Columnas / Medioambiente

Nómadas del viento y del peligro

Los servicios ecosistémicos que las aves migratorias y no migratorias nos proporcionan pasan desapercibidos, lo cual no significa que no sean de vital importancia para el balance del medioambiente.

Viernes, 8 de noviembre de 2019
Julio Acosta

Cada año, con los cambios estacionales, se da inicio a uno de los fenómenos naturales más grandes del planeta. Uno comparable a las grandes manadas de ñúes en busca de pasto fresco en la sabana africana, al regreso de las ballenas jorobadas a sus aguas reproductivas en el océano Pacífico o al viaje de los renos hacia la tundra ártica en busca de alimento en Alaska y Rusia. Nos referimos a la migración de las aves.

El invierno boreal es el detonante de este fenómeno. La mayoría de especies migran de Norteamérica hasta el sur de México, Centroamérica y el norte, o incluso el extremo sur de Sudamérica. Unos meses antes, entre mayo y junio, cientos de especies anidan en los bosques, humedales y pastizales de Estados Unidos y Canadá, y, cuando llega el momento, inician el viaje. Algunas especies, como la Golondrina Ranchera (Hirundo rústica), que anidan en estructuras hechas por el hombre desde el centro de México hasta Canadá, migran en grandes grupos hacia sus territorios de hibernación, donde buscan pernoctar en cables o edificios. Otras, como la Aguja Café (Limosa haemástica), vuelan sin parar desde las bahías de Canadá hasta las costas de Centroamérica o islas del Caribe antes de reanudar su vuelo sin parar hasta el sur de Chile.

Golondrina Aliserrada Norteña (Stelgidopterix serripennis) en Metapán, Diciembre 2018. Foto cortesía de Julio Acosta.
Golondrina Aliserrada Norteña (Stelgidopterix serripennis) en Metapán, Diciembre 2018. Foto cortesía de Julio Acosta.

No necesitamos estadísticas ni grandes estudios para darnos cuenta de que hemos afectado el balance natural, el cual permite nuestra convivencia armoniosa con ellas. Basta con echarle un ojo a nuestro estilo de vida para encontrar ejemplos de la abundante presión que hemos generado a la fauna silvestre: nuestra preferencia por ambientes urbanos no sostenibles en detrimento de los naturales, nuestro consumo desmedido y los desechos que este genera, el cuidado irresponsable de mascotas, la contaminación lumínica nocturna de nuestras áreas urbanas, y el uso de insecticidas, pesticidas y agroquímicos en nuestras actividades cotidianas. Todos estos elementos afectan gravemente la supervivencia de las aves migratorias y demás vida silvestre.

Cada año, millones de aves migratorias mueren por impactos con edificios de cristal o cazados por gatos domésticos cuidados irresponsablemente por sus dueños. Cada año, miles de aves rapaces migratorias mueren envenenadas por haberse alimentado de presas a los que se les había administrado un veneno, así como de aves playeras migratorias que mueren por alimentarse de plástico o colillas de cigarros que encuentran en las playas. Cada año, cientos de aves son atrapadas ilegalmente y son comercializadas en el mercado negro de especies silvestres. Cada año, a su llegada, encuentran menos espacios naturales y más edificios, y no tienen otra opción que recuperar los espacios que hemos invadido.

Los servicios ecosistémicos que las aves migratorias y no migratorias nos proporcionan pasan desapercibidos, lo cual no significa que no sean de vital importancia para el balance del medioambiente. Las chiltotas y algunas reinitas migratorias, por ejemplo, son nectívoras y polinizan las flores. Las tángaras y vireos migratorios son frugívoros y al defecar esparcen las semillas de la nueva generación de árboles y arbustos en el bosque. Las golondrinas y los papamoscas migratorios son insectívoros; las aves rapaces migratorias cazan pequeños mamíferos, roedores y hasta serpientes; mientras las aves acuáticas y playeras migratorias comen peces y pequeños invertebrados acuáticos; todos ellos controlando las poblaciones de estos organismos. 

Sin embargo, ellas no vienen a nuestros territorios por esas razones. Ellas están aquí o pasan por aquí con un solo objetivo: sobrevivir. La disponibilidad de alimento y la benevolencia de nuestro clima les impulsa a realizar un viaje que, a pesar de todos esos peligros, tiene como gran recompensa la posibilidad de regresar a sus lugares de anidación para procrear la siguiente generación de su especie. De ahí, la increíble importancia y la gran responsabilidad que tenemos en el cuido y preservación de nuestros bosques, nuestros humedales y pastizales; y de la razón por la cual debemos avanzar hacia la creación de espacios urbanos sostenibles y amigables con la fauna silvestre, además de un cambio de perspectiva que nos permita ver a estas especies como parte del balance vital del ecosistema para nuestra coexistencia.

En 2001, el director francés Jacques Perrin nos mostraba imágenes nunca vistas de esta odisea en su documental Le peuple migrateur, el cual inicia sentenciando que “La historia de la migración de las aves es la historia de una promesa… la promesa del retorno”. Estas palabras nos deberían llevar a entender que nuestro papel en esta historia es garantizar ese retorno y, de esa forma, asegurar la conservación de esas bellas criaturas aladas que tanto cautivan nuestra imaginación.

Julio César Acosta Burgos es  Guía Nacional de Turismo con especialidad en observación de aves y c oordinador para El Salvador del evento Global Big Day del proyecto de ciencia ciudadana eBird.
Julio César Acosta Burgos es  Guía Nacional de Turismo con especialidad en observación de aves y c oordinador para El Salvador del evento Global Big Day del proyecto de ciencia ciudadana eBird.

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