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La migración soñada por Alecus

Rosarlin Hernández

Alecus, soñó la migración motivada desde la versión no oficial salvadoreña y con su trabajo nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre quiénes somos y por qué nos vamos.
ElFaro.net / Publicado el 13 de Mayo de 2022

Como suele ocurrir en los sueños, las historias tienen esa mezcla de absurdo y realidad. De acuerdo a la versión oficial, lo absurdo sería irse de un país que acumula logros de “primer mundo” y promete apuestas ambiciosas y prosperas para el futuro. Sin embargo, la realidad es que resulta difícil quedarse e imaginar un futuro civilizado en un país que se enorgullece de poseer las cárceles más grandes de Centroamérica.

Ricardo Clement, mejor conocido como Alecus, soñó la migración motivada desde la versión no oficial salvadoreña y con su trabajo nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre quiénes somos y por qué nos vamos.

Mi diálogo con su exposición Seres que habitan fue íntima, estética e histórica. En lo íntimo su obra me remitió a la infancia, al día en que despedí a mis padres en el aeropuerto de El Salvador. Se fueron una semana después de haber salido de la cárcel para salvar sus vidas. La guerra civil había empezado. Esa fue la primera vez que comprendí que los motivos de viaje de la mayoría de salvadoreños eran el abuso de autoridad, el miedo, la pobreza, el desempleo y la imperiosa necesidad de luchar por cumplir sus sueños en un lugar donde haya trabajo y puedan vivir seguros con sus hijos.

La exposición Seres que habitan, de Alecus, se exhibirá en el Museo de Arte de El Salvador hasta el mes de octubre. Foto cortesía de Giuseppe Dezza.
La exposición Seres que habitan, de Alecus, se exhibirá en el Museo de Arte de El Salvador hasta el mes de octubre. Foto cortesía de Giuseppe Dezza.

Durante el recorrido asocié la experiencia de la migración con ese año que vivimos mi hermano y yo en un pueblo sin alma, tan árido y caluroso, que costaba respirar. Cada día al final de la tarde, me gustaba recoger las flores de mirra que habían caído y soñaba que un pájaro me tomaría del vestido con su pico y me llevaría donde estaban mis padres.

Lo que no sabía de niña es que en el arte eso es posible. Alecus soñó a un grupo de personas intentando subir a un escarabajo, lo dibujó y descubrió que lo más parecido a su sueño eran los migrantes agrupados en barcos, trenes, balsas, buses y caravanas. El resultado es la muestra disponible al público en el Museo de Arte de El Salvador (Marte), un collage de 20 obras que muestran a migrantes subidos en las alas de mariposas, moscas, mantis, langostas e insectos híbridos que, en lugar de alas, tienen latas desechadas de cerveza o Coca Cola.

Alecus nació en México y vino al país para cubrir la guerra civil como camarógrafo de agencias internacionales y, sin planearlo, se quedó. Estudió artes plásticas en México, pero en El Salvador se ha dedicado a la caricatura política. En la caricatura política es riguroso, se basa en hechos reales, debe estar informado, escuchar diferentes voces, tener equilibrio, estudiar al personaje, dibujar, combinar colores. Fuera de ahí, dice sentirse con la total libertad para hacer lo que quiera. Y con esa libertad retrató y asoció las migraciones de los insectos que salen en busca de provisiones con la migración humana que, a pesar de tener la misma intención, debe sortear muros y fronteras para luego ser tratados, en los países de destino, como personas desechables.

El artista explica que a los migrantes se les mira en otros países con cierta ambivalencia utilitaria que oscila entre: “está bien que cortes el jardín, pero no te quedes en mi calle”; “te necesito, pero no quiero verte”.

De la estética de Alecus me impresionó el trabajo meticuloso que dedicó para definir la identidad de cada migrante. A pesar de ser una multitud, el espectador puede distinguir desde un punto de vista aéreo los estados de ánimo, el vestuario y la interacción que va ocurriendo durante el tránsito.

Esta definición de las acciones y los estados de ánimo del grupo de migrantes me pareció similar a la obra titulada La danza de la boda, una pintura al óleo Pieter Bruegel el Viejo (1566) en la que es posible observar el universo de situaciones que ocurren en una fiesta y que tuve la fortuna de observar detenidamente en el museo del Instituto de Artes de Detroit, en Michigan.

Alecus no quería hacer un grupo de personas sin identidad, es por eso que decidió usar rasgos para diferenciarlos, convencido de que cada migrante tiene una historia que contar, tiene, en palabras del autor, un nombre, un apellido, un motivo, un sueño. Los personajes de las obras expuestas en el museo siempre van en tránsito. Para el artista, ser migrante es un viaje permanente y lo compara con la metamorfosis de las mariposas: “cuando un migrante llega a otro lugar cambia su forma de pensar, su comida, su lenguaje, su expresión corporal, se cambia para pertenecer culturalmente, pero siguen siendo la misma persona, sigue teniendo su cultura, sus creencias y sus tradiciones”.

A pesar de vivir en el trópico, donde todo parece lleno de color, Alecus decidió usar el color psicológico del drama humano que vive Centroamérica, recogido en una paleta de colores que varía entre blanco, negro, ocre y rojo tierra. El uso monocromático, ha dicho, es un homenaje al duelo que causa la migración en las familias centroamericanas.

Para mi generación, que vivimos en más de una veintena de casas y en varios países, siguiendo los pasos de nuestros padres, el viaje nunca terminó. Como dice Gloria Dada, una de las mujeres más inteligentes que conozco: “siempre fue más fácil sentirme salvadoreña fuera que dentro del territorio”.