Columnas / Política

Racionalidad versus antagonismo populista

El problema de la retórica populista es que carece de soluciones reales; no aborda mediante políticas públicas problemas como la pobreza, la vivienda, corrupción, fondos de retiro o salud.

Martes, 21 de abril de 2020
Wilson Sandoval

El populismo -entendido al tenor de su conceptualización latinoamericana– denota ciertas características: caudillismos o figuras de héroes, ultranacionalismo, desdén por canales tradicionales de representación democrática, como los congresos o parlamentos, demonización de una “democracia” caída, menosprecio hacia las “élites” disidentes, como los académicos y el ofrecimiento de soluciones simples a los problemas complejos del pueblo, usando un lenguaje emocional como instrumento de acción y poder. Cada una de estas características encajan con el actual presidente de El Salvador, y la pandemia del COVID-19 las ha sacado a relucir aún más: estamos ante un caudillo que conecta con su pueblo de manera emocional, mediante soluciones gigantes y encauzando desprecio hacia aquellos que forman parte de la “vieja e inoperante democracia”.

El problema de la retórica populista es que carece de soluciones reales. Para el caso, no aborda mediante políticas públicas problemas como la pobreza, la vivienda, corrupción, fondos de retiro o salud. Sin embargo, desnudar esta debilidad es un reto que parece imposible de superar, especialmente porque, tanto políticos, ombudsman, medios independientes y académicos, deben de comprender que el discurso y las acciones de los populistas se desarrollan en la arena de las emociones y no de la racionalidad. Pensar que las críticas, por más sustentadas que estén en redes sociales, prensa y otros medios de comunicación, hacia él, sus funcionarios o las medidas impulsadas, causará algún efecto que lo contrarreste, es pelear una batalla perdida. Las críticas terminan fortaleciendo regularmente a los populistas. 

¿Es posible, entonces, frenar el populismo en El Salvador? He decidido plantear la pregunta de manera abierta, porque creo que no debe de estar dirigida únicamente hacia la nueva élite política en el poder, sino a todos los que, en adelante, buscarán aprovechar la crisis de la democracia para sacar rédito político, sin ofrecer cambios reales en la vida de la ciudadanía.

La estrategia desarrollada por Nancy Pelosi en 2018, una de las líderes prominentes del partido demócrata en los Estados Unidos, puede servir como guía. En las pasadas elecciones de medio término, en las que se renueva parte de las cámaras que componen el congreso de Estados Unidos, la hábil política tomó una decisión contra toda lógica para ganar la Cámara de Representantes: no entrar en el juego de Trump y centrarse en un tema real y sin respuesta de parte del gobierno federal: salud. Centrarse en él implicó apartarse del juego de “nosotros contra ellos” a nivel comunicacional y no ser parte de la dinámica de escándalos e indignación suscitada por Trump en los medios. El partido demócrata logró disciplinarse y focalizar el debate en el tema salud y no en la agenda de Trump, incluyendo no responder a tuits, columnas, notas o ruedas de prensa. Ello llevó a evitar que se hablará de los temas dispuestos en la agenda de la administración Trump, como es el caso de la demonización que se intentó impulsar y posicionar en las grandes urbes de aquel país contra los migrantes. 

Curiosamente, en El Salvador vivimos una experiencia similar con lo acontecido el 9F, sin que esto implicara una estrategia intencional, más bien fue el resultado de la paralización de los partidos tradicionales y mayoritarios. El escándalo generado por el presidente Bukele ante la falta de autorización de la Asamblea Legislativa para negociar un préstamo por parte del BCIE le acarreó dejarlo “desbalanceado” y golpeado ante la comunidad internacional, especialmente frente a organizaciones pro democracia y derechos humanos como Human Rights Watch, Amnistía Internacional y la misma Unión Europea. La clave fue que el presidente se vio solo en el escenario, sin alguien a quién “culpar”. Esa soledad se debió a la falta de respuesta de los partidos políticos, que no entraron en la confrontación y desgaste, dejando al descubierto el problema real ante diplomáticos en el país, prensa internacional y países con sólida tradición democrática: la falta de capacidad del Ejecutivo para el diálogo y la plena intención de cooptar las instituciones democráticas.

Lo anterior, no obstante, aplica especialmente para ciertas instituciones con incidencia el sistema político. Pero, ¿qué hay de los ciudadanos, la sociedad civil o medios de comunicación con perspectiva crítica de la retórica populista? ¿Podemos hacer algo? Definitivamente sí. La apuesta debe ser una deliberación disciplinada que se enfoque en los problemas de país y no en los escándalos o el trending topic. Esta es una tarea cívica que debemos ejercer entre nuestras familias, grupos de amigos, vecinos, hijos, compañeros de trabajo, empresas –incluyendo las del rubro en comunicaciones- estructuras comunitarias y vecinales, e incluso en redes sociales, especialmente en este período de cuarentena. La tarea consiste en dejar a un lado el “ellos contra nosotros” y situarse en la conversación de problemas reales, como por ejemplo las AFP, los asentamientos precarios o la corrupción, a manera de invitar a una deliberación que lleve a la reflexión y no a la confrontación en la arena de los sentimientos, donde, después de todo, la razón no tendrá lugar. Esto, lamentablemente, no tendrá efectos en el corto plazo, y muy probablemente es muy tarde de cara a las elecciones que se avecinan.

Pero no todo está perdido. Por el contrario, a nivel teórico, con la puesta en marcha de estrategias de deliberación, cabe la posibilidad de que nuevas fuerzas políticas surjan en el mediano plazo, sí y solo sí comprenden que enfrentar con viejos esquemas a los políticos no convencionales es una batalla perdida. La novedad de estas instituciones alternativas a las élites tradicionales debe tener como centro los derechos humanos, con programas novedosos que incluyan diferentes formas de participación democrática, a manera de reconstruir el vínculo entre representados y representantes. La intención no es sustituir a los actuales populistas con más de lo mismo -mera sustitución de actores-, sino sustituirlos con una nueva clase política que no repita los errores que ahora tienen contra las cuerdas a nuestra democracia. Así, la próxima vez que se presente un escándalo en las redes sociales o medios de comunicación, no nos sumemos como un 'amplificador'; por el contrario, procuremos construir un diálogo que invite a la reflexión centrado en los temas que realmente importan.

Wilson Sandoval es coordinador del Centro de Asesoría Legal Anticorrupción (ALAC) de la Fundación Nacional para el Desarrollo (FUNDE). Es candidato a la Maestría en Dirección Pública por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Maestro en Ciencia Política por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y abogado por la Universidad de El Salvador.
Wilson Sandoval es coordinador del Centro de Asesoría Legal Anticorrupción (ALAC) de la Fundación Nacional para el Desarrollo (FUNDE). Es candidato a la Maestría en Dirección Pública por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Maestro en Ciencia Política por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y abogado por la Universidad de El Salvador.

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