Ante la debacle de ARENA, con sus divisiones, insultos, acusaciones, golpes bajos, surge la pregunta inevitable: ¿En manos de quién hemos estado todos estos años? No es para menos. El partido que gobernó el país por dos décadas, se está pulverizando, para utilizar un calificativo que encaja como anillo al dedo.
Ahora resulta que los campeones de la democracia, los bastiones de la libertad, los comprometidos con los pobres y los abanderados de la honestidad, están destruyendo los todavía débiles cimientos de un sistema que ha costado tanta sangre y cediendo graciosamente terreno a los que ellos mismos llaman antisistema; mientras se olvidan de quienes todavía tenían fincadas sus esperanzas en una derecha decente, al tiempo que muestran que administraron el país como su propia finca.
Cuando ARENA fue derrotado, no hizo un ejercicio serio para tratar de discernir sobre lo que había ocurrido, quizás porque en el fondo, todos se sentían culpables y nadie quería ver las caras de los demás. Con ello demostraron su soberbia; es más, pusieron en evidencia que aquella cualidad que tanto pregonaban –de la capacidad del partido de reinventarse con cada nueva elección- era sólo un mito. De hecho, quedó ante propios y extraños la impresión de que era un simple tigre de papel.
Ignorar el desgaste natural del ejercicio prolongado en el poder y el hastío de la población por la mala gestión económica, por el esquema de privilegios que montaron y la corrupción que practicaron, fue el peor error del partido. Más allá de los votos que atrajo la figura del señor Funes se puede aseverar que la gente no se inclinó por el FMLN, sino que se volcó contra ARENA. Y aunque ahora don Tony Saca se rasgue las vestiduras y reivindique credenciales de un estadista fuera de serie, hay que decir que quien inclinó más la balanza fue él, empujando al país al borde de un peligroso precipicio que quién sabe el daño que le puede causar una eventual caída.
Hoy casi nadie duda de que el señor Saca sobreestimó sus fortalezas y mediatizó la voluntad disminuida de la gente conservadora, remachando hasta el cansancio su cercanía con la gente y haber sido el presidente más votado. Es casi seguro que fue esta creencia -al haber potenciado aquellas actitudes mesiánicas de las que siempre hizo gala el gobernante- lo que definitivamente contribuyó a que se frustrarán las aspiraciones del partido de ganar una quinta elección presidencial. Todo esto, bajo la hipótesis no invalidada de mantenerse en vitrina, para correr nuevamente por la presidencia en 2014.
Las dimensiones del daño que ha sufrido ARENA, solo son comparables con el maridaje palaciego, el nivel de corrupción y las ambiciones sin límites que han salido a luz pública desde las mismas entrañas del partido que gobernó a su antojo y de la caricaturesca figura de GANA. No creo equivocarme al aseverar que todo este affaire no tiene precedentes en la historia política moderna del país. Desafortunadamente, todo ocurre cuando la izquierda se envalentona por sus alianzas perversas con dictadores de nuevo cuño y se coquetea cada vez más con la ingobernabilidad.
Y mientras los “otros”, ni lentos ni perezosos, tratan de aprovechar el máximo el viento que está a su favor, aunque en su aventura únicamente sean acompañados por unos cuantos que pretenden erigirse en los redentores de la humanidad, ignorando que el perdón solo lo imploran los malvados.
Los dictadores de Cuba, Venezuela e Irán podrán tener sus admiradores, testaferros o sabandijas. ¡Vaya usted a saber! De lo que no cabe duda, es que son consecuentes con lo que predican, especialmente su cada vez más envenenado antiimperialismo. Y una cosa más. Entre ellos siempre existe una lealtad aunque sea construida a base de su actitud guerrerista, la ofensa a la inteligencia y la destrucción de las instituciones. Mientras tanto, “los buenos” les están facilitando la tarea, devanándose en arenas movedizas que pueden mantener al país en un permanente desequilibrio.
El desafío para la democracia es entonces formidable, empezando porque el surgimiento de una nueva derecha, inevitablemente tiene que nutrirse de nuevos liderazgos que, al menos por el momento, no se vislumbran. Lo trágico sería que los líderes del pasado sigan constituyendo las únicas opciones, sabiendo que las heridas que han dejado, sangrarán por mucho tiempo.