Centroamérica / Política

El intervencionismo, una constante en Centroamérica

España, México, Inglaterra y Estados Unidos fueron las potencias que disputaron dominio e influencia en la región entre el siglo XV y el XIX. Su posición y características geográficas convirtieron a Centroamérica en el centro de las pretensiones injerencistas de estos países. Los Estados eran tan débiles que no tuvieron como evitarlo: Nicaragua fue invadida por filibusteros y el Puerto de La Unión en El Salvador fue bloqueado con la sola orden del cónsul inglés por el impago de préstamos.


Martes, 21 de diciembre de 2021
Carlos Gregorio López Bernal

La historia de Centroamérica desde el siglo XV se ha caracterizado por la injerencia de potencias extranjeras. Dicho intervencionismo estuvo determinado por la condición de istmo y las posibilidades de construir un paso interoceánico. España, México, Inglaterra y los Estados Unidos fueron las potencias que disputaron dominio e influencia en la región. A lo largo del siglo XIX fue evidente la debilidad de los Estados centroamericanos para enfrentar esas pretensiones. Tan débiles eran que una banda de filibusteros se apoderó de Nicaragua. Después fue evidente la penetración del capital exterior, de la mano de la deuda externa, los ferrocarriles y las compañías bananeras.

Desde los años del descubrimiento, la región que hoy se conoce como Centroamérica adquirió importancia por su posición y características geográficas. Los españoles buscaban ansiosamente un paso marítimo o fluvial para pasar al Pacífico y llegar a Asia. Premonitoriamente le llamaron “estrecho dudoso”. La duda se disipó en 1513, cuando Balboa descubrió la “Mar del sur” en Panamá. En el siglo XVI los españoles identificaron las seis rutas posibles para un paso interoceánico desde Tehuantepec a Panamá, pero se impuso la ruta del camino de mulas en Panamá desde la década de 1520.

Tan atractiva era Centroamérica por su posición geográfica que en el contexto de la Declaración de Independencia, el recién constituido imperio mexicano de Agustín de Iturbide intentó agregarla a sus territorios. México abarcaba entonces los extensos territorios del virreinato de la Nueva España, en lo que hoy es el sur de los Estados Unidos. La Capitanía General de Guatemala, en cierto modo, estaba adscrita al virreinato, pero se administraba sin mayor injerencia mexicana. Al anexarse Centroamérica, Iturbide no solo aseguraba sus fronteras sureñas, si no que ganaba el control de una región con alto potencial para un paso interoceánico. Sin embargo, su proyecto imperial fue efímero.

Los planes de construir un canal interoceánico fueron parte de los sueños centroamericanos del periodo federal. Aparentemente, Nicaragua ofrecía las mejores posibilidades: la distancia entre el gran lago Nicaragua desagua en el mar Caribe a través del Río San Juan, y la distancia del lago al océano Pacífico es muy corta. Pero la navegación por el San Juan oponía dificultades insalvables para navíos de cierto calado. Desgraciadamente, Centroamérica solo tenía una posición geográfica privilegiada, pero carecía de recursos económicos y técnicos para realizar una obra de gran envergadura. Por lo que, desde el inicio, quedó claro que el canal solo podría construirse con el concurso de una potencia extranjera. La sola posibilidad de construir un canal convertiría a la región en presa de las ambiciones de las potencias, principalmente Gran Bretaña y Estados Unidos.

Ya para la década de 1830, el Reino Unido había asumido el control del territorio de la Costa de los Mosquitos, en Nicaragua, asumiendo el protectorado del Reino de los Mosquitos, el cual se extendía desde la boca del río San Juan, en Nicaragua, hasta el este del Caribe hondureño. Por años, el rey mosco se coronaba en la Mosquitia, pero iba a Jamaica para ser confirmado por el gobernador inglés. En el marco de las frecuentes guerras y revoluciones, los gobiernos y las facciones en disputa, exigían préstamos forzosos; los cuales afectaban incluso a los extranjeros.

El no pago de esos préstamos dio pie para que el cónsul inglés, Frederic Chatfield, bloqueara varias veces los puertos centroamericanos. El Salvador sufrió el bloqueo del Puerto de La Unión, entonces el de mayor tráfico comercial. Obviamente, el Estado salvadoreño no tenía modo de enfrentar a la marina británica y solo podía denunciar los abusos del inglés. “El gobierno de El Salvador no es fuerte; pero por no serlo, no está privado del derecho de que se le guarde el respeto y dignidad debido a todo gobierno… si en lo sucesivo el Cónsul no usa en sus comunicaciones el decoro y comedimiento que corresponde, omitiré contestarle.” Escribía el ministro general de El Salvador a Chatfield en 1848.

Grabado del puerto de La Unión, que fue bloqueado varias veces por el cónsul inglés Chatfield. Ballou’s Pictorial, 2 de noviembre de 1858.
Grabado del puerto de La Unión, que fue bloqueado varias veces por el cónsul inglés Chatfield. Ballou’s Pictorial, 2 de noviembre de 1858.

En la década de 1840, las disputas entre las dos potencias fueron frecuentes. Para entonces, Gran Bretaña era el mayor imperio y dominaba los mares. Estados Unidos se expandía hacia el sur y el oeste de su masa continental a costa de México y las tribus indígenas, pero aún no se atrevía a expandirse en los mares. No obstante, la doctrina Monroe ya había dejado claro las pretensiones hegemónicas estadounidenses en el continente americano. A pesar de los roces previos, en abril de 1850 se firmó el Tratado Clayton-Bulwer, estableciendo que cualquiera de ellos que construyera el canal permitiría el libre tránsito del otro, y que ambas partes protegerían la ruta contra cualquier amenaza y garantizarían su neutralidad.

Curiosamente, la principal amenaza a la independencia de Centroamérica en el siglo XIX no provino de una potencia extranjera propiamente dicha, sino de una banda de filibusteros liderada por William Walker, consentida por algunas instancias políticas estadounidenses, pero sin contar con el apoyo del Estado como tal. Walker llegó a Nicaragua en junio de 1855 “invitado” por la facción liberal nicaragüense para que les ayudara a derrotar a los conservadores. Pero poco tiempo después tomó el poder e implementó una serie de medidas, entre ellas declarar el inglés idioma oficial y restaurar la esclavitud. Además, dio muestras de querer expandirse al resto de la región, con lo cual consiguió algo inaudito: que los díscolos Estados centroamericanos se unieran contra él con el apoyo de Inglaterra, el decidido concurso de Cornelius Vandervilt, cuya pionera “Compañía del tránsito” había sido descalabrada por Walker, y al final con una discreta colaboración de Estados Unidos. Walker enfrentó a fuerzas militares muy superiores, pero mal coordinadas; los filibusteros contaban con armamento más moderno y un sentido de superioridad cultural. La “guerra nacional” se prolongó hasta el 1 de mayo de 1856, cuando Walker y lo que quedaba de sus tropas se rindieron ante un oficial de la marina estadounidense.

Desde la época de la independencia, los centroamericanos habían visto en los Estados Unidos un modelo a seguir. No es de extrañar que cuando San Salvador fue invadida por las fuerzas imperiales mexicanas, se enviara una delegación a Washington para solicitar la unión al norte, pero la iniciativa no prosperó. En las décadas siguientes, las percepciones cambiaron; los centroamericanos vieron con preocupación cómo los Estados Unidos arrebataron a México buena parte de su territorio. Y aunque el gobierno estadounidense no apoyó abiertamente a Walker en su aventura por Centroamérica, era claro que la opinión pública lo apoyaba, especialmente en los estados sureños.

El águila del norte expandía sus alas hacia el sur y no de forma amistosa. Sin embargo, durante las siguientes décadas, los Estados Unidos no realizaron acciones agresivas en el sur del continente. Tenían mucho que hacer afianzando el control de los vastos territorios conquistados, sanando las heridas de la guerra de secesión, fortaleciendo sus fuerzas de tierra y mar, y redefiniendo las relaciones entre los Estados y las instancias federales. Todos estos procesos consumieron recursos y tiempos, pero para finales del siglo XIX, los Estados Unidos estaba por convertirse en una verdadera potencia. La guerra hispano-estadounidense de 1898, mostró la fuerza de los norteamericanos que apoyaban la independencia de Cuba, pero el conflicto se extendió y España perdió, además de Cuba, las Filipinas, Guam y Puerto Rico. La decadencia española era evidente, pero más aún el ascenso estadounidense.

Cinco años después, los Estados Unidos “independizaron” a Panamá de Colombia, con lo que garantizaban la construcción del canal en Panamá. Su dominio en la ruta se confirmó cuando los franceses abandonaron el proyecto que fue concluido por los estadounidenses en 1913. Para entonces era claro que el poderío de los Estados Unidos eran una amenaza para la América hispana. Rubén Darío lo dejó ver en 1904, cuando escribió su “Oda a Roosevelt” en la cual decía:

 

“eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”.

 

Las palabras de Darío fueron premonitorias. El siglo XX vio el despliegue del intervencionismo de los Estados Unidos en el continente, el cual se agravó después del fin de la Segunda Guerra Mundial en el marco de la Guerra Fría.

La penetración estadounidense en Centroamérica en el siglo XIX también tuvo una dimensión económica, a través del ferrocarril, los enclaves bananeros y la minería. Para la segunda mitad del XIX, todos los países americanos aspiraban a tener un ferrocarril. Era el símbolo más elocuente del progreso. Como no se tenían recursos técnicos y económicos para construirlos, se negociaron generosas concesiones con individuos y empresas extranjeros. Minor Keith era el prototipo del pionero estadounidense dispuesto a hacerse rico arriesgándose más allá de su tierra. Keith llegó a Costa Rica en 1871 para trabajar con su tío en la construcción de un ferrocarril. Solo construyeron 60 millas antes de que la empresa quebrara. Para Keith esta primera empresa no fue un fracaso, pues le abrió la puerta a otro negocio mejor. Sembró banano en las tierras aledañas a la vía férrea, así disponía de alguna carga para sacar provecho a la vía férrea en construcción.

En 1884 se negoció el Contrato Soto-Keith, mediante el cual Keith colaboraba para consolidar la deuda externa costarricense, y a la vez se comprometía a construir las 52 millas de ferrocarril que hacían falta para llegar al Valle central desde Limón. El Estado le cedía 333 333 hectáreas de tierras vírgenes, sin ningún tipo de gravamen por 20 años. Keith podía importar cualquier material para la construcción y operar el ferrocarril sin pagar ningún impuesto. Luego obtuvo otros contratos similares.

En marzo de 1899, 15 años después, se fundó la United Fruit Company (UFCO), de la cual Keith fue vicepresidente hasta 1921. Ya para entonces los tentáculos de las bananeras se habían extendido a Honduras y Guatemala, reproduciendo el trinomio concesiones, ferrocarril, banano. Como los Estados de estos últimos países eran más débiles que en Costa Rica, los abusos de las bananeras se multiplicaron, llegando a poner y quitar gobiernos según su conveniencia. Los enclaves bananeros incorporaron a la costa caribeña a la actividad productiva. Por ser un espacio poco poblado fue necesario llevar mano de obra desde los centros poblacionales del sur e incluso importarla desde el Caribe, aumentando la presencia de afrodescendientes en la región centroamericana. De los Estados Unidos llegaban los administradores y alguna mano de obra calificada para operar los ferrocarriles, plantas de energía eléctrica. Los pueblos bananeros se volvieron así un “crisol de razas”, pero los Estados centroamericanos recibieron pocos beneficios económicos, ya que los enclaves nunca se integraron a las economías nacionales.

El Salvador no tuvo plantaciones bananeras, su ubicación en la costa Pacífica y la pequeñez territorial lo hacían poco atractivo para el pulpo frutero. Por mucho tiempo en El Salvador se explicó esta situación en términos nacionalistas. La elite salvadoreña se aseguró el control de la economía nacional y no permitió la penetración de capital extranjero. En realidad, Minor Keith sí penetró la economía salvadoreña y lo hizo a través de un préstamo bancario negociado en condiciones abusivas. Keith visitó El Salvador en 1921 y se reunió con el presidente Jorge Meléndez, quien enfrentaba una seria crisis económica. Tan hábil hombre de negocios era Keith y tan inepto y necesitado el presidente salvadoreño, que se designó a René Keilhauer, empleado de Keith, como representante de los intereses salvadoreños en la negociación del contrato. Keith logró además la aprobación por parte de la Asamblea de un contrato por $43 000 con la IRCA (compañía suya) para construir un puente sobre el río Lempa. Obviamente, Keilhauer cuidó más los intereses de su patrón que los de El Salvador.

El 12 de julio de 1922 se firmó el contrato del préstamo por 16.5 millones de dólares que se destinarían al pago de la deuda externa con Gran Bretaña y otros créditos pendientes; otra parte se dedicaría a pagar la deuda interna y subsidios a la IRCA. Como garantía, El Salvador comprometió el 70 % de los ingresos aduaneros y aceptaba la presencia de un agente fiscal estadounidense que vigilaría el cumplimiento de lo pactado. Este último punto causó amplio rechazo entre los sectores populares salvadoreños, que para entonces ya tenían posiciones antiimperialistas.

Desde el descubrimiento, Centroamérica se perfiló como un espacio geográfico estratégico importante, en tanto que reunía condiciones para un futuro paso interoceánico. Esa condición la puso en la mira de las potencias extranjeras, situación que se agravó en el siglo XIX cuando las posibilidades de construir un canal aumentaron. Pero el intervencionismo del siglo XIX se definió por la cuestión canalera y no tanto en la injerencia en la política interna, como sí ocurriría en el siglo XX.


*Carlos Gregorio López Bernal es docente-investigador de la Licenciatura en Historia, de la Universidad de El Salvador y  Doctor en Historia por la Universidad de Costa Rica. Investiga sobre historia política y cultural de El Salvador, siglos XIX y XX.


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