El Salvador / Desigualdad

'Disculpe las molestias, nos están desapareciendo'

Un grupo de al menos mil mujeres marchó este domingo en protesta por la violencia y las agresiones contra las mujeres, entre ellas el muro burocrático frente a los asesinatos y las desapariciones, y una especie de política pública de minimizar la violencia contra las mujeres. Decir que estamos ahora más seguras es una fantasía. Pero nadie lo anhela tanto como nosotras. Por eso salimos a marchar furiosas. No estamos histéricas, queremos una vida libre de violencia, aunque le pese a los agresores, aunque los jueces no la procuren, aunque algunas diputadas oficialistas crean que es inservible, aunque moleste a cualquiera.


Martes, 8 de marzo de 2022
María Luz Nóchez

Furia. En las calles de San Salvador hay furia. Y mucha. Y no estoy hablando de esa que hace que un conductor muela a golpes a un anciano en medio del tráfico, ni de la que mueve al motorista de transporte público a bajarse de la coaster para golpear al que le atraviesa el carro a plena luz del día. Esta viene de la impotencia, del hartazgo, del deseo profundo de que las cosas cambien de una vez por todas. Aunque a diario haya demostraciones de que es más fácil que ocurra la segunda llegada de Cristo o de que nos visiten los alienígenas –según lo que cada quien crea– a que las cosas cambien. En todo caso, esa indignación es gasolina suficiente para exigir, cada quien desde su trinchera, no solo un futuro mejor, sino un presente digno.

Previo a la marcha, un grupo de manifestantes cantaba la canción
Previo a la marcha, un grupo de manifestantes cantaba la canción 'Sin miedo', frente a la Universidad de El Salvador. La UES fue elegida como punto de partida por las denuncias recientes de la Universidad como defensora de agresores.Foto de El Faro: Víctor Peña. 

Este domingo 6 de marzo, miles de mujeres heterosexuales, lesbianas, bisexuales, transgénero, salieron a tomarse las calles para exigirle a este país, sobre todo, seguridad. Nos manifestamos –yo también lo siento a diario– por el hartazgo de vivir con la condicionante de si vestir de x o y manera las expone a un peligro al que no deberíamos ni siquiera de estar expuestas en  colegios, universidades, lugares de trabajo y, por ridículo que parezca, hasta en la casa. El trayecto elegido esta vez fue corto –apenas 2.2 kilómetros entre la Universidad de El Salvador y el Parque Cuscatlán– pero esta furia no necesita distancias más largas, sino oídos que escuchen sus demandas y acciones que hagan de este país uno menos desigual para sus mujeres.

Como en toda marcha, no faltaron esas consignas que ahora son himnos y que cuando la voz no basta quedan sublimadas en las paredes. Todo empezó con las clásicas que auguran la caída del patriarcado, ese sistema –sí, es un sistema no lo inventamos nosotras– que margina a las mujeres y nos coloca como ciudadanas de segunda categoría. Pero a medio camino, y bajo el incandescente sol de de las 10:30 de la mañana –paliado con carteles que servían de sombra y abanico, y paletas sombrillita– quien tomó uno de los micrófonos decidió dejar la solemnidad y ser más directa: “Que coman mierda los acosadores”. La vocera es miembro de la colectiva Amorales, que ha denunciado casos de acoso en universidades, redes sociales e incluso instituciones gubernamentales. Al unísono, el bloque de la marcha más cercano asintió: “¡Que coman mierda!”

Histéricas, dirán. Pero la furia no se manifiesta tímidamente y mucho menos con eufemismos o en palabras amables. Los hombres lo hacen a diario y son celebrados por no dejarse de nadie. Lo que molesta, al fin y al cabo, es que lo hagan mujeres, porque estamos llamadas al recato, a vernos bien y no expresarnos 'mal'. Pero en este país toca gritar “No sea indiferente, a las niñas las tocan enfrente de la gente” en clara alusión a un magistrado que, casi tres años después, sigue libre. Y para algunas hacerlo conlleva el peso de haber pasado por eso. Hay quienes siguen creyendo que los acosadores, agresores e incitadores de la violencia contra mujeres –a los que en privado yo también he mandado en algún momento a comer mierda– son figuras de cuento de terror que aparecen cuando todo está oscuro. Pero en El Salvador, como en varios otros países de todo el mundo, son diputados, magistrados y hasta presidentes del país. También son académicos respetados en las universidades, estimados maestros en escuelas y colegios, reconocidos conductores de radio, televisión y canales Youtube –para algunos graciosos— y periodistas de todo tipo. Y mientras siga primando el prestigio de todos ellos por sobre los señalamientos de su comportamiento violento, seguirán viviendo con la tranquilidad de que sus actos no tienen ni un solo tipo de consecuencias. Porque aquí romper el silencio, lejos de ser garantía de justicia, acarrea estigma, persecución y, a veces, intimidación. 

Por eso es que a algunas no les basta con salir y gritar que “tiemblen los machistas”. Hay que dejar marcas visibles de esa furia que se multiplica luego como gremlin recién mojado por la rapidez con la que algunos tienen para indignarse por la intervención en las paredes, pero no, por ejemplo, por las desaparecidas. Media vez las latas de pintura en aerosol empezaron a sonar, hubo más cámaras sobre los rostros de las intervencionistas de paredes que las que quedaron para retratar el mensaje. A estas alturas, dos días después, aún hacen ruido los grafitis de “aquí hay pedófilos” plasmados sobre las paredes y portones de dos colegios religiosos, el Guadalupano, otrora excluisivo de mujeres, y el jesuita Externado de San José. La etiqueta y reflexión fácil es reducir a las autoras como 'mancha paredes'.

A mí me sorprendió más enterarme de que son las paredes de un colegio de monjas que el ver la palabra pedófilo escrita sobre ellas. También salí de un colegio de monjas en donde las relaciones profesor-alumna eran secretos a voces. Y no, no son casos aislados. El mismo ministerio de Educación se ha dado por enterado: al menos 125 docentes han sido acusados de violencia sexual en los últimos seis años. Y aún así, el estigma es para las marchantes, consideradas “profanadoras” de la propiedad privada. Por eso me alegró tanto que para evitar que alguien las identificara a partir de las fotos, una valla humana de mujeres corrió a cubrirlas con sus pancartas.

Y aunque hay furia, esta marcha también hubo espacio para risas, música, baile, selfies y abrazos. Porque sí, caminar un trayecto de 2 kilómetros en cualquier parte de El Salvador, sin la mirada vigilante de los hombres y el temor de que algo te pueda ocurrir, es un logro para cualquier mujer, haya o no salido a marchar. Y para que no digan que es una exageración, hubo un hombre –para variar– que puso esta afirmación a prueba. Aún con la calle cerrada y el flujo de marchantes cruzando la intersección de la Roosevelt con la 25 avenida norte, aceleró la marcha de su vehículo y empezó a pitar como quien exige que se le abra el paso. Un empujón más y la anécdota sería distinta. No tomó más de diez segundos de ese exabrupto para que un grupo de mujeres rodearan el vehículo para exigirle respeto.Lo sitiaron por alrededor de cinco minutos al cabo de los cuales optó por retroceder y dar la vuelta. Este espacio, que es tan sagrado y se concreta una vez por año, estaba siendo invadido agresivamente. Y todas, sin excepción, estábamos molestas e indignadas, así hubiéramos sido solo testigas de la valentía de quienes pusieron la voz, el rostro y el cuerpo para defender el espacio.

El deseo recurrente de las marchantes es que ese El Salvador en el que las mujeres estamos más seguras deje de ser una fantasía que solo vive en la cabeza del presidente. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
El deseo recurrente de las marchantes es que ese El Salvador en el que las mujeres estamos más seguras deje de ser una fantasía que solo vive en la cabeza del presidente. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

Esta es la cuarta vez que asisto a una marcha en conmemoración del Día Internacional de la Mujer y, siendo honesta, la furia, lejos de aminorar, no hace más que crecer. A mí, de hecho, me llevó el enojo acumulado por las historias de las niñas y mujeres protagonistas de mis reportajes sobre violencia sexual desde que empecé a cubrir el tema en 2016. La vida se me partió en dos y la indiferencia de ver estas expresiones desde fuera, como si no me afectara, no sobrevivió. Tener un espacio para dejar salir esa furia de manera colectiva hizo grandes cosas con mi salud mental. Pero mi presencia y acompañamiento eventualmente terminó pasándome factura a nivel familiar. En 2021, cuando era hora de bautizar a mi sobrina, mi hermano se sinceró conmigo y me dijo que me había descalificado como candidata a madrina por ser demasiado “radical” y apoyar a las mujeres que “manchan” monumentos. Quería a alguien que no estuviera en los extremos. En aquel momento fue como un golpe de esos que te dejan sin aire. Aún así, todavía me da risa. Supongo que sí, soy una versión más “radical” de la que era mientras crecíamos, pero no soy yo, es el patriarcado. Y cuando una siente que se ahoga hace el escándalo que sea necesario.

Mientras marcho pienso en mis amigas que no pueden marchar, algunas porque tuvieron que irse del país para recuperar la esperanza que este país nos chupa tan fácilmente. Pienso también en que esta vez, por primera vez, estoy con traje y carné de periodista, y recuerdo que la misión era alejarme de la cólera que me habita para retratar la de las demás. Me abstraigo de gritar, pero no quiero ni creo que debería seguirlo haciendo. Porque cuando me han seguido o me han tocado en la calle nadie sabe –ni le importa– que soy periodista. Y los que saben me han acosado de todas formas. Así que no, no le debo concesiones a nadie, no importa si para ver de menos mi trabajo me quieren llamar activista.

Los rostros que he visto sumarse desde que “me convertí” en radical son cada vez más diversos, sobre todo en edad. Las razones, aunque con ciertos matices, al fin y al cabo son las mismas: un sistema desigual que no atiende las peticiones de sus ciudadanas. Desde las mujeres que buscan a sus hijos y cada nueva fosa clandestina que se descubre se convierte en su faro de esperanza hasta la estudiante de profesorado que aspira a convertirse en la maestra de las niñas que nadie va a tocar. Desde las empleadas domésticas que exigen una legislación que les permita tener acceso a prestaciones sociales, como cualquier otro empleado en planilla, hasta la madre de una mujer asesinada por su pareja que lleva años exigiendo justicia. Desde las veteranas que alzan la voz para que no se olviden los hechos de violencia de género durante el conflicto hasta las mujeres trans que no están dispuestas a callarse mientras la Asamblea no legisle de una vez por todas por el derecho a su identidad.

Aunque previo a la marcha hubo voces de mujeres jóvenes que no están de acuerdo con que las mujeres trans sean parte de ella, las mujeres trans iban a la cabeza del grupo cargando una pancarta en la que se leía el lema de la marcha: “Unidas somos más fuertes”. Para Karla Avelar, una de las activistas trans que más ha trabajado por la causa, “la lucha feminista será completa solamente si es trans incluyente”. Sobre todo en un contexto como este en el que el derecho a su identidad podría ser –por fin– una realidad. El pasado 22 de febrero 2022, la Sala de lo Constitucional emitió una resolución en la que ordena a la Asamblea, en un plazo no mayor a un año, reformar la Ley del Nombre para que las personas transgénero y transexuales puedan cambiar el nombre que les fue dado al nacer por el nombre que ha elegido acorde a su identidad de género. No deja de sorprender que un fallo como este venga de una Sala impuesta por el oficialismo. Los mismos diputados que nombraron a esos magistrados engavetaron durante sus primeras semanas el anteproyecto de Ley de Identidad, junto a otras, por considerarlas “obsoletas” y “no responden a la urgencia de nuestra realidad”.

Y aunque los rostros jóvenes son cada vez más la mayoría, hay mujeres para quienes quedarse descansando, pese a su edad, no es opción. En el camino me encontré, por ejemplo, a Ernestina Hernández, de 70 años, quien me dijo que para ella esta marcha era ya una costumbre. “Yo no me la pierdo”, me aseguró, al mismo tiempo que me recalcaba que ella es “una luchadora” desde 1984. “Venimos a exigir que ya no haya más violaciones a niñas y mujeres”, y para hacerlo no se la pensó ni dos veces para subirse a un bus desde Aguilares.  Una marchante veinteañera me dio otras razones distintas a la de Ernestina. Me dijo que para ella marchar era importante para mandar mensajes: “De nada sirve nacer con cariño si voy a terminar en una fosa clandestina”. Nacer con cariño es el programa insigne del Gobierno de atención en salud a las mujeres gestantes. Una medida que, si bien se plantea como una deuda saldada de atención prenatal y posparto, se queda corta de cara a la urgencia con la que distintos organismos internacionales han pedido por años a El Salvador legislar en materia de salud sexual y reproductiva.

El miedo de la veinteañera –que en realidad es el de todas– de aparecer en una fosa clandestina no viene de la autosugestión. El 7 de mayo 2021, El Salvador y el mundo se escandalizaron por el hallazgo de una fosa clandestina en Chalchuapa de la cual se extrajeron 48 cuerpos, en su mayoría de mujeres y niñas. El Gobierno intentó desligarse de su responsabilidad asegurando que los cuerpos respondían a personas desaparecidas previo a 2019, cuando Bukele asumió el poder. Durante todo el año pasado, según la Fiscalía, se recibieron 1828 denuncias de desapariciones, y 638 de esas personas no han aparecido ni con vida ni muertas. El Gobierno, mientras tanto, celebra la baja de homicidios; y de la Asamblea, dominada por su partido, no ha salido ni un solo pronunciamiento ni el gesto mínimo de dedicar un minuto de silencio.

Los cuerpos a esta administración, que asegura tener control del territorio, le siguen brotando de la tierra. La fosa más reciente, la que el mismo ministro de Seguridad asegura que “podría ser la más grande” está en Nuevo Cuscatlán, apenas a unos kilómetros de distancia de la residencia de Bukele, en el municipio donde su fugaz carrera política despegó en 2012. En ella fueron encontrados los cuerpos de la futbolista Jimena Ramírez (22 años), y Karen Guerrero (18 años), aspirante a veterinaria. Las desapariciones ahora ocurren de manera silenciosa, pero sobre las calles en las que fluyó la marcha también desaparecieron, mientras ocurría una marcha estudiantil, mujeres y hombres en los años previos a la guerra. 

Los casos de Jimena y Karen son apenas una muestra de los que mayores reflectores han alcanzado en el último año, y aún así son suficiente para decir que pedirle a las mujeres que se toman las calles que lo hagan despojadas de furia e impotencia. “Traté de ser una feminista alegre, pero estaba muy enojada” se leía en el bordado cuidadosamente hecho a mano por una de las marchantes. Y ese enojo es una manifestación de tener que vivir en el temor de algún día no volver a casa. Y aunque el Gobierno no lo nombre, el problema sí existe. Por eso algunas optaron por ser más directas: “Señor Bukele, disculpe las molestias, nos están desapareciendo”, se leía en una de las cartulinas que más vueltas ha dado en los últimos días en redes sociales. 

La violencia contra las mujeres nunca ha sido una prioridad en las agendas ni los planes de los gobiernos de la posguerra –la ley que nos procura una vida libre de violencia recién entró en vigencia en 2012–, pero la sordera y la ceguera gubernamental nunca habían llegado al nivel de convertir a las feministas en el enemigo público. No hace falta que un presidente avive el odio contra un grupo que desde hace años genera anticuerpos por lo incómodas que para muchos –y también muchas– son sus demandas. Pero Bukele, fiel a su tradición de ver enemigos en todas partes, también ha arremetido contra ellas. Las ha acusado en conferencias de prensa y en Twitter –su canal oficial de comunicación– de apoyar denuncias de manera selectiva y de ser satélites de la oposición. “Ellas no defienden a las mujeres, defienden al FMLN, si no estuvieran contentas de que se han reducido los feminicidios”, dijo el 4 de junio de 2020. Las organizaciones, para esas fechas, lo que hacían era un llamado al Gobierno para pronunciarse por el alza en los feminicidios y las denuncias de violencia intrafamiliar derivada de la cuarentena domiciliar obligatoria. Sobre esto no hubo nada más que silencio. De la misma forma en la que ha habido cuando las mujeres trans son asesinadas.

El bloque de mujeres trans encabezó la marcha en las calles de San Salvador. También se manifestaban por el silencio de la Asamblea Legislativa sobre la Ley de Identidad de Género. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
El bloque de mujeres trans encabezó la marcha en las calles de San Salvador. También se manifestaban por el silencio de la Asamblea Legislativa sobre la Ley de Identidad de Género. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

Su campaña de desprestigio ha escalado a tal nivel que a través de la Fiscalía que ahora controla ha ordenado secuestrar información de proyectos ejecutados por Las Mélidas, acusándolas de ser una “ONG fachada”, pese a la evidencia del trabajo de alfabetización que por años ejecutó en favor de mujeres de escasos recursos.

Ahora, en 2022, aparte de cargar con la promesa inclumplida de hacer de su gabinete “el más paritario de la historia”, sus diputados pretenden deslegitimar una ley que le puso nombre a esas manifestaciones de violencia que a diario enfrentan las mujeres y que por años estuvieron normalizadas y disfrazadas como conflictos entre parejas. Y, lo que es peor, la estocada viene de la mujer que preside la Comisión de la Mujer en la Asamblea Legislativa. 

Durante la última sesión de la Comisión de la Mujer, Marcela Pineda aseguró que “La LEIV es una ley que solo sirve para conseguir fondos de cooperación”, en una clara referencia a las organizaciones feministas que gestionan financiamiento internacional para ejecutar sus proyectos. En una entrevista más tarde, ese mismo día, aseguró que la Ley “No cumple con estándares que la mujer merece. No cumple ningún requisito por el cual fue creada. Esa normativa ya no responde a las necesidades de las mujeres”. Durante la marcha, el colectivo le gritó varias veces “traidora”.

Aunque a estas alturas es desconocido aún el destino que los diputados de Nuevas Ideas darán a la LEIV, sí es posible predecir el resultado del llamado a votar para reformarla o derogarla. Lo que también es predecible es que la calle no dejará de reclamar los abusos de autoridad de este y cualquier gobierno que venga. Las mujeres quieren sustituir el miedo a salir de sus casas por seguridad, pero una realmente palpable, no la que la propaganda vende en redes sociales. 

Cientos de mujeres marcharon sobre la 25 Avenida Norte, en San Salvador, para conmemorar el Día Internacional de la Mujer. Las consignas de denuncia por las mujeres desaparecidas fueron las más recurrentes durante el trayecto. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
Cientos de mujeres marcharon sobre la 25 Avenida Norte, en San Salvador, para conmemorar el Día Internacional de la Mujer. Las consignas de denuncia por las mujeres desaparecidas fueron las más recurrentes durante el trayecto. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

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