Ricardo Valencia
El presidente Nayib Bukele ha emprendido su camino de visitas de Estado a destinos como Rusia, Turquía, Emiratos Árabes Unidos y Francia. En Francia, Bukele se reuniría con representantes de la casa Rothschild, conocidos por su inmensa riqueza e influencia en Europa. Esto coincide con las constantes odas del mandatario a China, a quien ha llamado verdadera amiga de El Salvador. Esta gira podría traerle un par de financistas para sus proyectos de infraestructura, de inteligencia o militares. Pero de eso a rearticular la economía salvadoreña lejos de Estados Unidos –con quien el país tiene una relación profunda y dependiente– hay mucho trecho. Para eso, Bukele tendría que ser un disciplinado tecnócrata con visión de largo plazo. No lo es.
Una de la más poderosas lógicas de la gira es vender a las élites económicas y políticas, y a la población dentro de El Salvador, de que hay alternativas a Estados Unidos. Fuera de las fronteras hay poco que Bukele pueda hacer para mejorar la imagen del autócrata que maneja las finanzas públicas con los pies. Sin embargo, dentro de El Salvador, existe todavía la esperanza –que se va deteriorando con el tiempo– de que el presidente tiene un as bajo la manga con sus “amistades” en Turquía, Rusia y China. Esta narrativa se alimenta de la construcción de la nueva Biblioteca Nacional y un estadio de fútbol con el favor de China. Su equipo de relaciones públicas trata de inflar su imagen de líder mundial entre sus más recientes seguidores: los fanáticos del Bitcoin, muchos provenientes de Estados Unidos. La reunión de Bukele con el presidente turco Recep Erdogan –quien ha erosionado la separación de poderes y la libertad de expresión en ese país– demuestra que las ópticas presidenciales son de cortísimo plazo: reforzar al Ejército con nuevos pertrechos militares y aeronaves.
Lamentablemente para Bukele, la relación económica, cultural y social entre El Salvador y Estados Unidos es profunda. La gran mayoría de migrantes salvadoreños en el mundo viven en Estados Unidos, la economía y el sistema financiero están imbricados el sistema financiero de Estados Unidos, las remesas provenientes de Estados Unidos mantienen a flote a la economía salvadoreña, las exportaciones de El Salvador llegan a Estados Unidos sin aranceles por un Tratado de Libre Comercio con esa nación. Y no hace falta ver un mapa para dimensionar que Texas está más cerca de San Salvador que Beijing, Moscú y Dubái. Además de esto, El Salvador y Estados Unidos comparten preocupaciones de seguridad, como el tema de las pandillas transnacionales y el narcotráfico.
Bukele está sumergido en una burbuja de resentimiento e irracionalidad contra Estados Unidos, producto de los llamados de atención y sanciones recibidas en el último año. La tensión, además, empieza a desgastar su popularidad en El Salvador. La última encuesta del IUDOP deja claro que al 55 % de la población le preocupa mucho la tensión con EE. UU. A otro 18.7 % le preocupa algo. Esto es más relevante cuando la misma encuesta deja claro que la popularidad del presidente va en picada desde su toma de posesión en junio de 2019. De una nota de 8.37 en diciembre de 2020 cayó a una de 7.54 en diciembre de 2021. Los diputados oficialistas también son impopulares y su estrategia estrella en economía, el Bitcoin, también lo es y por mucho.
La manera poco convencional de manejar las relaciones exteriores y la economía de uno de los países más pobres del hemisferio podría agravarse para Bukele. La firma calificadora de riesgo crediticio Moody’s cree que El Salvador no podrá pagar su deuda en bonos internacionales de la manera en que lo ha hecho y pedirá reestructurar su deuda.
Sin embargo, el talón de Aquiles del régimen de Bukele es la negativa de extraditar un pandillero pedido en Estados Unido por actividades terroristas. Esto podría arrastrar su impopularidad no solo con el gobierno del presidente de Joe Biden, sino con muchos republicanos que se han quedado mudos en el pasado por no percibir un incentivo político por criticar a Bukele, aunque no aprueben su manera de hacer política. La fuerza de tarea conjunta del Departamento de Justicia –creada en los tiempos del presidente Donald Trump– prepara procesos judiciales contra al menos dos de los funcionarios de Bukele: el viceministro de Seguridad Osiris Luna y el director de Tejido Social Carlos Marroquín, por negociaciones con pandillas. Además, las anomalías de la Chivo Wallet están en la mira de entes federales estadounidenses y el Gobierno de Biden prepara una ofensiva para regular el Bitcoin y otras criptomonedas a través de decretos ejecutivos y nueva legislación. Esto ofrecería garantías para quienes quieran retirar su dinero, pero deshace el esquema que permite la creación de stablecoins sin respaldo de una moneda legal.
Ante este panorama gris, Bukele responde con lo único que conoce: propaganda. Y ahora está tratando de construir un club de amigos imaginarios. Su nueva ofensiva diplomática seguramente incluirá fotos con los presidentes Vladimir Putin y Erdogan. Se puede sentar con empresarios franceses que le ayuden a dar la imagen de que los millones de los plutócratas europeos podrían rescatar a El Salvador. También puede producir videos con subtítulos en inglés de los avances de la biblioteca y de un estadio de fútbol que acogerá a una selección perdedora. Sin embargo, en lo sustantivo, ni a China ni a Rusia ni a Turquía les conviene más que una fotografía con Bukele. Ninguno de esos países quiere volverse el cliente principal de un país como El Salvador, sin recursos y relevancia geopolítica. Bukele no pertenece a ningún club geopolítico. Por tanto, la pataleta termina en polvo y falsas promesas.
Washington, sobra decir, no quitará el dedo del renglón con la extradición de los pandilleros; es un tema de seguridad nacional para Estados Unidos. Si Bukele decide intensificar la tensión entre ambos países, la Casa Blanca podría reforzar sus sanciones a personas en el entorno del presidente. Bukele se ha metido en una espiral sin salida que ya le está costando mucho en el único activo que valora: su popularidad. Las élites económicas y políticas que lo apoyan en El Salvador pronto se darán cuenta de que el grupo de amigos internacionales del presidente es imaginario. No son padrinos ni aliados incondicionales, sino solo invitados para una fotografía. Comen con el presidente y se toman fotos con él. Luego pasan a las cosas que realmente les importan, como las tensiones entre Rusia y Estados Unidos por la posible adición de Ucrania a la OTAN y la guerra civil en Siria.