{"code":"24377","sect":"El Salvador","sect_slug":"el-salvador","hits":"37591","link":"https:\/\/elfaro.net\/es\/202005\/el_salvador\/24377","link_edit":"","name":"Muchachas, las olvidadas en la cuarentena","slug":"muchachas-las-olvidadas-en-la-cuarentena","info":"Las muchachas, como se les conoce popularmente en El Salvador a las empleadas dom\u00e9sticas, viven una situaci\u00f3n m\u00e1s precaria que la que era su normalidad. Si algunas antes ganaban el infame pago de hasta $2.50 por jornada diaria, ahora muchas han perdido ese peque\u00f1o ingreso. Cinco empleadas y dos sindicatos cuentan c\u00f3mo ha empeorado la vida de ellas desde el inicio de la cuarentena nacional. Algunos patrones les han ofrecido dos alternativas: quedarse indefinidamente en sus lugares de trabajo o irse a sus casas sin salario. Miseria o m\u00e1s miseria.\u00a0","mtag":"Desigualdad","noun":{"html":"\u003Cspan class='tint-text--dark' data_href='\/user\/profile\/vguzman'\u003E Valeria Guzm\u00e1n\u003C\/span\u003E","data":{"valeria-guzman":{"sort":"vguzman","slug":"valeria-guzman","path":"valeria_guzman","name":"Valeria Guzm\u00e1n","edge":"0","init":"0"}}},"view":"37591","pict":{"cms-image-000033572-jpg":{"feat":"0","sort":"33572","name":"cms-image-000033572.JPG","link":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033572.JPG","path":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033572.JPG","back":"","slug":"cms-image-000033572-jpg","text":"<p>Daysi Quintanilla's home. Daysi, her five children and her granddaughter live in this small lot. Photo by Victor Pe\u00f1a.<\/p>","capt":"\u003Cp\u003EDaysi Quintanilla's home. Daysi, her five children and her granddaughter live in this small lot. Photo by Victor Pe\u00f1a.\u003C\/p\u003E"},"cms-image-000033573-jpg":{"feat":"0","sort":"33573","name":"cms-image-000033573.JPG","link":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033573.JPG","path":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033573.JPG","back":"","slug":"cms-image-000033573-jpg","text":"<p>Este es el ba\u00f1o que ocupa la familia de Daysi. Un conjunto de barriles al aire libre, donde se almacena el agua que recogen de una cantarera cercana. La familia no cuenta con luz el\u00e9ctrica ni servicio de agua potable. Durante la cuarentena nacional, los pocos ingresos econ\u00f3micos de la familia han desaparecido. Foto de El Faro: V\u00edctor Pe\u00f1a.\u00a0<\/p>","capt":"\u003Cp\u003EEste es el ba\u00f1o que ocupa la familia de Daysi. Un conjunto de barriles al aire libre, donde se almacena el agua que recogen de una cantarera cercana. La familia no cuenta con luz el\u00e9ctrica ni servicio de agua potable. Durante la cuarentena nacional, los pocos ingresos econ\u00f3micos de la familia han desaparecido. Foto de El Faro: V\u00edctor Pe\u00f1a.\u00a0\u003C\/p\u003E"},"cms-image-000033574-jpg":{"feat":"0","sort":"33574","name":"cms-image-000033574.JPG","link":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033574.JPG","path":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033574.JPG","back":"","slug":"cms-image-000033574-jpg","text":"<p>Daysi Quintanilla, a domestic worker, lives in the Chandanta community, in Cuscatancingo. After nearly half a century working as a domestic worker, she's been sent home without pay by her bosses. Photo by Victor Pe\u00f1a\u00a0<\/p>","capt":"\u003Cp\u003EDaysi Quintanilla, a domestic worker, lives in the Chandanta community, in Cuscatancingo. After nearly half a century working as a domestic worker, she's been sent home without pay by her bosses. 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Desde el inicio de la cuarentena no tiene dinero para comprar alimentos para ella y sus dos hijos. El d\u00eda de esta fotograf\u00eda, su colonia llevaba tres d\u00edas sin agua potable. Foto de El Faro: V\u00edctor Pe\u00f1a.\u00a0\u003C\/p\u003E"},"cms-image-000033576-jpg":{"feat":"0","sort":"33576","name":"cms-image-000033576.JPG","link":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033576.JPG","path":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033576.JPG","back":"","slug":"cms-image-000033576-jpg","text":"<p>Marvin Gonz\u00e1lez, Aracely Coto's 10-year-old grandchild. He studies the fourth grade at the La Paz school, very close to home. During the quarantine, his mother has been able to feed him thanks to small donations from neighbors or friends. Photo by Victor Pe\u00f1a.<\/p>","capt":"\u003Cp\u003EMarvin Gonz\u00e1lez, Aracely Coto's 10-year-old grandchild. He studies the fourth grade at the La Paz school, very close to home. 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Posa desde su patio, al lado de una puerta met\u00e1lica que ya no sirve. La cuarentena vino a ponerla nerviosa sobre otros de sus problemas: Teme por su seguridad al no tener ni siquiera una puerta que la aisle del exterior, explica. Es habitante de la colonia Lirios del Norte, del municipio de Cuscatancingo. Foto de El Faro: V\u00edctor Pe\u00f1a.\u00a0\u003C\/p\u003E"},"cms-image-000033578-jpg":{"feat":"1","sort":"33578","name":"cms-image-000033578.JPG","link":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033578.JPG","path":"https:\/\/elfaro.net\/images\/cms-image-000033578.JPG","back":"","slug":"cms-image-000033578-jpg","text":"<p>Daysi Quintanilla and Aracely Coto, two domestic workers that have lost their jobs due to the pandemic, belong to the Guild for Women Domestic Workers. Photo by: Victor Pe\u00f1a.<\/p>","capt":"\u003Cp\u003EDaysi Quintanilla and Aracely Coto, two domestic workers that have lost their jobs due to the pandemic, belong to the Guild for Women Domestic Workers. 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Tras casi medio siglo de barrer, trapear, sacudir, lavar y cocinar en casas ajenas, sus ingresos ahora mismo son cero d\u00f3lares.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EAntes de que el coronavirus cambiara y paralizara el mundo, Daysi trabajaba en dos casas. Al mes, calcula, juntaba un promedio de $100. Desde el 21 de marzo, cuando el gobierno decret\u00f3 la cuarentena nacional, sus patrones dejaron de llamarle para que se presente a trabajar.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EElla cobraba $10 o $15 por jornadas de nueve horas. En una buena semana, laboraba dos o tres d\u00edas y con ese peque\u00f1o ingreso manten\u00eda a su familia de cinco hijos y una nieta. Trabajando en las casas de otros, nunca ha tenido contrato, seguro social, ni aguinaldo. Si alguien le pide que demuestre con un papel su experiencia como trabajadora del hogar, no podr\u00eda. Ser empleada dom\u00e9stica es ser trabajadora informal. Si trabaja, come. No trabaja, y ocurre lo opuesto.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EEl Salvador ya super\u00f3 los 550 casos confirmados de Covid-19 y, de acuerdo con el \u00faltimo decreto Ejecutivo, la cuarentena domiciliar llegar\u00e1 hasta el 16 de mayo, aunque todo apunta a que luego se buscar\u00e1 otra pr\u00f3rroga. A pesar de que el Gobierno pidi\u00f3 a los empleadores seguir pagando a sus empleados aunque no trabajen durante la cuarentena, las mujeres como Daysi quedan en un limbo, dependen de la buena fe de sus pagadores. Encontrar a una empleada con contrato es tan raro como encontrar a un paletero con recibos.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ESin dinero, Daysi ha tenido que aceptar que algunos d\u00edas debe pasar hambre. Durante el \u00faltimo mes, su familia ha comido gracias a donaciones de los vecinos. \u201cAhorita me acaban de regalar unos frijoles licuados y una se\u00f1ora me ha dado tortillas congeladas\u201d, cuenta un lunes a mediados de abril desde su champa en Cuscatancingo. Su hogar est\u00e1 construido con l\u00e1minas, pedazos de tela y palos de bamb\u00fa. Daysi no tiene agua ni luz el\u00e9ctrica ni televisor ni refrigerador. El \u00fanico aparato grande que funciona en su casa es una cocina en la que solo sirve un quemador.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EDaysi est\u00e1 sola. Sus patrones la despacharon. No la han llamado ni una vez desde aquel 21 de marzo. El gobierno est\u00e1 tan ausente en la vida de ella como aquellos a quienes sirvi\u00f3. El mismo d\u00eda que Bukele anunci\u00f3 la cuarentena, dijo que las familias m\u00e1s afectadas por la pandemia recibir\u00edan un subsidio de $300. Daysi ingres\u00f3 el n\u00famero de su DUI a la base de datos del gobierno en internet y encontr\u00f3 que ni ella ni sus hijos fueron beneficiados. \u201cNada me sali\u00f3. Deber\u00edan de andar censando a la gente que tiene necesidad\u201d, se queja.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u003Cbr\/\u003E \u003Cfigure class=\"pict pict_land pict_move_posc 0 cs_img cs_img--curr rule--ss_c\" data-shot=\"pict\" data-hint=\"pict\"\u003E \u003Cdiv class=\"pict__pobj text-overflow\"\u003E\u003Cimg src=https:\/\/elfaro.net\/get_img?ImageWidth=2000&ImageHeight=1333&ImageId=33574 class=\"pobj\" style=\"max-width: 100%\" rel=\"resizable\" alt=\"Daysi Quintanilla, a domestic worker, lives in the Chandanta community, in Cuscatancingo. After nearly half a century working as a domestic worker, she's been sent home without pay by her bosses. Photo by Victor Pe\u00f1a\u00a0\" \/\u003E\u003C\/div\u003E \u003Cfigcaption class=\"pict__text cs_img_caption folk_content typo_buttons line--ss_s0c line--ss_s0c--auto block full-width text-overflow rule--ss_l relative\"\u003E \u003Cdiv class=\"__content block-inline full-width align-top tint-text--idle relative\"\u003E Daysi Quintanilla, a domestic worker, lives in the Chandanta community, in Cuscatancingo. After nearly half a century working as a domestic worker, she's been sent home without pay by her bosses. Photo by Victor Pe\u00f1a\u00a0 \u003Cdiv class=\"photographer text_italic rule--ss_l tint-text--idle\"\u003E \u003C\/div\u003E \u003C\/div\u003E \u003C\/figcaption\u003E \u003C\/figure\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EDurante las dos \u00faltimas semanas de abril, El Faro habl\u00f3 con cinco empleadas dom\u00e9sticas contactadas a trav\u00e9s de dos sindicatos de trabajadoras del hogar. Las organizaciones, con sede en San Salvador y Tacuba (Ahuachap\u00e1n), re\u00fanen a 300 y 60 afiliadas, respectivamente. Cuatro de esas mujeres han guardado la cuarentena en sus hogares sin pago y sin certeza de cu\u00e1ndo volver\u00e1n a tener uno. Solo una de ellas ha seguido trabajando, pero bajo las condiciones de los patrones: sin descanso y sin permiso de visitar a su propia familia. Ninguna tiene contrato laboral y ninguno de los m\u00e1s de sesenta decretos emitidos por el Gobierno en la emergencia habla de ellas.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EEl 47% de todas las mujeres trabajadoras en zonas urbanas no tiene un empleo formal, de acuerdo con estad\u00edsticas oficiales. No tienen seguridad salarial, prestaciones y ni siquiera la garant\u00eda de un salario m\u00ednimo. Las trabajadoras dom\u00e9sticas son el claro ejemplo de ello. Incluso sin pandemia, son las empleadas con los sueldos m\u00e1s bajos en todo el pa\u00eds, de acuerdo con el Ministerio de Econom\u00eda. No son pocas las que atraviesan estas condiciones de trabajo. Son m\u00e1s de 100,000 mujeres las que se dedican al trabajo dom\u00e9stico remunerado, de acuerdo con la Encuesta de Hogares con Prop\u00f3sitos M\u00faltiples de 2018.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ELa pandemia de Covid-19 agrav\u00f3 los problemas de este maltratado sector de la poblaci\u00f3n.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EDaysi vive en un terreno donde le han dado permiso de construir su champa. Ah\u00ed hay varios \u00e1rboles de mango ciruela y, con la ayuda de sus hijos, recoge los menos reventados e intenta venderlos entre los vecinos de una colonia cercana. El \u00faltimo domingo de abril fue un buen d\u00eda para la venta. Logr\u00f3 vender $3 y con eso pudo comprar un d\u00f3lar de huevos, un d\u00f3lar de tortillas y cincuenta centavos de caf\u00e9 para alimentar a sus cinco hijos y su nieta. Cinco adultos y dos menores. Un d\u00f3lar de huevos son seis huevos.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EUn mes despu\u00e9s de que el presidente Nayib Bukele declarara al pa\u00eds en cuarentena nacional, Daysi se sienta a platicar en una silla pl\u00e1stica afuera de su casa. Desde ah\u00ed, el lunes 20 de abril, empieza contar sobre los lugares en los que ha trabajado. Mientras platica, su nieta de dos a\u00f1os no deja de interrumpirla para pedir comida: \u201cAbuela, abuela.. \u00d1am, \u00f1am\u201d, le dice y se lleva la mano vac\u00eda a la boca.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u003Cbr\/\u003E \u003Cfigure class=\"pict pict_land pict_move_posc 0 cs_img cs_img--curr rule--ss_c\" data-shot=\"pict\" data-hint=\"pict\"\u003E \u003Cdiv class=\"pict__pobj text-overflow\"\u003E\u003Cimg src=https:\/\/elfaro.net\/get_img?ImageWidth=2000&ImageHeight=1333&ImageId=33572 class=\"pobj\" style=\"max-width: 100%\" rel=\"resizable\" alt=\"Daysi Quintanilla's home. Daysi, her five children and her granddaughter live in this small lot. Photo by Victor Pe\u00f1a.\" \/\u003E\u003C\/div\u003E \u003Cfigcaption class=\"pict__text cs_img_caption folk_content typo_buttons line--ss_s0c line--ss_s0c--auto block full-width text-overflow rule--ss_l relative\"\u003E \u003Cdiv class=\"__content block-inline full-width align-top tint-text--idle relative\"\u003E Daysi Quintanilla's home. Daysi, her five children and her granddaughter live in this small lot. Photo by Victor Pe\u00f1a. \u003Cdiv class=\"photographer text_italic rule--ss_l tint-text--idle\"\u003E \u003C\/div\u003E \u003C\/div\u003E \u003C\/figcaption\u003E \u003C\/figure\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u003Cstrong\u003ELa importancia de diez centavos\u003C\/strong\u003E\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EEn El Salvador, el salario m\u00ednimo para el sector comercial y de servicios es de $300. Pero el sueldo de una trabajadora del hogar puede ser tan poco como el empleador quiera pagar. El Ministerio de Econom\u00eda calcula que, en promedio, una persona dedicada a estas labores gana $159.41 mensuales.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EHasta marzo de 2020, la canasta b\u00e1sica de alimentos para una familia en la zona urbana era de $198.90, de acuerdo con la Direcci\u00f3n General de Estad\u00edsticas y Censos. En ese monto, no se incluye la renta, los art\u00edculos de limpieza ni ropa. Haciendo matem\u00e1ticas simples, se puede concluir que, en la zona urbana, una empleada dom\u00e9stica no gana ni siquiera para comprar suficiente comida para su familia.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EEsa es la normalidad. Y en esta cuarentena, muchas han perdido este ingreso.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EUna de ellas es Gesselle Mariona. Vive en Mejicanos y tiene 22 a\u00f1os.\u00a0 El a\u00f1o pasado se gradu\u00f3 del bachillerato a distancia, pero no logr\u00f3 conseguir ning\u00fan empleo formal. Por ello, antes de la pandemia trabajaba en dos casas donde era empleada dos o tres d\u00edas a la semana. Lavaba ropa, planchaba y hac\u00eda limpieza. Dependiendo de lo que hac\u00eda, le pagaban entre $8 y $12 por jornada.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EGesselle es madre soltera y vive con sus dos hijos, de uno y cinco a\u00f1os. Algunos d\u00edas, cuenta, el men\u00fa est\u00e1 compuesto por mangos de un \u00e1rbol cercano. Pero a veces no hay fruta para calmar el hambre. El peor d\u00eda de esta crisis, cuenta Gesselle, fue el viernes 17 de abril, cuando no ten\u00eda nada para que sus hijos comieran. El de un a\u00f1o a\u00fan toma pecho. Para el mayor, ese d\u00eda, nada. Geselle sali\u00f3 de su casa y fue a la tortiller\u00eda. Pidi\u00f3 diez centavos de masa de ma\u00edz. Cuando regres\u00f3 a su casa, mezcl\u00f3 la masa con lo \u00fanico que ten\u00eda: agua.\u00a0 As\u00ed, explica, hizo un atol para calmar el hambre de sus ni\u00f1os.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EUna investigaci\u00f3n de la Universidad Centroamericana Jos\u00e9 Sime\u00f3n Ca\u00f1as concluy\u00f3 que las condiciones en que laboran las trabajadoras dom\u00e9sticas \u201cson precarias y no cumplen con los est\u00e1ndares de respeto a los derechos humanos, incluidos los laborales. Se desarrolla\u00a0 fuera de la mirada del mundo exterior, inclusive de la inspecci\u00f3n laboral\u201d, dice la UCA. Cuando ellas sufren, tambi\u00e9n lo hacen en las sombras.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EEl 18 de marzo, Bukele tuite\u00f3 su plan de alivio econ\u00f3mico para personas enviadas a sus casas sin sueldo. El plan hablaba del congelamiento de cobros de servicios b\u00e1sicos y rentas para los afectados por la pandemia. No hablaba de comida. Tres d\u00edas m\u00e1s tarde, anunci\u00f3 la entrega del subsidio de $300 para alimentaci\u00f3n.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EPero Gesselle no fue beneficiada. \u201cNos hemos estado viendo a palitos\u201d, dice. Por ello, diez centavos son la oportunidad de que sus hijos duerman con algo en la panza. Con diez centavos se puede pagar la mitad de un pasaje de bus. Con diez centavos se compran dos tortillas.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EUn lunes de mediados de abril, Aracely Coto contesta el tel\u00e9fono. Ella tiene 48 a\u00f1os, vive en Cuscatancingo y, antes de la cuarentena, trabajaba haciendo el oficio en dos casas. Tiene dos hijos. El mayor, de 20 a\u00f1os, no tiene trabajo. El menor estudia cuarto grado. Desde que el pa\u00eds entr\u00f3 en cuarentena, no ha tenido dinero para comer.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ECuando ya llevaba casi un mes sin trabajo, salario ni respuestas del gobierno, Aracely pidi\u00f3 ayuda a una amiga. Ella le llev\u00f3 pan franc\u00e9s, frijoles, arroz y aguacate. \u201cCon eso tengo para comer hasta ma\u00f1ana\u201d, dice. Tras diez minutos al tel\u00e9fono, hace un pausa y llora. Sus sollozos son inconfundibles: \u201cMi hijo me pide comida. Y yo, \u00bfqu\u00e9 le digo?\u201d.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EAl d\u00eda siguiente, el martes 14 de abril, el augurio de Aracely se hizo real: Ella y sus dos hijos se quedaron sin comida. En su desesperaci\u00f3n, a Aracely le empez\u00f3 a doler la cabeza. \u201cNo tengo nada ahorita, estoy mal\u201d, dice. Los \u00faltimos diez centavos que guardaba los gast\u00f3 en una acetaminof\u00e9n. \u201cLo poquito que ten\u00eda se fue ah\u00ed\u201d, dice -otra vez- desde el llanto.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u003Cbr\/\u003E \u003Cfigure class=\"pict pict_land pict_move_posc 0 cs_img cs_img--curr rule--ss_c\" data-shot=\"pict\" data-hint=\"pict\"\u003E \u003Cdiv class=\"pict__pobj text-overflow\"\u003E\u003Cimg src=https:\/\/elfaro.net\/get_img?ImageWidth=2000&ImageHeight=1333&ImageId=33576 class=\"pobj\" style=\"max-width: 100%\" rel=\"resizable\" alt=\"Marvin Gonz\u00e1lez, Aracely Coto's 10-year-old grandchild. He studies the fourth grade at the La Paz school, very close to home. During the quarantine, his mother has been able to feed him thanks to small donations from neighbors or friends. Photo by Victor Pe\u00f1a.\" \/\u003E\u003C\/div\u003E \u003Cfigcaption class=\"pict__text cs_img_caption folk_content typo_buttons line--ss_s0c line--ss_s0c--auto block full-width text-overflow rule--ss_l relative\"\u003E \u003Cdiv class=\"__content block-inline full-width align-top tint-text--idle relative\"\u003E Marvin Gonz\u00e1lez, Aracely Coto's 10-year-old grandchild. He studies the fourth grade at the La Paz school, very close to home. During the quarantine, his mother has been able to feed him thanks to small donations from neighbors or friends. Photo by Victor Pe\u00f1a. \u003Cdiv class=\"photographer text_italic rule--ss_l tint-text--idle\"\u003E \u003C\/div\u003E \u003C\/div\u003E \u003C\/figcaption\u003E \u003C\/figure\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u003Cstrong\u003E\u201cEllas saben que les est\u00e1n violando sus derechos\u201d\u003C\/strong\u003E\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EA\u00edda Rosales es la secretaria general del Sindicato de Mujeres Trabajadoras del Hogar. Esa organizaci\u00f3n agrupa a unas 300 empleadas dom\u00e9sticas. Las tres mujeres de las historias anteriores -Daysi, Aracely y Gesselle- est\u00e1n afiliadas al sindicato, que organiza actividades sobre derechos laborales.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u201cEsto ha pegado fuerte. Hay compa\u00f1eras que est\u00e1n enfermas de pensar c\u00f3mo van a hacer para comer\u201d, dice Rosales. El sindicato que ella dirige est\u00e1 compuesto en partes similares por trabajadoras de dos modalidades: Unas son empleadas dom\u00e9sticas \u201cpor d\u00eda\u201d; y otras, \u201ccasa adentro\u201d.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EEn Tacuba (Ahuachap\u00e1n) existe otro sindicato de trabajadoras del hogar, pero la mayor\u00eda de las afiliadas trabaja y duerme en las casas de sus empleadores, porque provienen de la zona rural. Su l\u00edder, Guadalupe D\u00edaz, sostiene que el sindicato est\u00e1 conformado por alrededor de 60 mujeres. \u201cA algunas las despidieron nom\u00e1s empez\u00f3 la cuarentena. A otras compa\u00f1eras no las han dejado salir. La crisis desde ya se est\u00e1 sintiendo\u2026 En el futuro (mejor), ni ponernos a pensar\u201d, dice D\u00edaz.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ELas sindicalistas temen que, con la excusa del Covid-19, sus derechos laborales se vean afectados. \u201cSi antes no quer\u00edan aprobar nuestro salario m\u00ednimo porque dec\u00edan que le iba a afectar el bolsillo a la clase media, ahora peor. Quienes vamos a perder siempre somos la gente pobre\u201d, sostiene Rosales\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EEl C\u00f3digo de Trabajo actual dedica ocho art\u00edculos al trabajo dom\u00e9stico. Se regula que el contrato entre empleador y trabajadora puede ser verbal, que no es necesario ning\u00fan papel. El salario no est\u00e1 regulado. Los sindicatos tienen registros de mujeres que reciben la m\u00ednima cantidad de $2.50 por jornada. Una jornada puede ser de seis, ocho, 15 horas, depende, otra vez, de los patrones. El C\u00f3digo tambi\u00e9n indica que las empleadas dom\u00e9sticas est\u00e1n obligadas a trabajar en d\u00edas de asueto cuando sus patrones se lo pidan. Y, a pesar de que bajo su responsabilidad est\u00e1 el cuido de una casa, su trabajo se mantiene dentro del sector informal.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EEn el art\u00edculo 83 del C\u00f3digo de Trabajo se enlistan razones por las cuales una trabajadora puede ser despedida sin ninguna responsabilidad para el empleador. Una de ellas es la insubordinaci\u00f3n \u201ccontra el patrono, su c\u00f3nyuge, ascendientes, descendientes u otras personas que habiten permanentemente en el hogar\u201d.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EMuchas empleadas dom\u00e9sticas no conocen la ley, pero la mayor\u00eda entiende que su trabajo depende de la sumisi\u00f3n en el servicio. \u201cEse es el trabajo de uno, cumplir con las \u00f3rdenes del patr\u00f3n. Dejar de hacer para cumplirle a los otros\u201d, reconoce Daysi. \u201cTrabajo, ni modo, de lo que me salga, porque mis hijos dependen de m\u00ed\u201d, dice Gesselle.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ECuando a Aracely se le pregunta sobre el irrespeto a sus derechos laborales, tiene varias historias que contar. Por ejemplo, hace tres meses, mientras limpiaba la cocina de un abogado, bot\u00f3 al suelo una olla con sobras de carne guisada. \u201cEse recalentado iba a ser mi comida, as\u00ed que ese d\u00eda no com\u00ed. Por eso, me descont\u00f3 diez d\u00f3lares, aunque fue un accidente. Ese d\u00eda, solo sal\u00ed con dos d\u00f3lares\u201d, recuerda.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u201cEllas saben que les est\u00e1n violentando sus derechos, pero trabajan por necesidad porque la mayor\u00eda de ellas tiene, lo m\u00e1s, hasta quinto grado\u201d, explica Guadalupe D\u00edaz, la secretaria general del sindicato de Tacuba.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u003Cstrong\u003EEmpleada retenida\u00a0\u003C\/strong\u003E\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EA Luc\u00eda, sus patrones la obligaron a trabajar durante 35 d\u00edas seguidos en esta cuarentena. Por cinco semanas consecutivas, se dedic\u00f3 a cuidar a sus jefes y a los dos hijos de la pareja. Con la pandemia como excusa, no le dieron ning\u00fan d\u00eda de descanso y no le permitieron volver a su casa durante ese tiempo. \u201cYo ya no aguantaba. Me levanto a las seis de la ma\u00f1ana y me acuesto a las nueve de la noche. Les preparo desayuno, les doy cena, lavo los platos, los guardo y dejo todo limpio y ordenado. En cinco semanas no tuve descanso\u201d, denuncia.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EElla se llama de otra forma, pero ha pedido que su nombre real no aparezca, para evitar problemas con la familia con la que trabaja.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ELuc\u00eda suele susurrar cuando hablamos por tel\u00e9fono celular. Platica bajito para que sus empleadores no la escuchen. Sigue encerrada en casa ajena. Su momento de libertad es cuando sale a la tienda. Desde la calle, habla fuerte y tendido. \u201cHubo un d\u00eda que hasta el pelo me arranqu\u00e9 de puros nervios y estr\u00e9s\u201d, dice. Luego, la mujer cuenta de sus jefes: \u201cPor una parte, son buenas personas, no he tenido ning\u00fan maltrato. Pero son algo fregados porque, cuando quiero ir a mi casa, para comprarle cosas a mi mam\u00e1, no me dejan ir\u201d.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ESu madre tiene 77 a\u00f1os. Hace un par de a\u00f1os le dio la fiebre chikungunya y, desde entonces, su columna cedi\u00f3 ante los dolores y qued\u00f3 d\u00e9bil. Tanto que ahora no puede caminar sola. Luc\u00eda es su responsable directa y, normalmente, tiene permiso para salir de su trabajo cada quince d\u00edas. En su fin de semana libre, aprovecha para comprar leche y art\u00edculos de limpieza para su madre. El problema que le hizo arrancarse pelos fue que le quitaron sus d\u00edas libres a finales de marzo, cuando la cuarentena nacional inici\u00f3. \u201cEste fin de semana no va a salir, hasta el otro\u201d, recuerda que le dijo su patr\u00f3n. A la siguiente semana, obtuvo la misma respuesta. \u201cDespu\u00e9s, \u00e9l me dijo que hasta el 30 de abril iba a ir yo a mi casa. Me sent\u00ed molesta, sent\u00ed un nudo en la garganta y le dije \u2018no puedo m\u00e1s\u2019\u201d, narra Luc\u00eda.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EY es que en la cuarta semana de cuarentena, Luc\u00eda recibi\u00f3 una llamada. Su mam\u00e1 estaba mal de salud. Esa pl\u00e1tica que tuvo al tel\u00e9fono, la hizo rebelarse ante su jefe. \u201cLe dije: \u2018ya no hago esta semana. Se va a morir mi mam\u00e1 y yo voy a estar aqu\u00ed\u201d, cuenta. Despu\u00e9s de 35 soles, Luc\u00eda tuvo su primer d\u00eda de descanso. Lleg\u00f3 a su cant\u00f3n y su madre se ech\u00f3 a llorar.\u00a0\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E-Mami, \u00bfy por qu\u00e9 est\u00e1 llorando?- pregunt\u00f3.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp dir=\"ltr\"\u003E-Porque no te hab\u00eda visto.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp dir=\"ltr\"\u003E-Pero si aqu\u00ed estoy, si yo no estoy muerta.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp dir=\"ltr\"\u003E-\u003Cem\u003EPues\u00ed\u003C\/em\u003E, pero mir\u00e1 hasta cuando ven\u00eds- respondi\u00f3 la anciana.\u00a0\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EAntes de este encuentro, a finales de marzo, la Sala de lo Constitucional orden\u00f3 a la Asamblea Legislativa que regule cu\u00e1l es el salario m\u00ednimo para quienes realizan trabajos dom\u00e9sticos. Cuando al fin pudo salir, Luc\u00eda recibi\u00f3 un pago de $200 por los 35 d\u00edas completados. Es decir, gan\u00f3 $5.71 por d\u00eda; $0.38, por hora.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ELa Sala dio a la Asamblea 12 meses para regular los salarios de las empleadas dom\u00e9sticas. Pero la cuenta regresiva empieza hasta que la emergencia del Covid-19 termine. Mientras tanto, despu\u00e9s de un fin de semana con su madre, Luc\u00eda ya est\u00e1 de vuelta en casa de sus patrones. Sigue cocinando, barriendo, doblando su ropa, cuidando a sus hijos y limpiando sus ba\u00f1os. Vale la pena recalcar: por cada hora que hace todo eso, $0.38.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u003Cbr\/\u003E \u003Cfigure class=\"pict pict_land pict_move_posc 0 cs_img cs_img--curr rule--ss_c\" data-shot=\"pict\" data-hint=\"pict\"\u003E \u003Cdiv class=\"pict__pobj text-overflow\"\u003E\u003Cimg src=https:\/\/elfaro.net\/get_img?ImageWidth=2000&ImageHeight=1333&ImageId=33578 class=\"pobj\" style=\"max-width: 100%\" rel=\"resizable\" alt=\"Daysi Quintanilla and Aracely Coto, two domestic workers that have lost their jobs due to the pandemic, belong to the Guild for Women Domestic Workers. Photo by: Victor Pe\u00f1a.\" \/\u003E\u003C\/div\u003E \u003Cfigcaption class=\"pict__text cs_img_caption folk_content typo_buttons line--ss_s0c line--ss_s0c--auto block full-width text-overflow rule--ss_l relative\"\u003E \u003Cdiv class=\"__content block-inline full-width align-top tint-text--idle relative\"\u003E Daysi Quintanilla and Aracely Coto, two domestic workers that have lost their jobs due to the pandemic, belong to the Guild for Women Domestic Workers. Photo by: Victor Pe\u00f1a. \u003Cdiv class=\"photographer text_italic rule--ss_l tint-text--idle\"\u003E \u003C\/div\u003E \u003C\/div\u003E \u003C\/figcaption\u003E \u003C\/figure\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u003Cstrong\u003EEmpleada suspendida\u003C\/strong\u003E\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EDespu\u00e9s de 17 a\u00f1os de trabajar con la misma familia, los jefes de Marta Casta\u00f1eda la enviaron a descansar sin pago. No le preguntaron si ten\u00eda ahorros o si tendr\u00eda suficiente dinero para comer durante la pandemia. La suspendieron a ella y a las otras dos empleadas dom\u00e9sticas de la casa, cuenta. Trabaja en el mismo lugar desde que ten\u00eda 21 a\u00f1os. La pandemia ha complicado su situaci\u00f3n. Ahora mismo no sabe decir si est\u00e1 despedida o no. Su \u00fanica certeza es que lleva m\u00e1s de un mes sin recibir salario. Vale recalcar: tras 17 a\u00f1os sirviendo a la misma gente.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u201cYo tengo a mi cargo a mi mam\u00e1, a mi prima discapacitada, una sobrina de 13 a\u00f1os y a mi hija de cinco a\u00f1os\u201d, narra desde su casa en un cant\u00f3n cercano a Tacuba. Despu\u00e9s de que Bukele anunci\u00f3 la cuarentena domiciliar, su jefe le marc\u00f3: \u201cMe dijo que no me presentara a trabajar por el toque de queda que estaba en San Salvador. Yo pregunt\u00e9 \u2018\u00bfvuelvo hasta nuevo aviso?\u2019. \u2018S\u00ed\u2019, me dijo\u201d. Treinta y siete d\u00edas despu\u00e9s, ese aviso no ha llegado y los ahorros se le est\u00e1n terminando.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003E\u201cCreo que me est\u00e1n violando mis derechos porque nos hubieran extendido un papel de permiso\u201d, explica. Su patr\u00f3n le ha dicho que, si vuelve, no podr\u00e1 salir m\u00e1s. \u201cYo te mando a traer en un Uber, pero ya no ten\u00e9s que salir de mi casa para la tuya\u201d, recuerda que le dijo su jefe. La mujer tuvo que elegir entre cuidar a su familia y su sueldo: \u201cDecid\u00ed mejor no irme a trabajar, porque all\u00e1 no voy a saber si mi hija est\u00e1 comiendo o si se enferma. En cambio, aqu\u00ed estamos en la misma situaci\u00f3n\u201d, sostiene.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ELos empleados con permiso para trasladarse a sus trabajos en la emergencia sanitaria son el personal de salud, los repartidores de comida, los conductores, polic\u00edas, periodistas, entre otros. Como es usual, el rol de las trabajadoras dom\u00e9sticas no ha sido parte del discurso p\u00fablico. La invisibilidad con la que es abordado este trabajo es el que permite que algunos empleadores act\u00faen arbitrariamente. Les ofrecen dos opciones: quedarse en el trabajo indefinidamente o irse a sus casas, al hambre.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EEs lunes 20 de abril, y Daysi, la empleada dom\u00e9stica que ahora vende mangos, indica el camino hacia el hogar de Aracely Coto, la trabajadora del hogar que gast\u00f3 sus \u00faltimos diez centavos en una acetaminof\u00e9n. Camina entre el polvo y luego entre las calles de una colonia de pasajes custodiados por pandilleros adolescentes.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ETras un recorrido de diez minutos, Daysi llega a la casa de Aracely. Ella vive en una peque\u00f1a casa de concreto en un pasaje. Y, aunque vive mejor que Daysi, en los \u00faltimos tres d\u00edas ni siquiera ha tenido agua potable, porque no ha sido suministrada en la colonia.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003ELas mujeres platican entre ellas y se cuentan las penas. Aracely habla de la falta de v\u00edveres y de los problemas de salud que tiene. Es hipertensa y tiene un cuadro depresivo. La cuarentena, el desempleo y el hambre la tienen m\u00e1s ansiosa y triste. Los ojos se le ponen vidriosos. \u201cVos te pon\u00e9s mal, te ten\u00e9s que controlar\u201d, le ri\u00f1e su amiga. La esperanza de las dos es que el Covid-19 pase pronto y puedan volver a su normalidad. Esa vida normal que hoy a\u00f1oran consiste en hacer jornadas de hasta 15 horas por un salario que no alcanza para la canasta b\u00e1sica.\u00a0\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EA pesar de tener muy poco, las mujeres ofrecen mangos y jugo a quien las visita. As\u00ed han logrado comer el \u00faltimo mes: compartiendo lo que tienen. La semana pasada, por ejemplo, Aracely dio a Daysi un paquete de macarrones, la comida favorita de su nieta. La visita dura veinte minutos y las mujeres se despiden.\u003C\/p\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cbr\/\u003E\u003Cp\u003EPor ahora, ninguna tiene salario ni tampoco la certeza de que su familia comer\u00e1 ma\u00f1ana.\u003C\/p\u003E"}