Opinión /

Cómo acabar con la cultura de una vez por todas


Lunes, 1 de marzo de 2010
Ricardo Ribera

Así se titula uno de los libros de cuentos cortos del famoso cineasta norteamericano Woody Allen, quien además de actor, director y guionista de cine – y por ratos músico de jazz – es también un notable escritor. El libro me lo acaba de prestar un amigo y me está haciendo reír a más no poder. La obra destila un humor sarcástico y burlón, irónico y a veces demoledor. Muy al estilo del autor. Hace una crítica a diferentes facetas de la cultura, desde el psicoanálisis a la filosofía, pasando por referencias a la mafia, al ajedrez, a las películas de terror y a varios tópicos más. No es exhaustivo y deja el texto abierto a la posibilidad de incorporar otros asuntos del mismo tenor. Desde El Salvador tal vez podamos ayudar a Woody Allen a completar su libro con nuevos e imaginativos aportes que van con el objetivo declarado de “acabar de una vez por todas con la cultura”.

El esquema que podríamos sugerir a tal fin es el siguiente: primero se le cambia nombre a la estructura de Concultura “elevándola” al nivel de Secretaría de la Presidencia, lo que suena impresionante y sale más barato que transformarla en Ministerio. Segundo, déjese sin definir el nombre de la persona que se piensa designar, para crear el suficiente morbo y expectación entre el personal, en especial entre los artistas y gestores culturales, que suelen andar a la greña y en el ínterin terminarán de despedazarse unos a otros. Tercero, convóquese a una asamblea con el anzuelo de que ahí se votarán propuestas para el cargo. Esto va a provocar precipitadas y apasionadas campañas, que dividirán todavía más al gremio artístico-cultural. Cuarto, una vez repunten dos de las propuestas, para el caso renombrados escritores, hágase caso omiso del resultado de la votación. Recomendable es que el poder se saque de la manga un tercer nombre, a ser posible de alguien que no tenga nada que ver con el mundillo, preferentemente que provenga del mundo académico. Esto habrá de provocar la cólera de quienes sintieron burladas sus preferencias, entrando en colisión con el grupo de amigos de la elegida.

Lo genial viene después. Se deja a la persona seleccionada el resto del año para que trabaje propuestas y planes, se reúna con cuanto sector y gremio hay en el país vinculado con el amplio mundo de la cultura, para prometer a unos y otros incluirlos en las nuevas directrices. Y a continuación, se la despide abrupta y repentinamente.

Déjense sin aclarar los motivos reales, o imaginarios, y emítase un comunicado en torno a generalidades como falta de “confianza” y de “lealtad”. Agréguese el argumento de que “no se han visto los cambios”, lo cual de seguro enardecerá a los críticos de la actual gestión gubernamental. Para confundir más, permítase a la persona víctima de tal decisión que sea ella la que convoque a conferencia de prensa para explicar las razones, o más bien las que ella supone han sido las razones, para tal fulminante destitución.

Si se logra que el equipo que acompañaba a la funcionaria renuncie también, como protesta o en solidaridad, se estará ya muy cerca de “acabar de una vez por todas con la cultura”. Se habrá conseguido la acefalía completa de la institución y el caos será casi total. A tal punto será un enigma la suerte futura de los distintos proyectos y programas programados y proyectados, todos ellos sin ejecutar ni en proceso de ejecución. También quedará incierto el futuro de los mil doscientos empleados en la burocracia estatal de la cultura.

¿A quién pondrán ahora? es la pregunta del millón. ¿Cuánto durará el que pongan?, es otra interrogante muy de moda en el país. ¿Realmente le importa a este gobierno la cultura?

Bueno, esta última pregunta en realidad no se la formula nadie, pues la respuesta la conoce hasta Woody Allen, de seguro. Quien con el guión que aquí se propone podría hacer un añadido y dar digno colofón a su libro.

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