Un corto paso llamado "Cinema Libertad"
Élmer L. Menjívar
Partamos del concepto básico de que el cine son imágenes en movimiento estructuradas como un lenguaje: que sus unidades gramaticales son escenas y secuencias montadas en una sintaxis propia para conseguir la narrativa visual; si elevamos el concepto del piso de lo básico, podemos decir que el cine es también imágenes que pueden alcanzar el dintel de la poesía gracias a un buen ojo que las capta y al tratamiento “pictórico” que reciben. Partiendo de ahí, “Cinema Libertdad” es buen cine. Buen cine hecho en El Salvador.
El trabajo de Francisco Moreno, el director de fotografía, es, sin duda, el valor estético más relevante de este cortometraje. Moreno ya había demostrado sus virtudes en producciones publicitarias y en el corto anterior de Arturo Menéndez, “Parávolar”, en el que nos sorprendió mostrando retazos de una ciudad que vemos anónima todos los días pero que en la pantalla logró conmovernos. Es ahora que con “Cinema Libertad” tiene la oportunidad de proponernos un ojo diferente para ver San Salvador en su centro, en medio de un discurso muy diferente a su realidad, pero tan real como su propia belleza.
El centro de San Salvador, en el encuadre de Moreno, no es la ciudad capital del país más violento de América Latina, es la arquitectura ignorada que pacientemente se añeja y se aferra a su historia a pesar de tener todo en contra. Es como si nos hicieran ver la ruina propia de las gloriosas divas del cine clásico llevándonos a caminar arruga por arruga para sentir el tiempo.
Conviene a los salvadoreños recordar que el cine siempre es ficción. Los salvadoreños no hemos tenido la oportunidad de vernos en el cine, de entender qué hace una ciudad en el cine, pocas veces hemos visto cómo nuestras ciudades se transforman en personajes que siguen un guión en función de una historia, por eso advierto que quien sabe recorrer el centro de San Salvador seguramente se perderá en alguna esquina o cruzando un puente en el sentido contrario al que debería, o siguiendo una ruta que lo lleve al lugar equivocado. El cine hace eso, pero lo tiene que hacer con un sentido, a veces por pura estética, a veces por necesidades narrativas y, lamentablemente, a veces, y simplemente, por error.
Arturo Menéndez escribe y dirige “Cinema Libertad”. Su guión recibió un contundente espaldarazo en Berlín, y su liderazgo y sus gestiones consiguieron el apoyo de tres productoras, de UNICEF, así como el de los gobiernos de El Salvador y España. Destaca el excelente trabajo de comunicación que acompañó a este proyecto desde su inicio. La elección de la música y la colaboración de un grupo de actores y no actores también ha sido atinada. Vale decir que el cine también es todo esto, el cine es todo lo que lo hace posible, y en ese sentido Menéndez merece muchos méritos como líder gestor de este proyecto, por asumir el papel del director que decide no encerrarse en la burbuja creativa para irse a gastar suela buscando por todos los caminos los medios para hacer una película.
Hasta aquí podemos dejar asentado que este ha sido un proyecto fuerte, una escuela quizá para la producción hecha en El Salvador y por salvadoreños. Ahora sentémonos en la butaca y veamos.
Los cálculos de la veracidad
Algunos críticos, cuando abordan las ramas narrativas del arte hablan de “veracidad”, y se refieren a ella como ese ingrediente que contiene la buena ficción para crear esa “ilusión de realidad”. Esta es la que le permite al público avanzar racionalmente sobre una narración que de antemano sabe que es falsa, pero que cuenta con las suficientes referencias que le dan la sensación de que la realidad ofrece las condiciones para que la historia narrada pudiera ocurrir. Explico esto porque es necesario guiar al público cuando se enfrenta al cine hecho en su entorno.
“Cinema Libertad” adolece de lo que llamo malos cálculos de veracidad. De estos, el más grave me parece el intento de hacer cine de época cuando no se cuenta con los recursos para hacerlo, y si la intención no es hacer cine de época sino un juego de virtualidad atemporal, está claro que tampoco se cuenta con los recursos para hacerlo sin que parezca un error.
¿Por qué no contar la historia de los niños en el presente de 2009? ¿Por qué nos dicen que estamos viendo a San Salvador de hace una década cuando todas las referencias físicas nos ponen en 2009? Hace una década el Cine Libertad estaba recién clausurado y sin tanto deterioro, el portal de Occidente era blanco; y el Palacio de la Policía no estaba restaurado, por mencionar algunos referentes obvios. La ubicación en el pasado no aporta a que el guión funcione; al contrario, estorba. Era mucho más seguro hacer el salto de tiempo hacia el futuro, del que no tenemos referencias reales y al que sí podemos proponer.
El guión que hilvana la historia y el que se deja ver en la producción, hace un interesante desarrollo de mundos y personajes paralelos, que expone una borrosa metáfora que incluye la fantasía infantil y un contraste equívoco entre interior y exterior, acaso realidad y delirio, y es ahí donde es protagónico, como espacio escénico, el Cine Libertad, cuyo nombre quizá pretenda redondear el símil. Con pocos diálogos, son las poderosas imágenes las que imponen la historia, y es aquí donde hace falta una dirección más firme que se preocupe por dejar bien contada la historia, por depurar los diálogos y hacerlos que cumplan su función, hacerlos creíbles, que encajen en lo que vemos.
Las actuaciones son prometedoras. Trabajar con niños, como decía José Luis Cuerda, siempre es cosa de buena suerte, porque se necesita más encanto que talento, porque con actores de cierta edad, el talento lo debe tener el director. Y este caso no es la excepción. Los protagonistas infantiles cuentan con encanto, pero no han contado con una dirección lo suficientemente firme. Tanto Edgar Aquino como Tatiana Grande tienen bien asimilados los personajes, y han logrado crear sus bases; pero su desempeño tiene altibajos, su dicción es descuidada en algunas líneas, y no olvidemos que los diálogos son pocos, por lo que no hay razón para descuidar ninguno. Sin embargo, consiguen apropiarse de la pantalla y se ganan al público, como niños que son.
Leandro Sánchez muestra muy buena presencia en cámara, y el papel que desempeña le resulta natural. Patricia Rodríguez levanta expectativas, demuestra potencial para la pantalla. El coro de habitantes de Cine Libertad cumple su labor, logra una dinámica que recuerda a los pordioseros de “Viridiana”, de Buñuel, y a los monstruos de Fellini en “Amarcord”. Es con ellos con quienes hay escenas que pudieron explotarse mejor en función de explicar la intención metafórica de la cinta.
“Cinema Libertad” es una propuesta con buenas credenciales y sobre todo con mucha valentía y visión. Un trabajo que debe prestarse para la crítica y la exigencia, para romper ese silencio complaciente. Criticar y exigir no es desmerecer, el que hace arte sabe que es la manera de crecer. “Cinema Libertad” es ese corto paso que ya era necesario dar.