Columnas / Desigualdad

Una carrera cuesta arriba

A pesar de que la educación es un derecho, aún hay sectores sin educación de calidad, ya que carecen de herramientas y recursos didácticos tecnológicos que permitan el aprendizaje significativo de los estudiantes.

Martes, 10 de diciembre de 2019
José Dimas Delgado

Desde que empecé a ejercer la docencia, hace más de dieciocho años, he sido testigo de muchos desaciertos, cambios y retrocesos, así como también muchas necesidades en la escuela actual que aún no se han podido superar.

Cuando ingresé en el apasionante mundo de la docencia, allá por el año 2000, era apenas un joven sin graduarme de la carrera, pero con muchos deseos de aportar algo a la sociedad, ya que mi infancia había sido triste. Fue así como logré una oportunidad laboral en un pequeño colegio al norte de San Salvador, en una colonia muy peligrosa ahora en día. Luego, gracias a la oportunidad que me dio un sacerdote comprometido socialmente con la educación, llegue a San José Villanueva en el Departamento de La Libertad en (2004), a una institución semiprivada, dirigida por el mismo sacerdote, quien me propuso que atendiera un aula anexa a la institución.

El aula estaba en un cantón a 6 kilómetros de distancia del pueblo. Era de difícil acceso, no había energía eléctrica ni acceso a las necesidades básicas. La razón era que, días antes, el sacerdote había ido a oficiar una misa, pero al llegar al caserío (Arada Vieja) se sorprendió de que las personas de ese lugar no sabían leer y no había una tan sola escuela en el caserío, por lo que en la misma misa se comprometió ayudar con la escuela a esa comunidad. Fue así como me contactó y me propuso que atendiera un aula integrada con una población de aproximadamente estudiantes, con edades desde los 5 a los 16 años, y debería atender de kínder hasta sexto grado.

Llegar hasta allá significaba dos horas de camino a pie diarias, pero para mí era de lo más emocionante pasar por veredas, quebradas y montarrascales, pues solamente quería aportar algo a este país y qué mejor que desde la escuela. A ese lugar nadie quería ir y ningún gobierno ni municipalidad quería atender. Fue así como fundé la escuela que hoy en día se llama Los Naranjos y que funciona en la casa comunal del caserío del mismo nombre.

No fue fácil, ya que no contábamos con recursos más que una pizarra vieja y unas sillas y mesas desechadas del Complejo Católico de Villanueva que el sacerdote había donado para el funcionamiento de la escuela. La situación era muy dura para los niños que asistían pues, aparte de las condiciones precarias de vida en las que crecían, también tenían que atender el trabajo del campo. Siempre han tenido, eso sí, una gran motivación por aprender, por lo menos, a leer y escribir.

Los Naranjos era prácticamente una comunidad olvidada por los gobiernos en turno, a nadie le había interesado llevar educación a esos lugares. Posteriormente, por razones personales y de salud tuve que abandonar la escuela en 2007, ya que la distancia y el tiempo no me permitían continuar mis estudios en la Universidad para graduarme como profesor. Entonces me trasladé a trabajar nuevamente a San Salvador, esta vez en un colegio de prestigio, del cual prefiero omitir el nombre, pero está en la Colonia San Benito. Fui explotado laboralmente, con una carga académica y con una dirección muy inhumana, y un bajo salario que no llegaba ni al mínimo. Ahí pude contrastar las dos realidades: las de los niños olvidados por la pobreza, que era de donde yo venía, y la de los niños ricos que tienen comodidades de sobra, así como herramientas, y que hasta botaban la comida que otros deseaban.

No fue fácil estar ahí, pero aprendí la lección y me ayudó a tener más conciencia para adquirir un compromiso más apegado a mi vocación por llevar educación a aquellos lugares olvidados por todos los sectores sociales. Fue ahí donde descubrí realmente que lo mío era vocación y desde entonces me juré a mí mismo, y con mi fe puesta en Dios, que no volvería a trabajar en un colegio privado, ya que ese año quedó marcado para mí por el trato y la poca valoración que le dan al docente en el sector privado y lo someten a cargas y jornadas largas de trabajo y que por la necesidad a muchos no nos queda más que aguantar.

Pero eso no era todo, el destino aún me guardaban otra sorpresa. A principios de 2009 recibí una llamada telefónica del sacerdote de Villanueva en la que me proponía volver a otra escuela anexa pagada con fondos de la iglesia, de la cual él era párroco, pero esta vez ya no sería en Arada Vieja, sino en Zaragoza, en un catón llamado El Chilamate, a dos kilómetros del desvió el riel, carretera al Puerto de la Libertad. Acepté gustosamente, ya que tenía muy claro que si iba a regalar mi trabajo mejor lo haría en comunidades pobres y no en colegios de gente rica.

El año escolar ya había iniciado, y al cabo de dos semanas, cuando llegué al Chilamate, me di cuenta de que no había infraestructura: había una sola galera con láminas en mal estado, sin paredes, más que una que otra vara de bambú para medio detener el sol y los vientos que soplaban fuertemente y levantaban el polvo de suelo. Recuerdo que me enfermé, pero aun así me sentía feliz de volver a dar un poco de mí adonde más se necesitaba.

Comencé mi año escolar con el firme deseo de cambiar esa realidad y fue así como iniciamos a pedir ayuda junto con la comunidad a diferentes instituciones para construir algo más digno para dar las clases. Tocamos puertas en las alcaldías (Puerto de La Libertad y Zaragoza), pero nadie quiso atendernos bajo la excusa de que, por estar en una zona limítrofe, no pertenecíamos ni a uno ni otro municipio. Establecimos un contacto, gracias al mismo párroco, con la embajada de Alemania y ellos donaron el dinero para la construcción de una sola aula que nos serviría para albergar a los más de 80 niños, que cursaban desde kínder a noveno grado. Luego, finalizada la construcción, volvimos junto a toda la comunidad a buscar ayuda a la alcaldía del Puerto de La Libertad para que nos conectaran la energía eléctrica y no nos cobraran una cuota de más de 350 dólares que nos querían imponer, pero que logramos revertir gracias a todos los padres que viajaron repetidas veces a reunirnos con el consejo municipal de ese entonces.

Después de todo eso, aún nos faltaba superar otro reto: lograr la legalización de la escuela por parte del Mined. Comenzamos a pedir ayuda ese mismo año, en 2009, pero por ser un año electoral no nos prestaron atención. No desistimos y continuamos por cinco años, insistentemente, caminando, aguantando hambre y hasta tormentas, visitando y presentando toda la documentación requerida a la oficina Departamental de Educación de La Libertad para que nos acreditaran la escuela y la absorbiera el Ministerio. Mi salario era un aporte mínimo que la iglesia y la comunidad daban, el cual no superaba los 250 dólares, y no teníamos los recursos didácticos ni pedagógicos para lograr una educación de calidad.

Finalmente, en 2014, la escuela logró ser acreditada por el Mined, pero no me contrataron a mí, porque mandaron dos maestros de la Departamental. Nunca obtuve mi plaza docente, pero me queda la satisfacción de haber fundado el Centro Escolar Padre Mario Adín Cruz y de haber hecho algo por mi país, por mi gente, y por los niños de esas comunidades donde se les niega el derecho a la educación.

Por todo esto, estoy consciente de que en materia de educación aún hay muchos retos. A pesar de que la Constitución de la República dice que la educación es un derecho y que es obligación del Estado su conservación, fomento y difusión, los últimos gobiernos han asignado un bajo presupuesto, y es por ello que aún hay sectores sin acceso y sin una educación de calidad, ya que carecen de las herramientas y recursos didácticos tecnológicos que permitan el aprendizaje significativo de los estudiantes.

Por otra parte, el sector docente ha sido otros de los descuidos en los últimos 5 años. Por un lado, hay miles de maestros graduados esperando una plaza docente, así como miles de maestros en edad de jubilarse que prefieren no hacerlo por no conformarse con pensión baja. Esto dificulta los avances en la educación, ya que aunque hay maestros actualizados no están en el aula, mientras que hay maestros que, sin actualizarse, están ahí. Como bien dicen distintos expertos en educación a nivel mundial: “Tenemos alumnos del siglo XXI, con profesores del siglo XX en escuelas del siglo IX”.

José Dimas Delgado es profesor en Lenguaje y Literatura para Tercer Ciclo de Educación Básica y Bachillerato, y tiene 19 años de ejercer la docencia. Actualmente estudia una Licenciatura en Ciencias de la Educación con Especialidad en Ciencias Sociales, y trabaja como maestro interino en un centro escolar del municipio de Chiltiupán, en La Libertad.
José Dimas Delgado es profesor en Lenguaje y Literatura para Tercer Ciclo de Educación Básica y Bachillerato, y tiene 19 años de ejercer la docencia. Actualmente estudia una Licenciatura en Ciencias de la Educación con Especialidad en Ciencias Sociales, y trabaja como maestro interino en un centro escolar del municipio de Chiltiupán, en La Libertad.

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