Columnas / Política

Miss Universo en El Salvador, el marketing político en tacones

Cuando lo bello viene servido en un show y auspiciado por un político, debemos también cuestionar sus intenciones y correr el telón para ver la tramoya.

Miércoles, 1 de febrero de 2023
Leonor Carolina Suárez

El cuerpo femenino seduce, la lentejuela hace brillar lo que toca y las plumas engalanan lo que visten. Bien lo saben las reinas de belleza, los publicistas y los marketeros. Tal vez por eso Nayib Bukele pagó millones de dólares para llenar el país de misses en pleno año preelectoral. Ante el terror y la barbarie, es normal que nos aferremos a la belleza como un acto de salvación, pero cuando lo bello viene servido en un show y auspiciado por un político, debemos también cuestionar sus intenciones y correr el telón para ver la tramoya. 

El gobierno de Nayib Bukele ha invertido más de $12 millones para que El Salvador sea la sede del Miss Universo 2023. La información fue publicada solo en tailandés hace unos días en el sitio web de JKN Global Group, actuales dueños de la franquicia. Curiosamente, el mismo sitio web publica otra nota de prensa en inglés donde se elimina el precio de la transacción. Anne Jakrajutatip, la mujer transgénero que adquirió la organización Miss Universe por $20 millones en octubre del año pasado, quiere que se conozca el retorno de su inversión; pero Bukele no. Al menos no todavía.

La belleza –tradicionalmente asociada a lo femenino– es poder. Gracia divina para guiar el camino de salida de la barbarie y espejismo perverso para mover percepciones. Comprar la atención que causan más de 80 mujeres maquilladas y engalanadas desfilando y compitiendo entre plumas y lentejuelas (o en traje de baño) es una conocida estrategia publicitaria: usar la imagen femenina como anzuelo. Lo hacen marcas de todo tipo para vender sus productos o adornar sus negocios: aires acondicionados, bebidas alcohólicas y el mismísimo Donald Trump.

Para anunciar que El Salvador sería la sede del próximo certamen, Bukele dijo que “El Salvador es un país lleno de belleza, tiene las mejores playas del mundo para surfear, imponentes volcanes, exquisito café y ahora se ha convertido en el país más seguro de América Latina”, en un video presentado en la gala 71 de Miss Universo en enero de este año. 

Con ese mensaje, el presidente comunicó que reinas de todas partes del mundo llegarán a El Salvador a finales de 2023 y con ellas un mecanismo de difusión internacional de una lista de productos: 1) las misses, con sus millones de seguidores en redes y otros millones a través de la televisión que viajarán a través de pantallas para ver sus cuerpos y caras; 2) el set donde será montado el show: El Salvador; 3) la dueña de la belleza Anne Jakrajutatip y su mecenas Nayib Bukele; 4) el refuerzo de la narrativa de un país moderno. 

Conozco muy bien las implicaciones del certamen, yo misma concursé en el Miss Venezuela en 2004 y desfilé entre plumas frente a un país que acostumbra a acudir en masa a ese espectáculo. Venezuela es un país de reinas, pero sumido en una crisis profunda a la que las coronas le dan alegría, pero no soluciones. 

Parece un motivo noble aquello de promover la belleza natural (volcanes, playas y café), esa que estaba antes y estará después de los gobernantes para promover una nueva imagen internacional de El Salvador, un país que conocí en 2018. Llegué como productora junto a un equipo y la entonces Miss Universo El Salvador Marisela de Montecristo para documentar la historia de esta cenicienta moderna. Ella, que había tenido una infancia dura marcada por la pobreza, fue la guía por lugares como el volcán de Izalco o el lago de Coatepeque, en donde lo importante era la belleza, no la gestión del Estado.

Yo, que antes de llegar solo asociaba a El Salvador con tatuajes faciales y las maras, partí pensando distinto de aquel país centroamericano golpeado y maltratado históricamente por la violencia. Una miss me mostró la cara amable y bella de esa tierra de fuego y su historia la determinación de su gente. Bukele se ha comprado entonces un excelente evento de mercadeo, pero cuál es el producto real. 

¿Es igual de noble la comunicación de una miss en funciones que las de un político en campaña? No tanto. Le corresponde a la ciudadanía salvadoreña cuestionar si 80 misses impartirán la justicia de una paz contenida con bota militar, si la seguridad en “el país más seguro de América Latina” es sostenible o acaso una bomba de tiempo. Les toca preguntarse si la belleza puede tener otros efectos, como alterar el mercado de las criptomonedas para pagar la deuda. La respuesta lógica sería no, pero en la era del espectáculo y la posverdad, solo los espejismos que crea un buen show pueden ser útiles.

Bukele no es ni será el primer ni único político que intenta mejorar su reputación con la acogida de un evento como Miss Universo, pero sí llama la atención el contexto bajo el cual se decide hacerlo: un régimen de excepción prolongado por casi un año y un creciente cuestionamiento internacional por sus gestos autoritarios. 

Puede que el efecto en la opinión pública nacional dure lo suficiente para tirar para adelante y la foto junto a una nueva “reina universal” le compren el tiempo necesario al político en campaña. La campaña en tacones habrá sido entonces exitosa para conseguir la venta final: el voto. Y el fin último: la entronización del poder. Las consecuencias a largo plazo de las medidas de un gobierno, y no del mercadeo de las mismas, las tendrá que esperar y vivir el pueblo salvadoreño después de las elecciones.

*Leonor Carolina Suárez es abogada y máster en Comunicaciones de University of Florida. Cuenta con más de diez años de experiencia en periodismo digital y producción audiovisual.

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