro lado están los que idealizan a nuestra música y ese también es un error. No se puede negar, por ejemplo, que la coveritis ha contagiado en épocas y géneros específicos. Ni Barato, ni La bala son originales; tampoco María, la orgullosa o Por qué llorar. De hecho, una publicación de La Prensa Gráfica de 2005 reveló que de 102 canciones tropicales salvadoreñas lanzadas ese año, solo 37 eran inéditas. Este argumento, aunque cierto, no tiene por qué ocultar otra verdad: artistas como Rafael Alfaro (OVNI) y Pescozada cuentan ya por decenas los discos de música inédita; mientras que varios temas de Álvaro Torres han sido versionados por salseros caribeños y El Atol de Elote, de Jhosse Lora, tiene 30 réplicas, sobre todo de bandas mexicanas que le pagan regalías.

Otra crítica válida para parte de la música nacional es su tendencia a estereotipar a la mujer, un mal que, valga decirlo, tampoco es exclusivo del país. Muchas grabaciones nacionales la cosifican sexualmente o la representan como esa femme fatale depredadora de machos (como La cincueyuca, de Los Caballeros del Sabor, o La calienta nuevos, de Frigüey). Aunque, otra vez, hay un lado alterno: Los Tachos o el mismo Frigüey han procurado revertir esa tendencia con temas rompe-estereotipos (“Belleza natural” y “Ella es linda” pasan de la mujer erotizada para hablar de una más auténtica, por ejemplo).

Por último, a la cumbia hay que achacarle envejecimiento. Muchas orquestas transitan hoy como si Davis Rosales, uno de sus propulsores, aún viviera y –salvo algunas que lograron reinventarse– subsisten solo de fiestas patronales y giras en Estados Unidos, donde la nostalgia se sirve fría y aún vende. Por eso insisto: maldita y bendita. Capaz de lo mejor y lo peor como cualquier música de cualquier país, como la vida misma.

Una vez defendida y acusada, ¿se debe entonces programar por ley 40 % de música nacional en radio? No tengo clara la respuesta, soy sincero. Pero sí sé que hay que seguir el debate y extenderlo, con sus matices, también al cine, al teatro, a la literatura, al diseño, a las artes plásticas. Pensemos. Hablemos del tema. Discutamos sobre nuestros artistas. Que no toque esperar otra vez a diciembre, después del pollo navideño y seis cervezas, para acordarnos de que existen.

Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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