EF Académico / Memoria histórica

El hombre que acompañó a Farabundo Martí en su último instante

Jacinto Castellanos Rivas, miembro del gabinete del general Martínez y periodista del progresista periódico Patria, fue el destinatario de las últimas palabras de Farabundo Martí, Alfonso Luna y Mario Zapata previo a su fusilamiento. Aunque la desgracia de sus excompañeros le parecía “merecida”, aquel gesto hacia los condenados desató una borrasca entre los intelectuales de la época.


Viernes, 29 de enero de 2021
Miguel Huezo Mixco

A 89 años de los sucesos de 1932 en El Salvador, algunas fuentes primarias no utilizadas revelan una subtrama interesante y hasta ahora no contada: la historia de Jacinto Castellanos Rivas. Este personaje, que formó parte del círculo de intelectuales y periodistas agrupados en torno al progresista diario Patria y se incorporó al Gobierno de Maximiliano Hernández Martínez como secretario personal del general, estuvo presente en la ejecución de Farabundo Martí y los dos dirigentes estudiantiles, Alfonso Luna y Mario Zapata, ocurrida la mañana del 1 de febrero de 1932.

El boletín oficial sobre este evento detalla que los tres hombres, condenados a muerte por los delitos de rebelión y sedición, fueron trasladados en medio de un despliegue de vehículos militares hasta una explanada ubicada en el Cementerio General de San Salvador, donde encararon al pelotón de fusilamiento. Acto seguido, el teniente Manuel Velásquez dio la orden de fuego. A las 7 con 15 minutos, un cabo les propinó el tiro de gracia.

Una nota de la redacción del diario Patria de esa fecha, titulada La última voluntad de Martí, revela un detalle no contenido en la comunicación oficial. Dice:

Por voluntad expresa de Martí, a la que se adhirieron Luna y Zapata, estuvo presente en el acto de la ejecución, hasta el último instante, don Jacinto Castellanos Rivas, quien asistió en trance tan duro a los condenados, y a quien dirigieron ellos sus últimas palabras”.

En el crispado ambiente que se vivía después de los alzamientos del 22 de enero, y cuya represión dejó un saldo de miles de muertos, aquel gesto hacia los condenados desató una borrasca. 

¿Qué fue lo que empujó a Castellanos Rivas a acompañar en sus últimos momentos a los tres condenados a muerte? ¿Cómo un hombre de reconocidas credenciales como periodista y escritor independiente llegó a ocupar una posición de tanta confianza en el círculo más próximo del general?

No es posible ofrecer una respuesta categórica a estas preguntas. Por ahora, solo podemos aproximarnos a aquellos sucesos con los materiales de los que se dispone. Un eslabón importante en la cadena de los acontecimientos de aquel año es la carta que nuestro personaje publicó en Patria, dos días después del fusilamiento de Martí (documento 2). Además de la transcripción completa de la mencionada carta, en este texto también se brindan referencias a una cadena de artículos, publicados entre 1931 y 1952, relacionados con la trayectoria de Castellanos Rivas.

Jacinto Castellanos Rivas fue hijo del coronel Mariano Castellanos, gobernador de Cuscatlán en el Gobierno de Martínez, y de Elena Rivas, hija del general José María Rivas, quien murió fusilado en 1890 por órdenes del presidente Antonio Ezeta. Cursó estudios en la Escuela de Cabos y Sargentos. Elocuente declamador y amigo de los principales artistas de la época, también fue parte de la redacción de Patria en 1931.

Jacinto Castellanos Rivas. Retrato a grafito por Valero Lecha (1930). Colección de la familia Mora Castellanos.
Jacinto Castellanos Rivas. Retrato a grafito por Valero Lecha (1930). Colección de la familia Mora Castellanos.

La controversia en torno a su encuentro con los rebeldes no fue la única en la que se vio envuelto. Un año antes había sido blanco de los ataques de una publicación universitaria, donde calificaron como “delictuosa e inmoral” su alineamiento con el recién electo Gobierno de Arturo Araujo (Opinión Estudiantil, 11 de abril de 1931).

A lo largo de las primeras semanas del mes de enero, su nombramiento como secretario particular del presidente Martínez, tras el cuartelazo que derrocó a Arturo Araujo, volvió a colocarlo en el centro del debate público. Por medio de la prensa, sus detractores opinaron que no poseía las cualidades para el puesto y que terminaría convirtiéndose en el censor de prensa del general. El señor Pedro Martínez, un lector insatisfecho, llegó a decir que el futuro censor saldría de las filas de Patria (12 de enero de 1932). Este texto también se reproduce líneas abajo (documento 1). 

Aquel debate aún estaba fresco cuando él mismo confirmó haber reconfortado a Martí, Luna y Zapata. Este gesto volvió a sacudir la opinión pública. Como se lee en su carta, antepuso los sentimientos de amistad y de humanidad por encima de la conveniencia personal. El texto revela, además, que Martínez estuvo enterado de que asistiría a la ejecución.

En el marco de este debate, Patria publicó un manifiesto firmado por 47 periodistas y escritores que apoyaban a Castellanos Rivas (Patria, 11 de febrero de 1932). Entre el nutrido grupo de firmantes se encuentran reconocidos periodistas de la época, como Jorge Pinto y Joaquín Castro Canizales. Entre los literatos sobresalen Salarrué, Miguel Ángel Espino y Arturo Ambrogi. Este último, refinado cronista y compañero de andanzas de Rubén Darío, se convertiría poco después en el censor del gobierno militar. Ambrogi no era un primerizo en esas lides: había desempeñado esa misma posición diez años atrás, durante la presidencia de Jorge Meléndez.

De la lectura de su carta se deduce que Castellanos Rivas tenía en elevado concepto al general. Las relaciones entre ellos venían desde tiempo atrás. Nuestro personaje fue alumno de Martínez en la mencionada Escuela de Cabos y Sargentos; por el lado familiar, su padre fue un coronel que gozó de la confianza de Martínez.

Cuando todo indicaba que Araujo ganaría las votaciones, y comenzaron a circular rumores de que los militares impedirían su triunfo, Castellanos Rivas hizo pública la existencia y el ideario de un grupo de influyentes militares, a los que él consideraba comprometidos a respetar los resultados del proceso electoral. “Yo conozco, uno por uno a los hombres responsables de que así sea […]. Hay […] que ayudarles en lo futuro, mientras se mantengan limpios como ahora, con todas las posibilidades: desde el corazón hasta el puño”, escribió (Patria, 16 de enero de 1931).

La profecía de Martí

El encuentro de Castellanos Rivas con los condenados del 1 de febrero ha generado una serie de versiones sobre lo que ocurrió esa mañana. Una de las más difundidas sostiene que, minutos antes de ser pasado por las armas, Martí le habría dicho a Castellanos Rivas: “tú serás uno de los nuestros”. De ser verdadera, la profecía se cumplió.

Después de servirle por algunos años –en 1933 ocupó la embajada salvadoreña en Bruselas– Castellanos Rivas terminó distanciándose de Martínez, y, en una fecha que aún no ha sido posible establecer, se unió al Partido Comunista de El Salvador (PCS). Según Domingo Santacruz, quien fue miembro del Comité Central del PCS entre 1970 y 1995, Castellanos Rivas también formó parte de la dirección del partido a partir de los años 50.

Como ha escrito su sobrino Horacio Castellanos Moya, vivió “a salto de mata entre la cárcel y el exilio”. Algo de esa vida de hombre errante “por tierras extrañas, mal recomendado, careciendo de toda documentación, que se le niega, o sujeto a la que se le impone, padeciendo arbitraria persecución aún más allá de las fronteras patrias”, está recogido en su artículo Aquí estoy, que publicó a su regreso a El Salvador (Repertorio Americano No. 1142, septiembre de 1952).

De acuerdo con el testimonio de Patricia Mora, su nieta, después del triunfo de la guerrilla de Fidel Castro, voló a Cuba y se instaló en el Hotel Nacional. En enero de 1961, Roque Dalton le escribió a su madre desde México contándole que se marchaba a La Habana, donde se encontraría con Castellanos Rivas. Su regreso a El Salvador de manera definitiva se produjo alrededor de 1970.

Aquejado por un cáncer de pulmón, este personaje de novela decidió poner fin a su vida en diciembre de 1973, dándose un tiro.

Documento 1

Otra Carta Interesante del Sr. Pedro Martínez

A la que contestaremos oportunamente con mayor amplitud

San Salvador enero 9 de 1932

Señor Director de

Muy señor mío:

Su a mi carta sobre el Mensaje a los candidatos, no me satisface. Si los candidatos son figuras, que no se rinden más q’ con Ia muerte, por qué se les pide que declaren públicamente si se adhieren o no?

Pienso que no ganarían ni perderían nada, el gobierno y la República, con la adhesión o no adhesión de tales figuras, amigas de prometer en público y de que les prometan en privado.

Hace algún tiempo, cuando Castellanos Rivas nos regalaba con sus “Compases de espera”, leí en “Patria” algo que debo relacionar con la anterior. Leí entonces en el diario de mi predilección, que no se debía tomar en cuenta a quienes nada merecen, si no era para castigarlos o perdonarlos.

También, desde antes que usted escribiera su nota, ciudadanos del Alto Comando Civil y Militar, dicen lo que harán oportunamente con dichas figuras. De manera que su nota les ha regocijado grandemente.

Largo quisiera escribir sobre esa nota, en la cual usted califica mi carta de mal intencionada, sin fijarse en que yo hablo como usted y como  la mayoría de los hombres.

¿La intervención? Esta vendrá como consecuencia de la ambición marcial de los hombres del Poder, secundados por los adeptos ciegos e hipócritas. Ah! Cuánta falta hacen en este mundo más hombres como Jacinto Castellanos Rivas!

Para terminar, quiere que le diga lo que me grita una voz que viene de la Presidencia Normal? Voz que no me abandona ni un sólo instante: El futuro censor de la prensa—me dice la voz—saldrá de entre vosotros.

Y después de todo, señor Guerra Trigueros, un franco apretón de manos.

Pedro Martínez

Nota a redacción—Vemos, señor Pedro Martínez, que a usted le resulta cuesta arriba eso de creer en nuestra sinceridad y absoluta independencia. Que tal actitud obedece a perjuicio en contra nuestra, nos parece evidente: ya que nada en nuestra labor periodística ha podido justificarla, fuera del apoyo que hemos creído necesario prestar por el momento al Gobierno del General Martínez; por otra parte, su actitud nos parece bastante contradictoria y caprichosa, puesto que sigue creyendo en la honradez de una de los nuestros,--Castellanos Rivas—a pesar de ser él ahora una de los que usted llama “hombres del Poder”…

 

Documento 2

Jacinto Castellanos explica cómo y por qué acompañó en sus últimos momentos a Martí, Luna y Zapata

San Salvador, 3 de febrero de 1932

Al Sr. don Alberto Guerra Trigueros

Director de PATRIA,

Ciudad.

 

Compañero:

Vengo en súplica de un favor que Ud. seguramente querrá hacerme. El siguiente:

Díceres y envenenadas conjeturas me están perjudicando porque yo, compañero de colegio de Martí y compañero en sanas luchas periodísticas de Luna y Zapata, accedí a acompañarlos personalmente durante los últimos instantes de su vida.

Si la crueldad y la incomprensión de las gentes se limitaran a reprobar que yo haya puesto los sentimientos de amistad y de humanidad sobre toda personal conveniencia, mi única respuesta sería el silencio; pero es el caso que están llegando a proyectar sobre mí las sombras de dudas que me dañan mucho y que no merezco ni admito.

Nada me hace falta explicar a mi único Jefe, el señor Presidente de la República, respecto a mi verdadera actuación y sola intención: el Gral. Martínez es uno de los hombres más ecuánimes y más bien intencionados que he conocido, y por algo me honra él con su confianza; además, tuvo conocimiento anticipado de que yo asistiría a la ejecución como lo hice. Nada me interesan tampoco los empeños de grupo, y ningún trabajo he de tomarme en serles grato. Pero queda el resto. Ud. sabrá de qué se trata.

¿Quiere Ud., compañero, referirse a esto como lo juzgue claro y honrado entendimiento, o al menos publicar esta carta; pero que sea hoy mismo? Recuerde Ud., para ello, como siento, pienso y quiero habitualmente, y reflexione un momento sobre si un hombre de mi condición, por “a” o por “b” podía negar a unos amigos en desgracia —por merecida que tal desgracia haya sido— el pobre favor de estrecharles la mano un minuto, tras haberles ofrecido una palabra de alivio en el momento en que nadie quería recordarlas vínculos amistosos.

Mucho ha de agradecérselo a Ud. su viejo amigo y compañero.

J. Castellanos Rivas


*Miguel Huezo Mixco es escritor salvadoreño.

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