Columnas / Cultura

No se puede sobrevivir la pandemia sin parques

Para quién esté totalmente en contra, puede sopesar una sociedad enferma, ya sea de covid, de depresión u otros padecimientos versus dos horas de juego bajo el sol desinfectante.

Miércoles, 27 de enero de 2021
Sofía Bonilla

Con cada día de cuarentena extrema que se iba sumando, mi hijo se fue poniendo más triste y más enojado. Dejó de ser aquel explorador curioso que hasta entonces era. Estaba acostumbrado a caminar de ida y de vuelta al kínder, a saludar a las plantas en los arriates, a las señoras de las tortillas, al bolo de la plaza y a los vecinos. Él no podía aceptar estar solamente dentro de casa. “¡Mami, quiero salir!”, gritaba cada vez más violento a medida pasaron las semanas. Me preguntaba cuándo podría ver de nuevo a la abuela y a sus amigos del kínder, sin sentirse satisfecho con las respuestas que explicaban que era complicado por la covid-19. Ese pequeño ser de luz se fue oscureciendo. Como muchas madres y padres, me preocupé por ver cómo el fuego de su corazón se apagaba.

2020 no fue un año normal. Todos lo padecimos de distintas maneras. Algunos con mucha más intensidad que otros. Los protocolos para prevenir el contagio de covid-19 nos han encerrado a lo largo y ancho del mundo por meses y, aunque las medidas son, en esencia, buenas, pues buscan disminuir las muertes por el virus, los efectos colaterales han dejado repercusiones graves, como la desatención de otras enfermedades, depresión, violencias en espacios confinados y economías desmoronadas.

A poco más de un año de su aparición, los expertos han asegurado que la covid-19 es una enfermedad endémica que llegó para quedarse. Vendrán segundas y más olas, tal como ya ocurre en otras regiones del mundo. Y, aunque las cuarentenas drásticas siguen siendo propuestas para contener la expansión del contagio, no se puede vivir bajo restricciones absolutas por tanto tiempo.

La tarea de vivir bajo “la nueva realidad” es un reto cuesta arriba, especialmente para aquellos sin el espacio para el distanciamiento, el agua para la higiene o el dinero para comprar los materiales de prevención. Aun si se reglamenten los protocolos y se sancione a quienes no los cumplan, es necesario negociar ciertas válvulas de escape, pues de igual manera habrá quien las tomará, por razones que van desde la irresponsabilidad hasta necesidad de sobrevivir el día.

El encierro al que nos tuvimos que someter producto de la covid-19 nos ha hecho recordar lo sociales que somos como seres. Mi hijo de tres años lo tiene claro. Nuestra esencia necesita de otros humanos para vivir. El distanciamiento es importante para contener la pandemia, pero los encuentros, la socialización y el intercambio son necesarios para seguir siendo sociedad.

Científicos que estudian el virus en Estados Unidos y Alemania concuerdan con que el riesgo de contagiarse en exteriores es mucho menor que en espacios cerrados. Si bien el riesgo en el exterior no es cero, los contagios son muchísimo menos frecuentes y la posibilidad de hacer actividades fuera, como jugar o comprar, disminuye la fatiga de las cuarentenas y trae beneficios a la salud física, mental y socioeconómica. Es más seguro estar en un parque que en un centro comercial, por ejemplo. Esto es una gran oportunidad para países tropicales como El Salvador en donde las temperaturas no son extremas y se puede vivir “el afuera” los 12 meses del año.

En otras palabras, se necesita más espacio público en las ciudades para poder sobrellevar el virus. Sin embargo, aunque tener muchos lugares como el Parque Cuscatlán es un hermoso sueño, la realidad es que las urbes salvadoreñas cuentan con pocos espacios así. En el Área Metropolitana de San Salvador, el promedio de espacio público por habitante es de 3.3 metros cuadrados (según el Observatorio Metropolitano de la OPAMSS, 2015), a pesar de que la recomendación internacional es de 10 metros cuadrados por habitante. Más de la mitad de los municipios de esta ciudad cuentan con menos de dos metros cuadrados de espacio público por habitante. Al evaluar estos números con base en la calidad de los espacios, la situación se pone todavía más grave.

Entonces, ¿qué hacer? Se necesita un espacio abierto para el inmediato plazo y, aunque se podrían proponer áreas abiertas fuera de la ciudad, lo mejor es contar con lugares dentro de los mismos barrios, especialmente aquellos densamente poblados en donde no necesite recorrer largas distancias.

Con muchas aristas que abordar, el renovado Parque Cuscatlán detona algunos insumos a discutir. Después de meses cerrado, este parque metropolitano se reabrió el 5 de octubre y desde entonces llega en los fines de semana a su capacidad máxima aceptada (reducido a 2000 visitantes con las nuevas disposiciones). Sin embargo, más importante que los números es resaltar que la gente hace fila para entrar, se somete gustosamente a los controles en un 90 % de los casos y llegan más temprano que lo habitual prepandemia para disfrutar el parque ahora que la programación es muy escasa. Todo esto nos demuestra que las personas requieren de estos espacios, y que sí están dispuestos a seguir los protocolos. Había necesidad de salir a respirar árboles, a caminar, a encontrarse. Al fin y al cabo estos también son derechos.

Todos tenemos más acceso a calles, estacionamientos, pasajes o aceras, que a parques y áreas verdes. El ciclo de consultas a más de 100 personas provenientes de diversos grupos de la población para la Actualización de la Política Metropolitana de Espacios Públicos del AMSS, realizado a finales de 2019 e inicios de 2020, confirmó que las calles son el lugar de encuentro por excelencia en la ciudad. En el contexto salvadoreño la “calle” privilegia principalmente a los automóviles, pero su verdadero objetivo es dar apoyo a la comunidad en sus necesidades para vivir. Es decir, conectar personas, bienes y servicios.

En otras palabras, las calles, pasajes y otros espacios de movilidad (ahora colonizadas por los automotores) son uno de los activos de grandes extensiones con los que contamos hoy. Más que hacer grandes inversiones en infraestructura, se requiere de la disposición de los gobiernos locales y el viceministerio de Transporte con sus dependientes, CAM y la PNC de tránsito, para adaptar los espacios de carros para las personas. Medidas como adaptar calles en forma de ciclovías, plazas peatonales y mercados itinerantes están siendo implementadas en ciudades alrededor del mundo. Esta adaptación a la “nueva realidad” invita a pensar urbes más enfocadas en las personas que en los vehículos.

Intervenciones mínimas, temporales y de bajo costo requieren más de coordinación que de construcciones costosas. El cierre de ciertas vías por horarios, con uso de conos o macetas, coordinados entre organizaciones vecinales con el CAM o la policía de Tránsito, pueden brindar espacio al aire libre para niñas, niños, ancianos, quienes más tiempo han permanecido encerrados por la pandemia. Restaurantes, tiendas, mercados y bares hacia la calle podrían contener un poco la economía que va de picada. Sacar las clases a los patios, canchas y plazas, en lugar de aferrarse a las aulas entre paredes podrían salvar un poco el derecho a educación en decadencia para quienes no tienen acceso a recibir clases online.

Sé que no es fácil, requiere de permisos, coordinación y otras regulaciones, como horarios, distanciamientos y límites máximos de afluencias que tendrán que ser definidos.

Para quién esté totalmente en contra, puede sopesar una sociedad enferma, ya sea de covid, de depresión u otros padecimientos versus dos horas de juego bajo el sol desinfectante. También podría sopesar una pobreza cada vez más miserable versus la posibilidad de un ingreso mínimo para comprar algún bien básico. Y, así, se pueden discutir pros y contras sobre cada derecho.

Al vivir en el trópico, es natural buscar estar fuera. Mi hijo lo tenía claro antes que yo. Por ahora menciono solo la calle, no obstante hay más espacios públicos en desuso que podrían ponerse a disposición. El espacio público puede ser una plataforma detonadora de discusiones e ideas que solucionen la crisis pandémica y pospandémica.

Sofía Bonilla es urbanista. Arquitecta por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, Planificadora Urbana por la Universidad Técnica de Dortmund, Alemania. Actualmente es coordinadora del Laboratorio de Espacios públicos de Glasswing International.
Sofía Bonilla es urbanista. Arquitecta por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, Planificadora Urbana por la Universidad Técnica de Dortmund, Alemania. Actualmente es coordinadora del Laboratorio de Espacios públicos de Glasswing International.

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