El Salvador / Transparencia

El Zonte, academia de bitcóin

A falta de explicaciones oficiales, cientos de salvadoreños han acudido al cantón turístico El Zonte en búsqueda de respuestas. Una chica de 19 años ha despachado más explicaciones sobre el funcionamiento de la criptomoneda que todos los funcionarios de Gobierno juntos, al menos en español. Desde que un grupo de promotores del bitcóin regaló monedas virtuales, los habitantes del cantón comenzaron a posicionarse en torno a su uso. El origen del dinero repartido se conserva en celoso secreto. 


Domingo, 13 de junio de 2021
Carlos Martínez

Desde que el presidente Nayib Bukele anunció que El Salvador convertiría en circulante oficial la criptomoneda bitcóin, a Jéssica no le alcanza el tiempo. Se le hacen tumultos en la oficinita, y ella pide refuerzos para conseguir atender a los contingentes de periodistas y a los cientos que se pasan por ahí intentando sacar algo en limpio.

A falta de una oficina gubernamental que aclare dudas, El Zonte, el cantón turístico del municipio de Chiltiupán, se ha convertido en la capital de las respuestas: antes de que Bukele sorprendiera al mundo con su última ocurrencia, se sabía que en El Zonte circulaba ya el bitcóin y que se podía contratar una clase de surf o comprar una minuta con esa moneda rara. Era parte del paisaje, era pintoresco y era irrelevante. Hasta el anuncio presidencial.

El cantón El Zonte, en el municipio de Chiltiupán, departamento de La Libertad, fue la primera localidad en experimentar con el uso más o menos generalizado del bitcóin. Cientos de salvadoreños acuden a esta localidad turística en búsqueda de explicaciones sobre el uso de la criptomoneda. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 
El cantón El Zonte, en el municipio de Chiltiupán, departamento de La Libertad, fue la primera localidad en experimentar con el uso más o menos generalizado del bitcóin. Cientos de salvadoreños acuden a esta localidad turística en búsqueda de explicaciones sobre el uso de la criptomoneda. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 

El Gobierno no ha sido muy abundante en detalles, a pesar de que Bukele ha hablado mucho, muchísimo más sobre el tema en inglés que en español. De hecho, El Salvador –el país que gobierna– no se enteró a través de un mensaje a la nación, sino a través de la participación del presidente en una conferencia en inglés que Bukele ofreció para un público de extranjeros en Miami. Y  como va quedando claro, el presidente salvadoreño no es del tipo que se anda pensando mucho las cosas, es más bien, digamos, un hombre de acción, así que dos días y medio después de aquella participación en Miami, sus diputados ya aprobaban una ley de tres páginas, en la que se anunciaba que será obligatorio recibir bitcoines, salvo –dice la ley– para “quienes por hecho notorio y de manera evidente no tengan acceso a las tecnologías que permitan ejecutar transacciones en bitcóin'. O sea, traducido a la jerga local, a quienes se les eche de ver que no tienen teléfono celular inteligente o dinero para comprar saldo. Así de técnica es la ley. Mientras se aprobaba, el presidente sostenía otra reunión –en inglés, claro– con inversionistas de criptomonedas.

Así, en un parpadear, hubo otra moneda en curso en El Salvador. Fue tan rápido, que batió los récords de arrebato de la ley que dolarizó al país en 2001, sobre la que hay consenso que fue una medida muy poco debatida, pero al menos fue anunciada por el presidente Francisco Flores en español y tardó ocho días entre el anuncio y la aprobación de la ley, amén del hecho de que es más fácil explicar el uso del dólar que del bitcóin, entre otras cosas porque tiene una apariencia física.

Así que la oficinita de Jéssica en el Zonte se convirtió en un pandemonio de la noche a la mañana: el domingo 6 de junio, un día después de que Bukele hiciera el anuncio para su auditorio en Miami, aquel cuartito, –en el que hay un cajero que vende y recibe bitcoines, un perchero con unas camisas para surfear, unos dulces artesanales y unas pulseras a la venta– cobró una vida inusual, y así siguió el resto de la semana. Yo la visité por primera vez el jueves 10 de junio.

Estaba Jéssica, con mascarilla quirúrgica, vendiéndole unos bitcoines a dos señores y explicándoles cómo es la jugada, cuando pasó una vecina, que le apachó un ojo y le gritó desde la calle: “¡Famosa!”. Y la otra apenas tuvo tiempo de sonreír. Es una chica de 19 años, con unos astutos ojillos achinados, que trabajaba como cajera en un café que quebró con la pandemia, y que posteriormente se dedicó a trabajar en oficios domésticos, hasta que los promotores del bitcóin en El Zonte le dieron un curso de capacitación, un escritorio y un trabajo frente al cajero de criptomoneda.

Cuando llega mi turno, Jéssica me explica con paciencia de santo lo que habrá explicado unas 30 veces este día: que el bitcóin es una moneda virtual, que no existe físicamente, que su valor va y viene según la usen las personas, que llegó a costar el equivalente a $64,000 cada una, pero que se derrumbó luego casi a la mitad; que la fracción de un bitcóin se llama satochi, pero que todo mundo le sama “sat”, que cada sat vale un tercio de centavo de dólar, aunque también varía, que para conseguirlos hay que tener, primero, un teléfono celular, luego, acceso a Internet, y por último, una aplicación para administrar los satochis, que esas aplicaciones se llaman carteras, o wallets, como prefiere llamarle, y que la wallet que se usa en El Zonte se llama Bitcoin Beach.

Mientras me peleaba con mi teléfono para descargar la aplicación, llegaron otros dos señores, a lo mismo, y ahí va, erre que erre, Jéssica, desde el principio… Y en cola estaba ya una señora con sus hijos y un youtuber que quería hacerle una entrevista. Esta chica hace a diario, lo que hoy por hoy no hace nadie en el Gobierno: explicar cosas a la gente del común. Entonces, finalmente, tras conseguir obtener la aplicación, compré 30 dolarazos de satoshis, que en realidad fueron 27, porque la oficina cobra el 10% de comisión por vender bitcoines o sus fragmentos. Así que de entrada perdí $3, pero me hice el orgulloso propietario de 73,203 sats, que a las 11:30 de la mañana valían ya $27.03.

Jéssica cobra mensualmente $300, que se los pagan en bitcoines. Ella retira el 75% de su salario en el cajero –que le cobra una comisión del 5% por comprar la criptomoneda– y el resto lo conserva en su billetera electrónica en forma de satoshis. “En dos pagos perdí $50”, dice, producto de la caída del valor de la moneda, pero remonta, con pericia de vendedora: “aunque no puedo decir que he perdido dinero, sino que está en reposo”.

Para las 3:30 de la tarde voy viento en popa: mis satoshis ha ganado dos centavos y el precio es ahora de 27,05. Vamos para arriba.

Jéssica Velis, de 19 años, da una entrevista a un youtuber para explicarle cómo funciona el bitcóin y su uso en el cantón El Zonte. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 
Jéssica Velis, de 19 años, da una entrevista a un youtuber para explicarle cómo funciona el bitcóin y su uso en el cantón El Zonte. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 

Una oportunidad o “la moneda del diablo”

En El Zonte y sus alrededores, hay 31 establecimientos o comerciantes que aceptan bitcóin y que usan la wallet Bitcoin Beach, 14 en el Puerto de La Libertad, 12 en San Salvador, 6 en Sonsonate, uno en La Palma y otro en Usulután.

Aunque el proyecto Bitcoin Beach tiene ya cerca de tres años, en los que comenzaron dando empleo a algunos jóvenes como parte de un proyecto de prevención de violencia y pagándoles en criptomoneda, no fue sino durante 2020, en plena cuarentena por la pandemia de Covid-19, que la cosa terminó de cuajar: los responsables del proyecto, encabezados por un estadounidense muy poco propenso al protagonismo, llamado Mike Peterson, hicieron regulares donaciones de bitcoins a las familias del Zonte y estimularon la permanencia de los jóvenes en las escuelas virtuales a través de un estímulo semanal de $10 en satoshis si permanecían activos en las actividades educativas. La mayor cantidad de usuarios y mayores montos de circulante en bitcoines, alentaron a que cada vez más establecimientos aceptaran esa forma de pago, incluyendo el icónico minutero, cuyo carretón está decorado con el símbolo del bitcóin.

Ahora el Zonte lleva ese símbolo tatuado hasta en los basureros públicos: tiendas, hoteles, restaurantes, anuncian en su fachada que transan con bitcoines. Pero hay una pregunta que nadie sabe responder: ¿de quién es el dinero que se repartió en forma de bitcoines a los pobladores del lugar? ¿Cuál es su origen? Para algunos es un detalle sin importancia, pero para otros no.

“Esa es la moneda del diablo”, me dice la propietaria de un local frente a la playa que se anuncia como bar, restaurante y tienda: “Uno preguntaba: ¿de dónde viene el bitcóin? Y no le respondían. Porque yo no creo que va a venir alguien a regalar su dinero sin esperar nada a cambio. ¿Qué hay detrás? ¿Y si sólo estamos enriqueciendo a los dueños de esto?”, se preguntaba, desde la profundidad de su hamaca, justo cuando apareció su compañero a incorporarse a la tertulia, se sentó sin camisa en una silla y se puso a hacer cuentas: “Ponele que yo te vendo unas cervezas y resulta que el precio del bitcóin se cae, ¿quién te va a reponer eso? Y si querés ir al cajero, te cobra por darte dólares, o resulta que no tiene. Eso no sirve para negocio, porque es como apostar con el dinero del negocio”. Ambos tienen las ideas bien claras y son rotundos al defenderlas, pero prefieren que no se publiquen sus nombres, ni el de su negocio, porque el tema de la moneda comienza a ponerse espinoso.

En el cantón El Zonte, el símbolo del bitcóin aparece en tiendas, hoteles, restaurantes, carretones de minutas y hasta en los basureros públicos. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 
En el cantón El Zonte, el símbolo del bitcóin aparece en tiendas, hoteles, restaurantes, carretones de minutas y hasta en los basureros públicos. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 

Durante mucho tiempo no fue necesario posicionarse de una forma radical sobre el asunto del bitcóin: simplemente unos los aceptaban y otros no, pero la súbita y tumultuaria atención que El Zonte y su criptomoneda recibieron después del anuncio de Bukele, comienza a abrumar a la comunidad y a crispar las ideas. Así, comienzan a circular rumores que refuerzan las propias creencias, como por ejemplo, que luego del enorme desplome que tuvo el bitcóin en abril, hay quienes perdieron hasta $800 de un solo porrazo. Entre ellos, se dice, Manolo Palma.

Por cierto, para las 5:37 de la tarde, mis satoshis seguían a la alza, alcanzando los $27,10: iba de centavo a centavo para arriba, pero a los tres segundos se me desplomó la inversión dos centavos, aunque se recuperó al segundo siguiente hasta alcanzar los $27,12. Sigo en alza.

Manolo Palma es un muchacho robusto, con la apariencia de un bebé gigante y muy dispuesto a platicar. Él tampoco sabe de dónde vino el dinero de los primeros bitcoines, pero a él le importa un bledo. Su familia alquila unas modestas habitaciones, él regenta una tienda y su madre –bastante menos amiga de regalar palabras a los extraños– tiene una pupusería. Todos aceptan bitcóins. Manolo admite que perdió dinero, pero ni fueron $800, ni fue el dinero de su inversión, sino el de su ganancia: a finales del año pasado, tenía $600 invertidos en satoshis, cuando de pronto la moneda subió como la espuma, y sus $600 se le hicieron $1,300, pero luego, en abril, cayó de golpe y llegó a 900. Pero tiene buenos argumentos para seguir creyendo: “Mire ese freezer”, me dice, y miro el freezer, “ese salió de pura ganancia”, me dice, orgulloso. Y no bastándole con ese, tiene otro para los productos de su madre. Así que Manolo tiene dos congeladores para probar que su decisión fue la correcta.

Manolo, que está muy ducho en el funcionamiento de la criptomoneda, cree que la decisión del presidente Bukele puede marcar un buen repunte para el valor de los satoshis y tal vez sea un buen momento para tener bitcoines.

Pero su madre, que se ha tomado el día libre y nos mira de reojo desde una hamaca, no es muy de apostar su dinero a los vaivenes de los sats, así que por las noches, luego de echar unas pupusas muy solicitadas, le pide a su hijo que le pase su ganancia en bitcoines a otra aplicación, que se llama Strike: esta es una especie de monedero electrónico, compatible con las wallets de bitcóin, incluyendo Bitcoin Beach, donde los dólares se guardan en dólares y no fluctúan. Así que la señora no deja nada a la suerte, o a las decisiones de los chinos o de los millonarios del mundo: “El problema –me explica Manolo– fue que Elon Musk dijo que Tesla, que es su empresa, ya no iba a aceptar bitcóin como pago por sus carros y entonces se desplomó este bolado”. Y sí se desplomó el bolado, igual que mis satoshis: un día después de comprarlos, mis $27 se me hicieron $26 y fracción y no hay modo de que levanten cabeza.

Manolo Palma regenta uno de los 31 comercios que aceptan bitcóin en el cantón El Zonte. Manolo es un fiel creyente en la criptomoneda. Con las ganancias que la criptomoneda la produjo, compró dos congeladores. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 
Manolo Palma regenta uno de los 31 comercios que aceptan bitcóin en el cantón El Zonte. Manolo es un fiel creyente en la criptomoneda. Con las ganancias que la criptomoneda la produjo, compró dos congeladores. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 

“No te puedo hablar de eso”

Un día después de conocerla, paso nuevamente a echarle una mirada Jéssica y tal cual: está a dos manos posando para unas fotos y explicando desde el principio el misterio del bitcóin a un grupo de personas, solo que esta vez ha recibido refuerzos de un muchacho quizá igual de joven que ella, que va descalzo y que está haciendo una maravillosa exposición a un grupo de señores. Pero esa oficina no es el lugar de las decisiones.

Hope House, o Casa Esperanza, es un coqueto edificio de dos plantas y grandes ventanales polarizados en pleno cantón. Ahí tiene su oficina Jorge Valenzuela, que es la mano derecha de Mark Peterson y el que lidera el proyecto de Bitcoin Beach en el día a día. Hope House y Bitcoin Beach son dos caras de la misma moneda: los bitcoines son los principales contribuyentes para la obra que hace Hope House, o al menos eso dice su página web. Se trata de un proyecto social, vinculado en sus orígenes a la religión cristiana evangélica, fundado por Peterson y con vínculos en apariencia inseparables del proyecto de promoción de la criptomoneda. Se enfocan en estimular la educación de los chicos locales y de formarlos “en valores”, siempre según su página oficial.

Cuando llego hay varios muchachos reunidos y alguien me indica que Jorge Valenzuela está en la oficina de la segunda planta, así que voy y toco el vidrio polarizado y aparece un joven, entre molesto y ofuscado que se presentó como el jefe de comunicaciones de Hope House: “No vamos a decir nada, Jorge no va a hablar y hemos decidido no decir nada, no por nada malo, sino porque una palabrita mal dicha puede causarnos un problema”. Y fue inamovible.

Hope House es una organización con fines sociales que apoya a los jovenes del cantón El Zonte en sus estudios. Su principal financista es el proyecto de bitcóin, aunque el origen de los fondos es conservado en secreto. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 
Hope House es una organización con fines sociales que apoya a los jovenes del cantón El Zonte en sus estudios. Su principal financista es el proyecto de bitcóin, aunque el origen de los fondos es conservado en secreto. Foto de El Faro: Carlos Martínez. 

Una colega llegó con su micrófono y un camarógrafo a hacer lo mismo y el joven tuvo a bien acompañarla hasta la calle, donde le repitió lo que me había dicho a mí, casi palabra por palabra. Entonces nos sugirió que buscáramos su página web.

– ¿Y en esa página explica el origen de los fondos de los bitcoines que se regalaron? – pregunté.
– No, de eso no vas a encontrar nada, no te puedo hablar de eso.
– ¿Y cuál es su nombre?
– Eso tampoco te lo puedo decir.
– Hombre, se supone que usted es el jefe de comunicaciones ¿Y no nos puede decir ni su nombre?

Luego de pensárselo unos segundos: “Luis Morales”. Y esa fue la información más contundente que nos dio. Acto seguido, cerraron los portones de Hope House.

Mientras otros desconcertados inversionistas, como yo, siguen y siguen llegando y Jéssica reparte explicaciones como una metralleta, yo he visto caer mis tristes satochis, esta noche de sábado 12 de junio, hasta los $26,13. A lo tonto he perdido casi $4 desde que le entregué a Jessica tres billetes de diez. Pero intentaré verlo, como me enseñó ella, no como una pérdida sino como una ganancia en reposo, quien quita mi inversión dé el campanazo, como cree Manolo, y consigo comprarme un freezer como el de él. 

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