Había una vez un pueblo en donde reinaban el caos y el desorden. La parroquianos tenían que sufrir, día a día, la fealdad de su alrededor, la contaminación, las calles sucias y abarrotadas. Un día, en el lugar más concurrido y desastroso a alguien se le ocurrió ayudar a lucir mejor a la gente del lugar. Y así nació el corredor de los salones de belleza de la calle Arce, en el centro de San Salvador.