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El día en que el Gobierno falló a los más vulnerables

Valeria Guzmán

Al noveno día de cuarentena, miles de personas siguieron las indicaciones que el presidente Bukele había dado y se movilizaron hacia oficinas estatales para preguntar por un subsidio de $300 destinado a las familias afectadas económicamente por el COVID-19. Así, las aglomerarciones rompieron la cuarentena ordenada por el mismo Gobierno, provocando un riesgo de contagio según el Colegio Médico. El plan de rescate continuará, pero hoy el Gobierno le falló a los más desprotegidos.  

ElFaro.net / Publicado el 30 de Marzo de 2020

“¿Por qué sos así Bukele? ¡Estamos aquí haciendo tanta cola por gusto! ¡Tenemos hambre! ¡Desde las tres de las mañana estamos aquí sin comer!”, clamó Marta Menéndez frente a un puñado de cámaras a eso de las nueve de la mañana del 30 de marzo. Este lunes se cumplía el noveno día consecutivo de una cuarentena nacional obligatoria, pero el hambre, la confusión y la desesperación de los más vulnerables la rompieron.

Marta, una vendedora de 65 años, pertenece a ese grupo de los más vulnerables, y desde la madrugada acudió a un Centro Nacional de Atención y Administración de Subsidios (Cenade) para preguntar por un subsidio de 300 dólares ofrecido por el Gobierno tres días atrás. Para Marta y para los miles como ella, la sorpresa de encontrar cerradas esas oficinas rápido se convirtió en indignación. La cuarentena la dejó sin vender durante nueve días, y si Marta no vende no come. Por eso, contra toda indicación sanitaria, antes de hacer su reclamo se quitó la mascarilla morada de tela con la que intentaba protegerse del COVID-19. Las mascarillas de tela en El Salvador son un escudo ilusorio contra un virus que exige mascarillas especiales, escasas hasta para los doctores que combaten la pandemia. Sin mascarilla, Marta gritaba con la voz cortada, a punto del llanto, rodeada de cientos que como ella le temen más a la hambruna que al virus. 

Pero este lunes, que Marta haya pasado tantas horas en la intemperie, expuesta a un potencial contagio, no fue su culpa. Mientras el mundo combate la pandemia obligando a las personas a resistir aisladas en sus hogares, el presidente Nayib Bukele prometió a 1.5 millones de personas que a partir del sábado 28 recogerían un subsidio de $300 dólares. Hace tres días lo prometió, y la gente más pobre de El Salvador le creyó y le hizo caso. 

Bukele explicó el mecanismo de entrega del subsidio en la noche del viernes 27. En teoría, este era simple: de un universo de 1.5 millones de hogares, los más vulnerables del país, una persona saldría seleccionada a través de su documento único de identidad. Una página web indicaría quién sería el beneficiario, lugar y fecha para retirar el dinero. Bukele también dijo algo más: que la entrega empezaría a partir del sábado 28. De 100 mil personas en 100 mil personas diarias, hasta completar un subsidio de 450 millones de dólares. A los que no aparecieran en el registro virtual, Bukele los mandó a preguntar a las oficinas de los Cenade ubicadas en todo el país. Y la gente le hizo caso. 

El plan de rescate también ha sido aplaudido por economistas y por la oposición política. Pero su ejecución ha comenzado mal. El primer problema apareció desde la noche del 27. La página web no terminaba de correr, y por eso el sábado 28 cientos fueron a la oficina estatal para preguntar si serían beneficiarios del subsidio. El Gobierno, sin embargo, no les dijo que esas oficinas estarían cerradas, que solo abren de lunes a viernes.

La página oficial siguió dando problemas el sábado 28 y el domingo 29. Para la tarde del domingo, sin embargo, de a poco comenzó a tirar quiénes eran beneficiarios y quiénes no. A los que no aparecieran en las listas, la indicación del presidente había sido clara: preguntar en los Cenade, que se suponía estarían abiertos este lunes. Por eso Marta y miles más acudieron a ellos, para preguntar por qué no los han tomado en cuenta. Desde la madrugada hicieron filas en San Salvador, Santa Ana, San Miguel, La Unión, Zacatecoluca… Al noveno día después de haber decretado cuarentena nacional, las confusas indicaciones brindadas por el mismo Gobierno provocaron que esta se rompiera. 

Minutos después de haber gritado con todas sus energías, cuando la adrenalina, la rabia, y el apoyo de la gente ya habían mermado, Marta Menéndez perdió el equilibrio y las fuerzas. Se sentó debajo de un árbol y la voz carrasposa que interpelaba a un presidente ausente se convirtió en un hilo apenas perceptible. Es hipertensa y otros vendedores que también habían llegado a pedir ayuda económica llamaron a los Comandos de Salvamento. Cuando estos llegaron, Marta apenas podía pronunciar su nombre y su edad. Luego fue trasladada a una ambulancia. Tras horas en fila, se descompensó. 

Después del cierre del Cenade, cientos de personas se aglutinaron en los alrededores para exigir una respuesta ya que no fueron seleccionados para recibir el bono de $300 para los hogares que perdieron sus ingresos por la emergencia provocada por el coronavirus. Foto de El Faro: Carlos Barrera
Después del cierre del Cenade, cientos de personas se aglutinaron en los alrededores para exigir una respuesta ya que no fueron seleccionados para recibir el bono de $300 para los hogares que perdieron sus ingresos por la emergencia provocada por el coronavirus. Foto de El Faro: Carlos Barrera

Una cuarentena rota

Hasta la mañana de este lunes, El Salvador llevaba confirmados 30 casos de COVID-19 en todo el territorio nacional. La respuesta del Gobierno para frenar los contagios ha sido validada por el gremio médico, ha sido ampliamente celebrada en medios internacionales y extensamente promovida a través de la propaganda gubernamental. El Gobierno cerró aeropuertos sin pensarlo mucho cuando el virus comenzó a causar estragos en Europa; improvisó centros de contención en los que juntó a viajeros sin importar su procedencia; y luego decretó cuarentena domiciliar en todo el país. “No salga si no es estrictamente necesario”, fue la consigna. Y El Salvador, el de la clase alta, media y hasta El Salvador pobre acató. El plan de prevención, aunque con algunos desaciertos, como el de no detallar con precisión quién podía y quién no podía salir de casa entre el 21 y el 23 de marzo, marchaba sin mayores contratiempos. 

Todo cambió el fin de semana. Todavía el domingo 28, dos días después de haber anunciado la entrega de los subsidios, el presidente Bukele decía en sus redes sociales que “en caso de que no aparezca ningún familiar (favorecido) podrás dirigirte al Centro de Atención por Demanda (Cenade) más cercano”.  Al día siguiente, los más vulnerables, de nuevo, le hicieron caso. La gente del sector informal, los vendedores y ancianos que ya no tienen dinero o comida para poder seguir en sus casas, acataron su palabra. Este lunes salieron pedir que los enlisten en el registro de dicho subsidio. 

Israel Zetino tiene una discapacidad motriz que le impide caminar sobre sus dos pies, al Cenade llegó desde Apopa, él logró entrar a las oficinas y entregó sus documentos, ''Me dijeron me fuera para mi casa y que ellos me iban a llamar pero no me dijeron cuando'', dijo. Foto de El Faro: Carlos Barrera
Israel Zetino tiene una discapacidad motriz que le impide caminar sobre sus dos pies, al Cenade llegó desde Apopa, él logró entrar a las oficinas y entregó sus documentos, ''Me dijeron me fuera para mi casa y que ellos me iban a llamar pero no me dijeron cuando'', dijo. Foto de El Faro: Carlos Barrera

Miles de personas se acercaron a dichas oficinas estatales antes de que el sol saliera. Por las redes sociales circularon fotos de filas que se extendían por cuadras en los alrededores de las oficias de las principales ciudades del país. Mientras ellos salieron a la calle a buscar las respuestas prometidas por el presidente, no hubo quien les indicara cómo ni dónde colocarse. Si el sábado 28 habían salido cientos a las calles, este lunes se convirtieron en miles que se olvidaron del ‘aislamiento social’.

Sin indicaciones ni información clara sobre el subsidio prometido, abarrotaron las calles y exigieron recibir atención de los Cenade. En Soyapango, ciudadanos con documentos en mano pidieron que los dejaran entrar a la oficina estatal, ubicada en un centro comercial de la zona. La respuesta que la PNC brindó fue cerrar los portones para contener a la multitud. En un video se observa a una anciana de cabello blanco mientras es contraminada entre la gente y los barrotes de los portones. Para disiparlos, a un agente se le ocurrió lanzar gas pimienta. 

Antes de las nueve de la mañana, cuando Bukele vio las aglomeraciones creadas por aquellos que como Marta siguieron al pie de la letra sus indicaciones, decidió cerrar las oficinas. “Las aglomeraciones son un riesgo de contagio (para) usted, su vida y la de su familia”, escribió en facebook y twitter. Horas más tarde, el Colegio Médico responsabilizó al gobierno por haber puesto en riesgo a esa población. 

Unas listas incoherentes

Harold Botto es un joven empresario de Antiguo Cuscatlán simpatizante del partido Nuevas Ideas, el partido de Bukele. “Salí como beneficiario de los $300. Gracias a Dios estoy bien y no lo necesito”, escribió Botto en su cuenta de twitter durante la tarde del domingo. El criterio con el que se le ha entregado a las personas el beneficio no ha sido del todo claro. El viernes 27, cuando el plan se anunció, Bukele solo dijo que el trabajo había sido difícil. Luego el gobierno sacó un comunicado en el que explicó que los beneficiarios serían “los hogares que consumen de 0 a 250 kilovatio/hora al mes” y otras personas ya enlistadas en programas sociales de diferentes instituciones del Estado. 

En la noche del domingo, entre los beneficiarios había maestros con sueldos arriba del mínimo que gozan del subsidio al gas propano, pero también había familias con sueldos debajo del mínimo que, aunque gozan de ese otro subsidio, no fueron seleccionados con los $300 para esta emergencia. Una salvadoreña residente en el exterior desde hace más de dos décadas preguntaba a su familia si ellos podían cobrar el subsidio que el Estado le ofrecía, a ella que ya es residente en Estados Unidos.

En contraste, María Rosa H. no fue beneficiada. Ella era la primera en la fila para entrar al Cenade de San Salvador el sábado y ese día regresó a su casa sin información y con menos dinero del que salió. A sus 70 años es vendedora informal y depende del dólar que le saca de ganancia a una bolsa de dulces que vende frente a la Basílica de Guadalupe en Antiguo Cuscatlán. Vive sola porque sus hijos están muertos y este lunes volvió al Cenade. Salió a las cinco de su casa, pero esta vez, a diferencia del sábado, no trajo los guantes. Está casi ciega y en la oscuridad de la madrugada no los pudo encontrar. 

María Rosa hizo fila como el resto de gente y encontró a alguien que le ayudó a caminar porque tenía miedo de tropezarse mientras avanzaba por los alrededores del Cenade. Un desconocido de 56 años le ayudó durante toda la mañana, tomándola de un brazo para que ella no tropezara, para cuidarla. Entre los desesperados desapareció la prevención del aislamiento social. Todavía el sábado María saludaba de lejos y pedía disculpas al no poder saludar a alguien y estrechar su mano.  Ahora, entre la multitud de la gente, todo eso dejó de importar y empezó a despedirse de abrazo de quienes le habían ayudado a caminar. Cuando anunciaron que la oficina cerró, se regresó resignada a su casa. En la tarde, desde su hogar, contó que no piensa volver a este lugar en el que ya intentó conseguir información dos veces. Dice que la próxima semana va a salir de su casa, pero esta vez para vender sus dulces en la calle. 

“Este no es el frente, ni Arena, es la población que exige sus derechos”, decían algunos manifestantes que, por unos minutos, cerraron el paso sobre la 25 Avenida Sur y la Alameda Roosevelt el día lunes 30 de marzo, ante el cierre de los centros de entrega del apoyo económico ofrecido por el Gobierno. Foto de El Faro: Víctor Peña.
“Este no es el frente, ni Arena, es la población que exige sus derechos”, decían algunos manifestantes que, por unos minutos, cerraron el paso sobre la 25 Avenida Sur y la Alameda Roosevelt el día lunes 30 de marzo, ante el cierre de los centros de entrega del apoyo económico ofrecido por el Gobierno. Foto de El Faro: Víctor Peña.

“Esto nos va a hacerla pagar muy caro”

Cerca del mediodía, en una acera del Parque Cuscatlán, el viceministro de Defensa, Ennio Rivera llegó a una conclusión que todavía no se asomaba por Casa Presidencial. Mientras en Zacatecoluca, La Paz, en otro punto del país, el ministro de Defensa Francisco Merino Monroy se quejaba de que las aglomeraciones eran culpa de la gente que “no sigue las indicaciones”, según declaró a El Noticiero, en San Salvador su viceministro sí aceptaba el error gubernamental. “Esto nos va a hacerla pagar muy caro”, decía, mientras señalaba a una mujer joven que se abría camino entre la multitud. “¡Mire esa mujer con su bebé!”, se lamentaba. El viceministro era consciente de que las indicaciones de aislamiento social se habían ido al traste. Que la cuarentena se había roto, que toda esa gente, agolpada frente a un Cenade, había sido expuesta al COVID-19. 

En ese lugar, cuando a los ahí congregados se les informó que el Cenade no abriría, un grupo de vendedores informales empezó a organizar una revuelta. A pesar de que en el lugar habían 150 policías y 20 oficiales de la Unidad del Mantenimiento del Orden que habían sido enviados a la zona desde temprano. 

Así que la mayoría decidió regresar a sus casas, con las manos vacías, cuando los policías les pidieron que así lo hicieran. Pero un grupo decidió ser rebelde. Hartas de no obtener respuestas, unas treinta personas bloquearon la Alameda Roosevelt a la altura del Hospital Rosales. Hasta ahí llegó el viceministro de Defensa y observó lo que sucedía, detrás del cordón policial y rodeado de dos agentes de seguridad con armas a la altura del pecho. Si bien el viceministro era consciente de las consecuencias que este tipo de aglomeraciones pueden traer para el país en tiempos de pandemia, él consideraba que lo que provocó el problema no fueron las confusas indicaciones del presidente, sino “la ansiedad de la gente”. En esas cavilaciones estaba el viceministro cuando un hombre que venía del Cenade cayó al suelo. “Es epiléctico”, gritaron unos vendedores. Pronto, los Comandos de Salvamento se lo llevaron en una camilla. 

Tras cerrar la calle, la treintena de vendedores y vendedoras propuso trasladarse hacia el centro histórico. “¡Vengan, a saquear los súperes vamos!”, le dijo un vendedor a otros que observaban en las aceras. Pero la turba fue recatada: Llegaron a un Súper Selectos... les prohibieron la entrada... se marcharon en paz.  Luego, repitieron el proceso en otro supermercado: amenaza, freno, retirada. Al final, la turba se disolvió en la Plaza Barrios. La turba, al igual que la cuarentena nacional, fracasó.

Ante las amenazas de saqueos en el centro de San Salvador, la Policía bloqueó el acceso a los supermercados. Algunos cerraron por cuenta propia cuando un grupo caminaba por la calle Rubén Darío, después que las sedes del Cenade fueran cerradas. Foto de El Faro: Víctor Peña.
Ante las amenazas de saqueos en el centro de San Salvador, la Policía bloqueó el acceso a los supermercados. Algunos cerraron por cuenta propia cuando un grupo caminaba por la calle Rubén Darío, después que las sedes del Cenade fueran cerradas. Foto de El Faro: Víctor Peña.

Por la tarde del lunes, parecía que el presidente Bukele haría un acto de contrición en sus redes sociales. “Hemos cometido errores, demasiados. Hemos tratado de hacer lo mejor y hemos fallado”, se leía desde sus redes. Pero, la verdadera culpa, según sus palabras, no fueron las confusas indicaciones de su Gobierno, sino las malas administraciones de los gobiernos pasados: “‪Estamos haciendo lo posible por arreglar todo lo que estuvo mal por décadas, en una semana”, se excusó. Más tarde, Bukele escribió otros mensajes, ahora con un tono más despreocupado. “Si fuera de todos los Cenade se hubieran aglomerado 20,000 personas, eso equivaldría a menos de un tercio de 1% de la población. 0.3% de la población no es alarmante, si el otro 99.7% respetara la cuarentena”, dijo. Al final, desestimó las aglomeraciones causadas por sus confusas indicaciones.