Opinión /

Hacerle la camita al presidente


Lunes, 25 de enero de 2010
Álvaro Rivera Larios

La disputa que hubo hace unos meses por la presidencia de la antigua Concultura fue como una representación en pequeña escala de las fricciones que ahora existen entre Mauricio Funes y el FMLN. En esta pugna no se sabe si lo que están en juego son asuntos que atañen al contenido de la estrategia de gobierno o a la insatisfacción que ha surgido por el reparto de las carteras ministeriales y por la forma en que Mauricio Funes y sus allegados ejercen el poder. Es posible que tales problemas estén mezclados.

A partir de ciertos hechos que airea la prensa y de una corriente de opinión que ya muestra un desencanto prematuro con el actual mandatario, doy por supuesta la existencia de fricciones. Puedo equivocarme respecto a la magnitud de dichas desavenencias. Quizá sean desacuerdos normales que se magnifican porque no tenemos experiencia histórica en lo que atañe a la separación entre el Gobierno y el “Partido gobernante”. Arena nos mal acostumbró.

Los agentes que componen nuestro sistema político están viviendo ahora una experiencia inédita y dicha experiencia, en su forma de triunfo o derrota, supone problemas de adaptación a las ventajas o limitaciones de una nueva circunstancia: Arena está pagando su precio por la derrota; el FMLN tiene problemas para gestionar su triunfo; la opinión pública que respaldó a Funes tiene dificultades para distinguir entre las expectativas razonables y la cruda realidad. Es posible que no estemos lo suficientemente preparados y maduros para desempeñar con sabiduría y eficacia nuestro nuevo papel en este nuevo escenario. Toda esta malla de intereses e interpretaciones desubicados no sólo contribuye a que hagamos un diagnóstico defectuoso del presente, lo peor es que convierte los estados de ánimo en un punto de vista.

Quizás la inexperiencia política y la “informalidad” de los amigos de Mauricio Funes ahora le estén dando dolores de cabeza al Presidente de la república. Se dice que “los amigos” han formado una argolla que aísla a Mauricio Funes de sus socios del frente y de las fuerzas sociales relevantes que en teoría deberían apoyarlo. Se dice que “los amigos”, además de estar bajo la influencia de la derecha, han comenzado a poner en práctica un estilo de gobernar que a veces se salta las normas del derecho. Todas estas acusaciones deberían de apoyarse en pruebas y testimonios verificados, pero el juego de cierta propaganda ya les está dando el carácter de una certeza.

Más allá de cuál sea el “grado de verdad” en torno a lo que se dice sobre el comportamiento político del Presidente y sus amigos, es obvio que ya se ha lanzado una campaña para desprestigiarlo y es “probable” que detrás de esa campaña estén algunos sectores de la izquierda. Fíjense bien el uso que doy al entrecomillado, hablo de una probabilidad y no personalizo.

No pretendo justificar los posibles errores de Funes, pero creo que hay un límite que la buena voluntad, la objetividad y la presunción de inocencia aconsejan no traspasar a la hora de juzgarlo. Por ejemplo, Francisco Gómez, recién destituido de un cargo, acusa al presidente de ser pícaro y mentiroso. Estos calificativos revelan el clima tenso que ahora existe entre un sector de el FMLN y el Presidente. Tal vez me equivoco y las declaraciones de Gómez sean un producto del despecho y no representativas del conjunto del su partido, pero, si son declaraciones autorizadas desde arriba, demostrarían que hay un serio problema en las alturas de esta alianza que ahora nos gobierna.

Con independencia del grado de verdad que posean sus palabras, el despecho de Gómez (amplificado por la prensa) contribuye a enrarecer más las relaciones entre la izquierda moderada y el FMLN. El resentimiento político favorece la aparición y circulación de análisis maniqueos. Gómez, no sé si de forma deliberada, confunde dos planos: denuncia unos hechos puntuales y los asocia con su diagnóstico general sobre la política del Presidente y su equipo. Los hechos puntuales que denuncia el cargo recién destituido pueden ser ciertos (hay que corroborarlos en una investigación), pero sería un error asumir las conclusiones y valoraciones de Francisco Gómez como si fuesen algo indiscutible.

El Presidente, desde luego, ha de asumir la responsabilidad por todo lo que hagan los miembros de su equipo. Antes de aprobar las decisiones de un subalterno, está obligado a revisar su consistencia jurídica y política. Ejercer un control de tal magnitud es difícil y por eso ha de delegar parte de ese trabajo en un equipo de técnicos y juristas de su confianza (puede equivocarse a la hora de otorgar  esa confianza, pero esa es también una decisión suya). Aún así, dado ese trato elástico que nuestra cultura política le da a las normas legales, no será extraño que al adoptar esta o aquella medida puedan darse “desviaciones” de la ley.

Allá donde estos surjan, la peor equivocación que Funes podría cometer sería justificar o ignorar “los errores” de su propia gente. Hablo de una responsabilidad política que no siempre será objeto de sanción penal, salvo si se demuestra que el dirigente ha participado de forma activa y deliberada en el delito del cual se acuse a un subordinado. Ha de comprender el Presidente que él y su equipo van a ser sometidos a una extremada vigilancia ética y que la ética va a ser utilizada como un arma para desgastarlo.

Un error aquí y otro error allá o incluso un delito de este o aquel subalterno van a ser utilizados para juzgar el sentido y el ejercicio de su Gobierno. En los próximos meses, para Funes  será de vital importancia no sólo ser honrado sino que también parecerlo. A la propaganda le importa poco la verdad, le basta con mostrar públicamente las decisiones gubernamentales dudosas y discutibles. Esa vigilancia a la que será sometido, tendría que volverlo jurídicamente muy cuidadoso a la hora de tomar decisiones. El resentimiento político de algunos socios y la hipersensibilidad moral de la opinión pública progresista no le van a perdonar nada.   

Es posible que Mauricio Funes sea responsable en gran medida de cierto desencanto que ahora se percibe. No olvidemos que es un político inexperto y que la política  también es un póquer que no se aprende en las universidades. Es verdad que cuenta con buenos técnicos y gestores, pero en los asuntos del poder intervienen fuerzas que no pueden gobernarse sólo en base a criterios matemáticos y racionales. Al Presidente y su equipo quizás “les falte mano” para tratar con las complejas demandas, expectativas y temores de los distintos grupos sociales y quizás les falte mano también para tratar con un socio bastante complicado y errático como es el FMLN. Resulta curioso que los analistas que han tocado este problema sólo subrayen los errores de Funes y traten al Frente como si fuese una presencia invisible y sin la menor responsabilidad en las actuales discrepancias. Aparte de su tibieza y de las decisiones puntuales que quizás adopta sin consultar a sus aliados del Frente, Funes está gobernando de acuerdo con una filosofía de cambio que pactó con el FMLN.

Hace mucho que el Frente abandonó la lucha armada y decidió participar en la vida política siguiendo los procedimientos que establece una Constitución liberal (que no es la palabra de Dios y puede reformarse, pero siempre guardando el debido respeto a los tiempos y las reglas de un debate serio y de las decisiones consensuadas). Hace mucho que el Frente aceptó una determinada estructura del Estado y un sistema jurídico que preserva la propiedad privada y protege una serie de libertades y derechos. El FMLN plantea su concepción del cambio dentro de las reglas que fija dicho marco jurídico. Su filosofía no anda muy lejos de la de Mauricio Funes, por mucho que ahora se quiera mostrar al Presidente como si fuese el único responsable de las actuales directrices generales del gobierno. Gran parte de esas directrices generales también las comparte de forma tácita la dirigencia del FMLN y es por eso que habría que preguntarse cuál es la verdadera naturaleza de los desacuerdos entre Funes y el Frente. Una cosa debe quedar clara, Funes no es el único responsable de la actual filosofía del gobierno ni de su tibieza en aspectos como el de la ley de amnistía.

Las ambigüedades del actual gobierno son un producto también de las indefiniciones y contradicciones en el mismo seno del FMLN. Hay un divorcio entre lo que el FMLN acepta de forma tácita y el marco teórico con que interpreta la realidad económica y política salvadoreña. Eso lo lleva a sostener dos lenguajes: uno, es implícito y no se asume de forma conciente, es el que guía su vida cotidiana dentro de unas instituciones de corte liberal (sus dirigentes se han sentado en la misma mesa con representantes de la “oligarquía” y del “Ejército”, pero no extraen las implicaciones teóricas de tales actos); el otro lenguaje es explícito y funciona como una seña de identidad histórica e ideológica que lo sitúa en contra de aquellas instituciones dentro de las cuales vive actualmente. Uno se pregunta ¿Hasta dónde llega su rechazo al sistema y hasta dónde llega su implicación fáctica en las instituciones de ese sistema que repudia? El Frente no ha resuelto de forma clara este embrollo práctico y filosófico. Y esto lo vuelve un socio difícil en cualquier alianza gubernamental.

Esta doble retórica del Frente crea unas expectativas radicales que en la práctica no puede cumplir, pero, ahora que saltan a la luz esos límites, lo más cómodo es echarle la culpa a Funes y a esa argolla que lo separa de los sueños defraudados del pueblo. Así convertimos al Presidente y los villanos pequeño-burgueses que lo rodean en el pararrayos donde se descarga la colérica frustración de aquellos que habían confiado en la propaganda populista. Así disimula el Frente los límites de su propia política y así se deshace de forma simbólica, por la vía del desprestigio, de un socio que podría alentar el desarrollo de un centro-izquierda. La cosa es simple: “Funes y la argolla tienen la culpa de todo; nosotros nos lavamos las manos por lo que pueda estar haciendo nuestro socio en el gobierno. Es más, se ha vuelto soberbio, ni siquiera nos consulta”. Esta imagen negativa del presidente y su equipo probablemente encierra cierta verdad, pero no la cuenta toda.

Hay otro problema vinculado al de los dos lenguajes que maneja el FMLN y que posiblemente afecten a su grado de cohesión ideológica y al de su disciplina interna (sobre ésta última puede incidir el desacuerdo de algunos cuadros con el pacto que “la dirigencia” estableció con Funes). El FMLN niega que existan diferencias en su seno y es posible que el acatamiento disciplinario de las decisiones dificulte la percepción de dichos matices y discrepancias. De forma larvada, sin embargo, algunas personalidades cuestionan el modo en que “la dirigencia” se ha adaptado a la institucionalidad burguesa y su marco Constitucional. De igual forma, estas personalidades abogan por la recuperación de un enfoque político marxista más activo. Consideran que los años posteriores al final de la guerra supusieron un repliegue ideológico para la izquierda ortodoxa y que ésta, dada la actual crisis financiera del capitalismo y el fortalecimiento de los partidos socialistas en América Latina, debe recuperar la iniciativa política e ideológica en nuestro país. Aliarse con Mauricio Funes y delegarle tanto poder en el Gobierno, no es algo que vean con buenos ojos estos cuadros del FMLN. No resultaría descabellado pensar que ahí, en esos sectores de la izquierda, se articule la voluntad de erosionar y sabotear de forma deliberada la gestión y la imagen del Presidente.        

Algunas vacilaciones y errores de Funes, con toda razón, lo están desgastando. Pero una erosión tan prematura, que no le concede al Presidente un margen de aprendizaje y rectificación, también se explica porque hay sectores interesados en deslegitimarlo, aislarlo y debilitarlo para que se convierta en una pieza más dócil para sus designios. El proyecto de aislarlo pasaría por convertir en unos villanos a ese grupo de tecnócratas e intelectuales que lo rodea y pasaría también por desgastarlo desde abajo, utilizando para ello a los movimientos sociales y a los sindicatos.

Algunos cuadros del FMLN consideran (de forma simplista) que la movilización de las masas podría alterar el actual equilibrio de fuerzas y otorgarles mayor presencia en el gobierno. En las actuales circunstancias, la lógica de la movilización en la calle puede presionar a Funes para que dé mayor profundidad a sus medidas políticas, pero eso no garantiza que una voluntad más radical por parte suya pueda modificar de modo instantáneo y automático la correlación de fuerzas en la asamblea legislativa. Las condiciones se modifican por medio de la práctica, pero las condiciones están ahí como un límite que opone su resistencia a quienes desean romperlas. Se puede luchar para que Funes reoriente su línea de trabajo, se puede luchar para que exista una nueva correlación de fuerzas en el Gobierno, la Asamblea Legislativa  y en el conjunto del sistema político, pero, de momento, hay toda una serie de factores que obstaculizan el proyecto de un cambio más profundo. Eso es lo que hay y no puede desaparecer de inmediato, por arte de magia, a base de voluntarismo y de retórica.

Convendría no confundir la táctica con la estrategia. Algunos, que al parecer han perdido la noción de lo que es el tiempo de los procesos políticos, nos venden sus valoraciones y análisis generales como si fueran una receta para abordar las tareas de la actual coyuntura. Y así lo exigen todo y todo lo disminuyen, como si todo estuviese a mano, como si Funes y el FMLN en vez de ganar de forma limitada en unas elecciones, hubiesen ganado la guerra.

Existe miedo a dar un paso en falso, pero este miedo no se explica únicamente por causa de “razones ideológicas”. Quienes tienen una visión racionalista de la ideología creen que el apoyo social a la derecha y el techo electoral de la izquierda se explican únicamente por el dominio de los conservadores sobre los grandes medios de comunicación. Bastaría con una prensa de izquierda fuerte y una contra propaganda hábil para neutralizar los efectos del temor. Aquí se olvida una cosa: la derecha administra el miedo, es verdad, y su propaganda lo explota, pero el miedo no se lo ha inventado la derecha, el miedo a la violencia política anida en el subconsciente de una población que ha padecido dos guerras civiles muy crueles a lo largo del siglo pasado. Y ese miedo también vota. En ese sentido, Funes representa un giro: el de la posibilidad de un cambio que no pague el peaje de un nuevo trauma colectivo.  

Veo legítimo que el Frente quiera tener una alta cuota de poder y que manifieste la voluntad de que prevalezca su propia agenda de Gobierno, pero si ganó las elecciones gracias a Funes, lo lógico es que también el Presidente tenga derecho a que se reconozca su entidad y a buscar los apoyos externos que considere necesarios para no presentarse aislado ante una dirigencia (la del Frente) que de otra manera lo avasallaría hasta convertirlo en un muñeco de paja. Comprendo que Funes no quiera ser un muñeco de paja y comprendo que esta voluntad de Funes le parezca un estorbo a quienes prefieren un socio sin la más mínima personalidad. Lo más correcto sería que entre Funes y el Frente hubiese un trato de respeto.

De momento, si Funes y el FMLN quieren presentarse con resultados positivos en las próximas elecciones, lo mejor es que ya no pierdan tiempo político. El desacuerdo y la falta de coordinación son un factor que juega en contra de ambos, en contra de la izquierda y en favor de una derecha que más temprano que tarde acabará reorganizándose.

La lógica del ahora o nunca, la lógica del radicalismo que embiste como un toro ciego sin un análisis realista de la actual coyuntura, aparte de que puede dividir a la izquierda y puede contribuir a acelerar el ritmo de la reunificación conservadora, es dudoso que ofrezca los resultados que daría un enfoque radical, pero pragmático, que mostrase a la población unos efectos palpables sobre la seguridad ciudadana, los salarios, el empleo, la productividad y la salud. Son estos logros los que legitimarían una discusión generalizada más profunda acerca del sistema social. Más vale que, sin perder la visión estratégica, nos concentremos en luchar por las metas más urgentes, en vez de perder un tiempo político precioso “haciéndole la cama al Presidente”.

 

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